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Extracto del libro Socialismo de medio planeta, de Troy Vettese y Drew Pendergrass. Publica la editorial Levanta Fuego. Traducción de José Luis Rodríguez.
La hegemonía neoliberal ha durado tanto tiempo porque sus oponentes han desaprovechado las crisis una y otra vez. La Gran Recesión de 2008 dejó a Alan Greenspan (expresidente de la Reserva Federal y miembro de pleno derecho de la Mont Pèlerin Society) tan desorientado que llegó a confesar su «error» al confiar que el mercado guiaría a los actores financieros en lugar de contar con regulaciones directas. La catastrófica pandemia de SARS-CoV-2 produjo una perturbación aún mayor del orden neoliberal, pero de la cual ni los ecologistas ni los socialistas obtuvieron beneficios significativos.
En cambio, los neoliberales estuvieron intelectual y operativamente bien preparados para atacar al Estado del bienestar en cada oportunidad que se les presentó. Se aprovecharon de la inestabilidad económica de la década de 1970 para orquestar un sangriento golpe de Estado en Chile (1973), al que siguieron las victorias electorales en Gran Bretaña (1979) y Estados Unidos (1980). Los neoliberales ganaron mediante el emparejamiento de una súbita implacabilidad con la voluntad de librar una guerra de ideas que durase décadas. Se los puede derrotar, pero solo si los socialistas y los ecologistas forjan coaliciones diversas y guiadas por objetivos políticos compartidos. Hasta que eso suceda, la única competencia a la que los neoliberales se enfrentan es la de los «liberales racistas» —los arquitectos del Brexit, la alt-right y Alternative für Deutschland—, en lo que, en esencia, es un conflicto intra-Hayekiano y no un verdadero choque entre ideologías. Si tras las derrotas de la década de 1980 la izquierda y el movimiento ecologista hubiesen pasado por una revisión teórica y organizativa de las proporciones de la que tuvo lugar en Mont Pèlerin, quizá ahora las cosas no serían tan desoladoras.
En las décadas posteriores al derrumbe del bloque oriental, la izquierda no solo ha perdido tiempo con el que se podría haber reinventado políticamente sino también barreras ecológicas contra el colapso. Visto desde el 2022, el mundo natural de finales de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado nos parece casi un edén. En 1988, la contaminación atmosférica por carbono estaba en unas modestas 350 ppm, el quimérico objetivo que sirve de inspiración al movimiento 350.org que propuso Bill McKibben. En el momento de escribir estas líneas, 2021 va camino de convertirse en el primer año en que los niveles de CO2 en la atmósfera se han mantenido, de media, un cincuenta por ciento más altos (419 ppm) de lo normal durante la época preindustrial (278 ppm). Más de la mitad de las emisiones de carbono y gran parte de la deforestación de la selva amazónica han tenido lugar después de 1990. En este periodo han sido arrasadas 420 millones de hectáreas de bosque en todo el mundo, un área equivalente a la superficie de India y Pakistán juntas. Al término de la Segunda Guerra Mundial, China apenas había empezado a construir lo que acabaría siendo su gigantesca industria ganadera, poniendo fin así a una milenaria tradición de agricultura sostenible. Debido a esa industrialización agrícola, en 1997 la gripe aviar (H5N1) se transmitió por primera vez de las aves de corral a los seres humanos y desde entonces ha habido numerosos brotes en China y otros lugares. La crisis medioambiental se ha acelerado desde 1989, en gran medida a causa del boom chino, de lejos la mayor y más rápida revolución industrial que haya tenido lugar jamás. Tras los esfuerzos de Deng Xiaoping por liberalizar la economía china en la década de 1980, la caída de los gobiernos socialistas y la aniquilación del campesinado global, el mercado mundial se ha extendido hasta el último confín de la Tierra, acelerando la extracción de recursos y dejando devastación ecológica a su paso.
Si bien hay tiempo que ya se ha perdido, no tenemos por qué hacer lo mismo con la esperanza, aunque solo sea porque el número de neoliberales es inferior al de quienes sufren por sus actos. Esto no significa que unir a esos millones de personas diversas vaya a resultar sencillo. Una alianza así exige que los movimientos aprendan los unos de los otros y, cuando sea necesario, hagan concesiones. Los ecologistas deben relajar su maltusianismo, una ideología que culpa de los problemas ecológicos y económicos a la «superpoblación». Resulta esencial para el movimiento un compromiso con la justicia ecológica, no un ecologismo intolerante como el del pasado, de forma que las personas racializadas —que padecen la peor parte de la crisis medioambiental— puedan ser quienes encabecen la reconfiguración del futuro. Los conservacionistas deberían trabajar cuidadosamente junto a las naciones indígenas a fin de garantizar que las reservas naturales no sigan funcionando como instituciones de exclusión colonial. El socialismo debe ser consciente de que la gravedad de la crisis actual exige tomarse en serio los límites medioambientales, incluso aunque ello signifique renunciar a la fantasía de un País de Jauja poscapitalista. Si bien algunos de los intelectuales de la izquierda recurren de forma caprichosa a «la ecología» o al «Antropoceno», demasiado a menudo se sirven de ello únicamente como adorno analítico y no a resultas de un compromiso riguroso con la ciencia contemporánea. Los científicos, por su parte, deberían aliarse con los movimientos sociales; de no hacerlo, están condenados a diseñar escenarios climáticos aún más improbables o servir de apoyo a medidas tan imprudentes como la MRS. La brecha entre el socialismo y la ciencia no siempre ha sido tan amplia como lo es ahora. En 1941, a Hayek le preocupaba que la izquierda estuviese «fuertemente secundada, e incluso liderada, por científicos e ingenieros»; una renovación de esa alianza instauraría el terror en el corazón de los neoliberales, negro como el carbón.
El papel primordial que la industria ganadera desempeña en las crisis climática y de extinción significa que los miembros del movimiento en defensa de los derechos de los animales deberían ser un contingente dentro de la coalición socialista de medio planeta, incluso aunque a menudo se los haya considerado los «huérfanos de la izquierda». Por lo general, los veganos han tenido difícil encaje en la izquierda entendida en sentido amplio, debido a su generalizada adhesión al utilitarismo, un credo que acepta el capitalismo de forma acrítica. Tampoco ha ayudado a su causa la desafortunada comparación del sufrimiento animal con el de grupos marginalizados como los discapacitados, la gente negra y las víctimas del judicidio durante la Segunda Guerra Mundial. Estas diferencias, sin embargo, no son insalvables, y en muchas ocasiones son magnificadas por percepciones erróneas y por clichés. En Estados Unidos, por ejemplo, la mayoría de los veganos son personas racializadas de clase obrera. Hace más de un siglo, Upton Sinclair imaginó en su novela proletaria La jungla que el socialismo sería mayormente vegano ya que a nadie lo deberían obligar a realizar el «degradante y repulsivo» trabajo que tiene lugar en los mataderos. Los grupos en defensa de los derechos de los animales podrían cooperar con los trabajadores en pos del objetivo que propuso Sinclair de exprimir los márgenes de beneficios mediante la ralentización de las líneas de producción y el aumento de salarios hasta que la industria quedase abolida.
Asimismo, las feministas serán unas aliadas cruciales para la causa. Alcancemos o no el socialismo de medio planeta, algunos cambios en el mercado laboral están empezando a centrarse en las mujeres trabajadoras, y va a ir a más. Los empleos mayoritariamente ejercidos por mujeres, los trabajos «de cuello rosa» en los sectores de la sanidad y la educación, no solo representan algunos de los segmentos más fuertes del movimiento sindical contemporáneo sino que también prefiguran el cambio hacia una economía de cero emisiones que prioriza el trabajo de cuidados frente a la actividad extractiva. «El movimiento sindical de los siglos XIX y XX insistía en que los trabajadores construyesen el mundo de la forma más literal posible», observa la politóloga Alyssa Battistoni. «El del siglo XXI debe poner en primer plano a quienes nos harán posible vivir en él». El futuro ecosocialista es femenino. Para alcanzar ese brillante horizonte, sin embargo, necesitamos lidiar con lo extendida que está la misoginia entre las organizaciones socialistas, ecologistas y animalistas contemporáneas.
Sin una visión compartida del mundo que una a este heterogéneo movimiento de movimientos, cada una de las facciones se arriesga a la impotencia política mediante el aislamiento o, aún peor, el ser cooptados por el bloque neoliberal hegemónico. Si la expansión de las infraestructuras verdes a través de un Green New Deal se pospone a perpetuidad, será difícil reprochar a las asociaciones sindicales que acepten los pocos empleos disponibles en la construcción de oleoductos. Si bien es necesario acabar con la explotación animal, los animalistas deberían moderar sus ataques a la caza por parte de poblaciones indígenas, tanto por respeto hacia una forma de vida distinta como por un cuestión táctica, ya que esas poblaciones han liderado muchas campañas medioambientales exitosas. Al fin y al cabo no ha sido la caza indígena lo que nos ha metido en este lío. De hecho, la biodiversidad en territorios controlados por población indígena tiende a ser mayor que en las reservas naturales. Para que el socialismo de medio planeta tenga alguna posibilidad de llevarse a término también debe formar parte de él la búsqueda de la igualdad global. Al negarse a tolerar restricciones en el uso de energía en las partes enriquecidas del mundo, los ecologistas del norte han hecho muy poco por la solidaridad con potenciales aliados del sur global. Y así una y otra vez. Los neoliberales no han necesitado dividir a sus rivales para vencerlos, ya que los son los mismos movimiento de liberación los que se han enzarzado en interminables disputas entre sí.
No podemos asegurar cómo podría llegar al poder una coalición socialista de medio planeta. Puede que en algunos países esta siga un camino similar al del ascenso de Nelson Mandela y el Congreso Nacional Africano en Sudáfrica: una mezcla de huelgas, desinversiones, sabotaje, elecciones, boicots y violencia. En otros quizá funcione una estrategia puramente electoral, aunque una victoria de esas características solo señalaría el inicio de una nueva fase del conflicto. Karl Marx veía bien la participación en elecciones, pero predijo que, si alguna vez un partido realmente socialista se hacía con la victoria, la clase dominante desataría una «rebelión a favor de la esclavitud» contra una «revolución pacífica y legal». Casi un siglo después, la masacre que tuvo lugar en Chile en 1973 corroboró esa predicción. Tal y como observó el historiador Eric Hobsbawm respecto a las sangrientas secuelas de aquello, «la izquierda ha subestimado el miedo y el odio de la derecha, la facilidad con la que hombres y mujeres bien vestidos adquieren el gusto por la sangre». No cabe esperar que los neoliberales acepten la derrota con resignación.
La estructura de cuatro platos de Socialismo de medio planeta ofrece alimento para el cerebro por dos vías. La primera, como un prospecto que señala aquello que sería necesario para superar la crisis medioambiental. Algunos lectores se mostrarán escépticos ante nuestro proyecto de recuperación de la vida salvaje y planificación centralizada, así que los invitamos a que se sirvan del libro en su segunda acepción, como guía para llevar a cabo experimentos de pensamiento utópico. Siguiendo los mismos tres niveles de análisis aquí expuestos, otros futuristas podrían llegar a conclusiones que difieran de las nuestras. Quizá el principio filosófico fundamental del ecosocialismo no sea lo incognoscible de la naturaleza sino alguna otra cosa, digamos la hibridación entre naturaleza y cultura. En el siguiente capitulo, nuestro lector utopista podría decantarse por la energía nuclear, o incluso por la MRS, en lugar de por un sistema totalmente renovable. Otra opción sería dar forma a un planeta de dos tercios para reducir la extinción a niveles aún menores (0,67025 = 0,90). Por último, alguien podría inventar una forma de distribución económica distinta a nuestra planificación central cibernética y abrazar un «ecosistema de los mercados». Este lector dibujaría una utopía diferente a la del socialismo de medio planeta, cosa que está bien, ya que no pretendemos tener todas las respuestas a las preguntas más difíciles del mundo. Durante demasiado tiempo a la izquierda se le ha dado mejor criticar que generar sus propias propuestas positivas. En el improbable caso de que se hicieran con el poder, los socialistas tropezaran y fracasaran si no cuentan con un proyecto que guie la transición con la que superar el capitalismo. Creemos que el socialismo de medio planeta es una visión de futuro que puede convertirse en una alternativa total al capitalismo, incluyendo todo aquello que va desde la planificación para la asignación de recursos hasta un bosquejo de que es lo que se sentiría al vivir la vida de ese modo. Invitamos a todo el mundo, vengan de la tradición emancipadora que vengan, a unirse a nosotros en esta cocina revolucionaria para pensar nuevas recetas y trabajar juntos para llevarlas a cabo. Necesitamos una cantidad enorme de contribuciones especulativas acerca de los horizontes políticos antes de que todo quede cubierto por una neblina sulfurosa y el futuro se vuelva tan sombrío como los cielos permanentemente grises de la hegemonía neoliberal.
Hay más de 100 pueblos indígenas no contactados en todo el mundo. Son los pueblos más vulnerables de la Tierra.
Evitan el contacto con foráneos y son los guardianes de las regiones con mayor biodiversidad del planeta. Si sus tierras están protegidas, no solo sobreviven, sino que prosperan.
Pero por todo el mundo sus tierras están siendo invadidas y robadas para la agroganadería, la tala, la extracción de petróleo y la minería, mientras misioneros y gobiernos intentan forzar el contacto con ellos.
Poblaciones enteras están siendo exterminadas por la violencia genocida, y por enfermedades como la gripe y el sarampión frente a las que no tienen inmunidad.
CORUMBIARA, galardonado documental.
Corumbiara es un viaje único al Amazonas, en el que el antropólogo y documentalista Vincent Carelli acompaña a un investigador del Departamento de Asuntos Indígenas del Gobierno brasileño (FUNAI) mientras investigan una supuesta masacre de indígenas no contactados a manos de ganaderos.
Encuentran grupos dispersos de indígenas supervivientes a la masacre, entre ellos un pequeño grupo de kanoê aislados, que les guían en su investigación. Uno de los supervivientes con los que se encuentran es el hombre que llegó a ser conocido como “el hombre del agujero” y este documental muestra las primeras imágenes que se tienen de él. Desgraciadamente murió el año pasado, tras décadas viviendo completamente solo después de que el resto de su pueblo fuera masacrado, probablemente por ganaderos.
Firma la declaración global por los pueblos indígenas no contactados.
https://actua.survival.es/page/102537/petition/1?ea.tracking.id=EmailNewsletter&utm_medium=email&utm_source=engagingnetworks&utm_campaign=utm_campaign&utm_content=230621+email+update+(UTW+2023+4)+-ES+A&ea.url.id=6447904&forwarded=true