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La ley que iba a salvar la noche, ¿acabará iluminándola todavía más?

La contaminación lumínica deteriora la biodiversidad y altera el reloj biológico de los humanos. Dificulta nuestro descanso y afecta al sistema inmunitario y nervioso. La nueva ley española renuncia a establecer límites y desoye a la comunidad científica y a la UE.
La ley que iba a salvar la noche, ¿acabará iluminándola todavía más?
La Vía Láctea vista desde Temisas, en el interior de Gran Canaria. A la izquierda, el resplandor de la ciudad. «Más del 60% de los europeos no puede ver la Vía Láctea cuando cae la noche», escribe el autor. Foto: EDUARDO ROBAINA

Cuando las tortugas marinas abandonan el nido de noche, solo buscan una cosa: los destellos del reflejo de la luna en el agua. Por leves que sean, les indican la dirección en la que esperan el mar y el resto de su vida. Pero, cada vez más, confunden las luces de la ciudad con el brillo lunar y toman la dirección contraria, la de las carreteras y los coches, y la de la ausencia de agua salada.

La contaminación lumínica también afecta a las madres durante el proceso de anidamiento, altera la orientación de los sitios de puesta, y aumenta las probabilidades de que algunos predadores capturen más crías. Y las tortugas no son las únicas que sufren el exceso de luz. Es más, apenas existen especies animales a las que no les afecte la contaminación que producen las luces artificiales. Ni siquiera el ser humano se libra.

El Real Decreto que aprueba el Reglamento de ahorro y eficiencia energética y reducción de la contaminación lumínica, en audiencia pública hasta final de mes, estaba llamado a ponerle freno a este problema. Sin embargo, en lugar de eso, ha provocado un aluvión de críticas y alegaciones de especialistas en contaminación lumínica y de la comunidad científica.

La distorsión de la noche

«Nosotros usamos la luz para atraer a los insectos y estudiarlos», explica Joaquín Baixeras, entomólogo de la Universidad de Valencia y miembro de la Red Española de Estudios sobre la Contaminación Lumínica. «Pero a lo largo de las últimas décadas hemos ido notando un declive en las colectas que tenía mucho que ver con el incremento de la contaminación lumínica. Nuestros métodos son menos eficientes porque competimos con la luz de las ciudades».

Este es, claro, el menor de los problemas para la fauna. La alteración de la oscuridad natural del medio nocturno producida por la emisión de luz artificial, conocida como contaminación lumínica, está presente en mayor o menor medida en casi todo el territorio de la península Ibérica, según el artículo The new world atlas of artificial night sky brightness. Sus efectos están cada vez más estudiados.

«La inmensa mayoría de los animales son de actividad nocturna. La noche es una forma de escapar de los predadores y de evitar la radiación solar. Es un cobijo», señala Baixeras. «Si introducimos un elemento extraño que distorsiona la noche, se altera el comportamiento de los animales. Por ejemplo, muchos insectos están adaptados para buscar pequeñas cantidades de luz. Son animales con muy poco tiempo de vida, así que perder dos noches alrededor de una farola puede suponer perder todas sus oportunidades de reproducción».

El sueño y las estrellas

La contaminación lumínica afecta a los insectos en todas las fases de su vida, ya que usan la oscuridad como protección y las luces naturales nocturnas (como la luna o las estrellas) para orientarse. Para muchos mamíferos nocturnos que huyen de la luz, la iluminación supone una barrera, una que puede llegar a interrumpir la comunicación dentro de los hábitats. Las aves, especialmente las migratorias, también modifican sus rutas debido a la luz artificial y acaban sus días lejos de su destino. Y algunas especies vegetales brotan o florecen antes si están cerca de farolas u otras fuentes de luz. La lista podría seguir durante un buen rato.

Pero es que además la luz afecta también a los animales diurnos que usan la noche para descansar. Como nosotros. El 99 % de la población europea vive en zonas con contaminación lumínica. Exponernos a luz intensa durante la noche (sobre todo, si es blanca) inhibe la secreción de melatonina, una hormona que nos ayuda a dormir. Altera nuestro reloj biológico, dificulta el descanso y afecta a nuestros sistemas inmunitario, endocrino y nervioso, además de a la memoria y el aprendizaje.

La iluminación artificial es, además, un gran consumidor energético. Solo los casi 9 millones de puntos de luz instalados en España necesitan 5296 GWh de electricidad al año, alrededor del 2 % de todo el consumo del país. Y, por último, aunque no menos importante, la contaminación lumínica también afecta seriamente a la observación astronómica, tanto profesional como aficionada: más del 60% de los europeos no puede ver la Vía Láctea cuando cae la noche.

Un mínimo que debería ser máximo

Puede que París sea la ciudad de la luz, pero muchos pueblos y ciudades de Francia han recorrido un camino diferente para reducir la contaminación lumínica. Al llegar la noche, apagan la luz. Desde enero de 2019, el país galo cuenta con una de las leyes de protección de la oscuridad más avanzadas del mundo. Regula la temperatura y el color del alumbrado público, así como su orientación, y establece horarios en los que la iluminación en las calles se debe apagar o reducir al mínimo.

«Hay experiencias que demuestran que necesitamos mucha menos luz de la que usamos en las ciudades. El uso de la luz va mucho más allá de cubrir ciertas necesidades de seguridad y movilidad. Tenemos una percepción de la luz como un adorno. Y esto provoca un efecto muy pernicioso: competimos por la producción de la luz. Muchas ciudades están sobreiluminadas», explica Baixeras.

«Para empezar, podemos no iluminar todo aquello que no es necesario iluminar. No hace falta llenar de luz paredes o anuncios. Además, hay que iluminar en la intensidad necesaria, con determinada orientación y durante el tiempo necesario. El alumbrado podría apagarse a partir de determinadas horas o cuando no haya gente», añade. Este tipo de regulaciones son las que se esperaban del nuevo real decreto en España, pero, por ahora, los límites a la luz brillan por su ausencia.

De acuerdo con las alegaciones al proyecto presentadas por la Federación de Asociaciones Astronómicas de España, la reducción de la contaminación lumínica apenas aparece en el texto más allá del título. El real decreto, si no sufre modificaciones, aumentará las superficies iluminadas del territorio, mantendrá niveles muy altos de potencias de alumbrado y fijará una normativa laxa y ambigua que permita la proliferación de la contaminación lumínica.

«Es una lástima de texto. Era una buena oportunidad para aunar la contaminación lumínica y el ahorro energético. No parece ser así, pero vamos a intentar remodelar ese proyecto y asesorar en lo que nos permitan», señala Joaquín Baixeras. «El texto incluso marca unos valores de iluminación mínimos que deberían casi ser los máximos. Tampoco deja espacio a los ayuntamientos para regularlo. Hay municipios que han optado por reducir la contaminación lumínica que van a tener que iluminar más y de forma mucho más agresiva».

El texto, como subrayaba en un artículo Salvador Bará, investigador de la Universidad de Santiago de Compostela y otro de los grandes expertos de contaminación lumínica en España, renuncia a establecer límites a la degradación de los valores naturales de la noche. Además, el proyecto parece obviar tanto la literatura científica al respecto como las recomendaciones de la Unión Europea. Por ahora, eso sí, todavía hay margen para modificar la ley y dejarle sitio a la noche.

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