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Antonio Turiel es doctor en Física Teórica, experto en oceanografía e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Quizás por eso, sorprende que sus conclusiones sobre la crisis energética sean más políticas que técnicas. Fuera de la academia, sus análisis incisivos sobre el presente y el futuro de la energía han convertido su blog The Oil Crash en una referencia. En su nuevo libro, ‘Petrocalipsis, Crisis energética global y cómo (no) la vamos a solucionar’ (Alfabeto, 2020), ordena sus ideas para desmontar, una a una, las soluciones tecnológicas que prometen salvarnos del abismo post-petróleo. El diagnóstico es duro para un lector que se inicia en la materia, pero Turiel defiende que sus tesis no son ni extremas ni radicales: “Se están convirtiendo en una visión bastante mainstream dentro de la comunidad científica. Al final, son problemas que se ven de manera clara en los gráficos”.
Hace años que sabemos que se acaba el petróleo. ¿Por qué se continúa hablando de ello?
Porque no se ha hecho nada. [Ríe]. En el discurso político dominante, se habla de utilizar las energías renovables para luchar contra el cambio climático. Esto es cierto, pero la situación es más complicada de lo que parece. Además del cambio climático, existe el gran problema del agotamiento de recursos. Y este tema se encuentra completamente fuera del radar: es tabú. Estamos ante una escasez importante de petróleo que vendrá de manera repentina. Hemos provocado que la caída del petróleo sea excesivamente rápida porque no lo hemos dejado antes. Vivimos en una burbuja de tranquilidad y nos vamos encaminando hacia la transición energética, pero en cinco años la disponibilidad del petróleo podría caer a la mitad de lo que consumismo habitualmente. Esto puede catastrófico.
Cuando los gobiernos hablan de transición energética, dibujan un futuro lleno de aerogeneradores y de coches eléctricos. Parece que hay que apostar por la energía limpia y, así, continuar creciendo sin dañar el planeta. ¿Por qué cree que esto no irá así?
Porque el transporte funciona prácticamente solo con petróleo. El esquema de globalización actual y el hecho de que China se haya convertido en la fábrica del mundo ha sido posible solo porque había grandes cantidades de petróleo barato. En el momento en que desaparezca el petróleo de la ecuación, el transporte internacional sufrirá un golpe definitivo. Y, si reduces drásticamente el transporte internacional, pones el sistema económico en jaque. Esta es la razón fundamental, pero también hay otros elementos: por ejemplo, la maquinaria pesada, como los tractores necesitan petróleo, y en esto está en juego el sistema agroindustrial.
Pero podrían inventar el avión, el barco o el tractor eléctrico. ¿No hay un remedio tecnológico que pueda formar parte de la solución?
Si piensas en el transporte de mercancías, encontrarás soluciones técnicas. Si piensas en la maquinaria agrícola, también. Por ejemplo, sí que hay barcos que funcionan sin petróleo: se trata de los grandes veleros, con lo que se puede trasladar mercancías de manera basta rápida. Lo que nunca encontrarás es la solución mágica para mantener todo esto en la escala actual, ni en un modelo de crecimiento infinito como el actual. Podremos encontrar muchas soluciones concretas a problemas concretos, pero intentar mantener sin petróleo un sistema económico con la escala y el volumen actual resulta absurdo.
¿Pero por qué el petróleo es tan insustituible; por qué no encontraremos una fuente de energía que nos permita hacer las mismas cosas?
La densidad energética de los combustibles fósiles es gigantesca. La energía de un litro de gasolina equivale al trabajo físico humano de 83 horas. No tenemos nada al alcance que se pueda comparar en términos de densidad energética, facilidad de transporte, facilidad de carga o estabilidad. El petróleo es tremendamente idóneo para mover máquinas autónomas, es decir, aquellas que no están enchufadas a nada. No hemos encontrado nada que se le asemeje. Y, al fin y al cabo, ya conocemos bastante bien todos los tipos de energía que existen.
Aunque no tenga la misma potencia, quizás se puede superar este inconveniente con más innovación. Se están creando modelos eléctricos de máquinas que hoy en día funcionan con petróleo.
La electricidad sirve para muchas cosas, pero no para todo. Los gobiernos suelen olvidarlo. El 80% de la energía que utilizamos en los países desarrollados no es eléctrica. La fabricación de acero, por ejemplo, no es electrificable. Es un proceso fisicoquímico para el que necesitas carbón. En el caso del cemento, la situación es parecida. Y estos son solo dos ejemplos de materiales absolutamente necesarios para la construcción. Después, hay otras cosas que son electrificables, pero cuya electrificación no tiene demasiado sentido: para hacer un camión eléctrico que vaya a 80 km/hora con un mínimo de autonomía, haría falta una batería que ocuparía más de la mitad del camión. Lo podrías conectar a la red eléctrica para no tener que recurrir a estas superbaterías, pero esto ya existe: es el tren.
¿Qué me dices de los coches eléctricos? Ya han salido al mercado decenas de modelos eléctricos o híbridos, todas las grandes marcas tienen y cada vez se ven más…
Se vende mucho la idea que todo el mundo que tiene un coche ahora podrá tener un coche eléctrico mañana; sin embargo, hay factores que hacen pensar que esto no sucederá y que solo una pequeña minoría tendrá al alcance un coche así. Es ilusorio pensar que podremos electrificar el parque automovilístico: hay muchas limitaciones en la infraestructura necesaria, la carga y los materiales de las baterías. De los 80 millones de coches que se fabricaron en el mundo durante 2019, solo un 2,6% fueron eléctricos o híbridos. Y, de estos, solo un tercio es puramente eléctrico. Está lejísimos de ser una realidad generalizada.
Pero, si nos fijamos en la prioridad que le están dando las marcas en su publicidad, o en las ayudas como el plan MOVES del Gobierno español, parece que se está apostando para que vaya a más.
El coche eléctrico no es un mal producto: las automovilísticas creen en ellos de verdad. Pero es un producto dirigido a gente rica, un producto de lujo. Lo ideal sería que se impusiera el vehículo eléctrico, pero a estas alturas tienen bastante interiorizadas las limitaciones para poder implantarlo a gran escala. De hecho, uno de los escenarios de futuro con el que que trabajan las empresas automovilísticas es una contracción del 95% del mercado en los próximos 10 o 20 años. Ese es el escenario de referencia. Y se están preparando: ya casi no fabrican diéseles, hablan cada vez más del carsharing y tienden a la concentración empresarial porque no queda mercado. Sin embargo, este diagnóstico no es público, porque tienen que vender optimismo. Si no, sus acciones en bolsa se hunden. Sea como quiera, el caso es que en estos momentos tenemos otras necesidades. ¿Cómo sustituiremos camiones, tractores o barcos? Con electricidad no funcionarán. El debate público se está centrando en lo accesorio —los coches de uso personal—, pero no se habla de lo fundamental en el funcionamiento de la sociedad, como la maquinaria pesada. Y es sobre esto sobre lo que se tendría que hablar.
¿Qué problemas presenta la energía eólica? ¿No podría llegar a ser el nuevo petróleo?
De entrada, hay el problema que comentábamos antes. [De la energía eólica] solo sacarás electricidad. Otra cosa es el potencial. Yo mismo había hecho unas previsiones optimistas sobre el máximo de energía que podríamos llegar a generar, pero las nuevas aproximaciones señalan que, si instalas muchos sistemas, se produce el efecto bosque. Cuando estás dentro de un bosque, hay menos viento porque le es más fácil pasar por lugares con menos árboles. Si instalas muchos sistemas de aerogeneradores en poco espacio, ocurre lo mismo: acabas desviando los flujos de aire de la atmósfera y no puedes extraer toda la energía que esperabas. Según los cálculos del Grupo de Energía, Economía y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid (GEEDS), una referencia en este campo, el máximo al cual podremos llegar es aproximadamente un 6% del total de la energía que se consume actualmente.
¿La energía solar tiene mejores perspectivas?
Desde el punto de vista del potencial máximo, las posibilidades son mayores que en la eólica: hasta un 20% o un 25% de la energía que consumimos. El principal inconveniente de la energía solar es que tiene un rendimiento especialmente bajo. Esto significa que, si comparas la cantidad de energía que se necesita para desplegarla y la energía que devuelve, el balance no resulta demasiado satisfactorio. Estamos en un rendimiento de 2 a 1, o de 3 a 1. Puede parecer que es mucho, pero no. Se calcula que, para sostener sociedades complejas —con industria, escuelas u hospitales—, se necesita un rendimiento de, al menos, un 10 a 1. Si consumes mucha energía únicamente para sostener el mismo sistema energético, al final no hay suficiente energía para el resto de cosas. La solución no está en instalar más sistemas para captar más energía, porque entonces hay otras limitaciones impiden el crecimiento, como los materiales disponibles o la ocupación de territorio. En este caso, hablo, sobre todo, de la escasez de plata.
¿Entonces, no hace falta construir más parques eólicos o de energía solar?
La pregunta es para qué. En España tenemos ahora mismo 110 GW de potencia eléctrica instalada, mucha más de la que usamos. El máximo de consumo de electricidad fue de 45 GW, en julio del 2008, y desde entonces ha ido disminuyendo. Si instalamos más parques eólicos y solares, aumentaremos la capacidad de producir energía eléctrica; pero si no consumimos más electricidad, ¿para qué sirve? Este es el punto central del debate: se está haciendo creer que la cuestión gira entorno a la instalación de más sistemas de energías renovables, pero el hecho es que nosotros necesitamos fuentes de energía que no son eléctricas. La electricidad representa algo más del 20% de la energía final que consumimos, pero el resto [de energía que consumimos] no es eléctrica, y es muy difícil o imposible de electrificar. ¿Para qué queremos más electricidad?
¿Cómo se podrían utilizar las energías renovables, aparte de para generar electricidad?
Por ejemplo, en una comunidad de vecinos tiene mucho más sentido producir agua caliente en la azotea que poner una placa fotovoltaica. El rendimiento energético es mucho más alto y la tecnología mucho más sencilla: un panel negro que recoja el sol y caliente una cisterna de agua. Produces algo que necesitas —agua caliente— y, seguramente, dejas de consumir gas natural. En el ámbito industrial, se pueden llevar a cabo acciones similares para aprovechar energía. Pero son modelos que viven con la intermitencia del ciclo de la naturaleza; no están adaptados al crecimiento constante del consumo de energía que caracteriza nuestro sistema económico.
En el libro también habla sobre el ahorro y la eficiencia energética. Llevamos toda la vida escuchando que, cuando salimos de una habitación, tenemos que apagar la luz para ahorrar energía. ¿Esto tampoco era cierto?
Hablar de ahorro y eficiencia no es un enfoque equivocado. En el futuro, necesariamente, la solución pasará por allí. ¡Pero no es posible ahorrar en el modelo actual! Ahora mismo, cuando tú ahorras, la energía que tú dejas de gastar la gasta otro. Como sociedad, consumimos energía sin el objetivo de derrocharla; la derrochamos porque gastar genera valor económico. Se ha comprobado que, a medida que se crean sistemas más eficientes, el consumo no disminuye, sino que aumenta, de forma que se genera un efecto rebote y se acaba gastando más. Esto pasa porque se habilitan nuevos usos para la energía que antes, cuando el sistema era menos eficiente, no eran posibles. Este hecho se lleva comprobando desde el siglo XIX y se llama paradoja de Jevons. Otra cosa muy diferente es que tú implantes medidas de ahorro y de eficiencia y que al mismo tiempo legisles para penalizar el sobreconsumo de energía. Entonces sí que es útil el ahorro. Pero en un mercado de crecimiento infinito basado en el capitalismo financiero no sirve para nada ganar eficiencia.
Entonces, ¿hacia dónde debemos dirigirnos? ¿Más allá de decrecer, hay alguna receta más concreta?
Una de las cosas más importantes para empezar es la cancelación de la deuda y una reforma del sistema financiero. Las deudas actuales son impagables y conducen a este crecimiento absurdo. Además de esto, se tendría que tender a la relocalización. Tenemos que intentar alcanzar las necesidades de la población con una producción lo más local posible. Y, desde el punto de vista técnico, también hay muchísimas cosas que pueden servir, como un cambio de diseños para favorecer la reparación de objetos. Y, si acompañamos esto con un cambio de los modelos de uso, mejor: quizás no hace falta que haya una lavadora en cada hogar; tendríamos suficiente con dos o tres para toda una finca. Los objetos pueden tener muchos más usuarios porque no los utilizamos todo el rato; así gastaríamos menos recursos. Y yendo más allá: ¿y si, en lugar de comprar lavadoras, alquiláramos el derecho a utilizar una lavadora? El fabricante ya se encargaría de poner fin a la obsolescencia programada porque no le saldría a cuenta. Con cambios así podríamos ser más resilientes ante lo que esté por venir.
El Estado español acaba de invertir mucho dinero en el hidrógeno. ¿Puede formar parte de la solución?
El hidrógeno no es una fuente de energía. Se puede usar como vector energético, como lugar para almacenar energía. Sí que puede ser una parte de la solución, pero sirve para cosas muy concretas, como mover maquinaria pesada a escala local. El gran problema del hidrógeno es que no es fácil de manipular ni de transportar. Tiene tendencia a escaparse porque es una molécula muy pequeña, y, además, corroe las cañerías convencionales. Por lo tanto, se tiene que almacenar con mucha precaución. Tampoco tiene un gran rendimiento. Pensar que con el hidrógeno podemos sustituirlo todo es una utopía. No tiene las características para que se pueda hacer un despliegue masivo. Tenemos que evitar caer en la trampa de las falsas promesas tecnológicas.
¡Si hacemos caso al Gobierno francés, quién nos salvará son los reactores de las centrales nucleares!
Las nucleares presentan muchos problemas desde el punto de vista ambiental, como la gestión de los residuos. Pero, más allá de esto, que no se puede ignorar, existe el inconveniente de que también el uranio se acabará. La producción de uranio llegó al máximo en 2016 y ya está cayendo. Se prevé un desequilibrio importante entre la demanda y la oferta disponible de uranio hacia 2025. Hasta ahora es imperceptible porque se está reaprovechando el uranio de bombas atómicas que se están desguazando, pero Francia ya tiene el 40% de las centrales nucleares paradas y, por consecuencia, problemas para obtener uranio.
Por otro lado, están las promesas eternas de los reactores nucleares de cuarta generación, que no necesitarían uranio; y la promesa de la fusión nuclear. El caso es que llevan más de 60 años experimentando y aún no han dado con la fórmula. Están vendiendo la idea como si estuviera cerca, cuando todavía se encuentra en una fase muy experimental y con dificultades técnicas que quizás no se superarán. Una broma muy típica en el sector de la energía es que siempre faltan 50 años para conseguir la fusión nuclear. Aunque se superaran las dificultades, no tenemos un margen de 50 años para reaccionar ante la crisis energética: [encontrar una solución] es mucho más urgente. Y volvemos a lo de antes: ¡esto solo produciría electricidad!
¿Cuándo crees que empezaremos a notar la crisis energética?
Esperaba verlo de viejo, pero no creo que sea así. [Ríe]. Con la pandemia todo se ha acelerado mucho. Creo que los problemas gordos llegarán antes del 2025. El último informe de la Agencia Internacional de la Energía también apunta en esta dirección en uno de los cuatro escenarios de futuro. Se prevé una caída del 50% de la producción de petróleo en menos de cinco años. Eso se dice pronto. Puede que los estados intervengan con medidas de racionamiento o que nacionalicen empresas para seguir produciendo petróleo. En este caso, la caída sería menor, pero aun así, muy considerable. Hay que tener en cuenta que, durante la crisis de 2008, el consumo de petróleo solo cayó un 4%. De aquí a 2025 nos enfrentaremos a una crisis económica que hará que la del 2008 parezca una broma. Muchas materias primas se extraen con petróleo, todo se transporta con camiones que funcionan con petróleo. Cuando empiece a escasear, todo se verá afectado. Por ejemplo, en ciudades como Barcelona, ¿qué sucederá con la distribución de alimentos? Yo no me esperaba esta aceleración. Lo que sí parece claro es que, si existe un problema y no se resuelve, al final todo se magnifica. La producción de petróleo crudo alcanzó su máximo en 2005. Hemos mirado hacia otro lado durante 15 años. Hemos puesto parches, pero no hemos resuelto nada.
¿No hay lugar para el optimismo?
Creo que hay escenarios mejores que este, sí. No se trata de insistir en cómo de mal pueden llegar a ir las cosas. Para mí, la clave es hacer comprender que estamos en un punto de inflexión y que tenemos que buscar una salida tan negociada y democrática como sea posible. Es complicado, porque las empresas tienen su propia agenda y dependemos demasiado de ellas para suministrar servicios básicos. Si de golpe Iberdrola o Repsol desaparecen, podemos tener un problema grande. Hay que saber gestionarlo para no llegar al desastre.
Pero si todo es tan inminente, ¿por qué no reaccionan de manera diferente los poderes políticos y económicos?
Poco a poco, este discurso va calando, pero nadie lo está sabiendo integrar dentro del discurso político general. Entiendo que es complicado, porque se tiene que hacer mucha pedagogía; sin embargo, me consta que hay gente próxima a los gobiernos que lo está siguiendo con mucha atención y está presionando en la buena dirección. En el Ministerio de Transición Ecológica hay gente que comprende muy bien cuál es la situación. ¡Al fin y al cabo, ellos tienen datos tan buenos como los nuestros, o incluso mejores! El problema es la dificultad de luchar contra la gente de Economía y de Hacienda. Los poderes económicos, sin embargo, no están a la altura de los problemas que estamos viendo. La gente que toma decisiones estratégicas —¡y que se juega mucho dinero! — tiene toda la información y los medios para actuar, pero tiene miedo. Están actuando de manera muy infantil.
Entrevista publicada originalmente en Sentit Crític [en catalán], el 14 de enero de 2021
Traducción: Queralt Castillo Cerezuela
¿Serías capaz de condenar a muerte a la naturaleza? ¿Firmarías un acuerdo para exterminar más pájaros y abejas? ¿Querrías que tu nombre apareciera en un pacto para contaminar el agua y el aire?
La actual PAC obliga a los productores a pasarse a la ganadería y agricultura intensiva para seguir siendo competitivos. De lo contrario, sus negocios están condenados. Muchos han claudicado ya: entre 2007 y 2013, tres millones de pequeñas explotaciones echaron el cierre en Europa. No podemos permitir que el sector agropecuario a pequeña escala siga desapareciendo.
El nuevo acuerdo de la Unión Europea entregará miles de millones de euros a explotaciones agrícolas y ganaderas industriales. Los dueños recibirán dinero en función del tamaño de los terrenos y del número de animales que tengan. Estas fincas dependen de que se utilicen cantidades ingentes de fertilizantes sintéticos, plaguicidas químicos y antibióticos; son sustancias que ponen en peligro nuestra salud, contaminan las zonas rurales y destrozan los suelos.
Muchos pequeños productores no pueden más y están abandonando el sector.
Los dirigentes europeos tienen previsto firmar la sentencia de muerte del medio natural. El nuevo acuerdo agrícola de la Unión Europea entregará miles de millones de euros a explotaciones agrícolas y ganaderas industriales y empeorará la crisis climática. La Comisión debe revocar esta PAC y presentar una nueva política que sea beneficiosa para la salud y la naturaleza.
PETICION: HAY QUE REVOCAR LA PAC.
https://act.wemove.eu/campaigns/hay-que-revocar-la-PAC?utm_source=civimail-34894&utm_medium=email&utm_campaign=20210127_ES