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La Antártida siempre ha sido un refugio para quienes buscan desesperadamente argumentos con los que desacreditar el innegablemente cambio climático causado por los seres humanos. Pero después de lo ocurrido en la última semana, las pocas excusas que tenían -y que ya hacían aguas- se les acaban.
Aunque el Polo Sur (la Antártida) ha acumulado en los últimos años suficientes motivos para la preocupación, los negacionistas suelen comparar su situación con su hermano del norte, el Ártico, para hacer creer que no existe el cambio climático o que no es tan grave. Sin embargo, enfrentar lo que le ocurre a uno y otro, que siguen dinámicas diferentes, es simplificar un fenómeno muy complejo y único. Aun así, y a pesar de todo el ruido, la conclusión es la misma: ambos polos están sufriendo los efectos del calentamiento global.
El pasado 18 de marzo, la estación Concordia, a más de 3.200 metros sobre el nivel del mar y en el corazón del continente antártico, registró un nuevo récord de calor: -12 ºC. Esta cifra, aunque sigue significando frío, supone una anomalía de 40 °C y supera el anterior registro en más de 20 ºC. Supone una desviación estándar de 7 unidades; superar 3 ya es señal de que algo no va bien. “Esta ola de calor, que sigue a la ola de calor invernal de julio de 2021, parece indicar un aumento en la intensidad de estos episodios extremos en las tierras altas de la Antártida”, señalan desde el Laboratorio J.L. Lagrange, una Unidad de Investigación Conjunta del Observatorio de la Costa Azul, el CNRS y la Universidad de la Costa Azul.
Este hecho supone un antes y un después. Así lo ve, al menos, el periodista y climatólogo Stefano Di Battista, que aseguraba en un tuit que tras este suceso «se reescribe la climatología antártica». Una visión similar a la de otros colegas científicos: «Este acontecimiento está reescribiendo los libros de récords y nuestras expectativas sobre lo que es posible en la Antártida«, escribió el físico Robert Rohde, científico principal del Berkeley Earth.
“Un aumento de temperatura en superficie tan grave como el que se está registrando [en la Antártida] implicaría también un aumento brutal de la temperatura del hielo en la base, superando los 0 ºC y produciendo una fusión masiva de hielo. Toda esa agua fundida en la base favorecería el deslizamiento del casquete polar hacia el océano, produciendo una gran aceleración y una llegada masiva del hielo” al mar, explica María Gema Llorens, Investigadora «Juan de la Cierva» de la Universidad Autónoma de Barcelona a través de Science Media Centre (SMC) España.
En el otro extremo, en el Ártico, también ha ocurrido este mes un evento extremo similar: hasta 30 ºC de más respecto a lo esperable en esta época del año. Según el Instituto Meteorológico de Noruega, la estación situada en la isla de Hopen registró 3,9 ºC y la ubicada en Ny-Alesund, en la isla de Spitsbergen, marcó 5,5 ºC. Anteriormente, los récords estaban en 3,6 ºC –datado en 1957– y 5 ºC –en 1976–, respectivamente.
“Ambos fenómenos meteorológicos están relacionados con el transporte de calor y humedad hacia los polos, de forma similar a los ríos atmosféricos”, detalla el doctor Zachary Labe, científico climático de la Universidad Estatal de Colorado. Lo corrobora Sergi González, científico que forma parte del Grupo Antártico de la AEMET, que deja claro que ambos sucesos son en principio “totalmente independientes, ya que normalmente los hemisferios norte y sur están poco interconectados”. Aun así, señala que si las olas de calor son cada vez más comunes, “puede ser cada vez más probable ver estos eventos de forma simultánea”.
Y este no es un hecho aislado, recuerda Gonzàlez: “A principios de febrero se registró otra ola de calor muy intensa en la Península Antártica con una estación batiendo su récord. En febrero, pero de 2020, se registró otra también en la Península que registró el récord de temperatura en el continente”, detalla el experto, que tiene claro que “el cúmulo de estos episodios históricos de calor es lo que nos debería preocupar, y a falta de estudios de atribución, son el indicio más evidente de que algo pasa en la Antártida (y en el mundo)”.
Lo que sucede en los polos no se queda en los polos
El Ártico es una bomba climática que se calienta tres veces más rápido que el resto del planeta, tal y como alertaba el IPCC en uno de sus últimos informes. En junio de 2020, la ciudad rusa de Verjoyanskm, en el Ártico, registró 38 ºC.
Estas altas temperaturas y olas de calor han hecho que el polo norte experimente en los últimos años una disminución récord de su capa de hielo. Durante la pasada década, la superficie media anual de hielo marino del Ártico alcanzó su nivel más bajo desde al menos 1850. Y es que su extensión mínima de hielo marino disminuye a una tasa del 13,1% por década.
La situación de la Antártida, aunque diferente, es también alarmante. En febrero, el hielo marino en las aguas del Polo Sur alcanzó su punto más bajo. Y lo ha hecho solo cinco años después del anterior récord, que databa de marzo de 2017. Como explica la NASA, tanto las capas de hielo de Groenlandia (Ártico) como la Antártida están perdiendo cantidades significativas de hielo terrestre como resultado del calentamiento global causado por el ser humano. Ambas han estado perdiendo masa desde 2002.
La consecuencia de desestabilizar el clima en las zonas polares puede ser “un efecto dominó de cambios a nivel planetario que genere un cambio climático abrupto”, pues “estas zonas juegan un papel crítico en la regulación del sistema climático global, así como en el nivel del mar”, cuenta el oceanógrafo Carlos M. Duarte en SMC. Sin ir más lejos, grandes nevadas recientes ocurridas en Europa estuvieron motivadas por la pérdida de hielo en el Polo Norte. Sobre el aumento del nivel del mar, el IPCC explica en una de sus últimas publicaciones que “si se derritieran por completo ambas capas de hielo, el agua liberada elevaría el nivel del mar en unos 65 metros”.
La Gran Barrera de Coral sigue tiñéndose de blanco
Y de unos ecosistemas únicos a otro: la Gran Barrera de Coral ha sufrido su cuarto blanqueamiento masivo desde 2016 (el sexto desde 1998), y lo que es más preocupante: a pesar de las condiciones de La Niña -un evento climático que enfría las aguas del Pacífico-, según ha confirmado este viernes el organismo encargado de gestionar y monitorizar el arrecife. Este fenómeno, que se viene dando de manera creciente desde la década de los ochenta con el aumento de las temperaturas de los océanos, ha dejado de ser una novedad.
El blanqueamiento, que marca el inicio de la muerte de los corales, responde a una situación de estrés que tiene poco de natural: se debe directamente al aumento de las temperaturas como consecuencia de las emisiones que generan la quema de combustibles fósiles y otras actividades humanas.
La Gran Barrera de Coral, situada frente a la costa de Queensland, al noreste de Australia, se extiende a lo largo de 2.600 kilómetros y ocupa una superficie de más de 348.000 km2. Su tamaño es similar al de toda Italia y es un ecosistema fundamental para la vida de muchas especies y miles de personas. De los corales depende el 25% de toda la flora y la fauna marina en el mundo. Su deterioro, además de contribuir a una pérdida dramática de la biodiversidad, actúa como alarma para el ser humano: los océanos producen y filtran la mitad del oxígeno que respiramos.
Este evento ha coincidido con una misión de la Unesco para estudiar si la Gran Barrera debe ser incluida en la lista de bienes en peligro. Los arrecifes de coral, por su importancia, entraron en la lista del Patrimonio Mundial en 1981. Dado su estado, el año pasado se intentó que se incluyera en el grupo de los bienes amenazados. Sin embargo, el Gobierno de Australia consiguió retrasar la decisión pactando, entre otros, con España, que a cambio recibió el apoyo necesario para su propuesta de inscribir el Paseo del Prado y el Buen Retiro en el Patrimonio de la Unesco. De entrar finalmente la Gran Barrera en la lista, sería la primera vez que un bien se incluye debido a los daños causados por el cambio climático.
Movilización juvenil
La Gran Barrera de Coral no es el único motivo de preocupación para los activistas climáticos australianos. Las sequías, el aumento de incendios que han arrasado millones de hectáreas de territorio y las inundaciones que recientemente han azotado el este del país angustian a buena parte de la población, singularmente a los jóvenes. Cientos de ellos se movilizaron hoy en el marco de las manifestaciones anunciadas por Fridays for Future. Llevaron su marcha hasta las mismas puertas de Kirribilli, la residencia del primer ministro en Sídney.
Su principal reivindicación es que el gobierno de Scott Morrison dé un giro a su política energética y deje de financiar las industrias del gas y del carbón para dedicar esos fondos públicos a las energías renovables. «Estamos furiosos con el gobierno de Morrison. Estamos asistiendo a un desastre climático tras otro, desde incendios forestales a inundaciones», ha declarado Natasha Abhayawickrama, una de las organizadoras de la manifestación, a la agencia AFP. «Sabemos que son los combustibles fósiles los que han intensificado estas catástrofes», añadió.
Manifestaciones como la australiana tendrán lugar hoy a lo largo de todo el mundo. También en España, donde arrancarán en la tarde del viernes..
Greenpeace Dinamarca:
Si queremos salvar la vida bajo el agua a lo largo de nuestras costas no podemos evitar reducir el número de animales en la agricultura y la superficie utilizada para la alimentación.
Las soluciones al estado de emergencia de la naturaleza son hacer espacio de vuelta a la naturaleza, cultivar más alimentos a base de plantas directamente para los humanos y acelerar la transición al cultivo orgánico.
Las condiciones de vida de las plantas y animales acuáticos solo están empeorando a lo largo de las costas.
El principal culpable del fondo marino estéril es la gran producción de animales agrícolas. El cultivo intensivo de forraje en la mitad de la superficie terrestre requiere grandes cantidades de fertilizante. Los residuos del estiércol se filtran cuando llueve y representan la gran mayoría del nitrógeno que contamina nuestros arroyos y fiordos y sofoca la vida debajo de la superficie del agua.
Las emisiones agrícolas de nitrógeno han provocado la muerte de peces y han transformado los entornos marinos vivos a lo largo de nuestras costas en desiertos submarinos. Más del 95 por ciento de las áreas oceánicas en la actualidad se encuentran en condiciones «malas» o «pobres».