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El autor es Fernando Prieto, doctor en Ecología y miembro del Observatorio de la Sostenibilidad (OS)
En medio de la tragedia de la COVID-19, con enormes incertidumbres sobre cómo se seguirá desarrollando la pandemia, tanto en nuestro país como en el resto del mundo, o si volverá a haber focos en la propia China, es urgente pensar en cómo será la recuperación para el post-COVID; visualizar cuáles serán los retos del día siguiente. Y uno de ellos es, sin duda, la emergencia climática, riesgo de colosales proporciones que sigue gravitando sobre nuestras sociedades. Y, entonces, surgen algunas preguntas: ¿Contribuirá la crisis del coronavirus a aplanar la curva del clima?, ¿tendrá la crisis sanitaria de la COVID-19 efectos positivos duraderos sobre la temperatura del planeta?
Para ello, analizamos varias series temporales que nos pueden ayudar a responder estas preguntas:
- concentración de CO2 de la atmósfera medida en ppm (partes por millón) y visualizada en la famosa curva de Keeling con datos desde 1958 hasta marzo de 2020 (datos publicados el 6 de abril)
- evolución de las temperaturas entre 1880 y 2019;
- emisiones de gases de efecto invernadero debidas al ser humano en usos de combustibles fósiles, producción de cemento e industria recogidas por Carbon Budget Project desde 1959;
- análisis de la disminución de emisiones que han tenido las cuatro grandes crisis mundiales en las últimas décadas -crisis del petróleo, crisis de la deuda latinoamericana, caída dela URSS, y crisis financiera de Lehman Brothers- para intentar prever que puede pasar con la producida por la COVID-19.
Todavía no hay datos estimados de la reducción en emisiones de gases de efecto invernadero que tendrá esta crisis, ya que dependerá de las semanas o meses que esté parada la industria, el transporte y la economía, pero también del tipo de recuperación que se produzca una vez pasados los efectos más graves de la pandemia.
Los datos hasta finales de marzo de la curva de Keeling señalan que la concentración media de CO2 para este último mes (datos publicados el 6 de abril) ha sido de 414,5 ppm. En este sentido, la tendencia ha aumentado desde marzo de 1958, donde la concentración era de 315,7 ppm.
Las temperaturas medias mundiales han subido en torno a 1,1 ºC respecto al periodo preindustrial, y 19 de los 20 años más cálidos han ocurrido desde 2001, con la excepción de 1998. Por su parte, las emisiones de gases de efecto invernadero debidas a la acción humana por consumo de combustibles fósiles, industria y producción de cemento han pasado desde las casi 10,9 millones de toneladas métricas estimadas en 1757 a un total de casi 40 gigatoneladas en 2019 estimadas por Carbon Budget Project, lo que demuestra una tendencia continuada de aumento en el tiempo.
Analizando las diferentes crisis económicas, en el caso de la crisis del petróleo hubo un descenso en 1974 y 1975 de 1Gt, pero en 1976 ya se emitía más que en 1973. En cuanto a la crisis de deuda latinoamericana, el descenso fue de 0,6 Gt en 1980, aunque en 1983 volvió a superar las emisiones de 1979. En la caída de la URSS, se produjo una bajada de 0,7Gt en 1992, volviendo a subir en 1995 respecto a 1991. Finalmente, en la reciente crisis financiera de Lehman Brothers, se produjo una bajada de 0,5 Gt en 2009, pero en 2010 ya había subido otra vez las emisiones respecto a 2008.
Del análisis de esta información cuantitativa y de la comparación con anteriores crisis económicas y sus efectos en el clima, se puede concluir (a inicios de abril, momento en el que existen todavía muchas incertidumbres) que todavía no hay efectos evidentes en las concentraciones de CO2 en la atmósfera, y que las anteriores crisis económicas no han tenido efectos significativos en el cambio de tendencia de las emisiones. Por ello, se puede concluir que una crisis puntual, aunque tenga dramáticas consecuencias económicas, como la actual de la COVID-19, es previsible que no tenga efectos significativos sobre el clima.
Como apunta el investigador R. Keeling, de la Universidad de San Diego, para que estos efectos se manifiesten y tengan efectos duraderos -y no puntuales como en anteriores crisis-, “el uso global de combustibles fósiles tendría que disminuir en un 10% durante un año completo para impactar claramente las concentraciones de CO2 en la atmósfera”. Entonces, ya se observará un descenso en la concentración de CO2 en la atmósfera que previsiblemente tendrá como consecuencia la ansiada disminución de temperatura en la atmósfera y la posibilidad de cumplir con el objetivo de 1,5 ºC de temperatura compatible con los ecosistemas tal y como los conocemos.
Asimismo, Pieter Tans, de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, ha manifestado al Observatorio de Sostenibilidad el 30 de marzo de 2020: “Estamos siguiendo muy de cerca si podemos ver la disminución de las emisiones en los registros atmosféricos de CO2. Hasta ahora, al menos, la reducción de las emisiones no se destaca de la variabilidad natural causada por la biosfera terrestre”.
Por tanto, para doblar la curva del clima son necesarias reducciones de emisiones continuadas en el tiempo, con una estructura económica descarbonizada que genere y mantenga empleo, y no una crisis sanitaria puntual.
Como recomendación final, el informe del OS señala que es necesario un cambio estructural de las políticas económicas para conseguir una descarbonización de la economía real, y que existe una oportunidad histórica para que cuando se produzca la recuperación económica, esta vez se oriente hacia una economía verde y energías renovables en vez de hacia una economía basada en los combustibles fósiles y contaminantes.
La tragedia de la COVID-19, por su magnitud e intensidad, debe obligarnos a repensar nuestro modelo de sociedad y las amenazas que siguen existiendo. Prepararnos ya, por supuesto, para la próxima pandemia, pero también, y a muy corta escala de tiempo, para la emergencia climática que ya nos esta afectando a todos, y que presenta una escala y una magnitud mucho mayor que de la COVID-19.
Este desafío no lo vamos a solucionar con las dinámicas y lógicas empleadas hasta ahora. Por ejemplo, no es normal que no exista el autoabastecimiento y la energía distribuida en España. No es normal que en Alemania haya 1,4 millones de tejados solares; en el Reino Unido 0,8; en Italia 0,6 millones; y en el país del sol, es decir, aquí en España, tan solo 10.000. Miles de gestos como estos harán que se empiece a doblar la curva. Estos no deberían ser opcionales, sino obligatorios. Sector empresarial, gobiernos, pero también la ciudadanía: tenemos una oportunidad única para empezar a aplanar la curva del clima.
En los cuatro años posteriores a la aprobación del Acuerdo de París sobre lucha global contra el cambio climático, 35 bancos de diferentes países han realizado operaciones financieras a favor de la industria de los combustibles fósiles por valor de unos 2,4 billones de euros. Entre esos bancos están los españoles Banco Santander y BBVA. De 2016 a 2019, las dos entidades han destinado inversiones por un monto aproximado de 39.000 millones de euros en la industria causante de la emergencia climática, de acuerdo con el informe Banking on Climate Change Fossil Fuel Finance Report 2020 elaborado por Rainforest Action Network, BankTrack, Oil Change International, Reclaim Finance, Sierra Club y que cuenta con el respaldo de más de 240 organizaciones en todo el mundo.
De cara a la Junta General de Accionistas del Banco Santander el 3 de abril, el Instituto Internacional de Derecho y Medio Ambiente (IIDMA), BankTrack, Foundation RT-ON y Ecologistas en Acción destacan que, en el periodo referido, este grupo financiero ha derivado casi 23.000 millones de euros a empresas generadoras de cambio climático, y que entre 2018 y 2019 fue de los bancos europeos con el mayor incremento porcentual de financiación a esa categoría. En concreto, la entidad que dirige Ana Botín ha sido uno de los tres bancos del mundo que más han aumentado su inversión en combustibles fósiles, pasando de 4.626 millones de euros en 2018 a 8.073 millones en 2019.
Una de las categorías en las que la inversión del banco Santander ha aumentado de forma importante han sido las arenas bituminosas, uno de los combustibles más sucios del planeta,
asimismo se han multiplicado por seis las inversiones en prospecciones petrolíferas y de gas en el Ártico, uno de los ecosistemas más frágiles del planeta.
El Banco Santander está relacionado con operaciones financieras a favor de empresas de la industria de energías fósiles en diferentes países. Una de los más importantes tiene que ver con el fomento del carbón en Europa. Así, Santander Bank Polska ha otorgado créditos a la empresa energética Polska Grupa Energetyczna (PGE), cuya principal actividad se basa en un 91 % en la quema de carbón y tiene planes de extensión de mina en Turów, al suroeste del país.
El monto destinado a esas operaciones contrasta con el mensaje lanzado por al Banco Santander, que se ha manifestado en varias ocasiones como actor relevante del sector financiero en la lucha contra el cambio climático.
https://www.ecologistasenaccion.org/140187/el-banco-santander-debe-desvincularse-de-la-energia-fosil/