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Era habitual encontrarlos en transformadores eléctricos, cables, lámparas fluorescentes, lubricantes o productos agrícolas. Los policlorobifenilos o PCB eran uno de esos químicos perfectos gracias a su estabilidad térmica y su elevada constante dieléctrica. Sobraban razones para su producción y desde los años 30 hasta los 70 del siglo pasado se fabricaron en masa. Sin embargo, en poco tiempo, pasaron de ser un material milagroso a estar prohibidos en casi todo el mundo.
Una serie de estudios demostraron, en los años 60, que había rastros de PCB en en personas, especies animales y ecosistemas de todo el globo. Incluso en algunos de los más remotos, como el Ártico. Poco a poco, también se había ido acumulando evidencia de que estos contaminantes podían causar daños en el hígado, el sistema inmune o la función reproductora. En pocos años, casi todos los países prohibieron su uso salvo para casos muy específicos. Desde 2001, son una de las sustancias incluidas en el tratado de la Convención de Estocolmo para reducir y eliminar los llamados contaminantes persistentes.
Sin embargo, los efectos de las más de 1,2 millones de toneladas de PCB producidas siguen patentes. Hoy, por ejemplo, se sabe que son la causa principal del descenso de las tasas de reproducción de las orcas. Un estudio de 2018 elaborado en la Universidad de Aarhus encontró en los tejidos de estos cetáceos concentraciones de PCB 30 veces superiores al máximo recomendable, y concluyó que más del 50% de la población mundial de orcas estaba en riesgo por este contaminante.
“Durante décadas, se nos ha dicho que los plásticos y muchos químicos son inertes y seguros, pero al final se ha descubierto que no es verdad. Lo que pasaba es que ni se habían hechos los análisis pertinentes ni se conocían los impactos a largo plazo”, explica Patricia Villarrubia Gómez, investigadora del Stockholm Resilience Centre. Junto a un equipo del centro sueco, acaba de publicar un estudio donde se concluye que la humanidad ha sobrepasado el límite planetario de los contaminantes ambientales. Hace tiempo que se superó la frontera de los plásticos.
Medir los límites del planeta
En 2009, un equipo liderado por el investigador Johan Rockström del Stockholm Resilience Centre propuso un enfoque diferente para medir los impactos humanos sobre los sistemas de la Tierra. En un artículo publicado ese mismo año, los científicos definieron los nueve límites planetarios, una serie de umbrales que no debíamos sobrepasar si queríamos mantener la estabilidad del sistema terrestre. Una vez definidos, se pusieron a cuantificarlos.
El primer gran avance llegó en 2015. Tras analizar los datos disponibles, los investigadores concluyeron que se había superado la frontera segura de los ciclos del fósforo y el nitrógeno, el de la integridad de la biosfera, el del cambio del uso del suelo y el del cambio climático. “En el caso de la contaminación química, no fue posible establecer límites ni variables de control. Faltaba conocimiento sobre las sustancias en sí y sobre sus impactos en el medioambiente”, explica Villarrubia Gómez.
“Para establecer los límites planetarios, hace falta tener una variable de control y un punto de referencia, algo con lo que comparar los valores actuales”, continúa. “Con la contaminación química, no tenemos ese punto de referencia porque la gran mayoría de estas sustancias son nuevas, no existían en la naturaleza antes. Partimos desde cero, con sustancias cuyos impactos en la salud, en los ecosistemas y en los ciclos biogeoquímicos de la Tierra se desconocen”.
Tal como detallan en el artículo publicado, para establecer el umbral de la contaminación química se tuvo que desarrollar un marco de análisis diferente. Se estudió la producción y la variedad de químicos en la actualidad, la contaminación conocida y sus efectos y la información existente sobre la seguridad, los riesgos y las medidas de control implementadas para estas sustancias. La conclusión es que nuestra capacidad de control real es casi inexistente.
Existen unos 350.000 tipos de productos químicos en producción y uso en todo el mundo. El nivel de producción se ha multiplicado por 50 desde el 1950. Solo la fabricación de plásticos ha aumentado un 79% entre el año 2000 y el 2015. “El porcentaje de sustancias de las que se ha analizado su impacto toxicológico en los ecosistemas y en la salud humana es ínfimo”, señala Patricia Villarrubia. “De hecho, hay tan poca información al respecto que es imposible establecer un porcentaje”.
Y pone el ejemplo de la Unión Europea, donde hay más de 150.000 químicos en producción y uso, pero solo 65 cuentan con una evaluación de impacto en el medioambiente. La capacidad de análisis, regulación y control es tan baja, que el estudio concluye que no hay forma de saber que todas las sustancias en producción y uso sean seguras. Por eso, el límite planetario de la contaminación química se ha fijado, sobre todo, por principio de precaución y por la incapacidad de control y de información sobre las sustancias químicas existentes.
Un círculo imposible de cerrar
Hace poco más de un siglo que se inventó el primero de los plásticos. Pero nuestro mundo parece que no tiene sentido sin ellos. Hoy se producen más de 380 millones de toneladas cada año, una cifra que no ha dejado de crecer. La masa total de plástico producido (un 80% de la cual sigue en el entorno) duplica ya la masa de todos los mamíferos vivos en el planeta, según el Stockholm Resilience Centre. Y se calcula que ocho millones de toneladas acaban en el océano anualmente.
Desde que el grifo de los plásticos se abrió por primera vez para soltar apenas unas gota, el caudal de contaminación se ha multiplicado hasta convertirse en un chorro imparable que amenaza con desbordar la capacidad de aguante de todos los sistemas de la Tierra. “Si no cerramos el grifo de la contaminación, el agua de la bañera seguirá rebosando. No sirve de nada que algunos plásticos se reciclen si la producción sigue siendo tan desenfrenada. Si seguimos así, jamás podremos controlar el problema. Solo pondremos parches”, añade Villarrubia Gómez.
Los investigadores del Stockholm Resilience Centre proponen como una de las soluciones establecer un sistema de cuotas fijas para la producción y la liberación de químicos, tal como se hace en la actualidad con las emisiones de gases que impulsan el cambio climático y los límites marcados por el Acuerdo de París. “No somos ilusos, sabemos que esto va a ser muy difícil, pero es necesario establecer estos límites”, señala la investigadora. La otra solución propuesta es avanzar hacia la circularidad real de la economía.
El concepto, a pesar de estar bastante desgastado por años de lavado verde (greenwashing), introduce una idea poderosa: no diseñar ni producir nada que no pueda usarse de forma segura ni reutilizarse al final de su vida. “La salida a este problema es pasar a una economía circular real”, concluye Patricia Villarrubia. “Tenemos que cambiar el diseño de los materiales y de los productos para que se puedan reutilizar y reciclar de verdad, mejorando también el control sobre su seguridad”.
Yo ensucio, tu contaminas, el destruye….
La caza significa una destrucción del equilibrio natural del ecosistema. Esta puede llevar a diezmar o exterminar especies de animales. Los cazadores no son protectores de la naturaleza. Ellos cuidan en todo caso de los animales que les interesan, de los que obtienen un beneficio.
En el cantón suizo de Genf la población decidió en 1975 por referéndum la prohibición general de la caza de mamíferos y aves. En los años siguientes aumentó de manera espectacular el número de aves acuáticas que invernan a orillas del lago de Genf y del Rin. Antes del referéndum los representantes de los cazadores habían afirmado que sin la caza la liebre en el cantón de Genf estaría amenazada de extinción a causa de los animales depredadores. El caso fue el contrario.
Los perjuicios a causa de la caza son enormes con motivo del desarrollo de la tecnología de armas: desde el siglo XVII son la caza y la destrucción de los espacios vitales naturales a causa del hombre los responsables del 57% de las aves extinguidas y del 62% de las especies de mamíferos extinguidos sin la caza.
No es posible una compatibilidad de la caza con otros usos y aprovechamientos del medio.
Quienes salen al campo a hacer senderismo, montar en bicicleta, pasear a caballo, recoger setas o castañas o fotografiar fauna y flora a menudo coinciden con quienes practican la actividad cinegética.
Los espacios naturales deberían ser para el disfrute de los ciudadanos y ciudadanas, que deberían poder hacerlo sin temor a sufrir ningún accidente por parte de ningún cazador.
Hoy la presencia lúdica en el medio rural es enorme y el excursionismo y la práctica de BTT son fenómenos de masas y se confía toda la seguridad de los transeúntes a la destreza del cazador y la confianza de que sólo disparará a la pieza de caza cuando tenga un blanco claro y seguro.
Y claramente no se trata de una actividad segura. En numerosas ocasiones esta incompatibilidad de la caza con otros usos del medio ha acabado en tragedia.
En enero de 2021, por ejemplo, un hombre murió en una zona boscosa de Santa Maria de Martorelles (Cataluña) al recibir el disparo de un cazador. El hombre se encontraba recogiendo piñas en una zona conocida con el nombre de Font Sunyera.
Nuevas investigaciones demuestran que los denominados animales predadores no son los responsables de la regulación, es decir del control numérico, de sus presas. Los animales rapaces apresan preferentemente sobre todo animales viejos, enfermos y débiles, devoran carroña y contribuyen así a una sana existencia de los animales silvestres. Un cazador que dispara a gran distancia sólo puede juzgar en el mínimo de los casos si un animal está enfermo o es viejo. Puesto que los cazadores, no obstante, buscan los animales majestuosos, es decir, los grandes trofeos, la caza practicada por los hombres conduce por el contrario en toda regla a una selección errónea antinatural.
El lobo, el lince y el oso pardo están prácticamente extinguidos en Europa a causa de la caza, el águila está muy diezmada. Los animales especialmente criados para ello están desnaturalizados y son dados para su caza.
Sobre la mejora de la imagen social de la caza.
Los cazadores indican que la actividad cinegética en España viene siendo practicada desde tiempo inmemorial, viene manteniendo y transmitiendo costumbres y tradiciones que forman parte del patrimonio inmaterial cultural de nuestra sociedad.
Pues bien, por cultura se entiende «el conjunto de las manifestaciones espirituales y artísticas de un pueblo, así como «tipo refinado de vida, educación y formación». Matar animales no es cultura.
Que el hombre se arrogue el derecho de matar por diversión a seres vivos que sienten y que perciben el dolor igual que él, es algo absolutamente inaceptable desde el punto de vista moral.
En Europa el hombre no caza para asegurarse su alimento. Se trata única y exclusivamente de una ocupación de tiempo libre, de una diversión, del placer de matar.
(Animanaturalis: En el marco de la consulta pública sobre el borrador de Estrategia Nacional de Gestión Cinegética, hemos presentado al Gobierno de España una serie de observaciones y enmiendas a la misma.)
La Alianza Residuo Cero lamenta que los grupos políticos no apuesten por medidas concretas hacia la reducción en origen de los residuos, tanto en cantidad como en toxicidad.
La plataforma aplaude la introducción de medidas de fiscalidad ambiental contra los tratamientos finalistas y la aplicación de la responsabilidad ampliada del productor para que los fabricantes asuman los costes asociados a la gestión y limpieza de los residuos en entornos urbanos y naturales.