Cambios de estrategias

“Aunque creo que nunca hay que dejar de hacerse preguntas sobre la existencia y sobre lo que nos rodea, es posible que los humanos compliquemos nuestra vida mucho más de lo necesario”, escribe Ricardo Reques.
«El crecimiento cero lo alcanzaremos dentro de 70 u 80 años, pero la población mundial ya será de más de 11.000 millones de personas, algo difícilmente sostenible» para el planeta, reflexiona el autor. Foto: JAMES CRIDLAND / FLICKR

Cada viernes publicamos una entrega de ‘Nuestra placa de Petri’, una serie de diálogos entre la escritora Sara Mesa y el biólogo Ricardo Reques. Recopilamos los textos aquí.

28 de agosto de 2020

Hace unos días, estaba leyendo Otra vida por vivir de Theodor Kallifatides y apunté en un cuaderno la reflexión que este autor hacía sobre el peso de la literatura en su vida: «Quizá esa fuera, finalmente, la importancia de la escritura. La responsabilidad por mi mundo». Tal vez esa sencilla frase es la que nos sitúe a muchos de los que nos dedicamos a lo que se pueden llamar —no sin algo de arrogancia— tareas intelectuales.

Sé que a muchos artistas, a muchos escritores, también a muchos investigadores, les mueve, además, las ganas de destacar, el deseo de que el resto nos detengamos a admirar su obra y aplaudamos lo que hacen. Eso no es algo que critique, mientras no sea algo exagerado, porque creo que a todos —da lo mismo a qué nos dediquemos—, nos gusta que se estime y reconozca lo que hacemos bien. Me duele más la cultura de la inmediatez que se produce sin cuidar la calidad, aquella que trata una obra como una mercancía que se consume y después se olvida. Pero ese es otro tema.

Lo que me interesa ahora destacar es el matiz de Kallifatides sobre la responsabilidad por el mundo en el que vivimos. Cuando escribes una novela los personajes empiezan a configurar su propio mapa. Se generan tensiones entre ellos, compiten sus intereses y muestran un reflejo de la sociedad. Incluso aunque el escritor no tome partido a través de esos personajes creo que siempre hay un posicionamiento. Tanto Chirbes como Giono muestran su perspectiva ante problemas ambientales y sociales y ambos llegan, de un modo u otro, a importunar la conciencia del lector, le sujetan por los hombros y le piden que abra los ojos. Luego están los recursos que cada uno utilice, las herramientas y también la parte creativa. Creo que a los dos nos atrae más la crítica que hace Chirbes, porque nos muestra los lados y las aristas de los problemas. En cambio, el recurso de Giono que invoca a la sensibilidad acota nuestro enfoque en una única dirección posible.

Ya hemos visto que dentro del consumo de productos hay unas opciones mejores que otras y también que, individualmente, tenemos un estrecho margen de decisión, pero creo que aciertas cuando planteas el problema de que, ahora mismo, simplemente garantizar la supervivencia de una población mundial que no para de crecer es ya de hecho insostenible para el planeta. Somos muchos y necesitamos mucho territorio para mantenernos. Frente a la cifra que das de superficie dedicada a la agricultura y ganadería, en 2015 se calculó que alrededor de un 15% del medio terrestre y de algo menos del 3% del medio marino son reservas o áreas protegidas. Esos porcentajes son absolutamente insuficientes para frenar la caída de las especies al abismo de la extinción.

En la actualidad más de la mitad de la población humana vive en Asia, pero parece que la curva de crecimiento ha comenzado a desacelerar y eso es un dato muy alentador. Cuando leemos noticias sobre la disminución de la tasa de natalidad en nuestro país se suele plantear como algo negativo, por cuestiones fundamentalmente económicas. Sin embargo, yo creo que son datos positivos para el futuro próximo. Hay muchas personas de otros países que quieren trabajar en España y no me refiero solo a migrantes del continente africano, también europeos y de otros lugares del mundo. La redistribución de personas es algo a lo que hay que acostumbrarse en un mundo globalizado. A lo mejor tenemos que aprender a liberarnos de prejuicios y chovinismos para darnos cuenta de que todos estamos en el mismo barco.

Por otro lado, la disminución de las tasas de natalidad está muy relacionada con el aumento de los derechos de las mujeres, de los logros sociales que, paso a paso, se han ido consiguiendo. Si esta tendencia se va extendiendo por todo el mundo y, a la vez, los gobiernos regulan la natalidad al menos en países superpoblados, tendríamos resuelto parte del problema, aunque no sería algo inmediato. Por ejemplo, en Europa ya se ha conseguido el crecimiento cero, es decir, tener una media de dos hijos por mujer (2,1 para ser más exactos) que logran alcanzar la madurez. Eso hace que la población se mantenga constante, pero incluso la tendencia es a seguir disminuyendo porque cada vez es más habitual que muchas parejas tengamos un solo hijo.

La estrategia de la «K»

Reducir la natalidad en todo el mundo no es algo que vaya en contra de la naturaleza. Gracias a los avances en biomedicina la mortalidad infantil en los países occidentales es muy baja comparada con lo que sucedía en generaciones pasadas o lo que ocurre en países con menos oportunidades de desarrollo. Cuando existe esa seguridad y hay una libertad para decidir, la tendencia es, claramente, tener menos hijos. En términos ecológicos se trata de un cambio de estrategia que depende de la probabilidad de supervivencia de la descendencia. Hay especies que optan por tener muchos descendientes porque la probabilidad de sobrevivir de cada uno de ellos es relativamente baja al estar peor preparados o ser más vulnerables. Un ejemplo sería el de algunas especies de rana que, cada año, ponen cientos o miles de huevos en el agua de las charcas. Esas especies decimos que son estrategas de la «r». Frente a ellas están las estrategas de la «K» que invierten todos los recursos en unos pocos descendientes, bien cuidados y sanos, con una alta probabilidad de supervivencia. Este sería el caso, por ejemplo, de los elefantes, cuyas hembras tienen una sola cría por parto y la amamantan durante dos años. Desde una perspectiva evolutiva se trata de una decisión en la que se busca el equilibrio de la balanza entre los costes y los beneficios. Tal vez, visto así, resulta algo frío sobre todo si hablamos de seres humanos, pero es una forma gráfica de explicarlo.

Sin embargo, aún estamos lejos de conseguir el crecimiento cero en todo el mundo. Hay numerosos países cuya media es de más de tres hijos vivos por mujer. Según los modelos predictivos de los informes que elabora periódicamente la ONU, si todo sigue como hasta ahora, el crecimiento cero lo alcanzaremos dentro de 70 u 80 años, pero la población mundial ya será de más de 11.000 millones de personas, algo difícilmente sostenible para el deteriorado planeta en el que vivimos. Está previsto que en las próximas décadas el mayor incremento de la población mundial se produzca en África subsahariana, una de las regiones, además, más castigadas por el cambio climático. Esto será así incluso aunque reduzcan su tasa de fertilidad ya que el gran número de jóvenes y niños actuales llegarán a la edad adulta y, como no puede ser de otra forma, querrán tener algún hijo. Desde mi punto de vista, esto es algo irrenunciable. Dentro de las posibilidades y de la elección personal de cada uno, todos tenemos el derecho a poder vivir experiencias plenas que forman parte de nuestra naturaleza más básica y, entre ellas, está la opción de la maternidad.

No he leído a Christopher Ryan, pero los argumentos que comentas, aun estando en parte de acuerdo, creo que simplifican mucho y distorsionan el mensaje. Sin la agricultura y todos los avances sociales que lleva aparejados, la civilización no existiría tal y como la conocemos, y es más que probable que él nunca hubiera podido escribir un libro ni sus entrevistas hubieran sido difundidas. Con esto no quiero decir que lo que tenemos ahora sea mejor que lo que tenían nuestros antepasados porque sinceramente no lo sé. En cualquier caso competimos por los recursos, como cualquier especie, y uno de los principales ha sido siempre la riqueza de las tierras agrícolas, pero no creo que la agricultura en sí misma fuera el origen de las guerras. Hay grandes batallas entre manadas de papiones, y mucho más elaboradas entre chimpancés, y ninguna de esas especies ha desarrollado la agricultura. Con seguridad nuestros antepasados cazadores y recolectores libraron peleas entre clanes por ocupar buenos territorios con agua, frutos, caza o que tuviesen cualquier otra cualidad que les ayudase a vivir mejor o con más seguridad.

Cualquier especie tiende a acaparar todos los recursos hasta que no puede más porque otros se lo impiden. Yo no creo que en eso nos diferenciemos del resto de las especies. Lo podemos llamar ambición o deseo de poder, pero hasta un árbol que nos puede parecer inofensivo —piensa en el que quieras, un abeto, un roble, una jacaranda—, si pudiese, se extendería por todo el planeta impidiendo que creciese cualquier otra planta o eliminando a todos los herbívoros que tratasen de frenarlo. Sus limitaciones fisiológicas y la competencia con otras especies es lo que evita que eso sea así y hace que las poblaciones traten de mantenerse en un equilibrio inestable. Cuando ese equilibrio se rompe se producen desajustes más o menos graves. Este es el caso que pones de las especies invasoras. Al salirse de sus ecosistemas y encontrar otros donde nadie les impide crecer, arrasan con todo. Un ejemplo parecido es el que ponía al principio de nuestra conversación sobre las bacterias en una placa de Petri: su tendencia es a crecer consumiendo todos los recursos disponibles. La naturaleza es ciega, no va en ninguna dirección ni piensa en el futuro. Todos los organismos actúan en un escenario de complejas relaciones para construir su particular destino, pero no hay nada que lo determine completamente, ni siquiera sus genes. Nosotros sí tenemos la capacidad de ver más allá y contamos con herramientas tan importantes como la que tú comentas de la compasión o ese amor del que habla Franzen. Todo esto formaría parte de esa ética que, a medida que avanza nuestra conversación, veo con más claridad que es un valor fundamental para definir lo que hoy entendemos por ser humano y en la que veo una gran oportunidad para mitigar los problemas de los que hablamos.

Los tiempos de la ciencia

La realidad no siempre está construida de mensajes sencillos y directos como el de Giono en El hombre que plantaba árboles, ni hay siempre respuestas únicas para cada pregunta. Los hechos surgen por confrontación de otros hechos y eso genera siempre un grado de incertidumbre ante la novedad. Aquí veo uno de los problemas que tenemos de comunicación en la sociedad. La ciencia necesita tiempo para responder a las cuestiones que van surgiendo. Cuando no hay datos que avalen esa respuesta nos basamos en supuestos parecidos en los que hemos tenido una experiencia previa y trabajamos asumiendo que puede funcionar así o responder de la misma forma, pero con cautela e inseguridad porque podría tratarse de algo diferente. La duda, de hecho, es el motor de la ciencia. Si algo sabemos los biólogos es que, en el vastísimo abanico de diversidad de especies, casi siempre podemos encontrar excepciones a todo lo que conocemos. Me da la impresión de que todo esto la sociedad lo ve como una debilidad por la incertidumbre que crea al dejarla temporalmente sin un asidero estable; y algunos sectores de esa sociedad lo aprovechan para hacer mucho ruido y confundir aún más, como ya hemos hablado en algún momento.

Lo estamos viendo con claridad en estos meses en los que nos enfrentamos a un problema de gran envergadura como es la crisis de la COVID-19. Esa incertidumbre de la ciencia ante un evento desconocido se amplifica enormemente al trasladarse a la sociedad porque deja sin argumentos sólidos a los políticos a los que se les exige tomar decisiones e incluso a los sanitarios, que son los que tienen que enfrentarse cara a cara con la enfermedad. Es difícil que una sociedad entera pueda estar a la altura de algo de esta magnitud, porque la formamos personas muy diferentes. No veo como algo malo cuestionar las decisiones sanitarias de los gobiernos siempre que se haga con argumentos veraces y, a ser posible, de forma constructiva y tratando de proponer alternativas. En una entrevista Enrique Vila-Matas decía, con razón, que la pandemia «está poniendo al descubierto que hay un único mal que nos aqueja, una estupidez formidable y universal».

Parece no importar que cada día aumente de forma inquietante el número de infectados y de muertes, ni que conozcamos mejor cómo el virus debilita el organismo y, en no pocas ocasiones, deja graves secuelas. Me imagino que eso debe de afectar muy poco a los que opinan gratuitamente y protestan por cosas que me parecen nimias al lado de estas tragedias. Supongo que es inevitable que igual que tenemos que aprender a vivir en un mundo que no deja de cambiar a un ritmo frenético, también nos tenemos que acostumbrar a convivir con esa estupidez que hace oídos sordos a aquellos que apoyan sus argumentos con datos contrastados. Por eso me parece tan necesario indagar como estás haciendo tú en el papel que juega la literatura en estas cuestiones. A medida que avanza la conversación has ido incorporando nuevos matices que responden a la pregunta inicial. Clément Rosset en El lugar del paraíso, habla de cómo probablemente fueron los antiguos griegos los que vieron en las virtudes de la mesura un elemento primordial para resolver conflictos. La falta de mesura, dice, nos lleva al fracaso y al desastre en cualquier ámbito. Al leerlo pensé que precisamente la desmesura, el querer ir más lejos de lo posible, de lo que sería razonable con los recursos disponibles, es lo que nos ha llevado a la situación ambiental actual. Ese desequilibrio también se ve en la parte más social de la crisis sanitaria que padecemos y pone en evidencia la fina frontera que hay entre la libertad individual y el respeto hacia los demás.

Somos una especie complicada. Ray Bradbury escribía en Crónicas marcianas: «Los marcianos descubrieron el secreto de la vida entre los animales. El animal no discute su vida, vive. No tiene otra razón de vivir que la vida. Ama la vida y disfruta de la vida». Aunque creo que nunca hay que dejar de hacerse preguntas sobre la existencia y sobre lo que nos rodea, es posible que los humanos compliquemos nuestra vida mucho más de lo necesario.

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