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Siempre hay una excusa para no hablar de lo importante. Primero fue la COVID-19. Luego la guerra en Ucrania. ¿Cuál será el próximo motivo, cuál será el próximo shock para no hablar del cambio climático? El tratamiento de esta cuestión en la campaña electoral francesa está siendo especialmente elocuente: el silencio es atronador. Los doce candidatos se multiplican en actos públicos, mítines, debates y entrevistas sin apenas hacer mención a la mayor emergencia que afronta la humanidad. Según la organización L’Affaire du Siècle (la misma que consiguió que la justicia condenara al gobierno francés por inacción climática), el tema del calentamiento global apenas ha ocupado un 5% del espacio dedicado a las elecciones en los medios.
¿Y cuál es la razón de este descuido de los candidatos? A juicio de L’Affaire du Siècle, la explicación es bastante sencilla: los periodistas no les preguntan. Puede ser porque consideren que el tema no tiene la suficiente relevancia social o porque los medios para los que trabajan sean mayoritariamente conservadores y no les convenga. Sea como sea, el cambio climático ha quedado hasta ahora en los márgenes de la agenda.
Así, los políticos hicieron oídos sordos a las marchas del clima que recorrieron las calles francesas el pasado 12 de marzo. Libération titulaba la crónica sobre esas manifestaciones con la expresiva declaración de una de las asistentes: «Ya no sé qué hacer para que se nos escuche». Por suerte para las élites financieras, el pulso entre activismo y electorado es muy desigual. Apenas 80.000 personas salieron a manifestarse en todo el país. Casi 48 millones están llamados a las urnas el próximo 10 de abril. Y todos ven la tele. Y allí, si los editores tienen que elegir entre hablar de medioambiente o de la última salida de tono de Éric Zemmour, no tienen dudas en decantarse por lo segundo.
Los programas electorales
La cuestión climática, sin embargo, sí que aparece en los programas electorales de las formaciones en liza. Muchos medios de comunicación han colocado en sus webs comparadores de propuestas electorales. El más detallado en cuanto al clima quizás sea el del I4CE (Instituto de la Economía por el Clima), que realiza un desglose por candidatos y temas concretos: energía, transporte, adaptación, fiscalidad, agricultura… En él no aparece, sin embargo, Emmanuel Macron, cuyo programa continúan analizando a 10 días de los comicios. En el comparador de L’Humanité puede hallarse una respuesta a esta dificultad para conocer de forma específica los planes del presidente-candidato. En los apartados dedicados a la ecología y a la igualdad entre hombres y mujeres hay un mismo mensaje: «Declaraciones, pero sin medidas concretas». Esta indefinición es parte de su éxito.
En la campaña de las elecciones de 2017, las que le auparon al palacio del Elíseo, Macron hizo gala de su sinceridad y de su carácter temperamental en una entrevista en la cadena de radio RTL: «¡El programa no importa! ¡Lo que importa es la visión, el proyecto!». Proyecto era entonces su palabra mágica. La gritaba a voz en cuello en cada uno de sus mítines, sin que nadie supiera muy bien en que consistía exactamente ese proyecto. El concepto tiene «muchas ventajas para los burgueses», explican Selim Derkaoui y Nicolas Framont en el libro La guerre des mots. «Les permite hablar del futuro sin expresar el contenido de lo que se busca. Un proyecto no se desvela realmente hasta que se concretiza, como el ‘¡proyectoooo!’ del entonces gentil y progresista Macron, que se concretizó en injusticia fiscal, en un ataque a todos los frentes [sociales] y en una represión violenta como no se ha visto desde hace décadas».
No obstante, la falta de precisión no ha supuesto un obstáculo para que Macron lidere las encuestas ni para marcar los términos del debate a los demás candidatos. Él fue el primero que habló de «soberanía energética» anunciando la construcción de seis reactores nucleares para dejar de depender del exterior (léase del gas ruso). Su primer ministro, Jean Castex, también presentó un «plan de resiliencia económico y social», pero este tema es más espinoso, anuncia tiempos duros y no es la mejor estrategia para ganarse a los votantes. Así pues, los aspirantes al Elíseo creen despachar el tema climático en sus debates hablando de la energía nuclear. La derecha está a favor. La izquierda y los verdes, en contra.
Marine Le Pen es una gran defensora de la energía nuclear. Su partido es muy fuerte en las zonas rurales, que es donde han surgido las mayores resistencias a la instalación de parques eólicos (lo que también ocurre en España, no sin razón). Macron cree haber encontrado la manera de hacer que los molinos sean aceptables: ponerlos en el mar. En su plan energético, además de la construcción de nuevos reactores nucleares y de alargar la vida de los que ya hay en funcionamiento por muy viejos que sean, anunció la construcción de 50 nuevos parques offshore. Lo malo es que, igual que ocurre con las centrales nucleares, no hay tiempo suficiente para verlos funcionando antes del límite fijado por el Acuerdo de París: 2030. Habrá que darle la razón a la candidata conservadora Valérie Pécresse: «Vamos con retraso en la construcción de todo, no sólo de las centrales nucleares. La oferta para la instalación de parques eólicos en el mar se produjo en 2011, bajo el mandato de Nicolas Sarkozy. Hoy no hay ni uno solo funcionando».
Pécresse opina que es imposible descarbonizar la economía francesa sin aumentar la energía nuclear. «No creo que hoy seamos capaces de llegar al cero neto, a la neutralidad climática, antes de 2050 sin reinvertir en la energía nuclear. Eso no va a pasar, porque las renovables necesitan a su vez de la nuclear. Necesitamos las dos. No pueden funcionar una sin la otra», dijo en El Debate del Siglo, organizado por L’Affaire du Siècle y uno de los pocos espacios electorales dedicados íntegramente a la cuestión climática.
¿Quién es el candidato más verde?
A aquel debate no acudieron ni el presidente Macron, ni los candidatos de la extrema derecha (Le Pen y Zemmour), ni Jean-Luc Mélechon, el líder de La Francia Insumisa. A pesar de todo, quienes han analizado a fondo los programas electorales creen que es precisamente el veterano izquierdista quien reúne el mayor número de méritos para ser declarado el candidato más verde. ¿Más incluso que Yannick Jadot, el aspirante de Europa Ecología-Los Verdes? Al parecer, sí.
Jadot ha tenido algún que otro patinazo durante la campaña que le ha hecho perder el favor de muchos votantes progresistas. Declaró, por ejemplo, estar en contra de la abolición de la prostitución. Luego reculó, pero ya era demasiado tarde. Hoy está lejísimos de aspirar a disputar la segunda vuelta: la media de los sondeos realizada por Politico le concede un 5% en la intención de voto.
Consciente de sus pocas posibilidades, para él la carrera presidencial ya ha terminado y así lo expresa en sus mitines. En ellos prefiere hablar del futuro, de hacer crecer la causa ecologista más allá del 10 de abril. Y tampoco se muestra muy específico en lo concerniente a la política climática. En eso se parece a Macron. Es cierto que un mítin no es el mejor sitio para ponerse pedagógico, pero Jadot se limita a recitar una serie de conceptos bonitos y tan asépticos que podrían encajar en cualquier opción política: «El movimiento, la esperanza, la innovación, la audacia, la justicia social, la vida… ¡son ecologistas! ¡Eso es el voto ecologista!». Y continúa: «¡Un proyecto de humanismo! ¡Un proyecto de armonía! ¡Un proyecto de apertura! ¡Un proyecto de solidaridad! En resumen, ¡un proyecto de civilización!». Se impone, pues, el famoso proyecto macroniano. «El problema es que todo eso no quiere decir nada», explicaba el politólogo Clément Viktorovitch en los micrófonos de France Info. «Son lo que se llama “conceptos movilizadores”. Palabras huecas, vacías, que tienen una connotación positiva y que agradan a todo el mundo pero sin decir nada concreto a nadie».
Un estudio comparativo realizado por esta misma cadena ratifica la impresión general: el candidato más verde no es el verde Jadot sino el rojo Mélenchon. El diagnóstico lleva el sello de Jean-Marc Jancovici, presidente del think tank The Shift Project y uno de los gurús de la energía en Francia. A su juicio, ninguno de los candidatos cumple estrictamente con los requisitos impuestos por el Acuerdo de París, pero el que más se aproxima es Mélenchon.
En una reciente entrevista en France Inter, el incombustible líder de La Francia Insumisa (que a sus 70 años se presenta por tercera vez a las presidenciales) dijo que eliminará la energía nuclear en su país lo antes posible. «Porque es un peligro –explicó– . Eso es lo que nos ha recordado la guerra de Ucrania». En su opinión (y en esto coincide con Jadot), hay suficientes alternativas renovables para hacerlo sin necesidad de depender del gas. Ni del ruso ni del estadounidense, para el que tuvo unas palabras especiales: «Permítanme decirles que el gas americano no es mejor que el ruso. El gas americano es gas de esquisto. Procede de un tipo de explotación [el fracking] que está prohibido en Francia porque se considera ecocida. Es decir, con él se comete un crimen irreversible contra la naturaleza. No veo qué ventaja hay en ser menos dependientes del gas ruso para ser más dependientes del gas norteamericano. Lo mejor es no depender de nadie, producir nuestra propia energía limpia. Esa es mi línea política. Y me parece increíble que haya ecologistas que vean con mejores ojos el gas de esquisto de los americanos que el de los rusos. Lo cierto es que el gas es una energía fósil y hay que renunciar a él».
La entrevista duró 25 minutos y dedicó dos a hablar de la transición energética. Un 8%. Aunque supere la media general tampoco es para tirar cohetes.
Según las encuestas, la segunda vuelta de las presidenciales la disputarán, como en 2017, Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Mélenchon, al que los sondeos siempre le dan menos votos de los que finalmente consigue, está a 5 puntos de la candidata de extrema derecha. ¿Tiene posibilidades? Remotas, pero no tanto como para no seguir inquietando a casi todo el mundo, tanto a izquierda como a derecha. Una hipotética unión del voto progresista en torno a él, sumado a la división del voto ultra entre Le Pen y Zemmour, le daría acceso a la segunda vuelta, pero parece poco probable que eso ocurra. Su personalidad, autoritaria y vociferante, ha convertido a Mélenchon en el político más odiado de Francia. Jadot y la socialista Anne Hidalgo, que en teoría deberían ser sus aliados naturales, no pueden ocultar la antipatía que sienten por él y han llegado a tacharlo de «aliado de Putin», igual que en las anteriores elecciones fue el «aliado de Maduro».
Esta vez tampoco habrá, presumiblemente, un gran debate final entre Macron y Mélenchon, dos caracteres volcánicos entre los que saltarían chispas. Es una pena. De cambio climático no hablarían mucho, eso seguro, pero sería un espectáculo digno de verse.