Crisis climática, cambios en el régimen natural de incendios y abandono rural: el cóctel explosivo en el incendio de Sierra Bermeja (Málaga)

La era de los incendios que no se pueden apagar ya está aquí. Especialistas insisten en que hay que aprender a convivir con ellos y prepararse para minimizar daños.
Vista de las nubes de humo conocidas como "pirocúmulos" en el incendio forestal de Sierra Bermeja (Málaga). Foto: JON NAZCA/REUTERS

Tres son los elementos claves que ayudan a entender el actual incendio forestal que afecta desde el pasado miércoles a Sierra Bermeja, en Málaga: el cambio en el régimen natural de los incendios, el abandono del medio rural y el cambio climático. La mezcla de todos ellos ha provocado la muerte de un bombero forestal, más de 3.000 desalojos y más de 6.000 hectáreas calcinadas por el momento.

Este brutal incendio forestal recibe la calificación de incendio de sexta generación. Esto quiere decir que es capaz de generar su propia meteorología en forma de pirocúmulos –unas nubes blancas en forma de seta provocadas por la fuerte convección del fuego y que actúan como chimeneas–.

¿Un hecho histórico?

“Sí, es un incendio histórico”, responde tajante Ignacio Villaverdebombero forestal de la Junta de Castilla y León que sigue muy de cerca la preocupante situación a la que se enfrentan sus compañeros de Andalucía. Y añade: “También lo fue el de Navalcruz [que quemó en torno a 22.000 hectáreas]”. Aunque puntualiza: “Hay precedentes mucho peores, como el de Pedrógão Grande en Portugal o el de la comarca de las Cinco Villas en Aragón”.

Estos riesgos –según especialistas, los pirocúmulos retroalimentan los incendios haciendo imposible su extinción y esperando a la lluvia como única solución– se habían producido en España “de forma anecdótica”, explica Víctor Resco de Dios, profesor de Incendios Forestales y Cambio Global en la Univesitat de Lleida, pero sin “un comportamiento tan virulento como el que estamos viendo ahora”. “Se trata de incendios relacionados con el cambio climático, que hace que la vegetación esté muy seca y llueva menos”, señala este experto.

Incendio de sexta generación

En la Península, el mayor precedente en cuanto a un incendio de sexta generación –el concepto de “generaciones” hace referencia a cómo ha evolucionado el comportamiento de los incendios desde que hay registros, en la década de los 60– es el fuego que dejó más de 60 personas muertas, decenas de heridas y medio millón de hectáreas calcinadas en Pedrógão Grande en 2017. “Fue tan catastrófico porque el pirocúmulo se transformó en pirocúmulo-nimbo, es decir, que se desplomó y la columna convectiva cayó encima del incendio, aplastándolo. Eso hizo que saliera disparado en todas las direcciones”, continúa Resco de Dios, para quien “ese es el miedo que hay ahora en Sierra Bermeja”. Es el motivo que lleva a los dispositivos que trabajan en el fuego a abandonar la zona por la noche –cuando baja la temperatura y sube la humedad–: “Ya no solo no pueden apagar el fuego, sino que se están jugando la vida”, advierte el profesor, que recuerda que este verano ya van varios incendios de sexta generación importantes. Ese el caso del de Santa Coloma de Queralt (Tarragona) y el de Navalacruz (Ávila).

Este domingo, el director del Centro Operativo Regional (COR) del Plan INFOCA, Juan Sánchez, reconoció estar “frente al incendio más complejo conocido por los servicios de extinción forestales en los últimos tiempos en España”. “Llevamos mucho tiempo hablando de la complejidad que nos está suponiendo el abandono del medio rural, el cambio climático y alguna otra cuestión, y hoy la estamos viviendo en primera persona“, dijo en declaraciones a los medios de comunicación.

Entonces, ¿qué se puede hacer frente a estos incendios imposibles de apagar? ¿se está trabajando en técnicas o mecanismos nuevos que permitan combatirlos? Responde el bombero Villaverde: “Realmente no existe ninguna técnica de combate de estos incendios. Hay que tener en cuenta que, en los peores comportamientos, lo único que valdría sería arrasar toda vegetación por delante de los frentes en una línea de unos 30 kilómetros, pues sabemos que hasta esa distancia, incluso más, puede haber saltos de fuego”. Sin embargo, asegura, “emplear Bulldozer [maquinaria pesada] para arrasar una franja de 30 km por, digamos 10 km, es inviable. Lo único que se puede hacer es evitar que estos monstruos se formen. Y es que, una vez formados, estamos a expensas de lo que él quiera hacer“.

Sobre esto último, el bombero forestal destaca que el “INFOCA (Servicio de Extinción de Incendios Forestales de Andalucía) cuenta a todos los niveles con excelentes profesionales en todas sus escalas, algunos de ellos incluso de los mejores de todo el mundo, como Alejandro García”. Sin embargo, “la población cree que las emergencias de este tipo se pueden solventar de manera rápida y sin fallo alguno. Y eso es una quimera. Es literalmente imposible, pues los incendios forestales son eventos de naturaleza extremadamente compleja y cambiante. Y pueden ser muy muy violentos”, afirma.

El papel del cambio climático y la necesidad de adaptarse

Andrea Duane, investigadora del Centro Tecnológico Forestal de Cataluña, corrobora lo que planteaba Sánchez hace dos días: “Ya no son los incendios a los que estábamos acostumbrados, por intensidad, velocidad y capacidad de extinción”. Como Resco de Dios, Duane insiste en que se trata de un fenómeno asociado al cambio climático: “El hecho de que se esté calentando la atmósfera hace que esta tenga mucha más energía”, lo que provoca la aparición de pirocúmulos como los que pueden verse estos días sobre Sierra Bermeja.

Aunque es una cuestión en la que todavía se está investigando, “sí vemos que los días inestables provocan su creación y esos días inestables serán más habituales por el cambio climático, por lo que puede ser que veamos más a menudo este tipo de pirocúmulos que ponen en jaque a los sistemas de extinción“, apunta la investigadora.

Organismos científicos como el IPCC -el panel de especialistas en cambio climático de la ONU– ya han alertado sobre la relación entre el calentamiento global de la atmósfera –provocado por la actividad humana– y los llamados “megaincendios”. “Existe una confianza media en que las condiciones meteorológicas que favorecen los incendios forestales se han hecho más probables en el sur de Europa, el norte de Eurasia, los Estados Unidos y Australia durante el último siglo. En Australia, varios estudios de atribución de sucesos muestran que existe una confianza media en el aumento de las condiciones meteorológicas que favorecen los incendios debido a la influencia humana”, explican en su último informe, publicado el pasado agosto.

La sequía es otro de los fenómenos que agrava el cambio climático y uno de los principales factores que dificultan hacer frente el fuego.

El abandono rural, clave en este tipo de incendios

En este tipo de eventos extremos, a los efectos de la crisis climática se une el abandono rural. Según explica Resco de Dios, este problema “está fomentando la continuidad del paisaje; que cada vez haya más bosque y que esté todo conectado, con unas cargas de combustible muy elevadas”. Avisa de que si no se gestionan correctamente los bosques, se cortan los árboles y se favorece que estos tengan más humedad, “los incendios van a ser muy difíciles de parar”.

Duane, además, recuerda que “toda Europa ha sufrido en las últimas décadas el abandono rural. Esto significa más cantidad de combustible en el paisaje y, por tanto, más riesgo de incendios”. Por eso, ve necesarias medidas como la recuperación del pastoreo. Pero también “es necesario tomar conciencia de dónde vivimos; de que esto va a ocurrir, y de que hay que estar lo más preparados posible frente a los daños, asegurando, por ejemplo, mayor seguridad en los sistemas de extinción, algo en lo que ya se está trabajando”.

Resco de Dios arroja otro factor a tener en cuenta: el cambio en el régimen natural de los incendios. “El régimen natural de incendios en esa zona de Andalucía era que ardieran cada quince años –entre 6 y 34 es lo que documentan los estudios–. Se trataba de “incendios buenos, de baja intensidad”, sostiene el especialista, que se explica: “Eliminaban matorral, y así los árboles podían crecer mejor después de los incendios ya que, al no haber competencia, tenían más agua y nutrientes”.

Sin embargo, “al cambiar el régimen de incendios (buscando la extinción en todos y cada uno de ellos), estamos yendo a la paradoja de la extinción: al ser muy buenos apagando los incendios muy pequeños estamos aumentando la probabilidad de que haya grandes incendios”. “Si apagamos los incendios pequeños, perdemos la oportunidad de que esos incendios de baja intensidad, de forma natural, nos limpien el monte. Y si no se desbroza el monte, se acumulará mucho combustible [vegetación]”, añade Víctor Resco de Dios, que finaliza, como decía Duane, insistiendo en la idea de que “hay que aprender a convivir con los incendios”.

Consecuencias para la salud

Que el periodo de extinción se alargue significa también que se extienden las consecuencias de los incendios para la salud de las personas. Lo recuerda Cristina Linares, del Grupo de Investigación en Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III (GISMAU): “Además de las implicaciones más evidentes y directas de riesgo para las personas que se enfrentan al fuego, la combustión de biomasa afecta a la salud cardiovascular, respiratoria y mental de la población”, apunta.

Además, según explica la también experta del IPCC, los efectos van más allá del momento en el que se inhalan las partículas dañinas producto de las emisiones del incendio: a largo plazo, esto puede favorecer la aparición de enfermedades de tipo circulatorio y respiratorio. Tampoco se quedan solo en la población más cercana al incendio. “Las emisiones pueden llegar muy lejos y viajar muchos kilómetros, como se ha visto en los incendios de California y Australia”, apunta Linares. Un estudio elaborado por GISMAU establece una relación entre mortalidad e incendios forestales aún en lugares alejados del foco del fuego.

Otro aspecto, menos estudiado, es el de la salud mental. “Estar expuesto a un incendio, que la gente tenga que salir de su casa corriendo, de forma traumática, y se quede sin sus bienes, puede causar estrés postraumático, ansiedad y favorece el desarrollo de enfermedades mentales asociadas a estas condiciones“, explica Linares. Además –continúa–, “hay quienes deben abandonar sus tratamiento médicos por hipertensión o diabetes, y esto también afecta a la salud mental”.

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COMENTARIOS

  1. Ahí, ahí, más que cortar los árboles, que esa “solución” ya la dió el asno presidente Bush, lo que se debe hacer es desbrozar los bosques, tenerlos limpios de ramas y troncos secos y de maleza. Algunas Comunidades del estado español nos dan un buen ejemplo de ello mientras que en otras impera la desidia y la dejadez. Mucho tienen que ver las mentalidades de las gentes de unas y de otras Comunidades.
    Se trata de cuidar a la Madre Naturaleza, ¿no? pues además de proporcionar miles de puestos de trabajo, ¿que otro trabajo más útil hay que ése?; pero en los últimos años no han parado de recortar los presupuestos del Seprona, de los agentes y guardas forestales, y así no, señores.
    LOS INCENDIOS FORESTALES SE APAGAN EN INVIERNO, advierten Asoc. ecologistas y ponen de manifiesto la necesidad de la prevención, la gestión integral de los bosques y la prioritaria recuperación de los espacios agrícolas.

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