‘42 | Las heridas del pasado

Alex y Lia van a ser padres en 2042, en un mundo muy diferente al actual. Para entonces ya se habrá producido el Gran Cambio, con el que la humanidad tratará de enmendar sus errores del pasado. Este es el prólogo de ‘42, la ficción climática imaginada por João Camargo e ilustrada por Nuno Saraiva.
Foto: Ilustración de Nuno Saraiva.

La temperatura media global del planeta en 2041 fue de 15,2 ºC, lo que significó un aumento tras tres años consecutivos de descenso. Es decir, que estuvo 1,4 ºC por encima del nivel de la época preindustrial. En 2042, la temperatura es aún superior a la del año pasado.

En las últimas décadas, hemos alcanzado los 15,6 ºC, la temperatura más alta registrada en el planeta en los últimos 120.000 años, probablemente la más alta en 3 millones de años o más.

Según el WCS, el Servicio Mundial del Clima, que recopila y publica estadísticas meteorológicas, atmosféricas y climáticas de todo el mundo, las emisiones de gases de efecto invernadero en 2041 fueron de 24,4 gigatoneladas de dióxido de carbono equivalente, volviendo a los niveles de emisiones globales de 1970. El objetivo del Tratado Mundial del Clima es que para 2050 las emisiones sean, al menos, la mitad de eso.

La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera es de 430 partes por millón y ha disminuido lentamente en la última década.

Hay 7.500 millones de habitantes en el planeta.

‘42 | Las heridas del pasado
Diagrama de las temperaturas

Lisboa

Alexandre recuesta la cabeza en el regazo de su compañera, Lia. Están en su casa de la Rua da Cruz de Santa Apolónia, a orillas del río Tajo. Lia está embarazada de siete meses.

–António, si es niño –dice Alex, cuyo padre, fallecido hace dos años, se llamaba igual.

–¿Y Marta si es niña?

–No. Marta no.

–¿Por qué no? Era el nombre de tu madre –responde Lia, asombrada. Sus padres siguen vivos, pero Alex perdió a los suyos en la última década. Lia sabe que los padres de Alex eran militantes ecomunistas desde el principio del movimiento, pero Alex no suele hablar de ello.

–Si es una niña podríamos llamarla Carolina. O Catarina.

–A mí me gusta mucho el nombre de Marta. Además, sería un homenaje a su abuela.

–¿Un homenaje? ¿A quién estamos homenajeando?

–¿No era una revolucionaria del movimiento? ¿Una organizadora que ayudó en el Gran Cambio?

–Puede ser. Pero realmente no lo sé. Sé lo que mi padre hizo aquí, pero nunca me dijo lo que ella hizo después de irse. Recuerdo que nos dejó cuando yo tenía 15 años y sólo la volví a ver una vez. Y esa vez no me dijo casi nada. Diez años sin llamadas, ni vídeos, ni cartas. Sin mamá. Nada, hasta que llegó la noticia de que había muerto. Su funeral estaba lleno de gente que no conocía.

–¿Y no quieres saber nada más?

–Pues… no. Tengo otras cosas en que pensar. Ella tomó sus decisiones y yo no formé parte de ellas. Por suerte mi padre se quedó. Se quedó por mí. Y fue muy importante en todo lo que pasó aquí, aunque nunca quiso que nadie le hiciera un homenaje. –Una lágrima corrió por la mejilla de Alex–. Su partida también lo destruyó y lo amargó, sobre todo hacia el final de su vida.

–Está bien, mi amor. A mí también me gusta Carolina. Incluso… ¿Antonia? –Lia le besó la mano y él sonrió con una mueca–. Pero creo que tienes que saber lo que pasó.

–Lo intenté durante años, pero mi padre nunca me ayudó.

–El bebé merece conocer la historia de su familia.

–Quieres saberlo tú, ¿verdad, chismosa? –se rió.

Lia palmeó el hombro de su compañero.

–Sí, yo también tengo curiosidad y quiero saberlo. Si fuera mi familia, seguro que no pararía hasta averiguarlo todo.

–Me lo pensaré. Quizá después de que nazca el bebé.

–Piénsalo. Me encantaría.

En mayo de 2042, nació António.

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