Etiquetas:
Andreu Escrivà (Valencia, 1983) aparece sonriente en la pantalla. No es para menos. Acaba de publicar su tercer libro, Contra la sostenibilidad. Por qué el desarrollo sostenible no salvará el mundo (y qué hacer al respecto), un ensayo valiente que desmantela los mitos y leyendas que nos han vendido respecto a la crisis climática, y en el que aporta recetas para combatirla. Al fondo, pueden verse montones de estanterías repletas de volúmenes que hablan de su trayectoria: este doctor en Biodiversidad y licenciado en Ciencias Ambientales posee una gran erudición sobre un tema crucial para afrontar el siglo XXI, pero quizá su mayor virtud resida en la claridad de su escritura y esas dotes pedagógicas que lo convierten en un fantástico divulgador. Autor de Y ahora yo qué hago (2020) y Aún no es tarde (2018, Premio Europeo de Divulgación Científica Estudio General), su última obra, publicada con Arpa Editores, tiene visos de convertirse en un referencia para entender la crisis ecosocial y luchar contra el greenwashing. De ella conversamos.
¿Cómo surge el libro y cómo lo fue escribiendo? Cuenta que fue un proceso de años. ¿Ha pasado por distintas fases?
Hace diez años anoté un esquema que se llamaba contra el medioambiente, y ahí había algunos apartados… De hecho, contra el coche eléctrico era en realidad contra el coche híbrido, y había otros como contra el oso panda, pues era la típica conservación basada en especies peluche. Eso se quedó durmiendo en mi ordenador, yo pasé a escribir de cambio climático, y luego en enero de 2019 hice un hilo en Twitter criticando la palabra «sostenibilidad», porque tras una charla a la que asistí yo había cuestionado este término y hubo cierto revuelo. Obviamente, ya había críticas contra la sostenibilidad y el desarrollo sostenible, pero lo que me dio un calambrazo fue que en 2019 hubo mucha gente que reaccionó al hilo. Hasta me llamó un periodista de La Vanguardia, que hizo un tema sobre «palabras banalizadas» y me dio a entender que ahí había un caldo de cultivo interesante. Y así surgió Contra la sostenibilidad, que es una reflexión sobre si realmente estamos enfocando esto bien o no, porque ya tenemos demasiados indicios de que no estamos yendo por el buen camino: estamos planteando la movilidad como coche eléctrico, o el cambio de economía como economía especulativa de finanzas sostenibles… Todavía falta mucha reflexión, pero, así como en el 2017 o 2018 había que hacer un esfuerzo puramente divulgativo de qué es el cambio climático, ahora creo que la sociedad está más madura para participar y alentar debates más profundos, y eso me da esperanza.
Insiste en ir a la contra de muchos conceptos: contra el reciclaje, o contra la transición ecológica. De alguna manera, está intentando decirnos que hay que desaprender antes de ponerse en marcha a combatir la crisis climática. ¿Hemos sido engañados?
La palabra es desaprender, sí. Más que «contra» en el sentido de dinamitar un muro, se trata de quitar los ladrillos y construir otra cosa, cambiando algunos. La clave es que nos han hecho pensar que la sostenibilidad es una cosa que no es, que parece que hay que cuidar el envase de algo, o poner un sello verde a un coche que contamina mucho. Entonces, creo que ha habido un engaño. Hay una parte de autoengaño, porque al final nos gusta pensar que podemos cambiar pequeñas cosas y seguir igual; a lo que nos resistimos como gato panza arriba es a un cambio de sistema económico que nos obligue a hacer mudanzas de calado en cómo funcionamos socialmente y como personas. Pero, más allá de nuestras resistencias, creo que ha habido un esfuerzo muy consciente en muchos sectores por engañar. Desde cómo calificas una inversión como sostenible, hasta engaños como el del plástico, es decir, si conseguimos que la gente piense que el reciclaje funciona, seguiremos vendiendo mucho plástico. Y, por supuesto, el de las petroleras, el de Exxon, que hemos visto estas semanas. Ha habido un engaño deliberado, y yo creo que las grandes industrias se dan cuenta de que resulta más rentable, en vez de oponerse frontalmente, desviar la atención y dirigirnos por un sitio haciéndonos pensar que vamos por el buen camino, cuando no es así. Creo que hay un problema enorme con la sostenibilidad, porque se ha vaciado de significado y se ha rellenado con otros que no son positivos, y por lo tanto la palabra no nos sirve. Esa parte central no debe entenderse como una pataleta sino como un ejercicio, como tú has dicho, de desaprender.
Pero es mucho más difícil así, ¿no? Imagínese decirle a la gente: «ahora no sirve reciclar», con todo lo que hay montado alrededor.
No, no. Hay que decirle a la gente: hay que reciclar, y hay que hacerlo mejor, pero no nos pensemos que eso es la sostenibilidad, ni que simplemente reciclando eliminaremos el problema de la producción de plástico, o de la gestión de los residuos plásticos, o de cómo se ha extraído ese petróleo. Al final es tratar a la gente como adultos y no como a niños que coleccionan cromos de sostenibilidad. Evidentemente, si te compras una botella de plástico, hay que ponerla en el contenedor que toca. Igual que te digo que el coche del futuro será un coche eléctrico, y es mejor en términos medioambientales que un coche de combustión. Ahora bien, que sea mejor no implica que sea la solución maravillosa, porque el coche eléctrico lo que hace es bloquear cambios de movilidad a mayor escala: desechar el vehículo privado por el transporte colectivo, reducir el espacio del coche en la ciudad, ganar espacio urbano para renaturalizar, etc. Sé que es un ejercicio complicado, pero hay que diferenciar las cosas que genuinamente la gente hace para intentar disminuir su impacto ambiental, como ahorrar luz, agua, moverse menos, reciclar, etc., con el hecho de que ese sea el camino que tengamos que tomar como objetivo último o que eso sea la sostenibilidad. Un coche eléctrico es insostenible por definición; el consumo que tenemos de plástico, lo reciclemos o no, es insostenible, y ahí hace falta esa pedagogía. Yo espero que con cada capítulo la gente tenga una especie de caja de herramientas…
Hay una desigualdad abismal entre el consumo de recursos naturales por parte de los ricos, digamos el 10%, y el resto del planeta. Sin embargo, advierte que poner ahí el foco puede desincentivar la acción: si fulano viaja X veces en avión privado, yo me puedo ir de vacaciones a República Dominicana. Pero creo que hay que matizar también quién es «el resto», posiblemente en Europa muchos estemos, si no entre el 10% más rico, sí entre el 20%-25% mundial. ¿Cómo activar las conciencias?
Ésa es una de las partes más difíciles. Es verdad que cuando hablamos a nivel mundial, muchos nos asustaríamos de ver en qué porcentaje estamos de riqueza. Hay mucha gente en España que no se lo cree, pero estaría en el 10%, o incluso en el 5%, o aunque estemos en el 20%… Es ahí arriba. Otra cosa interesante es que la desigualdad de emisiones ahora mismo se explica más por la desigualdad dentro del propio país; es decir, ahora hay más diferencia entre los ricos y pobres del propio país en cuanto a emisiones de carbono que entre distintos países. Aquí tenemos un hecho incontestable, y es que cuanto más rico eres, más contaminas, y que los muy muy ricos contaminan muchísimo, con lo cual tenemos a gente que vive ajena a cualquier tipo de limitación y consideración sobre el daño que está haciendo.
Pero lo que yo digo es que el hecho de que Taylor Swift coja su jet privado hasta para comprar el pan no evita que tengamos que hacer transformaciones estructurales, y esa cuestión es fundamental. Ni prohibiendo todos los jets privados evitaríamos tener que hacer transformaciones profundísimas en nuestro modelo productivo, consumo de energía, materiales, etc. Ahora bien, no creo que esos cambios estructurales puedan darse en una sociedad que libremente deja que haya gente que se salte todas las normas y pague por emitir lo que quiera. La gente no se va a sentir impelida a actuar si sigue viendo cómo hay quien pasa de todo esto.
Es una cuestión simbólica, pero al final el cambio climático va también de narrativas, de historias personales y colectivas, de cambios políticos, y todo eso se construye con emociones y con vínculos. Por ejemplo, el mundo tenía el mismo conocimiento de las emisiones de CO2 antes de que Greta Thunberg se pusiera en huelga, pero ahí hay una historia, nos hace sentir partícipes de esta reclamación, de esta rabia. Pues yo creo que no nos vamos a poder sentir partícipes de un esfuerzo colectivo mientras sintamos que hay gente que escapa a él. Y por eso es tan importante limitar esos comportamientos y estilos de vida tan insostenibles de los ricos, para poder hablar de condiciones colectivas de vida.
Entre las estrategias fallidas contra las que hay que ir es importante destacar la neutralidad climática porque compone el núcleo de muchas políticas contemporáneas. ¿Puede explicar por qué es tan dañina?
La neutralidad climática suena muy bien: es un término que podemos entender y se puede revestir con mucha pompa. ¿Cuál es el problema? Que la neutralidad climática nos lleva a emitir tanto como lo que podamos absorber de gases de efecto invernadero (GEI): tú emites 10 y tienes que ser capaz de capturar 10. Ahí hay varios problemas. El principal es que estamos pensando en la neutralidad como meta para 2030 o 2050, cuando no debería ser una meta sino un paso, en el sentido de que no querríamos llegar a un estado de neutralidad donde lo que emitimos pueda ser absorbido, porque eso implica que la concentración de CO2 se queda estática.
Ahora mismo deberíamos estar pensando estrategias para disminuir esa cantidad de carbono que hay en la atmósfera, porque mientras esté estable en un nivel superior a las 350 ppm (partes por millón), y ahora estamos en unas 418, el calentamiento superior a 1,5 ºC y a 2 ºC está asegurado. Además, esos objetivos de neutralidad se están publicitando de cara a 2030, 2040 o 2050. Y muchas empresas e incluso gobiernos que publicitan estos objetivos están aumentando sus emisiones, con lo cual te están diciendo: de aquí a 20 años yo seré neutro, pero mientras voy aumentando, cuando justamente los años críticos para disminuir emisiones son ahora, estos próximos 10 años.
Y una última cosa por la que es tan perverso el término es que esa neutralidad climática viene dada por proyectos de captura de carbono que, o bien son experimentales de tecnología que no está a la escala necesaria ni va a estarlo en 20 años, o bien se basan en esquemas neocoloniales de intervención en territorios del Sur Global mediante los cuales se llega incluso a expulsar a la población indígena para plantar, por ejemplo, monocultivos de árboles que capturen CO2 porque le interesa a una empresa holandesa tenerlo en su memoria de sostenibilidad. Por eso creo que es uno de los conceptos que hay que combatir.
Partiendo de las enseñanzas de Erik Olin Wright, dice que hay que «erosionar el capitalismo» y actuar desde los intersticios. ¿Puede darnos ejemplos concretos de esa erosión?
[Cariacontecido – ríe] ¡No porque la esperanza cristalice en ideas abstractas tenemos que desecharlas! Yo creo que esos intersticios pueden surgir sobre todo del cooperativismo y el asociacionismo; es decir, de unirse con otras personas para ir cambiando pequeñas parcelas de realidad. Yo no salvo el mundo, pero soy de Som energia, que es una cooperativa energética. Estamos viendo que hay pequeños resquicios como ése, o las comunidades energéticas, o el autoconsumo, que por fin parece que está despegando. O los huertos vecinales, o que puedan vender los agricultores directamente a kilómetro cero. O, por ejemplo, la recuperación del espacio urbano. Al final son pequeñas utopías, como las superislas de Barcelona: no son perfectas, pero se ha recuperado un espacio que parecía cedido para siempre al coche.
Es verdad que son insuficientes, y a veces uno se siente impotente porque, por mucho que compre de proximidad, sigue viviendo en un sistema capitalista que no tiende a eso, pero sí que creo que hay una capacidad de erosionar desde distintos frentes y de visibilizar alternativas y posibilidades. A mí me gusta recuperar un ejemplo de Valencia. Aquí durante el franquismo, es decir, durante una dictadura fascista en la cual lo de la protesta estaba regular, se paralizó la urbanización del jardín principal, el río Turia, que iba a ser una autopista. Eso se paralizó por una protesta vecinal. Luego la Albufera, parque natural, también se iba a urbanizar y se paralizó por otra protesta vecinal muy fuerte. Ahora los valencianos y valencianas podemos disfrutar de estos espacios fundamentales porque hubo quien pensó que eso era posible en un momento de condiciones políticas mucho más adversas que las actuales. Yo ahí cojo inspiración. Creo que tenemos el deber de visibilizar las cosas buenas, de ver ese cambio. Por ejemplo, la experiencia de la Asamblea Climática, que muestra que la gente, cuando se la sensibiliza y dispone de tiempo para pensar y de diferentes científicos que le transmitan información, tiene muy claro el tipo de medidas por las que apuesta.
Habla de ir «contra el catastrofismo»; sin embargo, los datos de emisiones, etc. no son nada halagüeños. En general, en su libro se da una reflexión muy profunda sobre qué términos emplear, qué palabras son más o menos apropiadas, cuáles son sus efectos… ¿La encrucijada de la crisis climática se juega en el lenguaje?
Tengo que decir que tengo muchas dudas sobre cómo comunicar todo esto. Y entiendo que humanamente es difícil enfrentase a la perspectiva de crisis climática, caos ecológico y hasta derrumbe civilizatorio que se pueden vislumbrar en el horizonte. Y creo que no tenemos que tildar de catastrofistas a quienes simplemente están compartiendo datos o dando la voz de alarma, pero hay determinado tipo de divulgación que, de forma consciente o inconsciente, lo que está haciendo es alimentar la inacción mediante la inoculación de la certeza de que no hay nada que hacer.
El problema es que, pese a que el cuerpo nos pida intentar sacudir a alguien, cogerle de las solapas y decirle: «¡¿Es que no lo ves, o qué?!», debemos intentar siempre que la gente se active, se movilice, piense, presione y cambie. Yo lo intento, quizá no lo consigo siempre, pero al final se trata de divulgar realidades y que esa divulgación ayude a la transformación. Creo que hay algunos tipos de comunicación científica o ambiental que no contribuyen a la activación, sino más bien lo contrario. A mí me han llegado algunas personas que me han dicho: oye, me he leído esta entrevista y es que no hay nada que hacer. Yo eso en Ahora yo qué hago lo cuento así: nos vamos a morir todos, y no por eso nos cruzamos de brazos y nos ponemos a reptar por el salón de nuestra casa. Pues esto es lo mismo: al final saber que va a ser difícil y que no va a salir como queremos no tiene que ser un impedimento para intentar hacer las cosas lo mejor posible. Mientras estemos aquí hay que intentar inocular la capacidad de acción.
Además, cuando yo voy contra los catastrofistas no voy a favor de los unicornios, sino de decir: vale, tenemos pérdidas muy graves a nivel de biodiversidad, temperatura, etc., pero queda más por salvar que lo que hemos perdido. Y ahí creo que algunas personas y movimientos tendríamos que hacer un examen de reflexión sobre qué estamos transmitiendo. Asumiendo que siempre transitamos la delgada línea en la cual si te pasas de optimista parece que no haya ningún problema, con lo cual, oye, ya lo vemos en 10 años, y si te pasas de negativo, pues para qué voy a hacer nada si está todo perdido. Eso es muy difícil. Yo me posiciono en contra de los que conscientemente alimentan escenarios de miedo, de no querer ver el futuro y de aversión a cualquier posibilidad de cambio, porque al final todo eso puede ser cooptado por los ecofascismos.
QUE DAVOS NO NOS DISTRAIGA, OTRO MUNDO ES POSIBLE.
Una vez al año, una multitud de jets privados descienden a la pequeña ciudad montañosa suiza de Davos para la reunión anual del Foro Económico Mundial (FEM). Sin ningún rubor, los asistentes se han entregado al noble propósito de usar el capitalismo para resolver los problemas causados por el propio capitalismo, y así continuar exacerbando desenfrenadamente la desigualdad y explotando sin piedad nuestro planeta.
En este primer foro a gran escala desde que golpeó la pandemia del coronavirus, la élite corporativa parece preferir imaginar el fin del mundo -al menos para otros- en lugar de tratar de cambiar el sistema económico que causa tanto perjuicio.
La buena noticia es que las soluciones ya existen y muchas otras surgirían si creamos espacio para ello. Mientras los multimillonarios del FEM se estancan en la inercia de sus intereses, personas y comunidades de todo el mundo están creando sus propias soluciones a las crisis que enfrentan, particularmente en el Sur Global. ¡Y funcionan!
Las personas están trabajando conjuntamente para crear formas de vida dignas, más justas, más seguras y sostenibles. El capitalismo neoliberal extractivista, consumista y polarizador está fuera de estas soluciones. La justicia juega un papel fundamental, pues reconoce los impactos desproporcionados que existen en aquellos que menos han contribuido a los problemas.
El Foro Económico Mundial, un evento súper contaminador.
Muchos de los participantes viajan a Davos en jet privado, burlándose del compromiso proclamado por el FEM con los Objetivos Climáticos de París de 1,5 °C. El análisis presentado por Greenpeace revela la hipocresía ecológica de sus asistentes. Incluso haciéndolo desde distancias muy cortas, más de mil aviones privados entraron y salieron de los aeropuertos que sirven a Davos durante la semana del FEM de 2022, provocando emisiones de CO2 equivalentes a 350 000 automóviles. Mientras tanto, el 80% de las personas en el mundo, que nunca han volado, luchan contra el calor extremo, las inundaciones y las sequías, que son cada vez más frecuentes y peligrosas.
Los jets privados y los vuelos de corta distancia, con alternativa en tren viable, son la ilustración más llamativa de la desigualdad climática e invalidan cualquier declaración de buenismo climático. Por ello, Greenpeace pide una prohibición en toda Europa del uso de aviones privados.
El FEM es un evento privado en el que la mayoría de las personas pagan para entrar. Por lo general, asisten alrededor de 3000 líderes empresariales, líderes políticos y representantes de los medios. Este no es el multilateralismo que necesitamos.
La élite de Davos ha acumulado una antidemocrática cantidad de poder para apuntalar un sistema peligroso, contaminante y defectuoso que solo funciona para su propio beneficio y a expensas de la gente y del planeta. Como señala el Transnational Institute, hay pruebas considerables de que las reuniones del Foro Económico Mundial han estimulado el avance de la economía neoliberal, ampliado el dominio de las grandes corporaciones sobre las economías nacionales y locales, al tiempo que limitado la capacidad de los responsables políticos de legislar en aras del interés público. Además, tras la crisis financiera mundial de 2008 ha contribuido a diluir la regulación del sector financiero.
La frecuente colusión entre actores privados y representantes políticos, que deberían perseguir el interés general, es un incentivo a la concentración de riqueza y poder, de destrucción ambiental, explotación humana, la evasión y elusión de impuestos y la degradación democrática. Priorizar la riqueza privada ha causado, y continúa causando, una injusticia social generalizada junto con el colapso climático y ambiental.Las discusiones en Davos excluyen a las personas más impactadas por las prácticas del poder corporativo. Las soluciones no tendrán viabilidad, ni llegarán a la raíz de los problemas, si se ignora a estas personas. Invitar a algunos representantes de la sociedad civil de manera simbólica no lo convierte en un foro inclusivo. Especialmente cuando aquellos que desafían la narrativa dominante no se les vuelve a invitar.
La Alianza para la Lucha contra la Desigualdad pide impuestos sobre la riqueza para reducir la desigualdad extrema que crea y exacerba tantas crisis en nuestras sociedades. El último informe de Oxfam muestra que el 1% más rico acaparó casi dos tercios de toda la riqueza creada desde 2020 (42 billones de dólares), que es casi el doble que el restante 99% de la población mundial.
Gravar a los ricos y su enorme riqueza es una prioridad evidente para cualquier responsable público. ¿A qué están esperando?
https://es.greenpeace.org/es/noticias/que-davos-no-nos-distraiga-otro-mundo-es-posible/?utm_term=boton&utm_campaign=General&utm_medium=email&_hsmi=243464752&_hsenc=p2ANqtz–v9m_n8F_0udTnz
[…] En muchas fuentes expertas se habla de ese uso abusivo y embaucador de la palabra. Cualquiera podría servir, pero voy a extraer algunas frases de una entrevista a Andreu Escrivà que podréis encontrar íntegra en este enlace. […]