‘Shared Landscapes’: siete horas en un bosque convertido en escenario teatral

El Festival Temporada Alta acoge el estreno en España de este proyecto europeo que explora nuestros vínculos con la naturaleza y el paisaje.
‘Shared Landscapes’: siete horas en un bosque convertido en escenario teatral
Los bosques de Celrà, Girona, acogieron el estreno español de las siete piezas de 'Shared Landscapes'. Foto: Harold Abellan.

“Os he estado observando durante toda la tarde. Os he visto tumbados en el suelo, siguiendo banderas de colores, escuchando historias sobre este lugar, observando el paisaje con gafas de realidad virtual. Os he visto cogidos de la mano. Os habéis pasado la tarde hablando de mí”. Quien habla es la Naturaleza y lo hará a través de una voz femenina y artificial, una voz que pronunciará las palabras que veremos en un led instalado en mitad de una pradera y rodeado de catorce altavoces que escupirán palabra y sonido industrial y mirarán a un grupo de 180 personas sentadas en el suelo, con los cuerpos cansados y en silencio después de casi siete horas habitando el bosque de Celrà, en Girona, tras participar en Shared Landscapes (Paisajes Compartidos), un proyecto integrado por siete piezas de siete creadores europeos, piezas que habrán sucedido en el paisaje, convertido en escenario y escenografía.   

Durante siete horas, esas 180 personas se habrán tumbado en el suelo para escuchar por unos auriculares a una niña de seis años preguntarle a un guardia forestal cómo es un bosque en llamas o por qué hay tantos cuentos infantiles que suceden en un bosque. Habrán observado el paisaje con la perspectiva de un dron militar, habrán disfrutado del canto de un ave extinta, se habrán cogido de la mano, habrán mirado el cielo y habrán escuchado, entre los olivos, la música de una orquesta de viento. Habrán tomado el té con una persona con discapacidad física, habrán escuchado a Faustine Bas-Defossez, miembro de la Oficina Europea de Medio Ambiente, hablar de su trabajo “con la gran bestia”, la Política Agraria Común. A una especialista en bioacústica compartir sus conocimientos sobre la mosca del vinagre, la alondra o el petirrojo. O a Josep, un agricultor que cultiva las tierras de Celrà, hablar de la memoria de ese lugar mientras dentro de su tractor suena Daddy cool, de Boney M. 

Y también habrán leído en aquel led la voz de una Naturaleza que nos recordará a todos que ella ya estaba allí cuando vivíamos en cuevas y nos reuníamos en torno al fuego, cuando levantamos muros y fronteras, cuando empezamos a regular nuestra vida con estados y religiones, cuando sustituimos la confianza por el dinero. Esa voz nos acusará de haberla colonizado, domesticado y deshumanizado y nos preguntará: ¿Podríais estar mirándome en silencio sin estas palabras? No creo, responderá por nosotros, y hablará de fronteras creadas con palabras que construyen paisajes, paisajes que mutan en metáforas, metáforas que devienen en muros. Y ese ambiente sonoro industrial y desasosegante subirá de intensidad y la Naturaleza nos culpará de haberle declarado la guerra desde que empezamos a inventarnos nuestro mundo: ya no pensáis en las estaciones, dirá, ni en las mareas, ni en el movimiento de las aves, ya solo pensáis en el dinero, en la información o en los contactos y os da un miedo atroz la soledad, la locura y la pobreza. 

Y esas 180 personas aguantarán dóciles, mientras cae el sol, esa bronca monumental con la que la compañía española El Conde de Torrefiel, formada por Tanya Beyeler y Pablo Gisbert, cuestionará de forma sutil y radical al mismo tiempo lo que ha sucedido durante esas siete horas en las que el bosque y el campo se han convertido en escenario y escenografía de ficciones. “¿Cuánto os ha costado la entrada para verme como un animal del zoo?”, preguntará esa voz.

Foto: Harold Abellan.

Un picnic, un dron militar y el paisaje del capitalismo

El pasado fin de semana, los bosques de Celrà acogieron el estreno español de las siete piezas de Shared Landscapes dentro de la programación del Festival Temporada Alta de Girona, última parada europea del proyecto tras su paso por Alemania, Suiza, Eslovenia, Portugal, Italia y Francia. A excepción de la prensa, al público le costó 25 euros la entrada, a los que quizá añadieron otros 6 si fueron a Celrà en el autobús facilitado por el festival y otros 10 si no llevaron comida de casa y contrataron un picnic elaborado también por la organización. La jornada empezó y terminó en el mismo lugar, las instalaciones de L’Animal a l’esquena, sede del proyecto de creación, investigación e intercambio artístico de la compañía de danza Mal Pelo, formada por María Muñoz y Pep Ramís, que acogerá dos nuevas sesiones los próximos 12 y 13 de octubre. 

Liderado por Caroline Barneaud (Théâtre Vidy-Lausanne) y Stefan Kaegi (Rimini Protokoll), Shared Landscapes es un proyecto coproducido por instituciones europeas como el Festival de Avignon, el Berliner Festspiele, la fundación portuguesa Culturgest o el Temporada Alta, con un presupuesto global de producción en torno a los 300.000 euros, financiados en parte con fondos europeos. El resultado: siete piezas de teatro, danza, arte visual y música de artistas de distintas nacionalidades y disciplinas, propuestas escénicas atravesadas por preguntas que exploran los vínculos entre el arte, la naturaleza y la representación, cuestiones que tienen que ver también con la experiencia común y colectiva, con la escucha y la atención, con el descubrimiento de todo eso que no escuchamos ni vemos cuando vamos al campo, cuando nos perdemos en un bosque, cuando pensamos, ufanos, que estamos en contacto con la naturaleza. 

Shared Landscapes será un viaje a través de siete piezas en las que resonará el pensamiento de Thoreau y Latour, en las que se cuestionará la perspectiva y el punto de vista, piezas que abundarán en la experiencia auditiva y en las que latirá el espíritu del Land Art, aquel movimiento artístico nacido a finales de los 60 en el que obra y paisaje estaban íntimamente ligados. Piezas que propondrán distintas miradas y relatos sobre nuestra relación con la naturaleza y el pasaje. Entre ellas, una conversación entre un psicoanalista, un agente forestal, una niña, un meteorólogo y una cantante sobre cómo el paisaje nos explica como sociedad (Stefan Kaegi y Georgina Suria). Un picnic con un cuadro de Friedrich como marco a subvertir por alguien que tiene discapacidad física (Chiara Bersani y Marco D’Agostin). Una experiencia de realidad virtual que elevará el punto de vista sobre el bosque como si nos mimetizáramos con un dron militar, preparado para la guerra (Begum Erciyas y Daniel Kötter). Seis músicos locales con instrumentos de viento que interpretarán cuatro piezas musicales agazapados, tumbados o escondidos en el bosque, dialogando entre ellos (Ari Benjamin Meyers). 

Además, una dinámica de equipos a través de auriculares que propondrá una coreografía colectiva y explorará los vínculos entre los seres humanos y la vegetación (Sofía Díaz y Vitor Roriz). Una representación panorámica, en tierras de cultivo, en la que el público escuchará, también por auriculares, a un agricultor, a una funcionaria europea y a una experta en bioacústica hablar a lo lejos de sus respectivos trabajos (Émilie Rousset). O aquella última pieza de El Conde de Torrefiel que pondrá el foco en las estrategias y el paisaje que ha impuesto el capitalismo para sacar provecho de la naturaleza.

Foto: Harold Abellan.

Huellas como recuerdos de experiencia colectiva

“Andamos súper preocupados todos con el cambio climático, con la relación entre humanos y no humanos, con lo que significa la naturaleza para este ser cada vez más cyborg y técnico que somos, un ser que destruye la naturaleza, pero que también la admira o en la que se inspira para crear –explica Stefan Kaegi a Climática–, pero todos los proyectos que abordan estas relaciones suceden en el cubo blanco, en el espacio escénico, vemos instalaciones de vídeo con plantitas artificiales en las bienales y nos quedamos en la ciudad, donde se concentran los medios financieros destinados a la cultura. Por eso decidimos que este proyecto tenía que llevar a la gente, con todo su cuerpo, al lugar que se está transformando por el cambio climático, un lugar en el que exponerse también a lo imprevisible”. 

Todas las piezas fueron diseñadas por sus creadores para adaptarse al bosque y el paisaje de cada país, traducidas a cada idioma, ejecutadas con la participación de técnicos y personal local y el uso de infraestructuras ligeras, móviles y desmontables, y con la mínima huella en el territorio: “Queríamos que las huellas que dejáramos fueran casi solo recuerdos: el recuerdo de haber estado juntos en este lugar, de vivir una experiencia diferente”, explica Stefan Kaegi, que define así la filosofía que articula todo el proyecto: “Pensábamos en el teatro fuera del teatro, tratando de averiguar qué cambiaría y aportaría a nuestra práctica, y qué aportaría el teatro a estos territorios. Queríamos encontrar una manera de estar juntos en y con la naturaleza, con todas las dificultades que esto implica y esas limitaciones que tienen que ver con la accesibilidad, el clima o lo impredecible”.

Shared Landscapes ha supuesto, además, un enorme aprendizaje para los artistas que han participado, que han tenido que reducir al mínimo las necesidades técnicas de sus piezas: “Por ejemplo, dijimos que no habría tecnologías innecesarias, no queríamos tener un generador ni llegar con mega camiones como si fuéramos a hacer un festival de música al aire libre. También hemos vivido el desafío de no tener una oficina al lado, de no tener enchufes, de tener que pensar dónde instalar baños y cómo hacerlo de forma ecológica, cómo alimentar al público o cómo transportarlos hasta aquí sin que utilizaran sus propios coches”.

Para Caroline Barneaud, la otra comisaria del proyecto, la vocación de las siete piezas de Shared Landscapes gira en torno de ese movimiento de “acercar lo más posible nuestra comunidad de público, artistas y técnicos, con las herramientas del teatro, a ese escenario que está vivo y crear una red no de teatros urbanos, sino de periferias verdes y rurales”. Barneaud explica a Climática que entre sus planes futuros está desarrollar la pieza de Émilie Rousset de forma independiente y representarla en tierras de cultivo de distintos lugares de Europa. 

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