Etiquetas:
«Dos veces al día, una vasta marea oceánica barre una gran extensión de tierra y zanja la eterna disputa sobre si esta región pertenece a la tierra o pertenece al mar. Allí, los pueblos ocupan terrenos elevados o viven en plataformas construidas sobre el nivel del mar […]. Cuando la marea está alta son como marineros en sus barcos, pero cuando baja son como náufragos».
Estas palabras bien podrían formar parte de una premonición sobre un futuro cada vez más cercano en el que el cambio climático y el ascenso del nivel del mar han elevado la presión sobre los millones de personas que viven cerca de la costa. Pero resulta que tienen más de 2.000 años. Fueron escritas por Plinio el Viejo en el siglo I, tras su paso por lo que los romanos llamaban entonces las tierras bajas, la región costera del norte de Europa que hoy ocupan, sobre todo, los Países Bajos.
Ahora, este territorio forjado a través de milenios de conflictos con el mar, se ha convertido en el laboratorio en el que se ponen a prueba algunas de las soluciones para mitigar los efectos del cambio climático. Porque todavía estamos a tiempo de frenar las peores consecuencias de la crisis ambiental en la que nos hemos metido, pero algunos efectos son ya irreversibles, tal como señalaba el último informe del IPCC publicado el pasado mes de agosto.
Las casas flotantes de Schoonship
Cada año, las borrascas barren la costa atlántica de Europa. La peor parte se la suelen llevar los países costeros y, en especial, las islas británicas. Por ahora, la Agencia Europea del Medioambiente no ha detectado grandes cambios en los patrones de estas borrascas (como sí ha sucedido en otras partes del Atlántico, como el Caribe). Sin embargo, la agencia sí señala que casi todos los estudios apuntan a que la intensidad de estas tormentas aumentará en los próximos años, sobre todo durante el otoño y el invierno.
Las borrascas suponen viento y precipitaciones, pero también oleaje y mareas más fuertes. En un territorio que vive bajo el nivel del mar y rodeado de agua casi por completo como los Países Bajos, cada borrasca dispara las alarmas. Pero en el barrio de Schoonship, en el norte de Ámsterdam, no suelen preocuparse demasiado. Sus vecinos saben que sus casas podrán lidiar con las mareas y las olas sin grandes problemas. Llevan allí poco más de dos años, pero confían por completo en sus hogares flotantes.
Schoonship es solo uno de los varios proyectos de barrios edificados sobre el agua que en la última década han proliferado en los Países Bajos. Se han construido con el objetivo de experimentar alternativas para lidiar con la subida del nivel del mar, pero hacen algo más que flotar. En el caso de Schoonship, no se usa energía fósil, el agua se recicla, las viviendas están equipadas con paneles solares y diseñadas para tener una pérdida mínima de energía y cuentan con jardines y tejados verdes para reducir su impacto en la biodiversidad. De hecho, hasta tienen su propio «hotel para abejas» para proteger el hábitat de los polinizadores.
«Las casas y los barrios flotantes pueden ser una herramienta importante en el futuro. Nos permiten solucionar varios conflictos, como la necesidad de espacio para viviendas y la necesidad de acceso al agua, así como soportar mejor las inclemencias meteorológicas y la subida del nivel del mar», explica Marthijn Pool, arquitecto fundador de Space & Matter, uno de los estudios encargados de diseñar y planificar Schoonship. «Pero es importante tener en cuenta que esto es solo una parte de la solución», añade.
Construir con forma de rosquilla
Schoonship es algo más que una pequeña prueba. Si funciona bien, habrá más. Los planes del ayuntamiento de Ámsterdam contemplan expandir la construcción sobre el agua en una ciudad escasa de espacio, vertebrada por canales y rodeada de mar. Para ello tirarán de innovación y tecnologías (como las que permiten usar las energías renovables o reciclar el agua), pero también de siglos de tradición arquitectónica desarrollada para adaptar las construcciones al entorno y el clima en el que están.
A lo largo de la historia, las viviendas adaptadas al clima han sido la norma. Patios y paredes blancas para lidiar con las altas temperaturas. Muros gruesos de piedra para frenar el frío. Tejados empinados para esquivar el agua y la nieve. Adobe y paja para regular las temperaturas extremas. Sin embargo, durante el último siglo, hemos olvidado estas lecciones.
«El sector de la construcción contribuye de manera muy significativa al cambio climático y la vida útil de un edificio hoy en día es solo de 42 años de media», señala Marthijn Pool. «Necesitamos reimaginar nuestra relación con el futuro y con la naturaleza. Necesitamos construir lugares para su perpetuidad, soluciones que permitan a las personas, las comunidades y el planeta prosperar durante muchos años, no solo a corto plazo».
El estudio de arquitectura es una de las empresas que ha adoptado el enfoque circular desarrollado por Kate Raworth en 2012: the doughnout economy (lo que podría traducirse como ‘la economía de la rosquilla’). Este enfoque es una vuelta de tuerca a la economía circular más tradicional y señala que toda actividad debe estar comprendida entre dos círculos concéntricos. Uno lo forman los fundamentos sociales y debe asegurar que nadie se queda atrás. El otro lo componen los límites planetarios, un techo ecológico que hace que la vida en la Tierra sea sostenible.
«Arquitectos, promotores y constructores seguimos trabajando en un sistema que prioriza y recompensa el crecimiento económico constante sin tener en cuenta los límites del planeta. Para normalizar la arquitectura y la construcción sostenibles, el sistema debe cambiar en su totalidad», concluye Pool. «Mientras tanto, podemos predicar con el ejemplo, creando lugares inspiradores que demuestren que las cosas se pueden hacer de otra forma. Que no tenemos que seguir el camino por el que siempre hemos ido, porque existen alternativas».
Hoy, casi 270 millones de personas viven en áreas del planeta con una altitud inferior a los dos metros. A finales de siglo, podrían ser el doble. Para entonces, si nada cambia, el nivel del mar estará 1,1 metros más alto que ahora y no solo ellos, sino los más de 1.000 millones de personas que viven en las zonas costeras, estarán en riesgo, según las proyecciones de la NASA. Tener o no un mundo con más de 1.000 millones de náufragos todavía depende de nosotros.