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No corren buenos tiempos en los campos españoles, sobre todo para quienes se dedican a la ganadería y la agricultura. Si existe alguna actividad productiva que interactúa con la naturaleza y esté directamente en contacto con el clima y su tendencia cambiante son estos dos sectores. Ambos están amenazados por los mismos factores: la falta de agua y las altas temperaturas.
Ni las sequías, ni las olas de calor, ni casi ningún evento individual puede relacionarse directamente con la crisis climática. Sin embargo, como apuntan Agustín del Prado y Elena Galán, investigadores del Centro Vasco para el Cambio Climático (BC3), “lo que sí podemos atribuir al calentamiento global es el incremento en el número de eventos meteorológicos extremos de este tipo –también heladas y precipitaciones intensas–, en la severidad de los mismos, y en la modificación de la duración de las estaciones”. Son unas declaraciones en consonancia con lo publicado este martes por el World Weather Attribution, que ha concluido que la pasada ola de calor ha sido, al menos, cinco veces más probable y 4 ºC superior a hace un siglo como consecuencia del cambio climático.
Un calor que no cesa, aumenta
El verano ha dado comienzo de la peor manera posible, con una ola de calor que ha abarcado a casi toda España y a Europa occidental. Entre las consecuencias más graves en nuestro país está la muerte de dos trabajadores y varios incendios forestales de gran magnitud.
Los termómetros han ido alcanzado temperaturas máximas de récord que ya no se antojan como novedad. Según el informe Summer Is Coming, del Observatorio de Sostenibilidad, la temperatura media en verano ha aumentado 2,45 ºC desde la década de 1969-1978 hasta la década de 2009-2018. Y otro dato: los meses de marzo y abril de este año han sido los segundos más cálidos del planeta desde que comenzaron los registros en 1880.
Unas altas temperaturas que, al igual que la sequía, están haciendo mella en el sector agropecuario. Como apuntan Del Prado y Galán, “el incremento de la frecuencia de años extremos puede complicar el manejo de cultivos y requiere un mayor análisis del impacto sobre la sostenibilidad de los sistemas agrícolas”. Asimismo, ambos remarcan la aparición de más plagas y enfermedades a medida que suben las temperaturas.
Sin agua, sin cosechas, sin futuro
España está en situación de sequía meteorológica. Lo ha confirmado la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) en base a los registros de precipitaciones de la primavera, la sexta más seca del siglo XXI. Desde que comenzó el año hidrológico, el pasado 1 de octubre de 2018, ha llovido en nuestro país cerca de un 15% por debajo de lo normal. Y comparado con el comienzo de año, las cifras son más dramáticas: las lluvias han estado un 25% por debajo del promedio 1981-2010. Esto convierte a 2019 en el tercer año hidrológico y natural más seco de lo que llevamos de siglo.
La falta de agua también lo atestiguan las propias personas que trabajan sobre el terrero. No obstante, el Gobierno “sigue sin dar pasos para apoyar a los afectados por la sequía”, denuncia la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA). Actualmente, el mecanismo oficial para determinar si hay sequía es a través de un satélite, sin embargo, este “no determina situación de sequía en zonas que están ‘como un erial’”, apuntan desde la asociación.
Aun así, la subsecretaria en funciones del Ministerio de Agricultura, María Dolores Ocaña, ha asegurado esta semana que se realiza “desde hace meses” un “seguimiento exhaustivo de la situación provocada por la falta de lluvias”, y ha informado de que el actual ministro en funciones de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, ha convocado para este 4 de julio una reunión técnica de la Mesa de la Sequía, donde se valorará la situación.
Hectáreas perdidas
La peor parte se la ha llevado los cereales de invierno, con cerca de 950.000 hectáreas perdidas por el clima adverso, unas pérdidas que se estiman en más del 30% de la cosecha respecto al año pasado, lamentan desde UPA. Por zonas, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Extremadura, Navarra y Aragón son las que peor paradas han salido, según datos del Ministerio de Agricultura.
En cuanto a los cultivos de secano, estos sufren reducciones importantes en sus rendimientos medios debido a una disminución de las precipitaciones y un incremento de las temperaturas. Es el caso de Aragón, que verá reducida la producción un 20% en los próximos 25 años, vaticinan desde UPA.
La ganadería es también otra de las perjudicadas, en concreto la extensiva, que afronta graves problemas por la falta de pastos, dando lugar a un sobrecoste en alimentación para el ganado. El impacto que ejerce el cambio climático sobre la ganadería es, según Agustín del Prado y Elena Galán, “complejo”, pues “la variación en temperatura y precipitaciones puede afectar a los aspectos relacionados con la producción, reproducción, el metabolismo y la sanidad de los procesos productivos”, señalan a Climática.
Esta semana, se ha celebrado la comisión general de la Entidad Estatal de Seguros Agrarios (ENESA), donde se ha analizado el estado actual de la siniestralidad agraria. En total, los asegurados percibirán indemnizaciones por valor de más de 100 millones de euros en el caso de los campos de cereales de invierno, y de 13 millones como compensación por la pérdida de pastos, según primeras estimaciones oficiales. Para los productores de la UPA, esta situación “es inasumible” ya que han tenido que hacer frente “a un incremento del precio final de entre un 20% y un 80% desde 2015”, remarcan.
Adaptarse a los cambios
Al igual que la agricultura y la ganadería sufren los efectos del cambio climático, estos también contribuyen a la emisión de CO2. Según datos europeos de 2015, la agricultura supuso un 10,1% del total de emisiones de gases de efecto invernadero. Unos datos de los que son conscientes el propio sector, que conoce, además, el importante papel que juegan para reducir la huella de carbono. Yendo más allá, de acuerdo a un estudio realizado por los afiliados y afiliadas de la UPA, el 93% considera que el clima está cambiando, mientras que un 87% y 82%, respectivamente, atestiguan un aumento de temperaturas y una disminución de las precipitaciones. La conclusión: el sector agropecuario es plenamente conocedor de que los efectos del cambio climático les ha llegado.
Por ello, son varios los proyectos que llevan a cabo para adaptar y mitigar los efectos del cambio climático. Uno es InfoAdapta-Agri, liderado por la UPA y a través del cual se facilitan herramientas a los productores para que sepan adaptarse al cambio. Asimismo, la Asociación Española Agricultura de Conservación/Suelos Vivos ha presentado hace unos días un proyecto de mitigación de los efectos de la crisis climática en la agricultura llamado Life Agromitiga, financiado mediante fondos europeos, y con el que esperan “contribuir a la transición hacia un sistema agrario hipocarbónico”.
Gabriela Vázquez, coordinadora del área de Agroecología de Ecologistas en Acción, considera que «nuestro modelo agrícola se ha venido adaptando en los últimos años a unos supuestos que no tenían en cuenta los límites de nuestro territorio”, remarcando que “con el cambio climático esta situación solo puede agravarse”. Para ella, es fundamental «una transición hacia distintos tipos de modelos alimentarios, adaptados a las características de cada territorio y los recursos de los que dispone», para así devolver «a la población y las personas productoras la capacidad de tomar decisiones sobre su entorno y los alimentos que se producen en él”.
No obstante, hacer frente al calentamiento global no está al alcance de todas las personas. Para un 78% de los integrantes de UPA, las limitaciones económicas les impide llevar a cabo las medidas de adaptación necesarias. Y casi la totalidad, un 96%, ve necesario que se pongan en marcha medidas económicas incentivadoras hacer frente a la crisis climática.
En este aspecto, el Estado español se rige por el Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático, aprobado en Consejo de Ministros en 2006 bajo el gobierno de Zapatero y actualmente en revisión. En él, se recogen varias medidas para “las evaluaciones de impactos, vulnerabilidad y adaptación relativas al sector agrícola”. La mayoría van encaminadas a predecir el clima y sus posibles efectos, aunque también apuestan por plazos a corto o medio plazo, pero sin propuestas concretas de actuación.
En cambio, Del Prado y Galán creen que sí hay diferentes formas de paliar, con los recursos actuales, los efectos más devastadores del cambio climático. Para el cultivo, proponen adaptar los calendarios de siembras e incentivando técnicas agroecológicas y más eficientes, además de usar variedades más resistentes a la sequía. En cuanto a ganadería, ambos expertos recomiendan, en el caso de sistemas intensivos, adaptar los edificios para aprovechar las corrientes naturales, y en el caso de modelos extensivos, favorecer que haya superficies sombreadas que garantice el agua.
Para Gabriela Vázquez, de Ecologistas en Acción, “no es posible» una «reducción suficiente de las emisiones», tanto en agricultura como en toda la economía en su conjunto, «sin cuestionar los fundamentos de nuestro sistema económico y modificar de forma esencial la forma en la que nos relacionamos con nuestro entorno». Además, critica que la una nueva Política Agrícola Común «dice poner los problemas ambientales entre sus prioridades, pero sigue favoreciendo a las grandes empresas y perpetuando el mismo modelo agroalimentario que nos ha traído hasta aquí”.
Abajo la ganadería y la agricultura industriales que no respetan a la naturaleza, que sólo buscan beneficios al precio que sea.
Que se han embalsado arroyos y cauces para regar especies que no precisan de riego (tal como la vid o el olivo) dejando secos los cauces y matando la rica biodiversidad, que es bien común de la humanidad, que los cauces contienen.
Que no son capaces de plantar un árbol; pero siempre están pidiendo más agua. Que no tienen un mínimo gesto en favor de la conservación de la Naturaleza.
Habrá agricultores que seguramente saben hacer un buen uso del agua; pero hay muchos que la derrochan.
Sabia medida la que propone Gabriela Vázquez:
«una transición hacia distintos tipos de modelos alimentarios, adaptados a las características de cada territorio y los recursos de los que dispone»
En este país de poca cabeza, muchas veces se han empeñado en cultivar vergeles en desiertos…
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Un grupo de activistas antiespecistas han acampado desde hace una semanas a las afueras de Binéfar (HU), frente al macromatadero del Grupo Pini, (Piero Pini, actualmente en prisión en Hungría por supuesto blanqueo de dinero, fraude fiscal e irregularidades laborales) para exigir la paralización de las obras.
El grupo de activistas denuncia que en este lugar se pretende llevar a cabo la matanza de 32.000 cerdos por día, una cifra que aumentaría a 7.000.000 millones al año, cuando el matadero termine de construirse, suponiendo un brutal impacto medioambiental en una zona
cuya principal fuente económica es la explotación animal.
Desde la formación sindical CGT rechazan este tipo de actividades por ser muy contaminantes y emitir una gran cantidad de gases de efecto invernadero, que contribuyen al calentamiento global. CGT también ha lamentado que estas personas estén padeciendo una serie de ataques directos por defender nuestros entornos naturales. La organización anarcosindicalista invita a reflexionar sobre este tipo de actividades y sobre la relación que mantenemos como seres humanos con el resto de seres vivos.
[…] [1] Eduardo Robaina (03/07/2020). “Campos secos, campos muertos: el sector agropecuario ante la crisis climática”. Climática. Recuperado de: https://www.climatica.lamarea.com/campos-secos-campos-muertos-el-sector-agropecuario-ante-la-crisis-… […]