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Los seres humanos somos, en cierto sentido, hijos e hijas del cambio climático. A lo largo de los milenios, la inestabilidad medioambiental ha marcado el camino de la evolución. Aunque leer nuestro pasado remoto es difícil, en los últimos años han cobrado fuerza las hipótesis que ligan la aparición de las herramientas sofisticadas o las primeras redes de intercambio y comercio con los cambios climáticos del pasado.
Incluso el éxito de las especies humanas más modernas, como neandertales o sapiens, está conectado con su gran capacidad para adaptarse a climas cambiantes. Cada vez se reúnen más evidencias de que los cambios climáticos del pasado marcaron la historia.
El fin del frío
Hace 15.000 años, el Homo sapiens se había expandido ya por todo el planeta. Al menos, por aquellas zonas que no se encontraban bajo hielos permanentes. Sin embargo, el fin de la última gran glaciación, la Edad de Hielo, trajo cambios importantes para nuestra especie. Durante los milenios que acompañaron aquel gran cambio climático, el ser humano dejó de ser nómada, cazador-recolector, para empezar a asentarse.
En un estudio de las universidades de Alicante y Algarve, publicado a finales del año pasado, analiza cómo se vivió este cambio en la fachada atlántica de la península Ibérica. Las poblaciones que, en busca de comida, recorrían los territorios marcados por el Duero, el Guadiana y el océano, empezaron a crecer. Cada vez había más comida disponible.
Aquel contexto de temperaturas más templadas tuvo también sus fluctuaciones. Durante lo que se conoce como el evento climático 8200, la temperatura terrestre descendió entre 2 y 4 grados centígrados. En la fachada atlántica, como señalan desde la Universidad de Alicante, este enfriamiento llegó acompañado de cambios en las corrientes marinas. De repente, el estuario del Tajo, donde hoy se extienden Lisboa y sus freguesías, se llenó de nutrientes y especies comestibles, lo que permitió una explotación más intensa de los recursos acuáticos, una explosión demográfica y la aparición de los primeros asentamientos estables.
La República y el Imperio tampoco fueron inmunes al cambio
Buscar fósiles, interpretar restos, recopilar huellas climáticas prehistóricas… Seguir el rastro del pasado es complicado. Sin embargo, todo cambió con la invención de la escritura y, sobre todo, con la aparición del papiro y el pergamino. Fue entonces cuando la historia empezó a hablar hacia el futuro. Si queremos saber qué pasó en la Antigua Grecia o cómo desapareció el Imperio Romano, solo tenemos que leerlo.
Las décadas finales de la República de Roma estuvieron marcadas por las revueltas sociales. Las batallas políticas tras el asesinato de Julio César que dieron paso al Imperio coincidieron con un periodo de frío, malas cosechas y hambruna en casi todo el territorio controlado desde Roma. Estos datos se han podido saber gracias a las crónicas escritas que se conservan de aquellos días. En medio de la agitación política, el hambre y el descontento social pusieron el último clavo en el ataúd de la República.
Ahora también sabemos también que los años 43 y 42 a. C. fueron los más fríos de los últimos 2.500. Un estudio publicado en julio de 2020 relaciona ese periodo de frío con dos grandes erupciones del volcán Okmok, en lo que hoy es Alaska. Sus cenizas bloquearon el sol durante varios años, lo que provocó un enfriamiento generalizado del hemisferio norte; también se alteraron los patrones de lluvia.
El imperio que surgió tras la caída de Roma tampoco escaparía a los vaivenes climáticos. En el siglo III de nuestra era, la región egipcia de Fayún era el granero de Roma y el Nilo regaba el mayor centro agrícola del imperio. Sin embargo, alrededor del año 260, las cosechas empezaron a escasear y la producción de cereal se cambió por la cría de cabras, mucho más resistentes. Los conflictos por el acceso al agua se volvieron habituales y la caída de la producción causó también una caída en el pago de impuestos y grandes migraciones hacia el norte. La región quedaría vacía al cabo de los años.
De nuevo, un cambio climático estuvo en el origen de todo. Durante aquellos años, algún evento (todavía desconocido, aunque podría tratarse de otra erupción volcánica) cambió los patrones del monzón que nutren, cada año, las fuentes del Nilo. Este cambio, que además fue repentino (según un estudio publicado en noviembre),se tradujo en sequías importantes.
La inestabilidad climática no es exclusiva de nuestro tiempo, aunque la velocidad con la que se producen los cambios y las causas que los generan sí lo son. Las fluctuaciones del clima han tallado nuestra historia. Las lecciones sobre las consecuencias de las crisis climáticas se acumulan a lo largo de los milenios. El escenario, eso sí, es hoy muy distinto. Por primera vez, nos hallamos ante una crisis climática que estamos viendo venir y que podemos frenar. No hay ningún volcán o cambio en las corrientes marinas que la genere. Es el propio Homo sapiens el que pone a prueba su capacidad de adaptación al cambio climático.
Tengo entendido que el ser humano, que dicen que cada vez es más evolucionado, ha destruído más en los últimos 50 años que la suma de lo destruído todos los siglos anteriores.