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Entramos en la recta final. A unas horas de que se termine la COP26, una de las cumbres del clima más importantes, el borrador de las conclusiones finales dista mucho de ser esperanzador: pocos compromisos vinculantes, mucho retardismo y mucha procrastinación. Además, después de la investigación publicada por el Washington Post, la esperanza se diluye: hay una brecha considerable entre las emisiones que declaran los países y lo que realmente emiten. Estaríamos hablando de un desajuste global entre 8.500 y 13.300 millones de toneladas de CO2. Si ni siquiera nos podemos fiar de las cifras oficiales, ¿qué nos queda?
Aparecen las dudas: ¿estamos realmente cerca del fin de la financiación a las empresas de combustibles fósiles? Esto es la madre del cordero. Pero, con tantos intereses y los lobbies trabajando duro, será complicado. Arabia Saudí ya ha dicho que no quiere que el borrador incluya ninguna mención a las ayudas a los combustibles fósiles y la delegación de este sector ha sido la más grande en la cumbre. Aun así, hay que mantener la esperanza.
Otro caballo de Troya es el de la financiación de los países ricos a los países en vías de desarrollo para que puedan hacer frente a la emergencia climática. Se trata de un tema de justicia social (y, por supuesto, climática). El Acuerdo de París preveía una financiación de 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020 de los países ricos hacia los países más vulnerables. El dinero no ha llegado y la falta de compromiso es evidente. Como comenta el experto en financiación climática Joe Thwaites, del World Resources Institute, “el lenguaje general en temas de financiación climática es bastante débil, sin verbos de compromiso fuertes. Se habla de notar, de alentar». Es decir, no hay nada en firme. El borrador, de momento, no resuelve las cuestiones que quedaron pendientes en la COP de Madrid.
Un mercado de emisiones tramposo, un pacto contra la deforestación no vinculante y que recuerda demasiado a la Declaración de Nueva York de 2014, que nunca se llegó a implementar, el Net Zero (esa perversa meta que no pretende cambiar el rumbo, sino barrer bajo la alfombra)… Esta semana se sabía que 30 países y seis empresas de la automoción se han comprometido a dejar de vender vehículos contaminantes en 2035. No están en el acuerdo España, Francia, Alemania, Estados Unidos o China. ¿Qué clase de compromiso es este?
Muchas son las promesas y poca la acción real en la COP26
Los y las activistas han estado a pie de calle, el viernes y el sábado (Global Action Day) de la semana pasada. Decenas de miles de personas llenaron las calles de Glasgow para pedir justicia climática. Venían de todas las partes del mundo. Sin embargo, existe la sensación de que el diálogo entre lo que pasa en las oficinas, en este caso, en la Blue Zone, donde se están llevando a cabo las negociaciones entre delegaciones, y la ciudadanía, es inexistente.
Ayer terminaba la People’s Summit, la contra cumbre que ha llenado diferentes escenarios de la ciudad escocesa de charlas, mesas redondas, conferencias, exposiciones y otras actividades tanto académicas como culturales. Se han contabilizado más de 150 eventos, todos ellos organizados por la Coalición COP26, que engloba más de un centenar de organizaciones y colectivos ecologistas tanto locales como internacionales.
En estos encuentros se ha explicado a la población los conceptos básicos y se ha puesto luz a los informes, pactos y acuerdos que salen de la Blue Zone. Es, de lejos, la acción más radical que se puede hacer: explicar a la gente que esto es urgente, que no pueden continuar engañándonos, desgranar palabra por palabra todos esos discursos y acuerdos.
Termina la COP y la ciudad está cansada. Ayer mismo, en un bus repleto que se dirigía a Thornliebank, a las afueras de la ciudad, un hombre mayor arremetía contra la cumbre: “Fuck COP26”, decía. Varias personas le daban la razón: el bus había llegado una hora tarde y la gente estaba apelotonada, intentando llegar a casa.
En el pub Times Square, en el centro de la ciudad, hace unos días, el gerente se quejaba: “La gente de la COP sale tarde de la Blue Zone y se va al hotel directamente, no viene a los bares. Los de aquí, además, no están viniendo tampoco, porque hay demasiada gente en la ciudad y se agobian”. Reconocía haber preparado opciones veganas solo para estos días.
Otro día, cenando en el Dehli Darbar, un restaurante de comida india en el centro comercial St. Enoch, una camarera aseguraba: “No está viniendo más gente, pero yo llego cada día tarde a trabajar”. La ciudad, además, está sucia: llena de pancartas, vasos de café para llevar, propaganda, ejemplares de la edición internacional del New York Times tirados en el suelo. Yo me pregunto ¿cuál es el impacto emocional que tienen los eventos de estas características en los y las residentes de las ciudades? Me recuerda al Mobile World Congres que se celebra en Barcelona cada año. Es entonces, cuando los y las barcelonesas nos encerramos en casa hasta que pase la tormenta. ¿Quién se enriquece con estos encuentros? La ciudadanía, no. Eso es seguro.
All in all, esta cumbre está siendo agotadora para todas: locales cansados de ver su ciudad arrasada de gente con acreditaciones azules, periodistas que trabajan jornadas de 14 horas, pequeños empresarios y empresarias que pierden dinero (por difícil que parezca), etc. Mientras, Boris Johnson, sumergido en un escándalo de corrupción, intenta limpiar su imagen en los pasillos azules de Naciones Unidas.
Y last but not least: hay contagios de Covid-19. El Gobierno británico aún no ha querido dar cifras, pero en una semana, si la cosa se desmadra, tendrá que dar explicaciones. En el sistema de registro de resultados de antígenos del Gobierno británico se pueden registrar tests negativos sin ni siquiera haberlos hecho. Habrá que confiar en la gente, pero el sistema tiene lagunas.
Aún en Glasgow, quedamos a la espera del acuerdo definitivo. Hay que ser optimista y pensar que el compromiso será firme, mientras tanto: dudemos.
Hay dos COP.
La COP del Norte Global está llena de lavado verde, multimillonarios y políticas excluyentes. Luego está la COP que tiene lugar en las calles de Glasgow y ciudades de todo el mundo. Está formado por comunidades indígenas, jóvenes y personas que lideran la lucha para salvar sus hogares y una forma de vida.
Activistas y delegados que representan a comunidades vulnerables en la primera línea de la crisis climática, desde las Islas del Pacífico hasta los Pueblos Indígenas en América Central, están aquí librando una larga y dura batalla para que sus voces sean escuchadas.
Son las personas que apuntan hacia soluciones reales, justas y equitativas a la crisis climática, tanto dentro del centro de conferencias como fuera de las calles de Glasgow. Su lucha continuará después de que termine la COP.