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«Me encanta el olor de esas emisiones». Así de clara se mostraba la republicana Sarah Palin, excandidata a la vicepresidencia de Estados Unidos, en la Rolling Thunder de 2011, una concentración de moteros que se produce anualmente en Washington para homenajear a los soldados desaparecidos en combate. Las cifras de asistencia a ese evento varían dependiendo del año, pero se estima que acuden a ella entre 300.000 y 500.000 motos. Así que oler, sin duda, olía. Pero lo más relevante de aquellas palabras de Palin fue su fuerza como ejemplo de una forma de hacer política. Lo que José María Aznar llamaría la derecha «sin complejos».
En pleno auge trumpista, esta desinhibición se ha extendido entre la clase política conservadora de todo el mundo, que ve en ella una especie de caramelo para unos votantes hastiados de medias tintas y de corrección política. El último ejemplo de esta franqueza es Erin O’Toole, nuevo jefe de filas del Partido Conservador de Canadá y de la oposición al gobierno del liberal Justin Trudeau.
O’Toole ganó el pasado lunes 24 de agosto las primarias del partido con el 57% de los votos, imponiéndose a Peter McKay (ministro de Justicia durante la administración de Stephen Harper) y a Leslyn Lewis, la primera mujer afroamericana en presentarse para dirigir a los conservadores canadienses.
El primer discurso de O’Toole tras su victoria fue un llamamiento para agrandar la base social de su proyecto: no importa tu raza ni tu religión ni tu orientación sexual, vino a decir, «tienes un sitio en el Partido Conservador de Canadá». Así trataba de espantar varios temas espinosos que han lastrado a la formación en las últimas dos elecciones. Por ejemplo, Andrew Scheer, candidato en las últimas elecciones generales, es un firme antiabortista, y Derek Sloan, otro de los aspirantes a la jefatura del partido, se ha mostrado comprensivo con las llamadas terapias de conversión sexual y ha sido acusado de racista en varias ocasiones. O’Toole sortea la controversia y dice que quiere contar con todos.
¿Pero quién es Erin O’Toole?
Eso, ¿quién es Erin O’Toole y por qué su elección como jefe del Partido Conservador es una mala noticia? Una imagen (de su cuenta de Twitter) vale más que mil palabras:
Great morning run with Jack and Wexford
— Erin O'Toole (@ErinOTooleMP) August 3, 2020
Belle course ce matin avec Jack et Wexford. pic.twitter.com/3va7D0Wy7Q
«Amo el petróleo y el gas», reza, sin complejos, la camiseta con la que salió a correr hace unos días. Y la provocación no puede extrañarle a nadie.
O’Toole, nacido hace 47 años en Montreal, sirvió 12 años en las Fuerzas Armadas de Canadá, y cuando pasó a la reserva trabajó como analista para la Asociación Canadiense de Productores de Petróleo (CAAP). También se empleó como abogado en el bufete Stikeman Elliott (perteneciente a las Siete Hermanas, como llaman al grupo de los despachos más importantes del país) en casos relacionados con la reglamentación energética. Fue, asimismo, consejero jurídico de la multinacional Procter & Gamble antes de cambiar la empresa privada por la función pública en 2012. Ese año fue elegido diputado federal por el Partido Conservador. Tras ocupar la secretaría del Ministerio de Comercio Internacional, el primer ministro, Stephen Harper, lo puso al frente del Ministerio de Veteranos de Guerra en su último año de mandato, en 2015, antes de perder las elecciones ante Trudeau.
Como tantos otros en su misma situación, O’Toole dice que su «mayor fortaleza» radica en que él no es «un político de carrera». Pero tampoco es, ni mucho menos, un recién llegado o una figura menor. Entre sus éxitos está su papel activo en las (opacas) negociaciones para conseguir el Acuerdo de Libre Comercio entre Canadá y la Unión Europea (CETA), cuya firma final asumió el propio Justin Trudeau.
Desde que decidió postularse a la jefatura del partido, O’Toole ha evitado pronunciarse con claridad sobre los temas que han minado el otrora imponente poderío de su formación: aborto, derechos LGTBi y cambio climático. Dice haber aprendido de los errores de su predecesor, Andrew Scheer, y por eso ahora apoya el derecho a decidir de las mujeres en el tema del aborto y defiende una retorcida (incluso fantasiosa) política medioambiental. No es un negacionista del cambio climático, pero se opone ferozmente al establecimiento de un impuesto al carbón y cree que Canadá debe seguir explotando sus recursos energéticos para no depender de países como Rusia o de «dictaduras que no respetan los derechos humanos», en referencia a las monarquías del Golfo Pérsico.
Su ¿plan? contra la emergencia climática
Consciente de que la emergencia climática es un tema fundamental, sobre todo entre el electorado más joven, el nuevo líder conservador se esfuerza en hacer malabarismos dialécticos: mucho patriotismo, mucha libertad (empresarial), pocos impuestos, nuevo discurso pseudo-verde… y las viejas prácticas de siempre.
O’Toole apuesta por «ayudar al mundo» a hacer la transición de la quema de carbón al uso del llamado gas natural (canadiense, es de suponer). Confía, igualmente, en que la tecnología logre revertir el cambio climático, por lo que promete aumentar la financiación para la investigación en la captura y almacenamiento de carbono. Promete, incluso, extraer gas y petróleo sin contaminar, de forma limpia, apoyándose en las energías nuclear y eólica y en el propio carbono liberado por la industria (aunque los compradores de ese gas y de ese petróleo extraídos con esa hipotética política de cero emisiones sí que los quemarán, con lo que la propuesta se acerca bastante al disparate). Y en su esfuerzo por hacer greenwashing, quiere que Canadá lidere a nivel mundial las políticas de responsabilidad social medioambiental… sin dejar de extraer una sola gota de crudo.
Ojo, el partido que hoy lidera Erin O’Toole no es una fuerza minoritaria o friki. Nació del histórico Partido Conservador Progresista (que ostentó el poder durante siete legislaturas en el siglo XX) y ha gobernado el país entre 2006 y 2015. Actualmente es la segunda fuerza del parlamento y ocupa 121 asientos en la Cámara de los Comunes (por los 155 de los liberales de Trudeau, que gobiernan en minoría y deben buscar diversas alianzas para asegurarse un mandato largo). Pero lo cierto es que desde el punto de vista ecológico, no cambia demasiado que sea Trudeau u O’Toole quien ocupe el cargo de primer ministro de Canadá. Las ventajas fiscales, promovidas por todos los gobiernos, han convertido el país en un paraíso para las compañías extractivas, como explicaban Alain Deneault y William Sacher en su libro Paradis sous terre. A ello han contribuido tanto los gobiernos federales como los provinciales. Quebec, por ejemplo, ha perdonado 2.500 millones de euros en impuestos a empresas petroleras, gasistas y mineras entre 2001 y 2018. Y eso es poco para el proyecto federal de O’Toole, que ha prometido simplificar aún más la fiscalidad para las compañías energéticas si algún día gobierna Canadá.
Su proyecto, en resumen, no parece que vaya a cambiar una vieja sospecha: ¿acaso un conservador no puede ser nunca un conservacionista?
El enorme y devastador proyecto de gas, Baltic Pipe, que abastecerá a Polonia de gas noruego.
La empresa pública danesa Energinet está excavando actualmente 230 km de tuberías de gas – desde Esbjerg a través de Funen y Zelanda, a través del Pequeño Cinturón, el Gran Cinturón y el Mar Báltico – con todos los daños naturales que conlleva.
Baltic Pipe es un suministro de energía negra de carbón 50 años en el futuro. Esto es claramente un paso en la dirección equivocada y, por lo tanto, pedimos a una mayoría en el Folketing que ordene al Ministro de Clima, Energía y Abastecimiento que anule inmediatamente la decisión sobre la construcción del gasoducto de tuberías bálticas.
Firmar, Greenpeace.
https://www.borgerforslag.dk/se-og-stoet-forslag/?Id=FT-04679