«Con la crisis climática, las fronteras serán muy fluidas y podrán vigilar grandes masas de gente»

Entrevista a la periodista Marta Peirano, experta en soberanía tecnológica, tras la publicación de 'El enemigo conoce el sistema' (Debate, 2019).
Foto: Marta Peirano. ÁLVARO MINGUITO

Marta Peirano es lo que podemos definir como una experta en la materia, que no es otra que la soberanía tecnológica. Leer su último ensayo, El enemigo conoce el sistema (Debate, 2019), es tan espeluznante como necesario. La distopía respecto de la que hemos leído mucho ya está aquí: es invisible a nuestros ojos pero nos acompaña en cada detalle de lo cotidiano. Es la particular catástrofe nuclear de nuestros días cuyas consecuencias nos son desconocidas.

En una charla TED que dio en 2015, repasó, de manera muy orwelliana, toda la información que tienen de nosotros a través de nuestros móviles, para plantear la siguiente paradoja: «No nos comportamos igual cuando sabemos que nos vigilan». ¿El primer paso es tomar conciencia de que nos vigilan constantemente? ¿O es mejor mirar a otro lado para intentar evitar vivir en un estado de paranoia constante?

Es como la teoría debajo del panóptico: la idea de que la mejor manera de educar a la población es que esta nunca sepa cuándo les están vigilando ni dónde están las cámaras. Vivimos ese momento, pero a la vez, las mismas plataformas que facilitan ese tipo de vigilancia se esfuerzan mucho para que parezca banal. Es decir, que aparente ser algo que se queda entre Facebook y tú, entre Amazon y tú, y que a lo mejor “utilizamos los datos anonimizados para nuestras estadísticas y para darte mejores servicios”. La gente está satisfecha con eso, entre otras cosas, porque es adicta a los servicios que les ofrecen. 

¿Están las redes sociales diseñadas para crearnos una adicción orientada a que generemos datos con los que se alimenta un algoritmo que está en continuo perfeccionamiento?

No diría tanto que están diseñadas para ser adictivas, que también, sino que estas plataformas están diseñadas para extraer datos. La adicción es solo una herramienta para conseguirlo, y para ello necesitan que estemos pegados a la pantalla el mayor tiempo posible.

El enemigo conoce el sistema, pero nosotros no: ¿qué es lo básico que tiene que conocer la ciudadanía sobre el sistema?

Que el sistema de telecomunicaciones, del que depende prácticamente todo lo que hacemos en la era de la información, no es “la metáfora del sistema”. Discutimos sobre Internet y sobre los servicios usando los términos que las agencias de marketing han diseñado para ellos, en vez de con los términos que emplean los ingenieros y los programadores que los han creado. Trabajamos con unos conceptos no solo ficticios y metafóricos, sino que además en los últimos quince años han ido evolucionando hacia un lugar en el que, literalmente, representan una capa de opacidad absoluta entre el sistema y nosotros. Y es deliberado. Cuando algo se llama “la nube” hay que empezar a sospechar porque mucha gente se imagina una especie de éter que flota lleno de partículas de datos, algunos de los cuales son los nuestros… Preguntas a alguien cómo llegan los correos y se imagina un proceso en el que unos datos van de un lugar a otro y tratan de recorrer el menor recorrido posible. La realidad es completamente distinta: es una infraestructura que no está diseñada para la eficiencia, sino para el control y el registro de datos.

¿Es la ‘economía de la vigilancia’, según la define en el libro, el sector económico más potente? 

Sí, si miras el listado de empresas más valiosas del mercado todas se dedican al mismo negocio: la vigilancia o la extracción de datos.

Si mañana fuese nombrada comisaria europea de Industria, ¿cuál sería su primera medida? 

Reforzar a las empresas europeas para que desarrollen fibra en los lugares donde no ha llegado. O facilitárselo a las cooperativas que están surgiendo en zonas rurales para ponerla.

A Donald Trump le apoyaron dos personalidades clave para su elección, uno es Robert Mercer, dueño de Cambridge Analytica y valedor de Steve Bannon; y otro es Peter Thiel, dueño de Palantir. En la creación de esta última empresa, en 2004, participó la CIA con el fin de vigilar enemigos del mundo libre en Iraq y Afganistán. Hoy se dedica a monitorizar a distancia a cualquier sujeto, organización y sistema registrando datos de todo tipo (citas médicas, compras con tarjeta, viajes…) y venderlos a otras agencias de inteligencia. ¿Qué puede hacer Trump con la ayuda de esta empresa? 

Puede encontrar a más Julian Assanges, por ejemplo. Trump está sentando un precedente importante: está siguiendo un proceso de deshumanización de determinados colectivos ante la sociedad americana, lo que conduce al despojo de sus derechos humanos. En ese proceso, ha retirado la nacionalidad a gente que la tenía desde hace veinte años. Pues gracias a Peter Thiel puede encontrar a esas personas donde quiera que estén y meterlas en un centro de detención de inmigrantes. Es muy peligroso. 

El enemigo conoce el sistema es un libro sobre el cambio climático porque todo este aparato de vigilancia no está ocurriendo a espaldas del cambio climático, está ocurriendo en previsión del cambio climático. Para sus corporaciones es una oportunidad. Hay un grupo de gente que están operando a gran escala y para la que los Estados-nación no importan, porque, de hecho, en el contexto de la crisis climática las fronteras van a ser muy fluidas. Ese es el contexto en el que están operando: grandes masas de gente moviéndose de forma desesperada por el planeta (ya lo hacen) y ellos vigilándolas. A lo grande y en pequeño, a las masas de gente y a las personas individuales, y además van a poder gestionar los recursos finitos del planeta como, por ejemplo, el agua. 

Estas grandes compañías también contribuyen al cambio climático con, por ejemplo, la nube, que contamina muchísimo. Y hablar de la nube es hablar de Amazon, el monstruo discreto, en el sentido, como indica en su libro, de que pensamos que Jeff Bezos se ha hecho rico vendiendo libros.

Bueno, “discreto”, no. Pero sí, [risas] Amazon.com es una tapadera para su verdadero negocio. Amazon Web Services [AWS, la nube de Amazon] tiene como verdadero negocio alojar Internet. La última vez que lo miré, tenía alojado un 46% del mundo occidental, Microsoft está muy por detrás. Y es muy difícil saber qué porcentaje tiene Alibaba [la nube china], que es su principal competidor. Esto es crucial porque el principio de la economía de la vigilancia en la red fue Google ofreciéndonos con Blogger una plataforma para que tuviéramos un blog. Ahora, Amazon lo que hace es decirte: “Si tienes un garaje con un coche dentro, y quieres poner una cámara y quieres que esa cámara esté conectada a un sistema de reconocimiento facial para vigilarlo bien, pues tienes dos opciones: contratas Securitas Direct o te enchufas la cámara que realmente te cuesta cuatro duros. ¡Es más!, te la voy a dar gratis durante los 80 primeros meses”. Y entonces lo que tiene Amazon es cientos de miles de millones de ojos trabajando para él gratis en todos lados, de la misma manera que los bloggers estuvimos trabajando gratis para Google.

Hablando de ojos: ¿qué diferencias hay entre la Inglaterra orwelliana de 1984 y la China real de 2020 y su sistema de crédito social?

Ambas son sociedades autoritarias porque los castigos en China son reales. Lo que pilla muy bien 1984 es la burocratización del crimen. El sistema de crédito social chino –que nos escandaliza pero que no usa ninguna tecnología que no estemos implementando aquí a gran velocidad–,  me interesa porque no es solo un sistema de vigilancia, sino de reeducación de la ciudadanía: le dice al ciudadano cuándo lo ha hecho mal y cuándo bien. Siempre digo que China es 1984[George Orwell, 1948]; y Occidente, Un mundo feliz [Aldous Huxley, 1932]. Pero ambos tienen el mismo objetivo: el férreo control de la población con fines variables, en este caso, para mí, quedarse con todos los recursos durante el mayor tiempo posible. Me imagino que estas personas ya están pensando en el salto cuántico de “vamos a librarnos de toda esta chusma y vivir de verdad bien, empezar desde cero”. Esta idea de las colonias en Marte, que en realidad es una idea que flota todo el rato en el ambiente, pero que el chiste es que la Tierra va a ser Marte.

Suena a eugenesia…

Es totalmente eugenésico. Si ves anuncios o documentales sobre, por ejemplo, la sede de Google en California, encuentras un tipo muy concreto de personas. En Google y Facebook tienen protestas constantemente porque apenas hay personas afroamericanas y mujeres. Es una comunidad cerrada, de gente que gana una cantidad estúpida [mastica la palabra] de dinero cuyos problemas no tienen nada que ver con los de la mayoría y que aspira a tener su propia divisa.

Por terminar con algo de optimismo, ¿por dónde deberían apuntar las soluciones para salir de este Gran Hermano? ¿Qué puede hacer el ciudadano normal para aportar su granito de arena?

Estamos en un punto en el que pareciera que todas las ciudades tienen que ser smart cities y que el 5G es imprescindible. Lo mejor que puede hacer la ciudadanía, independientemente de las aplicaciones que use, es exigir que los gobiernos aseguren la soberanía de las infraestructuras, que las leyes de protección de datos se cumplan sobre todo con respecto a redes de vigilancia tan sutiles e incontestables e invisibles como las cámaras conectadas a sistemas de reconocimiento facial.

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