COP26: empezamos

"Arranca una cumbre con dudas, poca transparencia y mucha retórica con olor a naftalina... y con importantes deberes por delante", escribe Queralt Castillo, enviada especial a Glasgow.
Estación Central de Glasgow. Foto: Daniel/Flickr (CC BY 2.0)

Los líderes mundiales nos dicen que hacer frente al cambio climático es cosa de todos y todas. Desde hace años nos dicen que reciclemos, que no malgastemos el agua mientras nos cepillamos los dientes, que cerremos las ventanas si ponemos el aire acondicionado, que cambiemos nuestros coches de combustión por coches eléctricos o que usemos más el transporte público, entre otros. Lo hacemos: cada vez hay más gente intentando minimizar su huella de carbono con diferentes iniciativas: gente que se desplaza en bicicleta a su puesto de trabajo, gente que se lleva los envases de casa y compra a granel, gente que va al supermercado con sus propias bolsas de tela, gente que recicla el agua de la lluvia, gente que reduce su ingesta de carne, gente que vende sus coches de combustión y compra uno electrificado, etc.

Gente, gente, gente. La gente hace cosas; hace lo que se le pide, hace lo que está en sus manos. Mientras, los dirigentes de las principales potencias, también los que más contaminan, tiran una monedita al aire en la Fontana di Trevi pensando que así se van a solucionar las cosas. Ríen y se dan codazos pensando en la comida copiosa que les espera, mientras nosotros gastamos 20 euros en botellas de vidrio para la oficina con la intención de reducir el uso de plásticos. 

La COP26 ya ha arrancado. Y lo ha hecho con pocas ganas, pesimismo y sombras. El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, advirtió por enésima vez que “la humanidad está cavando su propia tumba”. Quizás no sea la humanidad en sí misma, la que cava la tumba, sino todos esos gobernantes, y sí, en esta ocasión hay que usar el masculino genérico, que son los que no hacen nada para frenar la catástrofe.

El compromiso no sirve de nada si no va acompañado de acciones; y las acciones no consisten en pactar o llegar a acuerdos o hacer prometer a la empresa privada algo. El compromiso real llega cuando a las empresas privadas se les reducen los privilegios y se las ata en corto; cuando hay una legislación fuerte que se aplica sin fisuras. La periodista argentina Tais Gadea, especializada en crisis climática y medio ambiente, lo mencionaba en Twitter: “Recordemos que un acuerdo entre un gobierno y una empresa en el marco de la COP26 no deja de ser exactamente eso”. Lo dicho.

Este lunes, el divulgador ambiental Andreu Escrivà destacaba en sus redes sociales dos titulares. El primero, sobre la intervención de Pedro Sánchez en la cumbre del clima: “El presidente promete destinar 1.350 millones de euros anuales al Fondo del Clima a partir de 2025”. Eso supone un aumento del 50% de la aportación actual. El segundo era un titular del 2 de agosto de este mismo año: “El gobierno anuncia 1.600 millones de euros para ampliar Barajas”. Nada más que añadir. 

Durante el primer día de la cumbre vimos imágenes de Joe Biden, presidente del segundo país que genera más emisiones de carbono, hacer una cabezadita. India se comprometió a alcanzar la neutralidad climática para 2070 (20 años más tarde de lo que insta la comunidad científica); y Ecuador ofreció una nueva reserva marina en las Galápagos a cambio de que le condonen la deuda.

En la línea de este último hecho, el de considerar la naturaleza como un bien de consumo, una propiedad vendible, intercambiable, el Financial Times publicaba una columna de Barham Salih, el presidente de Irak (de los más vulnerables frente a los efectos del cambio climático), con el título: Fighting climate change is an econcomic opportunity for Iraq. Si se ve la “lucha” contra el cambio climático como una oportunidad económica, ¿qué hay que esperar de esta COP y de las futuras que vengan? ¿Acaso no hay que mitigar el calentamiento global para salvarnos a nosotros mismos?

Empieza una cumbre con muchos deberes por hacer y con tres grandes temas: aumentar la ambición de los planes climáticos de las naciones, la financiación de las potencias desarrolladas de los países en vías de desarrollo para que estos puedan adoptar planes para frenar las emisiones y adaptarse al cambio climático, y el polémico Artículo 6 del Acuerdo de París, que atañe al nuevo mercado global de carbono y que esconde muchos intereses y trampas. También empieza una cumbre con dudas, poca transparencia y mucha retórica con olor a naftalina. Empezamos. 

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