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Wall Street aterriza en la COP15 sobre biodiversidad con inversiones billonarias

La pérdida de especies ha despertado la codicia de los principales inversores y magnates actuales. “Y esto es algo que, quizás, nos debería preocupar”, afirma el profesor y científico.
Sede de la COP 15 sobre biodiversidad, en la ciudad de Kunming, provincia suroccidental china de Yunnan. Foto: Oriental Image via Reuters Connect

La semana pasada tuvo lugar una de las reuniones más importantes del año. La primera parte de la Convención sobre la Diversidad Biológica (COP15) estableció el nuevo marco mundial para la conservación de la biodiversidad. El documento resultante pretende establecer acciones inmediatas y a escala global para revertir la grave pérdida de biodiversidad que estamos sufriendo. Para ello, se insta a cumplir una serie de objetivos antes del 2030, de forma que en 2050 podamos “vivir en armonía con la naturaleza”.

Es conocido que estos documentos grandilocuentes suelen servir de papel higiénico a los mandatarios mundiales y poco más. Pero esta vez hay algo diferente. Y es que la pérdida de biodiversidad ha atraído a muchos de los principales inversores y magnates actuales. Y esto es algo que, quizás, nos debería preocupar.

Wall Street planea un instrumento para cobrar por servicios ecosistémicos

Un mes antes de la COP15, la Fundación Rockefeller y la Bolsa de Nueva York presentaron un nuevo tipo de activos naturales basados en las externalidades que produce la naturaleza, así como un instrumento para su fiscalización con el objetivo de “impulsar un futuro sostenible”. Es decir, estos activos buscan crear un instrumento para poder cobrar por los servicios que aportan los ecosistemas. Servicios tales como la regulación climática, la polinización, la biodiversidad, el agua o el turismo, entre otros. 

Se argumenta que dichos activos servirán para financiar la tan necesitada restauración ecosistémica, pero no esconden que se trata de un negocio que han valorado en 125 billones de dólares.

¿Cómo funciona este mecanismo? En primer lugar, se identifica un activo natural como un bosque y se cuantifican los servicios que produce. Seguidamente se crea la empresa para gestionar el activo natural que decide quién tiene derecho sobre los beneficios generados. Por último, se lanza una oferta pública en una bolsa de valores, como la de Nueva York, donde el activo natural se convierte en capital financiero.

Para que se entienda: esta medida pretende que, por ejemplo, un agricultor en Cuenca deba pagar a la bolsa de Nueva York un precio fluctuante por tener derecho a que las abejas polinicen sus cultivos. Eso sí, debemos tener en cuenta que esta medida está realmente ideada para ser llevada a cabo en países en desarrollo. Es decir, que persigue que incluso la actividad de un cazador-recolector congoleño esté a merced de los vaivenes de Wall Street.

Naciones Unidas logra 5.000 millones de dólares de nueve inversores 

Unos días antes del anuncio de Wall Street, se celebró la 76ª Asamblea General de las Naciones Unidas. Allí, nueve organizaciones se comprometieron a invertir 5.000 millones de dólares en los próximos 10 años para lograr el objetivo de establecer áreas protegidas en el 30% de la Tierra. La Unión Europea prometió, a su vez, doblar la financiación a terceros países para proteger la biodiversidad. 

Algunas de las organizaciones que financian estas acciones, tales como la fundación de Jeff Bezos (fundador de la empresa Amazon), tienen las mismas credenciales que la Fundación Rockefeller en cuanto a protección del medioambiente. 

Se ha argumentado que lo que realmente buscan estas medidas es el acaparamiento masivo de tierras. Con el pretexto de conservar el 30% de la Tierra, aumentará el área de espacios protegidos, lo que probablemente irá acompañado de un desplazamiento de aquellas comunidades locales e indígenas que los habitan actualmente. Esto es lo que ha pasado en otras ocasiones.

Crear nuevas áreas protegidas no implica mayor protección ecológica

Más allá de todo esto, la idea de que para preservar la biodiversidad necesitamos eliminar la presencia del ser humano en el 30% de la Tierra es fundamentalmente errónea. Primero, porque bajo un escenario de cambio climático no hay ecosistema que se libre de la influencia humana. Y segundo, porque no podemos creer que lograremos protección alguna si tenemos patente de corso en el 70% restante. Debemos aspirar a proteger el 100% de la Tierra, pero de forma que el aprovechamiento de recursos sea sostenible. 

Recordemos que un principio ecológico básico es que la biodiversidad aumenta a niveles intermedios de perturbación. La creación de áreas protegidas y parques nacionales suele eliminar las perturbaciones que producen los humanos a través de la gestión sostenible. Cuando se pierde la perturbación, el hábitat se vuelve cada vez más homogéneo, lo que puede repercutir negativamente sobre su diversidad, en un proceso que está bien documentado en la literatura científica. La clave, por tanto, está en gestionar adecuadamente los ecosistemas.

Me gustaría acabar este artículo recordando la obviedad de que a nadie se le ocurriría diseñar una red de carreteras global desde los despachos de Naciones Unidas: las necesidades viarias deben abordarse a escala local. Lo mismo ocurre con la gestión de los ecosistemas y su conservación. Y es que se deben tener en cuenta las peculiaridades y singularidades de cada caso antes de acometer una actuación. Protejamos y blindemos nuestra diversidad de paisajes y de paisanajes de quienes sólo ven inversiones o votos en los ecosistemas.

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