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Una alianza tropical para gobernarlos a todos. Tres días en los que 21 países de tres continentes con las tres mayores cuencas boscosas del mundo buscan definir su poder: el Amazonas, el Congo y el Borneo-Mekong del Sudeste Asiático representan el 80% de los bosques tropicales primarios y dos tercios de la biodiversidad del mundo.
Brazzaville, capital de República del Congo, está viendo desfilar desde este jueves 26 de octubre hasta el sábado a delegados de países, organizaciones multilaterales de todo tipo, oenegés y sociedad civil con un único objetivo: unir su voz para ganar peso en los foros internacionales. La fecha no es gratuita: a un mes vista de la COP28, quieren lanzar un mensaje claro a la comunidad internacional.
Ahora, de Brazzaville saldrán los términos de esa alianza. El director de campañas de Avaaz, Oscar Soria, lo compara con la OPEC (Organización de Países Exportadores de Petróleo) y asegura que es un momento clave para definir si se convierte en una entidad útil o una organización elitista y de dudosa reputación. “La OPEC tiene dos caras: puede ser una potencia de países unidos para negociar mejores términos por sus recursos naturales para tener un efecto benigno para el clima y la biodiversidad o convertirse en un cártel del carbón que defina los precios de los certificados de crédito con esquemas de mercado hoy cuestionados”.
Historia de una turbulenta alianza
La idea de unir a tres grandes cuencas de bosques tropicales no es nueva. Con voces en los corrillos climáticos pidiendo una unión desde el 2007, no fue hasta diez años más tarde cuando comenzó a coger forma.
Sin embargo, la destitución de Dilma Rousseff y la llegada de Michel Temer y la posterior de Jair Bolsonaro lastimaron los esfuerzos climáticos. El Amazonas es el principal bosque tropical y acoge el 10% de la biodiversidad del mundo, por lo que sin el apoyo de Brasil, el país con el principal peso, no tendría sentido seguir. En la época de Bolsonaro el Amazonas tuvo un récord de deforestación, perdiendo un área del tamaño de Bélgica.
Con la victoria de Lula da Silva en Brasil, se reactivaron los mecanismos para poder unirse. En 2022, antes de la COP27, Brasil, Indonesia y República Democrática del Congo, los tres principales países de estos bosques tropicales, firmaron la Declaración de las Tres Cuencas. En ella acuerdan cooperar, acordando definir cómo será en el futuro. “Tiene un lenguaje muy vago y el lenguaje lo que dice es: si no me dais dinero, no hago nada”, asegura Oscar Soria.
El desafío en Brazzaville es definir hacia dónde va la unión. “La cumbre de la tres cuencas tiene la posibilidad de que sea un lugar en el cual den un paso un paso en la dirección correcta sobre las políticas que van a impulsar de manera conjunta o en todo caso decir: o me dan plata para no hacer nada o dejo a que venga fracking, petroleras, motosierra para seguir produciendo soja, aceite de palma, papel, etc”, explica director de campañas de Avaaz.
Para ello la voluntad política será clave. Por el momento, la cumbre nace tocada por la ausencia de los presidentes de esos principales países. Aunque en el programa oficial aparecen previstos para el sábado discursos de los presidentes de los tres principales países –Brasil, Indonesia y R.D. Congo– así como el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, la realidad es que no está prevista la llegada de ninguno de ellos. Lula sí viajó en agosto a República Democrática del Congo para una reunión previa a la cumbre con el presidente congoleño, Félix Tshisekedi, pero su no presencia daña los posibles acuerdos y ha hecho que muchas organizaciones decidan no ir, como Avaaz: “Nosotros elegimos no ir porque primero no van todos los presidentes. El 10% de la biodiversidad mundial está en la Amazonía y Lula no va. Estamos hablando de una cumbre en la que no se esperan demasiadas líneas ambiciosas”, afirma Soria.
Un momento crítico
A pesar del incremento en la financiación para el clima desde comienzos de siglo, los bosques han sido ignorados. Aunque en números totales ha aumentado la inversión, el ratio del dinero para el clima que iba hacia los trópicos ha pasado de un 16% en el año 2000 a menos de un 2% en 2021, según datos de la FAO.
A la creciente presión demográfica se suman las incesantes actividades petroleras y mineras que amenazan los esfuerzos de conservación. El centro de investigación Earth Insight ha publicado el informe Amenazas de las Tres Cuencas en el que señala que una quinta parte de los bosques están en zonas con concesiones de gas y petróleo.
Las del Amazonas y el Congo además tienen una cuarta parte de su territorio con actividades mineras, mientras que en el sudeste asiático el riesgo es el níquel, vital para las baterías eléctricas de vehículos, cuyas prospecciones están en la mitad de su cuenca.
“Las tres cuencas están en una posición muy complicada porque pueden entrar en puntos de no retorno”, dice Soria.“Científicamente se pone mucho más el ojo allí porque se concentra un gran punto de biodiversidad, allí se define si tendremos vida climática”, añade.
Decidir la financiación climática, un punto clave
En la cumbre de Brazzaville hay tres grandes objetivos a debatir: acordar sus compromisos de restauración de ecosistemas; los derechos de las poblaciones indígenas y definir cómo se pagan los compromisos climáticos y cómo se realizan esos flujos financieros.
Este último es el gran punto a definir. “La realidad que vivimos hoy es que para poner dinero para biodiversidad y clima se pone muy poco y siempre con distintos malabares: servicios especiales de giro, préstamos por aquí y allá”, lamenta Soria. “Son dineros creativos y eso los países del sur global lo entienden”. Una de las cuestiones más dañinas son los eventos inesperados como las guerras.
La petición del presidente estadounidense, Joe Biden, de dedicar 105 mil millones de dólares a las guerras en Ucrania e Israel ha enfurecido a los líderes climáticos de países del sur global. La cifra coincide casi al exacto con los 100 mil millones de dólares prometidos en 2009 en la COP15 en Copenhague, un dinero que nunca se ha llegado a materializar.
Estas decisiones así como la falta de una alternativa rentable como el desarrollo de los proyectos extractivos lleva a países a seguir impulsándolos. En 2022, el gobierno de R.D. Congo decidió sacar a subasta la explotación de 30 bloques de petróleo en el este del país, buscando conectarlo para tener salida al proyecto del Oleoducto de Crudo de África Oriental entre Uganda y Tanzania. Estados Unidos pidió paralizar esa subasta, pero la ministra de Medio Ambiente congoleña, Eve Bazaiba, fue tajante: “Esto no es un grupo de trabajo en el que un colonialista maneja a un colonizado”.
En Brazzaville, las tres cuencas buscan ganar peso en la mesa negociadora, cada uno con su estilo. “Está el peso político de Brasil, la intransigencia del Congo e Indonesia, que es el policía bueno en la mesa negociadora”, analiza Soria.
Aunque no se espera un gran acuerdo con políticas concretas, sí se espera que se sienten las bases de cara al futuro que puedan desarrollarse en la COP28 en Dubái. Soria prefiere ser positivo: “Los países se han unido porque saben que tienen una importancia geopolítica importante. Esto es un avance en sí mismo, hace 10 años no existía esa conciencia”. “Ahora bien: ¿qué hacen con ese activo geopolítico? Esa es la gran pregunta. Si quieren mantener una estructura de liderazgo de campeones ambientales que necesitan financiamiento o simplemente usan los bosques como rehenes”.