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Dicen que al colectivo de artistas se les da mal eso de tratar cuestiones que no han sentido previamente en carne propia. Aquel cliché sobre escribir desde la experiencia que se hizo costumbre tras el turbulento romanticismo. Incluso en géneros poco realistas, como la ciencia ficción y la fantasía, los argumentos que encontramos hacen referencia a situaciones cotidianas, a cuestiones viscerales que forman parte de la historia de la humanidad: el amor, la venganza, la nostalgia… Incluso se dice que estos citados géneros suelen utilizarse para tratar cuestiones tan escabrosas que solo podríamos ver retratadas desde la fantasía. (Como, por ejemplo, la desaparición de nuestro mundo). Pero esa es otra historia.
La historia que ahora nos ocupa es una que ya tenemos pegada a la piel. Tanto nosotras y nosotros como los grupos y artistas que se encuentran en estas líneas. Desde hace un tiempo, el cambio climático se ha convertido en un argumento más de las canciones que escuchamos. La música no es ajena a una situación que resulta ineludible. Voces que cantan que se ahogan, que nuestros ríos han desaparecido, o bien que imaginan situaciones distópicas en las que el calentamiento global ya ha salido de la agencia de los medios para convertirse en una realidad ilustrada con imágenes a lo Mad Max o Waterworld.
La música nos muestra quiénes somos. Nuestras preocupaciones. Y, desde hace ya más de una década, estas pasan por advertirnos de que “la tierra está malita y necesita medicinas”, en el caso de Bebe. Que “en tu interior está la solución de salvar lo bello que queda”, en palabras de Mago de Oz. Amaral pone voz al río de su infancia, desaparecido bajo la contaminación de las aguas: “Ese río grita asesinos”. En inglés, Gorillaz se avergüenza de su condición, capaz de echar a perder un planeta entero. The Doors, tres cuartos de lo mismo. Jamiroquai también se muestra de acuerdo con sus compañeros.
Acordes que llaman la atención sobre los recuerdos que desaparecerán (que ya han desaparecido) ante nuestros propios ojos al negar una situación insostenible, pero que, al mismo tiempo, nos sacuden y empujan a cambiar nuestra forma de ser y nuestras costumbres para no dejar que La playa en la que Alberto Azul sitúa, en su fantasía postapocalíptica, los cuentos de sirenas del pasado, se lleguen a hacer realidad. “Impidamos que esto muera”. Hagámoslo con música.
No permitamos que las canciones que ahora escuchamos se conviertan en la banda sonora del fin de (nuestro) mundo, sino del comienzo de su recuperación. Volvamos a bañarnos en aquella cala, en aquel río que, como decía Heráclito, ya nunca será el mismo.
Vaya… Me voy a loner a seguir a casiopea… Como momo (vaya una repeticion de sonidos..) Por que la cosa es una cuestion de tiempo… Sobre todo de tiempo futuro ¿Que legado queremos dejarles a ese futuru que no atiende a las normas ni alcalendario y al que vamos transmitiendo nuestras frustraciones?