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Evitar el suicidio de Europa

Si el continente no opta por frenar los precios de la factura eléctrica ni cuestionar la dependencia a los combustibles fósiles, el "extremismo filonazi" puede aprovechar la miseria para abrirse paso, augura la autora.
Foto: Pixabay

Al final de la Guerra Civil reflexionaba la filósofa María Zambrano sobre el futuro de Europa. Contemplando las ruinas que iban quedando de la España republicana, pero también las surgidas de la Primera Guerra Mundial, y espantada ante el auge del fascismo en todo el continente, le parecía que el racionalismo francés, el idealismo alemán y hasta el pragmatismo anglosajón no eran más que precursores de la debacle, y apostaba por una suerte de espíritu hispánico destinado a vapulear los marcos hegemónicos de pensamiento y geopolíticos globales.

Años más tarde, finalizada la Segunda Guerra Mundial, muchos fueron los filósofos –y movimientos sociales– que, desde múltiples corrientes, cuestionaron también Europa como éxito civilizatorio en una serie de preguntas incisivas sobre el progreso, hoy definitivamente de capa caída. 

Sumidos en una crisis climática sin precedentes, en los albores de una recesión económica de consecuencias catastróficas, con una inflación que, en la eurozona, se sitúa en torno al 9%, en buena parte provocada por los abultados precios de la energía, resulta incluso paradójico volver la vista atrás y pensar, con Zambrano: ¡cuánta inteligencia desperdiciada! Y ¡qué fácil habría sido evitar tanto sufrimiento! Quizá, siendo optimistas, sus sabios ecos anden resonando en las cabezas que ahora se plantean reconfigurar completamente el mercado energético, que necesita “reformas estructurales” y una “intervención de urgencia”, según aclaró recientemente la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen

Europa toca fondo. El sistema marginalista, que calcula el precio de la electricidad según la energía más cara utilizada para generarla, el gas fósil, no funciona. En los últimos días, el precio del megavatio por hora (MWh) ha rondado los 700 euros en Alemania y en Francia, mientras que en España alcazaba también cifras récord -más de 400 euros–, inferiores a las de sus socios comunitarios gracias a la excepción ibérica. En el mercado de futuros, la electricidad de los vecinos del norte ha llegado a cotizarse a más de 1000 euros el megavatio. Fuera de la Unión, en Reino Unido, la inflación podría rozar el 22% el año que viene debido a los precios del gas.

Si en la tierra del Brexit el alcalde de Londres ya advirtió de que muchos ciudadanos no tendrán que elegir entre comer o pagar la calefacción porque, directamente, no podrán permitirse ninguna de las dos opciones, el miedo a un invierno de penalidades e insuficiencia energética en el continente augura otros escenarios más terroríficos si cabe: un extremismo filonazi que aproveche la miseria generalizada para conquistar terreno

Así, las autoridades alemanas han anunciado estar preparándose para un “otoño de furia” cristalizado en movilizaciones de grupos ultraderechistas dispuestos a desestabilizar la democracia. Aun sin alcanzar cotas insostenibles de fascismo, es previsible un descontento social que se manifieste en huelgas generales y protestas masivas.

Dichos contextos –querida Zambrano, gracias por iluminarnos– eran perfectamente evitables, como informamos desde este medio. En mayo de 2014, el informe sobre la Estrategia Europea para la Seguridad Energética recomendaba diversificar los proveedores de energía ante la inestabilidad de una Rusia en plena efervescencia imperialista en Crimea, y apostar por una economía baja en carbono. En su lugar, se construyó el gasoducto NordStream 2 -ahora paralizado- y se siguió importando gas ruso vía NordStream 1, cuyo caudal ha disminuido considerablemente –en Alemania, a un 20% del total en los últimos dos meses– desde el inicio de la lid en Ucrania.

Las herramientas con que cuenta Europa para reducir el precio de los combustibles fósiles decididos en el mercado mundial son escasas, pero sí es posible desvincular el alto coste del gas de la factura eléctrica, y a eso tal vez se dirija la Unión en un intento desesperado por impedir su suicidio. “No es razonable que los ciudadanos estén pagando un precio tan alto” por la luz, explicó la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica Teresa Ribera en julio de 2021, refiriéndose a la necesidad de reformar el sistema marginalista.

Un año más tarde parece que Europa escucha, atiende, y persigue unos acuerdos que, probablemente, se sellen en la reunión de ministros de energía convocada para el 9 de septiembre. Aunque todavía no se han anunciado medidas concretas, cada vez más países, como República Checa y Bélgica, demandan implementar un tope al precio del gas similar al establecido por la excepción ibérica, lo cual España apoya; mientras tanto, otros como Austria piden desacoplarlo de la factura de la luz. 

Con ello, podría ponerse remedio a situaciones tan inaceptables como el incremento del 24% en los beneficios de las principales compañías eléctricas españolas en 2021, las mismas que siguen acumulando ganancias, en ocasiones optando por desembalsar el agua de los pantanos. Atajar el problema de la carestía de la electricidad podría ser calificado como un paso en la dirección correcta, aunque tardío e insuficiente.

En este sentido, no extraña comprobar que, cada vez más voces de todo signo político exigen mudanzas estructurales que pasen por la nacionalización de los sectores energéticos: la mitad de los votantes conservadores británicos está de acuerdo con esta iniciativa.

Más allá, en una época marcada por el dominio del capital fósil, donde la industria del gas y el petróleo ha obtenido una media de un billón de dólares al año en beneficios desde los 70 al tiempo que recibían subvenciones, vale la pena recordar su responsabilidad en la ruptura del equilibrio climático mundial y cuestionar nuestra dependencia de estos combustibles, sean rusos o no, con el fin de imaginar otros modelos más justos de sociedad. Como demuestra Zambrano, no es la primera vez que el paradigma civilizatorio europeo se interroga, pero tal vez sea la última que esta interrogación, debidamente respondida, logre evitar lo peor. 

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COMENTARIOS

  1. La ultraderecha se mueve, vaya que sí, los que no nos movemos, y así nos va, (abusos con la luz, los bancos, recortes en derechos y libertades) somos la izquierda ¿o ha desaparecido?.
    La Unión Europea está al servicio del gran capital y esos no se suicidarán, a la UE creo que le importa poco la suerte de la ciudadanía.

    CONTINÚA CRECIENDO EN GRAN BRETAÑA EL MOVIMIENTO “NO PAGUES”
    Millones de personas se verán obligadas a elegir entre calentarse o comer.
    Un grupo de activistas, impulsores del Movimiento «Don’t Pay» (No pagues) advirtió este lunes que más de 110 mil británicos se sumaron a la campaña para no pagar las facturas de gas y electricidad a partir de octubre próximo en protesta por el excesivo aumento de las tarifas, que se espera vuelvan a subir en el Reino Unido a partir de esa fecha.
    El movimiento «Don’t Pay», que se lanzó en junio de este año, busca que millones de británicos se sumen al boicot y cancelen sus pagos y débitos con las empresas de energía a partir del 1° de octubre. Los hogares británicos están recibiendo facturas de energía por montos cada vez mayores, mientras que, al mismo tiempo, las compañías de energía obtienen ganancias exorbitantes.
    Este año las compañías de energía como BP, Shell y Centrica, reportaron ganancias récord en medio del aumento del costo del petróleo y el gas a medida que la inflación en el Reino Unido continúa empeorando. El grupo que promueve el boicot afirmó que ciudadanos de todo el país se están uniendo a la campaña porque ya no quieren ni pueden pagar a las compañías de energía.
    Cada vez más personas consideran que con las sanciones a Rusia Europa se dio un tiro en el pié. La gente está dejando de apoyar al régimen neofascista de Ucrania…
    https://canarias-semanal.org/art/33161/continua-creciendo-en-gran-bretana-el-movimiento-no-pagues

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