‘42/1 – Fatima

Capítulo 1. «No sabemos si las cosas empeorarán. El año pasado, la temperatura volvió a aumentar después de cuatro años de descenso, pero no regresó al calor mortal de los últimos tiempos. Se lograron reducir las emisiones según lo previsto hasta 2030 y han seguido disminuyendo desde entonces, pero aún es pronto para saber si hemos llegado a tiempo». Una serie de ficción de João Camargo y Nuno Saraiva.
Foto: Ilustraciones de NUNO SARAIVA

De: alexaguas@voo.com
Para: fidrissi@nhope.ma
Fecha: 23 de mayo de 2042, 06:20

Asunto: Re: Mis condolencias por lo de tu padre

Salam, Fatima.

¿Cómo estás? Hace tiempo que no hablamos. La última vez fue cuando murió mi padre, cuando tuvimos aquella charla por Zoom, ¿te acuerdas? Espero que estés mejor del dolor, estaba preocupado por ti. La verdad es que estáis todos bastante fastidiados para la edad que tenéis. Espero que te estés cuidando y que la familia también esté bien.

Tengo grandes noticias. Hemos tenido un bebé, un niño al que hemos llamado António, como su abuelo. Estoy muy contento y sólo siento que mi madre y mi padre no estén aquí para verlo, seguro que estarían muy felices y orgullosos. Os enviaré un vídeo. Es muy tranquilo y duerme muy bien. Nació hace 10 días.

Te diré por qué te llamo. Lia siempre ha tenido mucha curiosidad por mi madre, por mi padre y por vuestras acciones y aventuras. Cuando estaba embarazada revisamos las cajas de mamá y me sugirió que escribiera sobre lo que había pasado en las últimas décadas, para poder contárselo al niño cuando sea mayor, para que pudiera conocer a sus abuelos.

Cuando me lo dijo, me quedé un poco indeciso, porque a papá no le gustaban esos tratamientos de «héroe» que a veces le daban, odiaba las ceremonias y sólo quería que le dejaran en paz. Y con la enfermedad empeoró. Yo no quería escribir, aunque ella insistía. Pero cuando vi a António por primera vez, algo cambió. Es igualito a mi padre, Fatima.

Fui a buscar imágenes suyas, de cuando era un bebé, y las encontré en un viejo disco con fotos escaneadas. Son iguales, el viejo y el niño: los ojos, la boca, la sonrisa, aunque la nariz es de Lia. En las cajas de mamá encontramos revistas, artículos, escritos por ti, por papá, por Sukumar, por Stephanie… Y fotos tuyas.

¿Tienes datos de contacto de estas personas? En otra unidad tenía también vídeos, fotos, recortes, noticias e informes donde aparecían cosas de Última Generación, de Mundo Nuevo. Me di cuenta de que hay muchas cosas que no sé. Recuerdo algunas cosas, por supuesto, pero aquí falta mucha información. Y también falta comprender el orden en el que sucedieron los hechos.

Por eso te envío este correo. 

He decidido intentar reunir historias de lo que ha pasado en los últimos 30 años para contárselo al niño. Estoy recopilando noticias, información en general, para explicarle cómo hemos acabado así. Ya sé que muchas cosas han desaparecido junto con las grandes cadenas, pero aún quedan cosas, ¿no? También quiero saber más sobre lo que le pasó a papá y a mamá, a toda esa gente que venía a casa… A algunos los he visto por ahí, otros se han desvanecido. Estaba Pepe, por ejemplo, al que papá siempre defendía en la cárcel, y que siempre nos traía los mejores regalos, ¿te acuerdas? Andaban siempre detrás de él. Creo que tenía tu edad. 

Bueno, no te molesto más con esto. Si te parece bien ayudarme y quieres hablar, quedamos un día de estos por la tarde. ¿Qué me dices?

Alex


Así empezó esta historia. Con un correo electrónico a Fatima Idrissi, una campesina marroquí de Marrakech que trabajó con mis padres en los movimientos revolucionarios de las décadas de 2020 y 2030. Fue el primero de los muchos contactos que hice durante varios meses con personas de todo el mundo. Les entrevisté y recopilé material para intentar ayudar a contar la historia de la locura que han sido estos últimos 25 años. 

Perdonen la confusión, pero estos años han sido realmente una locura. Empecé escribiendo esta historia para mi hijo, pero descubrí por el camino que lo estaba haciendo en gran medida por mí, y por la memoria de mis padres y la de tanta gente que trabajó duro para detener las Grandes Crisis o el Gran Cambio, como los llamamos ahora. 

No sabemos si las cosas van a empeorar. El año pasado la temperatura volvió a subir, tras cuatro años de descenso, pero no regresó al calor mortal del pasado reciente. Conseguimos reducir las emisiones que debíamos para 2030 y desde entonces no han dejado de bajar, pero aún es pronto para saber si lo hemos conseguido a tiempo. 

Me convencieron otras personas, entre ellas mi compañera Lia y amigos que trabajan en la prensa y en el mundo del entretenimiento, para que hiciera pública esta historia. No soy un experto en esto, y gran parte de lo que vais a leer son apenas las entrevistas que he hecho y las noticias que he podido recopilar. Creo que tal vez alguien podría tomar esto y darle forma por escrito. Incluso, como Lia me dijo, hacer una obra de teatro o una película. Creo que sería bueno para entender lo que pasó. Yo lo he entendido todo mejor: he quedado muy impresionado, asustado y deslumbrado por la loca historia del mundo en las últimas décadas y el papel que la gente normal ha jugado en ella.

Alexandre Águas
Lisboa, enero de 2043


Estoy ante en la ventana de mi casa en Lisboa. Vivo en Santa Apolónia, junto al río. El antiguo Hotel da Estação, después de inundarse innumerables veces, fue abandonado hace más de una década. Ahora, a pocos metros de mi casa, subo en ascensor hasta Graça. Hoy, los viejos muelles y el embarcadero de cruceros, que hace media docena de años aún asomaban por encima del agua cuando había marea baja, están siempre sumergidos. Los cruceros llevan varios años sin atracar aquí.

Saludo al ascensorista, recordando la época en la que hice ese trabajo durante más de un año. Era un trabajo tranquilo, aunque resultaba un poco monótono subir y bajar durante cuatro horas al día. El ascensor pasa entre los árboles de la calle de Vale de Santo António y consigo coger un melocotón con la mano: aún está verde. Es primavera y ya es casi el tiempo de recoger la fruta.

En esta ladera de Lisboa se han plantado melocotoneros. En otras partes de la ciudad hay otras frutas, dependiendo del suelo y del sol.

El asfalto empezó a arrancarse hace más de una década, pero el nivel de contaminación del suelo sigue impidiendo plantar alimentos y frutas en muchas zonas de la ciudad después de estar tantos años bajo el asfalto. Las calles que tenían piedra en lugar de asfalto son las que están en mejores condiciones y por eso han sido las que más frutos han dado. 

Voy a la biblioteca de Penha de França. Aunque hay bibliotecas más cerca de casa –y en Lisboa hay más de 300 bibliotecas–, fue aquí donde conseguí un estudio para grabar la entrevista con Fatima. 

Conozco a Fatima desde hace muchos años, desde un periodo de quizás casi un año que pasó en casa de mis padres. Estaba huyendo de la policía política marroquí, recuerdo. Ahora debe de tener unos 50 años. Era muy joven cuando empezó a militar en diversos movimientos. Quiero hablar con ella para entender lo que pasó allí entre finales de la década de 2010 y finales de los años 20. Después se alejó de todo. 

–Hola Fatima. ¡Salam!

–Alex, qué guapo estás. Me alegro mucho de verte. Me interesó mucho lo que me escribiste. Estaré encantada de ayudarte, tengo mucho material almacenado por ahí que podría interesarte. Puedo enviarte fotos.

–Eso sería genial, Fatima. Oye, voy a grabar la llamada, ¿vale?

–Sí, dale, hace mucho que ya no me preocupo de esas cosas.

–Lo siento, en realidad, esto ya se estaba grabando, se inició automáticamente.

–No hay problema, Alex. Dime lo que quieres saber.

–De acuerdo. Fatima El Idrissi, ¿puedes decirnos quién eres?

–[Risas] Ahora soy agricultora urbana en Marrakech, pero fui activista revolucionaria. Durante muchos años creé y dirigí organizaciones políticas, participé activamente en la Revolución marroquí y durante varios meses formé parte de la asamblea constitucional ecosocial de la República de Marruecos. Luego participé en las Caravanas del Futuro antes de retirarme de la vida activa porque he estado enferma. Pulmones y corazón. Es el precio que he tenido que pagar por tanta agitación.

–¿Cuándo empezaste a implicarte en política?

–Empecé a tomar conciencia política durante las Primaveras Árabes. Tenía 18 años y participé en las protestas aquí en Marruecos. Observábamos lo que ocurría en Egipto –donde destituyeron a Mubarak–, Túnez, Libia… El mundo entero estaba cambiando. Me emocioné mucho cuando se anunció que íbamos a tener una nueva Constitución… pero al final resultó ser un truco. 

–En otras palabras…

–Pues que el rey mantuvo su poder intacto y, a pesar de algunos maquillajes, las cosas siguieron más o menos igual. Entonces las cosas empezaron a explotar en Europa, Estados Unidos, Brasil y Turquía. Pero al final, con lo que pasó en Egipto, Libia, Siria, Grecia e incluso después en Estados Unidos y Brasil, todo fue muy frustrante. Parecía que el mundo iba a mejor y en pocos años todo retrocedía. 

¿Te sorprendió?

–Fue entonces cuando perdí mi inocencia política. Pero la vida siguió. En 2016, la COP22 fue aquí mismo, en Marrakech. Fue un proceso de aprendizaje e implicación muy interesante para mí, conocer un mundo nuevo. Ya me interesaba el cambio climático y quería participar.

–¿Y participaste?

–Un amigo me invitó a participar en unos actos y me lo explicó todo: cómo el gobierno se había inventado una serie de ONG para que actuaran como extras de la sociedad civil, cómo las negociaciones no iban a ninguna parte, cómo en las mismas salas se hacían los grandes negocios (agrícolas, energéticos, de transporte) de las mismas empresas que estaban produciendo el cambio climático. Era increíble. El ímpetu tras la firma del Acuerdo de París se estaba apagando y, justo en medio de aquella COP, Donald Trump fue elegido presidente de Estados Unidos. No se habló de otra cosa en la conferencia. Trump incluso había prometido desechar el Acuerdo de París. Otra decepción para mí, pero al menos mi amigo ya me había avisado. 

–Fueron muchas decepciones, ¿cómo es que seguiste participando?

–Iba y venía. En aquella época aún no estaba en ningún grupo, hacía trabajos esporádicos, como traducciones y algo de secretaría. Intenté no deprimirme, seguí con mi vida. Era amiga de varias personas implicadas en luchas ecologistas, sociales y de profesores. En Marruecos hubo mucha agitación… Incluso antes de la COP, en Marruecos tuvimos protestas por todo el país porque la policía había asesinado a un vendedor ambulante. La gente estaba descontenta de forma intermitente. Lo estaban desde las Primaveras Árabes. Incluso antes…

–Pero se decía entonces que el gobierno marroquí estaba muy avanzado en política climática… 

–El rey y sus aliados poseían las centrales eléctricas de carbón y gas, y también las centrales solares. En Uarzazat se había construido la mayor central de concentración solar del mundo, hectáreas y hectáreas de paneles en medio del desierto. Desde el suelo no se podía ver en toda su extensión. Pero aquella energía no era para nosotros, el plan era exportarla. A Europa, por supuesto. Y como no había agua para limpiar la arena, teníamos que seguir sacando agua allí donde las comunidades la necesitaban. Además de eso, el gobierno y el rey seguían explotando los fósiles. Incluso durante la cumbre estaban dando concesiones para hacer exploraciones de petróleo y de gas en el mar, y de gas de lutita en tierra firme. Todo lo que pudiera dar dinero, lo hacían. Mientras tanto, gran parte de la población ni siquiera tenía electricidad. Si desmantelaran la planta solar de Uarzazat y entregaran todos esos paneles solares a los pueblos y los barrios, las cosas serían muy diferentes, pero eso no servía a los intereses de la monarquía. Se trataba, sobre todo, de propaganda política.

–¿Y cuándo empezaste a participar más en serio?

–En 2019, cuando empezaron las huelgas climáticas, mi hermana pequeña me pidió ayuda para hablar con los profesores y organizar huelgas, y acepté ayudarla. Entonces apareció Extinction Rebellion Maroc y me picó la curiosidad. Participé en algunas acciones. Fuimos reprimidos duramente por la policía, pero empezamos a crear un grupo con cierta confianza, y a hablar con otras organizaciones que no tenían que ver con el cambio climático, pero que también estaban preocupadas. Se unieron algunas personas que habían participado en la farsa de la COP22 y que realmente querían hacer algo.

Con la COVID todo fue cuesta abajo. Después de la muerte de alguien importante para el movimiento, sentí la necesidad de asumir más responsabilidades. Luego vino la crisis pos-COVID, la crisis energética, la subida de los precios de todo, la invasión rusa de Ucrania y el auge de la extrema derecha en Europa, la masacre en Palestina… Parecía que la premonición se hacía realidad y  que todo, efectivamente, iba cuesta abajo.

Empezamos a hablar con gente de otros países árabes y del norte de África. Lo primero que urgía era detener el acuerdo de la Unión Europea para enviar a millones de refugiados a Libia, pero eso no era suficiente. Las olas de calor estaban provocando la muerte de miles de personas cada año aquí, en Marruecos, pero nunca se decía que morían por el calor o a causa de la crisis climática, siempre se hablaba de «muertes adicionales». 

Y el descontento aumentó. Los precios de los alimentos empezaron a subir, a veces ni siquiera era posible comprar cereales. Fue entonces cuando se produjo la gran «marea muerta»: cientos de millones de peces llegaron a la costa. Las costas atlánticas de Europa, África del Norte y Estados Unidos se cubrieron del color plateado de los peces muertos y del olor nauseabundo que desprendían. Fue devastador para las comunidades pesqueras. Todo el mundo sintió la catástrofe. En aquel momento me involucré en Mundo Nuevo, fue mi primera gran experiencia internacional. Poco después, el gobierno decidió perseguirnos. Varios compañeros fueron detenidos. 

–¿Y tú?

–Me alertaron a tiempo y huí a Europa. Mi madre era francesa y por eso tenía el pasaporte.

Marea de la muerte

Millones de peces muertos en las costas del Atlántico Norte

Los científicos calculan que más de 1.000 millones de peces muertos han llegado a las costas de Norteamérica, Europa Occidental y el norte de África. México, Estados Unidos, Canadá, Noruega, Irlanda, Gales, Francia, España, Portugal y Marruecos se han despertado esta mañana con verdaderas «mareas de muerte». Los científicos apuntan al enorme aumento de la temperatura y a los brotes de algas y cianobacterias que han cubierto amplias zonas del océano, reduciendo la disponibilidad de oxígeno para los peces. Ante la acumulación de nubes de insectos en las costas, que suponen un riesgo cada vez mayor para la salud pública, las autoridades intentan retirarlos con la ayuda de la población.

– – – Interrupción de la grabación – – –

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NUNO SARAIVA

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