Etiquetas:
«Para quien no conozca esta región austral de Sudamérica, recordaremos que fue en 2197 cuando se derritieron masivamente los hielos antárticos, y al subir el mar a niveles jamás vistos, la Patagonia, región otrora famosa por sus bosques, lagos y glaciares, se transformó en un reguero desarticulado de pequeños islotes ardientes. Pero lo que nadie imaginaba era que esta vaticinada catástrofe climática y humanitaria, milagrosamente, le diera a la provincia argentina de La Pampa una inédita salida al mar que transformó de cuajo su geografía […]. Al ser promedio terrestre 90 ºC y los máximos de hasta 200 ºC, se calcula que, en algunas regiones, como California o Medio Oriente la temperatura ambiente, un pavo demora cerca de veinte minutos en rostizarse y un huevo menos de un minuto en freírse. El Caribe Antártico, en cambio, es uno de los poco abrigos de la gran sauna del mundo, con unos agradables 40 ºC de media anual».
Este es el escenario de La infancia del mundo (Anagrama, 2023), una novela de cli-fi escrita por el argentino Michel Nieva (Buenos Aires, 1988). Esta es su tercera novela y actualmente es docente e investigador doctoral en la Universidad de Nueva York. La infancia del mundo tiene su origen en un relato seleccionado por la prestigiosa Revista Granta en 2021 para su número Los mejores narradores jóvenes en español. Bienvenidas, bienvenidos, bienvenides.
Decía Octavia Butler que cuando tenía que enfrentarse a algo que la perturbaba, escribía sobre ello. Si nos adherimos a esta premisa, es sensato pensar que a Michel Nieva le preocupa/aterra/importa el cambio climático. Y mucho. «Evidentemente, es un fenómeno muy importante. En Argentina estamos muy preocupados por las consecuencias que tiene el monocultivo de soja, la deforestación masiva, la pérdida de ecosistemas o la desertificación de la tierra, entre otras cosas. La economía está cambiando completamente la matriz ecológica del país», explica Nieva en conversación telefónica desde Nueva York con Climática. Le interesa, a través de la ficción, poner el foco en algo poco narrado: «A causa de todo esto, en Argentina se ha producido una expansión de dengue. En Buenos Aires, el dengue estaba erradicado, pero por el cambio climático, cada vez es más común; de hecho, incluso se puede hablar de epidemia. Me interesaba poner estos temas en el foco de la discusión».
Pero empecemos por el principio: En el Caribe Pampeano del siglo XXV vive el niño dengue, un mutante kafkiano mitad persona, mitad mosquito cuyo origen es todo un misterio.
«Corrían muchos rumores sobre su origen. Algunos decían que, por las condiciones infectas en que vivía la familia, en un rancho con latas oxidadas y neumáticos en los que se acumulaba el agua de lluvia podrida, se había incubado una nueva especie de mutante, insecto de proporciones gigantescas, que había violado y preñado a su madre, luego de haber matado a su marido de una forma horrenda; otros, en cambio, sostenían que el insecto gigante habría violado y contagiado a al padre, quien, a su vez, al eyacular adentro de la madre, habría engendrado a ese ser inadaptado y siniestro y que, al verlo recién nacido, los abandonó a ambos, desapareciendo para siempre».
El niño-niña dengue terminará convirtiéndose en una amenaza para la humanidad y poniendo en jaque a la misma industria farmacéutica que (¡ojo, spoiler!) lo ha creado. Aunque resulte extraño y a priori pueda parecer imposible, el lector/a termina empatizando tantísimo con este mutante que la posición es clara a lo largo del libro: ¡Mucha suerte, mami dengue!
Dicho esto: lo primero que hay que señalar es que esto no es un libro, es otra cosa: un artefacto literario, una premonición, un manotazo con la mano abierta en la cara, una carrera de caballos grotesca y delirante llevada con cabeza y magia y, sobre todo, bien resulta. Una crítica feroz, también. El autor describe La infancia del mundo como «una ciencia ficción gaucha-punk» que le permite, más que recrear un futuro distópico, reflexionar sobre el presente. «Se piensa en la ciencia ficción como el formato propio de la narrativa y la novela; pero a mí me gusta pensar en la ciencia ficción como una óptica para discutir y hablar sobre los presentes». Dice que ha escogido este género porque el realismo no le alcanza para explicar lo que sucede. «Siempre me interesó abordar la violencia que deshumaniza los cuerpos en Latinoamérica y el vocabulario con el que se narra esa violencia. La ciencia ficción me permite narrar es violencia. En el caso del cambio climático, la realidad ya no nos sirve para explicar las consecuencias catastróficas e imprevisibles que produce el calentamiento global. La escenografía del realismo no me sirve (…). Me interesaba también narrar el cambio climático desde una perspectiva colonialista y capitalista, porque la literatura, históricamente, ha omitido esta dimensión».
La emergencia climática como polo irradiador
Michel Nieva usa un planeta convertido en infierno para abordar otros temas adyacentes pero igual de importantes. Así, el libro es una crítica feroz al capitalismo devorador —Noah Nuclopio argumentaba que si el capitalismo había destrozado la naturaleza, también podía reutilizar esos métodos industriales para reconstruirla—, la industria farmacéutica —con claras referencias a su comportamiento durante la epidemia de la Covid-19— y al colonialismo: «[…] la posibilidad de recrear en otros planetas valiosísimos y ya perdidos ecosistemas autóctonos de la Tierra, pero sin la inconveniencia económica y política de lidiar con sus habitantes originarios».
A partir de un cuerpo violentado, el del niño-niña dengue, considerado no humano —tal y como sucedió con las poblaciones autóctonas durante la conquista de América— el argentino pone sobre la mesa temas como el bullying, las fauces aún tan presentes del heteropatriarcado, la proliferación de la inteligencia artificial y las cuestiones de género: la obra es, en sí misma, todo un alegato a favor de lo trans. Y las cuestiones de clase. Porque la clase, en el libro de Nieva, importa. Y mucho: «René y sus padres, como casi cualquier familia pudiente, vivían en un barrio privado, completamente desconectado de las regiones contaminadas y del ruidoso enjambre de autos y carreteras […]».
En el futuro en que transcurre esta historia, el frío, el invierno y la nieve han desaparecido de la Tierra, pero como siempre ocurre, un pequeño puñado de privilegiados pueden abrir una grieta en la tremebunda realidad: en La infancia del mundo, los adinerados pueden disfrutar del frío en los Grandes Cruceros del Invierno, «una afamada línea de lujo con una flota de más de cincuenta barcos que recrean en un ambiente inmersivo la fría estación desparecida de la Tierra y su materia más elemental: la nieve, los glaciares y los icebergs». Al más puro estilo Georgina, imaginar un futuro mejor —o llegados a este punto, que nos mantenga como estamos—es posible si eres rico o rica. «Quería señalar los futuros de ciencia ficción que proponen Zuckerberg y Musk y satirizar. Quieren vender una fantasía para toda la humanidad pero todo el mundo sabemos que sólo una minoría puede acceder a ella. Lo que ellos proponen es una una aceleración del presente. Eso es precisamente lo que logra el relato capitalista: colonizar las ideas de presente y de futuro».
En la introducción de Utopía no es una isla (Episkaia, 2020), la escritora y editora Layla Martínez escribe: «La oleada distópica lo ha inundado todo, sin apenas excepciones. Resulta casi imposible encontrar una novela o una serie que imagine un futuro utópico o simplemente mejor que el presente». Y a simple vista, se podría pensar que La infancia del mundo es una distopía más. Nieva, sin embargo, asegura no se le puede acusar de esto: el futuro ya está aquí y no hay nada peor porque sus protagonistas —la mayoría— ya viven en él.
Tiene La infancia del mundo algo de profecía autocumplida, sino todo. El autor pacta con la amenaza, se apropia de la idea del fin del mundo y nos la presenta en un centenar y poco más de páginas. «Las comunidades indígenas ya vivieron el fin del mundo. Fue la conquista de América. La única cultura que tiene noción del fin del mundo son las comunidades aborígenes de América. Es el único lugar en que se puede aprender sobre el escenario de catástrofe. (…) No me interesaba presentar un futuro distópico, sino poner sobre la mesa la atemporalidad de la violencia. Los protagonistas de La infancia del mundo viven en el futuro, pero juegan a un videojuego que está ambientado en el genocidio que se produjo en Argentina. Más que una distopía, creo que se trata de una aceleración de las violencias coloniales y ambientales», explica.
En este contexto, aparece en el libro, otro concepto importante: la venganza. El mosquito humanoide, sometido a tantísima violencia desde la primera página, genera tanta empatía que resulta imposible no querer que su venganza —acabar con toda la humanidad— se lleve a cabo. «El protagonista dengue genera empatía porque nace de un contexto de violencia reconocible como es el bullying. Esa violencia deshumaniza, porque elimina las conexiones con las otras persona».
Michel Nieva escribió La infancia del mundo durante la pandemia causada por la aparición de la Covid-19. «El contexto de emergencia socio-ambiental marcó la escritura, así como el capitalismo especulativo alrededor de las enfermedades y la monetización que se hace de ellas. De la Covid, de la malaria, del dengue, del ébola, etcétera. Me interesaba plasmar cómo las catástrofes generan ganancias en el sistema capitalista».
Dice Donna Haraway que «tenemos que imaginar que las cosas pueden ser de otra manera. Si no podemos imaginar un mundo distinto al desorden establecido, moriremos». Añade Michel Nieva: «Vivimos una época de inmediatez absoluta por el uso que hacemos de los dispositivos móviles y los medios de comunicación. En esta situación, el arte nos puede mostrar el presente como si fuera un tiempo diferente. Esta posibilidad de pensar nuevos mundos diferentes al nuestro hace que podamos adoptar posiciones reflexivas acerca de los problemas políticos y ambientales actuales».
.
La táctica de los amos del mundo (los más criminales capos, que a la vez son los más respetados y admirados), una de sus principales armas de guerra, dicho por algunos de ellos sin cortarse ni un pelo, es crear el caos, la confusión.
Un ejemplo: el derrumbe de las Torres Gemelas de N. York en 2001 que tan útil fue a los intereses capitalistas USA.
Las grandes mentiras tienen vida propia porque los medios corporativos las presentan como hechos, sirviendo así a los poderosos intereses contrarios a la paz, la igualdad y la justicia. “La historia oficial del 11-S es la Mentira Mayor de nuestro tiempo, la madre de todos los atentados de falsa bandera promovidos por el Estado”
Me imagino que «La doctrina del shock» de Naomí Klein tambien va por esta linéa.