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Douglas Rushkoff: «Puede que el origen del Gran Reinicio no tenga tanto que ver con la conservación del planeta como con la del capitalismo»

Avance editorial de 'La supervivencia de los más ricos', en el que Douglas Rushkoff sostiene que la única salida a la crisis climática es el decrecimiento. El autor señala que el Gran Reinicio que propone el Foro Económico Mundial o el Nuevo Pacto Verde apuestan por nuevas formas de crecimiento capitalista.
Douglas Rushkoff: «Puede que el origen del Gran Reinicio no tenga tanto que ver con la conservación del planeta como con la del capitalismo»
Douglas Rushkoff, escritor y profesor de Cultura Virtual en la Universidad de Nueva York. Foto: Cedida

Este es un fragmento en primicia de ‘La supervivencia de los más ricos‘ (Capitán Swing), de Douglas Rushkoff.

El Gran Reinicio: para salvar el mundo hay que salvar el capitalismo 

Cuando vi entrar a los guardaespaldas en el vestíbulo del hotel, supuse que habían venido por Al Gore, que tenía previsto hablar aquella tarde. Pero, cuando la falange dobló finalmente la esquina, me di cuenta de que no estaban protegiendo al exvicepresidente, sino a la leyenda de la Nueva Era Deepak Chopra. ¿Por qué iba a necesitar Chopra un equipo de seguridad —me pregunté—, especialmente en un aislado complejo turístico en Puerto Rico?

Todos habíamos sido convocados allí por el premio nobel Óscar Arias para celebrar la que sería la primera reunión de la Alianza para la Nueva Humanidad, anunciada como «la primera respuesta global a la oportunidad de que las gentes de paz colaboren juntas en torno a los retos comunes que la humanidad afronta». Esto ocurría en 2003 —más de una década antes de que la ONU adoptara sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible—, cuando la idea de que «las sociedades dan demasiado valor a la competencia, la riqueza y el individualismo» aún parecía novedosa y algo radical para la élite que se había beneficiado de esos mismos valores.

​​Identificándome como alguien que «compartía la visión de una Nueva Humanidad», me invitaron a asistir como miembro del consejo honorario, junto con toda una serie de activistas en favor de la paz y personalidades diversas como Desmond Tutu, Marianne Williamson, Anand Shah, Guy Oseary, Jerry Hall y Marisa Tomei. Se suponía que Ricky Martin iba a dar el discurso inaugural, pero —como casi todos los famosos de la lista— no se presentó. En su lugar, varios salmodiadores, sanadores, meditadores, espiritistas y políticos retirados comparecieron ante un público de unos trescientos asistentes de pago para compartir sus visiones optimistas acerca de cómo un día la nueva humanidad superaría nuestra sociedad de violencia y contaminación. […]

Douglas Rushkoff La supervivencia de los mas ricos
‘La supervivencia de los más ricos es «una mirada hilarante a la sociopatía de la élite que está destrozando el mundo», en palabras de la escritora Molly Crabapple.

Ahí estaban, celebrando una costosa conferencia sobre la paz mundial en un exótico complejo hotelero en el que las únicas personas de color (aparte del centimillonario Chopra) eran los camareros; hablando de sostenibilidad mientras comían ternera lechal y mero chileno, una especie en peligro de extinción; comprometiéndose a luchar contra la contaminación mientras volaban miles de kilómetros y bebían agua de las botellas de plástico de tamaño individual más pequeñas que había visto nunca… y todo ello para promover iniciativas como el «Día de los Buenos Días» del cantante Ricky Martin, en el que la gente de todo el mundo difundiría su buena voluntad a través de las redes sociales al estilo latinoamericano.

Como muchos filantrocapitalistas de primera fila, aquellos supuestos mensajeros de la paz ignoraban cómo sus propios métodos socavaban sus grandes objetivos. Del mismo modo que la Alianza por la Nueva Humanidad pretendía combatir la manipulación de los medios de comunicación con más propaganda y resolver la crisis climática gastando más combustible de aviación, los principales esfuerzos actuales para corregir los males del capitalismo, la industria y la tecnología pretenden hacerlo justamente con más capitalismo, industria y tecnología.

En su innovadora obra La doctrina del shock, Naomi Klein exponía el modo en que los Gobiernos opresores, las corporaciones y los individuos ricos fomentan o se aprovechan intencionadamente de los desastres naturales y militares para implementar políticas neoliberales, afianzar determinados intereses empresariales y construir comunidades cerradas. Así, cuando firmas como Halliburton gestionan la logística de la seguridad y las infraestructuras de la posguerra en Irak, empresas de tecnología de vigilancia como Palantir obtienen contratos a raíz del 11S o la industria penitenciaria hace negocio cada vez que se produce un aumento de la pobreza y la delincuencia, el hecho es que quienes se benefician de las crisis tienen toda clase de incentivos para perpetuarlas, así como para perpetuar el sistema que mantiene en marcha ese circuito de realimentación. La pandemia de covid creó al menos nueve nuevos milmillonarios solo con los beneficios de las vacunas; suficiente riqueza para vacunar completamente 1,3 veces a toda la población de los países de bajos ingresos.

Personalmente, no creo que los filantrocapitalistas como Mark Zuckerberg, Elon Musk o Bill Gates estén explotando o perpetuando las crisis planetarias con el mismo interés cínico con el que Halliburton aborda el malestar global o la familia Sackler capitaliza la adicción a los opiáceos. Antes al contrario, a su manera pretenden resolver nuestros muchos problemas y quizá llevarse parte del mérito. Pero el hecho de que suscriban de manera irreflexiva la Mentalidad y sus premisas subyacentes hace que sus soluciones sean insostenibles. Cuanto peor van las cosas, más fácil nos resulta justificar la Mentalidad. Y cuanto más justificamos la Mentalidad, peor van las cosas. […]

Si aceptamos el capitalismo y la dominación de la naturaleza como requisitos básicos para que continúe el proyecto humano, todo esto tiene sentido cabal. Las soluciones deben generar dinero —más dinero que sus predecesoras— para que alguien se sienta motivado a implementarlas. El crecimiento es bueno. La «sostenibilidad», en cambio, implica una inaceptable meseta en los gráficos de crecimiento y desarrollo. Supone cooperar con la naturaleza y reducirse en lugar de dominarla y redoblarse. Eso es inasumible. No debemos frenarnos, y menos aún cuando las cosas se ponen difíciles. Hemos de seguir abriéndonos camino. Justo al otro lado de la siguiente colina está la respuesta que buscamos. Confiemos en los científicos, la tecnología y las fuerzas del mercado. Podemos alcanzar nuevas cotas.

Tal es la filosofía subyacente al Gran Reinicio, una campaña lanzada con un sitio web y un libro por el fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab. Este defiende «una forma mejor de capitalismo» que fomente grandes inversiones en empresas y tecnologías que sean capaces de resolver el cambio climático, la pobreza global y toda la pesca. Anunciado de forma oportunista en el punto álgido de la pandemia de covid, el Gran Reinicio postula un modelo de intervención basado en el concepto de «la crisis como oportunidad», en el que cada motivo de preocupación solo es en realidad un incentivo para arremangarse, ponerse a trabajar y «reconstruir mejor» las cosas, con una abundante inversión de capital y un rendimiento no menos abundante de dicha inversión.

Puede que de hecho el origen del Gran Reinicio no tenga tanto que ver con la conservación del planeta como con la del capitalismo. Representa la culminación de una campaña de relaciones públicas que dura ya dos décadas y se inició como reacción a las protestas que tuvieron lugar en la conferencia de la Organización Mundial del Comercio en Seattle y en la cumbre del G8 en Génova a principios de este siglo. El mundo estaba cambiando y los ecologistas, los líderes sindicales, los inmigrantes y el movimiento antibélico empezaban a ser conscientes de que el corporativismo global era la principal causa de muchos de sus problemas.

Schwab respondió convocando una serie de debates en la conferencia del Foro Económico Mundial en Davos sobre el calentamiento del planeta y la pobreza en el Sur global. Incluso se invitó a acudir a Davos, en dos ocasiones, a la joven activista climática Greta Thunberg. Su advertencia de que los líderes mundiales, los directivos empresariales y los banqueros allí reunidos no debían depender de las compensaciones de carbono ni de tecnologías aún no inventadas para resolver el cambio climático fue ignorada, también en dos ocasiones. Probablemente es porque lo único que buscaban eran los titulares diciendo que la habían dejado hablar. Pero también se debe al hecho de que su tesis —que el mundo está en llamas y debemos pasar inmediatamente a «cero emisiones reales» reduciendo nuestro gasto energético efectivo— contradice la premisa del Gran Reinicio. Schwab y el Foro Económico Mundial creen que la ralentización sería un gran error y que las fuerzas del mercado, sin las ataduras de las regulaciones locales o nacionales, pueden aplicarse a cualquier problema y de paso hacer más ricos a los inversores. […]

Schwab quiere que les confiemos esta gran responsabilidad sobre todo lo relacionado con nuestro bienestar. Tomando prestado su lenguaje de los libros de teóricos de la nueva economía como Paul Mason, Kate Raworth e incluso yo mismo, Schwab reivindica el concepto de «capitalismo participativo», que no solo tendrá en cuenta los intereses de los accionistas de las empresas, sino los de todas las «partes interesadas», incluidos los trabajadores y las poblaciones locales afectadas por sus operaciones. Parte de lo que postula Schwab suena muy bien. Debemos acoger a los más de mil millones de refugiados desplazados por el cambio climático, escuchar a los expertos científicos y comer menos carne. Todo eso es bueno. Algo más sospechosas resultan las formas de llegar a esa nueva normalidad.

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Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, y Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.

Para empezar, debemos liberar al capital de toda clase de trabas regulatorias, como los impuestos, la protección de las industrias locales y, lo que es peor, la nacionalización. En lugar de obligar a las empresas a abordar los problemas mundiales o gravar sus ganancias para hacerlo a escala nacional, se supone que debemos fomentar su «inversión de impacto» voluntaria y apoyar su naciente espíritu de «ciudadanía corporativa global». Así empoderados, los líderes más ricos del planeta pueden tomar buenas decisiones desde arriba.

En segundo término, hemos de incentivar la ciudadanía corporativa global dejando que las empresas obtengan beneficios del desarrollo de nuevas tecnologías. Resolveremos las enfermedades y los cánceres causados por los problemas medioambientales aprendiendo a imprimir órganos. Gestionaremos los recursos que escaseen debido a la sobreexplotación etiquetando todo lo que tiene valor y cuantificándolo en la cadena de bloques. Desplegaremos vastos conjuntos de sensores físicos y algoritmos de vigilancia virtuales para monitorizar el comportamiento humano, convirtiéndolo en una serie de datos para poder modelarlo, predecirlo e influir en él. Todo se transforma para hacerlo compatible con el mercado. Así que, en efecto, se trata de un mercado más «inclusivo», en el sentido de que el mercado es capaz de incluirlo todo.

Ni siquiera los progresistas se quejan de esta parte. El llamado Nuevo Pacto Verde (Green New Deal) apuesta por la idea de que la gran transición energética que vendrá no solo salvará el planeta, sino que dará trabajo a todo el mundo. Aplauden cuando Estados Unidos o la Unión Europea adoptan nuevos objetivos, más ambiciosos, de cara a una rápida transformación de las infraestructuras energéticas, ansiosos por lograr la neutralidad en emisiones de carbono antes de que las temperaturas globales se disparen más allá de niveles reparables. Consideran que su principal reto es convencer a los trabajadores occidentales de que les conviene reciclarse para la revolución verde. Esa es la creciente industria del mañana. La exigencia de crecimiento del mercado no es un impedimento para la justicia social, económica y medioambiental, sino la forma de financiar y recompensar a quienes lo hacen posible. Energía y dinero para todos.

Basta preguntarle a Elon Musk. Sus vehículos íntegramente eléctricos de cero emisiones (junto con las subvenciones públicas y los créditos de carbono) lo han convertido en uno de los hombres más ricos del mundo (a temporadas el más rico), han creado puestos de trabajo para más de setenta mil empleados y han puesto de moda los coches eléctricos. Pero ¿de verdad los Tesla hacen del mundo un lugar mejor? Son divertidos de conducir y representan un gran reclamo publicitario para un futuro poscarbono en el que puedes pasar de cero a cien en menos de tres segundos. Pero en lo referente a su impacto medioambiental ocurre un poco como con los paneles solares. Aunque no expulsan gases de carbono mientras los conducimos, puede que la huella de carbono total que dejan a lo largo de su vida útil no sea mucho menor que la de sus equivalentes de gasolina, al menos hasta que transformemos la red eléctrica para que dependa menos del carbón y más de otros procesos que impliquen un menor consumo de carbono y nos comprometamos a producir energías renovables sin que acarreen la subyugación del Sur global, además de contaminación tóxica y pérdida de biodiversidad.

«El decrecimiento es la única forma infalible de reducir la huella de carbono de la humanidad»

Aun aceptando que los vehículos eléctricos y los paneles solares son —o serán un día— más eficientes energéticamente que las tecnologías de combustión de carbón y de petróleo, la cuestión más importante es cuán rápido pretendemos llevar a cabo esta transición. Para que las energías renovables proporcionen la mayor parte de nuestra energía, tendríamos que multiplicar por veinte la eólica y la solar. Pero no hay suficientes tierras raras en el planeta para construir un sistema energético así y reemplazarlo luego cada dos décadas. Sustituir la mayoría de nuestras industrias del carbón y del petróleo por otras eléctricas agotaría toda nuestra energía y recursos de golpe, incrementando enormemente las emisiones y la degradación medioambiental a corto plazo. También podría acrecentar la desigualdad energética al desviar energía y recursos a la reconstrucción del propio sector energético. Por otro lado, llevar a cabo una transición lenta a medida que las fuentes se vayan agotando puede que no creara este tipo de tensiones, pero tardaríamos muchas décadas en llegar a cero emisiones netas. Ambos planteamientos tienen consecuencias catastróficas.

Resulta imposible quebrantar las leyes básicas de la física. La única respuesta real, una respuesta verdaderamente simple que ni los filantrocapitalistas ni los ecotecnólogos quieren oír, es que tenemos que reducir nuestro consumo de energía de forma radical. El decrecimiento es la única forma infalible de reducir la huella de carbono de la humanidad. También nos daría el tiempo necesario para realizar la transición a tecnologías con un menor consumo energético. En lugar de plantearnos si es mejor que compremos un coche eléctrico, de gasolina o híbrido, quedémonos con el que tenemos. Mejor aún: empecemos a compartir el coche, a ir andando al trabajo, a trabajar desde casa o a trabajar menos. Como intentaba decirnos Jimmy Carter en sus denostadas «charlas junto a la chimenea», bajemos el termostato y pongámonos un suéter. Se beneficiarán nuestros senos nasales y saldrá ganando todo el mundo.

El decrecimiento puede convivir con el capitalismo basado en el crecimiento, pero no puede sustentarlo. Los defensores del Gran Reinicio y del Nuevo Pacto Verde creen haber dado con una especie de teoría de la gran unificación para diseñar una economía energética regenerativa que siga proporcionando un crecimiento exponencial a sus inversores. Puede que los progresistas crean que esa es la única forma de hacer que la idea del ecologismo resulte aceptable para aquellos que deben financiarlo o permitirlo. Pero al hacerlo, dan cobertura a quienes utilizan el cambio climático para justificar algunas formas auténticamente atroces de especulación tecnosolucionista, y a veces algo peor. […]

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COMENTARIOS

  1. Chapeau, excelente artículo.
    «Personalmente, no creo que los filantrocapitalistas como Mark Zuckerberg, Elon Musk o Bill Gates estén explotando o perpetuando las crisis planetarias con el mismo interés cínico con el que Halliburton aborda el malestar global o la familia Sackler capitaliza la adicción a los opiáceos. Antes al contrario, a su manera pretenden resolver nuestros muchos problemas y quizá llevarse parte del mérito».
    Estos filantrocapìtalistas no tienen nada de ilusos, Douglas: aman el dinero, el poder y sobre todo el reconocimiento y la admiración que despiertan. Eso les hace sentirse importantes, les da vida.
    El capital tiene sometido y destruído al mundo; pero la mayoría de la gente culpa de ello a los políticos cuando son simples sirvientes.
    Capitalismo asesino, políticos sirvientes, y la irresponsabilidad del ser humano que no hemos hecho nuestros deberes y hemos regalado nuestros derechos al gran capital para que disponga de ellos a su conveniencia.
    Vivir con sencillez. La naturaleza es una maestra, deberíamos conocerla y aprender de ella. Estos filantrocapitalistas, como no la conocen, se han perdido en sus elucubraciones y hemos consentido que seres profundamente descentrados tengan sometido al mundo.
    Green New Deal, otro engaño «verde».
    En lugar del obligatorio servicio militar, que lo fué hasta hace pocos años, lo que sí debiera ser obligatorio para todo el mundo, un año cuidando de la naturaleza, trabajando en el campo, descubriendo que es sencillo vivir y como hemos consentido que nos hagan la vida difícil y complicada.
    «El decrecimiento es la única forma infalible de reducir la huella de carbono de la humanidad»

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