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Este texto es una respuesta al publicado en CTXT con el titular ‘Renovables, aquí y ahora: tenemos que hablar‘.
El mundo ecologista está agitado por fuertes polémicas. No es una realidad nueva, pero en los últimos años, y especialmente en los últimos meses, ha adquirido una intensidad mayor. Con el fin de rebajar tensiones, Antonio Turiel, Juan Bordera, Kike Ballesteros, Sergi Nuss, Mar Reguant, Maria Serra y Jordi Vilardell han publicado un texto, Renovables aquí y ahora: tenemos que hablar, cuyo espíritu los aquí firmantes suscribimos (la cursiva es nuestra): «la magnitud de la crisis requiere una respuesta decidida, constante y urgente; la transición necesaria requiere el rápido abandono de los combustibles fósiles y su no menos rápida substitución por energías renovables». Pensamos que entre los diferentes enfoques y voces del ecologismo es posible construir un mínimo común que contribuya a convertir este espíritu en realidad de un modo social y territorialmente justo, y ecológicamente compatible con el resto de límites planetarios.
Para que esta voluntad de conformar espacios de encuentro no sea un brindis al sol, es importante tener una idea de qué dinámicas nos han llevado a acentuar las diferencias entre personas que, por otra parte, compartimos mucho. Lo primero es tomar conciencia de que las controversias, y con ellas los roces ásperos, no empezaron con los conflictos entre renovables y territorios. Desde hace muchos años en el ecologismo conviven tensamente posiciones que tienen objetivos finales poco compatibles, por ejemplo entre la liberación animal y la ganadería ecológica.
De modo más reciente y más conectado con el asunto de las renovables, la idea de Green New Deal en el Estado español fue recibida con una notable hostilidad por parte de sectores del ecologismo que priorizaban propuestas de decrecimiento más rupturistas. La polémica sobre la pertinencia del concepto de colapso también dista de estar cerrada. Y en otros países, el ecologismo, o al menos su militancia climática, ni siquiera presenta un consenso antinuclear tan sólido como sucede en España.
En el ecologismo, como en cualquier movimiento político, la pluralidad es grande y las diferencias importantes. Pero estos debates han sido muy de nicho. Los conflictos de las renovables en los territorios han facilitado un salto de escala: los argumentos cruzados del ecologismo, de repente, están alimentando disputas concretas de alto impacto en la vida de mucha gente, con muchos intereses en juego y mucha resonancia política. Este sí es un escenario nuevo.
Otro punto que es clave para comprender esta situación, y así reconducirla, es asumir que en el campo de la transición energética, no existe nada parecido al consenso científico que ha podido construir el IPCC con el clima. La literatura técnica especializada ofrece estimaciones extraordinariamente divergentes sobre asuntos tan centrales como el potencial máximo de una sociedad 100% renovable. Un proceso político de tal magnitud como descarbonizar nuestra matriz energética necesariamente va a implicar disputas: sobre cómo repartir los beneficios y las cargas, sobre el modelo de sociedad al que se aspira, sobre las tácticas más adecuadas, sobre las prioridades… Estas disputas van a darse sobre un suelo movedizo en el que existen argumentos científicos dispares que pueden fundamentar posiciones muy alejadas entre sí.
Finalmente, un factor decisivo que explica esta situación es la relación entre la falta de «institucionalidad» ecologista y las características de nuestra esfera pública. Como el ecologismo no es, ni previsiblemente podrá ser nunca, un movimiento que responda a estructuras organizativas comunes, carece de reglas que regulen y comprometan las posiciones de los debates. Estos se dan en una esfera pública maldecida por unas condiciones de comunicación que facilitan mucho solapar razonamientos con enroques identitarios, confundir argumentaciones contundentes con ofensas y distanciar opiniones que pueden tener puntos de acuerdo en base a prejuicios y caricaturas mutuas. Que buena parte de estos debates se hayan dado a través de una plataforma como Twitter, explícitamente diseñada para exacerbar la confrontación, quizá ayude a explicar ciertas salidas de tono de las que nadie ha estado exento.
Este diagnóstico nos sirve para proponer un punto de partida, que es válido para el ecologismo pero podría ser útil para cualquier otro movimiento social y político: los desacuerdos no son un error a combatir ni una anomalía a corregir. Son un hecho, natural, inevitable y hasta sano, que sencillamente debe ser bien gestionado para no volverse tóxico o destructivo. Pensamos que la mejor manera de avanzar en la invitación que lanzan los autores del texto Renovables aquí y ahora, tenemos que hablar es compartir ideas sobre cómo consolidar hábitos y costumbres y quizá hasta metodologías que permitan facilitar acuerdos y pactar disensos. Van algunas propuestas al respecto:
1. El eclecticismo estratégico y la sociodiversidad son armas del proyecto ecologista. «Nadie sabe todo y nadie sabe nada», decía Paulo Freire, en una máxima que aplica bien a una tarea como la transición ecológica justa, cuya complejidad y magnitud no permite pensar en referentes ni figuras de autoridad y todo tiene un aire de experimento abierto al ensayo y al error. Toleremos el error ajeno al menos tanto como el propio.
2. Asumida la pluralidad como nuestra materia prima, nada es más enemigo de la pluralidad que forzar unanimidades y consensos. El ecologismo debe aprender a convivir con la polémica (científica e ideológica) como el hábitat natural en el que se desarrolla cualquier sujeto colectivo vivo que aspire a evolucionar e intervenir mejor en el mundo. Ha habido, hay y habrá debates apasionados, porque hay distintas maneras de ver las cosas, hay asuntos en juego muy serios que tienen costes de oportunidad, y todo el mundo se siente comprometido con aquello que defiende. Pero, al mismo tiempo, existen enormes oportunidades para que gente que discrepa en algunos terrenos trabajen juntos en otros.
3. Para encontrar este punto óptimo, que facilite la colaboración mutua sin bloquear las polémicas que nos hacen evolucionar, creemos que es importante tomar precauciones, al menos, con dos aspectos problemáticos que ha presentado la discusión, uno específico del debate ecologista y otro de la esfera pública de nuestro tiempo:
a) Los consensos científicos no se construyen en los medios de comunicación, se construyen en la academia en un proceso que mezcla descubrimiento, discusión y negociación entre expertos y expertas que es arduo y lento. Sabemos además que la academia neoliberal es un terreno penoso para que prospere la investigación científica. Pero pretender puentear ese proceso sólo lleva a la confusión. Dirimir técnicamente el potencial futuro de las energías renovables o evaluar los riesgos de los límites minerales no es un asunto a resolver en podcast, tertulias televisivas o columnas de opinión. Estos espacios pueden servir para divulgar ciencia. Pero su función es servir para deliberar colectivamente sobre dilemas políticos y morales. Por ejemplo, cómo enfrenta nuestra sociedad un reto como la transición energética asumiendo que hay incertidumbre en el conocimiento técnico y a la vez la amenaza de enormes riesgos. Por el contrario, reducir la incertidumbre en ese conocimiento técnico es una tarea que se va resolviendo poco a poco en ámbitos como los artículos científicos, los congresos, las monografías y las conclusiones de los proyectos de I+D+i.
b) Es importante resistirse a la inmediatez y a las dinámicas perversas de una sociedad convertida en unos juegos del hambre mediáticos, donde para sobrevivir todo deviene marca (personal o colectiva). Un debate es exactamente lo contrario a una tertulia televisiva. Especialmente si lo que se quiere es facilitar acuerdos y pactar disensos, porque se sobreentiende que se forma parte de un espacio común, aunque plural, como es el ecologismo transformador.
4. Aunque seguirá habiendo malentendidos, salidas de tono, choques e incomprensiones mutuas en los debates ecologistas, porque es humano e inevitable en cualquier situación de conflicto, es interesante y es posible hacer un ejercicio de contrapeso. Nuestra sociedad está llena de situaciones donde el conflicto se pacta, y una intensa rivalidad no está reñida con cierto respeto a normas de convivencia que son fructíferas para todos (desde el deporte hasta, idealmente, el juego electoral-parlamentario). Con el fin de generar este clima, conviene no olvidar, al menos, dos hechos irrebatibles:
a) la frontera amigo-enemigo no está dentro del ecologismo por muchas que sean nuestras discrepancias, sino que la conforma el proyecto de capital fósil, del negacionismo (también el de los límites planetarios) y de aquellos que pretenden gestionar la crisis ecológica por la vía de incrementar la desigualdad.
b) la mayor parte de las personas con las que discutimos son gente que ha dedicado una ingente cantidad de tiempo y esfuerzo vital, muchas veces con no pocos costes personales, a contribuir desde sus convicciones a un horizonte de transición ecológica justa. Debería ser fácil empatizar con esto.
5. La mejor forma de facilitar acuerdos no es con debates de máximos o principios generales, donde es más sencillo que florezcan los disensos, sino con propuestas concretas en situaciones determinadas atendiendo a problemas específicos. Debería ser posible, e incluso exigible, que amplias posiciones del ecologismo en este país acordaran unos mínimos comunes sobre el despliegue de las energías renovables: que es necesario, que debe ser rápido pero a la vez ser social, ambiental y territorialmente justo y que conviene acompañarlo de cambios en los modos de vida para atender a otros problemas de la crisis socioecológica. Este acuerdo será más sencillo si dejamos de lado los muchos aspectos en los que no llegaremos a un consenso. Algunos ejemplos son la tasa de retorno energético de una matriz 100% renovable, su dependencia fósil, el grado de transformación del capitalismo que exigirían o cómo se producen los cambios políticos. Conviene ser humildes en los pasos a dar. Pero bien dados, esta posición de mínimos puede ser útil y quizá tenga sentido trabajar por elaborarla. Hacerlo bien es importante porque puede marcar el camino para otros conflictos similares que están por venir: el peso del vehículo eléctrico privado, la localización de la minería, las reducciones en el consumo de carne, etc.
En resumen, compartimos con el texto Renovables aquí y ahora, tenemos que hablar la importancia del diálogo en el espacio ecologista. Para llegar a acuerdos y para que los desacuerdos sean fructíferos para todos. El fin de semana del 18 de marzo nos reunimos en Barcelona un grupo de personas ecologistas con hipótesis comunes: la importancia de la esperanza, la necesidad de imaginar escenarios de victoria, el imperativo de ser mayoría, el requisito de que la transformación se refleje en políticas públicas… Como telón de fondo, un diagnóstico científico y político más optimista que el de otros compañeros ecologistas, que tienen en consecuencia otras estrategias. Es bueno que unos y otros estemos convencidos de nuestras tesis y es legítimo aspirar a influir en el conjunto de la sociedad que queremos transformar. En muchas ocasiones nuestras tesis serán compatibles y en otras no. Incluso en la diferencia será bueno hablar y respetarse para que cuando nos toque trabajar juntos sea fácil hacerlo. Buscar una postura de mínimos en el choque entre renovables y territorios, que clarifique consensos y establezca los motivos de los desacuerdos, puede ser un buen banco de pruebas.
Firman: Emilio Santiago (CSIC); Pedro Fresco (ex director general de transición ecológica de la Generalitat Valenciana); Laura González (Contra el Diluvio); Xan López (Contra el Diluvio-Corriente Cálida); Lucía Muñoz (End Fossil- ICTA-UAB, Research&Degrowth); Eloy Sanz (Universidad Rey Juan Carlos); Héctor Tejero (Más Madrid / Más País) y Marta Victoria (Universidad de Aarhus).
Tal vez cuando ya no tengamos nada que perder, cuando ya no tengamos ni agua, nos dejaremos de cosas secundarias y lucharemos por las primarias.
Las tribus indígenas tienen ésto muy claro, ya no tienen nada que perder y unidas luchan por la defensa de sus tierras ascentrales.
Los yanomamis viven en la selva tropical y las montañas ubicadas entre el norte de Brasil y el sur de Venezuela. Tienen una profunda conexión con su tierra y un conocimiento único de las plantas y animales que los rodean.
El Territorio Indígena Yanomami (el territorio indígena más grande del país) está invadido por más de 20.000 mineros ilegales que, además de destruir los medios de vida indígenas y contaminar los ríos, propagan enfermedades, asesinan, violan e intimidan a los yanomami y ye’kwana, contactados y no contactados, que viven en el territorio.
El genocidio que comenzó en el siglo XVI, diezmando y aniquilando a muchos pueblos indígenas, golpea ahora a los yanomamis con una violencia que aumentó exponencialmente durante los cuatro años de la presidencia de Bolsonaro en Brasil.
El expresidente Bolsonaro abrió deliberadamente las puertas al territorio y animó a miles de buscadores de oro a entrar en él. Desmanteló el servicio de salud indígena, alentó a los mineros a invadir esas tierras e ignoró las peticiones desesperadas de las organizaciones indígenas, de Survival y de muchas otras para que interviniera cuando se vio claramente la magnitud la crisis.”
Los mineros (que han propagado enfermedades, contaminado los ríos y envenenado a la gente con mercurio, destruido los bosques, y desatado la violencia) son la causa evidente de este desastre.
Los resultados están bien documentados: 570 niños yanomamis de menos de 5 años han muerto por enfermedades evitables desde que Bolsonaro llegó al poder; niños yanomamis mueren de malnutrición a un ritmo 191 veces mayor que la media nacional; 8 de cada 10 niños yanomamis sufren malnutrición crónica en las regiones de Auaris y Maturacá; etc.»
Apreciamos que ahora el presidente Lula haya calificado esto como lo que es: un genocidio.
Reclamamos que se aplique con carácter de extrema urgencia un plan de seis fases.
Hola amiga, amigo:
Nosotros, los pueblos yanomamis y yekuanas no queremos la minería en nuestra tierra. Estamos muy preocupados.
La minería no nos traerá ningún beneficio a los yanomamis: solo enfermedad, violencia y muerte.
Bolsonaro decía que hay mucha tierra para pocos indígenas, pero esos “pocos” indígenas están cuidando la selva para todo el mundo.
Necesitamos impulsar una movilización muy fuerte. El mundo, la gente, cuando actuamos junt@s, tenemos mucha fuerza.
Davi Kopenawa Yanomami
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