La lucha contra Boko Haram también es climática

Boko Haram, la pobreza y la falta de expectativas fuerzan a la población nigeriana a huir. La crisis del clima agrava esta situación.
Hauwa Mohammed (izquierda). Foto: Alicia Prager. Foto: Hauwa-Mohammed-(left)-by-Alicia-Prager

Este reportaje se publicó originalmente en WOZ, y en castellano en el número 74 de ‘La Marea’. Se puede comprar la revista aquí.

Durante toda su vida adulta, Mohammed Haruna ha trabajado como contable en un banco local. Pero cuando la economía del nordeste de Nigeria se vino abajo, la falta de seguridad ante los ataques del grupo terrorista Boko Haram hizo que muchos inversores se retirasen. Hace cinco años, Haruna, que hoy tiene 49 años de edad, perdió su trabajo. Desde entonces no ha dejado de buscar maneras de ganar dinero con el que mantener a sus cuatro hijos y a su mujer. Haruna señala un voluminoso montón de leña que yace tras él. Es lo que puede ofrecer hoy a sus clientes. En cuanto lo haya vendido todo, volverá a adentrarse en el bosque para cortar más árboles.

Hay mucha demanda: la leña se ha convertido en la primera fuente de energía en el empobrecido nordeste de Nigeria. Mucha madera, muchos compradores: el negocio va bien en la ciudad de Maiduguri. Una tras otra, las furgonetas ‘pick-up’ cargadas hasta arriba dejan el mercado, de camino a los hogares de sus clientes. Hace cinco años, uno de esos cargamentos costaba alrededor de 12.000 nairas (unos 30 euros). Hoy, ese precio alcanza las 25.000 nairas (algo más de 62). Y con cada año que pasa, en los que el conflicto con Boko Haram sigue cobrándose víctimas, la demanda y el precio siguen creciendo. Y, por consiguiente, también el número de personas que se buscan la vida en el negocio maderero.

Suelen ser personas que han perdido sus empleos por la frágil situación económica, así como agricultores, ganaderos y pescadores, forzados a migrar a la ciudad y despojados de su forma de supervivencia. Alrededor de 2.000 individuos están resgistrados de manera oficial en la Asociación de Vendedores de Leña de Maiduguri, urbe de un millón de habitantes. Pero, además, muchos otros derriban árboles ilegalmente, violando así las leyes medioambientales de Nigeria, según sostiene Haruna. La sostenibilidad no tiene lugar en medio del conflicto.

Mohammed Haruna. Foto: Alicia Prager.

Los activistas medioambientales están preocupados y piden regulaciones más estrictas. “El Sáhara está a nuestras puertas. Si no tenemos cuidado, todo esto será pronto un desierto”, afirma Cheri Lawan, que realiza su doctorado en recursos comunes en la Universidad de Maiduguri. Recursos comunes como el bosque. “Por supuesto que este es un problema global que no vamos a arreglar simplemente dejando de cortar los árboles”, afirma Lawan. “Pero tenemos que empezar por algún sitio, y proteger los pocos recursos que aún tenemos”.

El investigador está convencido de que el cambio climático es la principal causa de los conflictos que asolan la region. Casi el 80% de la población vive de la agricultura o la ganadería, pero las precipitaciones, cada vez más escasas, suponen cosechas escasas o fallidas. Y cuando la gente no tiene nada que comer, afirma Lawan, están dispuestos a coger un arma. Además, el nivel de educación en la región es bajo, y la pobreza cada vez se extiende más. Un caldo de cultivo perfecto para las organizaciones terroristas. Boko Haram (que significa “la educación occidental es pecado”) lleva activo desde 2009. Alrededor de 32.000 personas han perdido la vida en el conflicto, y millones de personas han tenido que abandonar sus hogares.

Debido a las disputas por el liderazgo del grupo, Boko Haram está dividido en dos facciones principales: la mayor de ellas, liderada por Abu Mus’ab Al-Barnawi, recibió el apoyo directo del difunto líder del Estado Islámico (ISIS) Abu Bakr al-Baghdadi. La más pequeña, dirigida por Abubakar Shekau, también se ve a sí misma como una organización hermanada con ISIS, aunque esta última no ha confirmado la relación. Osman Antwi-Boateng, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de los Emiratos Árabes Unidos en Al-Ain, afirma que ambas facciones intentaron sacar partido de la primera ola de expansión de ISIS. De igual manera, Boko Haram ha copiado con éxito algunas de las tácticas del grupo terrorista, especialmente en lo que respecta a la propaganda en medios de comunicación. Sin embargo, la actual lucha por la supervivencia de ISIS en Oriente Medio ha reducido dramáticamente su influencia en Nigeria. “A pesar de eso, Boko Haram ha demostrado ser muy resiliente, incluso con la retirada de ISIS”, añade el profesor.

La región del Lago Chad, en la frontera entre Nigeria, Chad, Camerún, Níger y la República Centroafricana, es una importante ubicación estratégica, al ser la última zona verde antes del Desierto del Sáhara. Aunque los yihadistas pusieron, incialmente, el fin de la educación occidental al frente de sus objetivos, hoy luchan sobre todo por la supremacía en el Lago Chad, afirma el investigador Kwaku Arhin-Sam, experto en migraciones y gobernanza en África Occidental : “Todo parece estar avanzando hacia un califato en la región, pero nadie sabe realmente lo que planean”. La fortaleza relativa de las facciones de Boko Haram no está clara de momento, pero hay indicios de que los yihadistas confían cada vez más en sus posibilidades. A principios del pasado mes de agosto, un grupo armado bloqueó, a plena luz del día, la carretera que conecta Maiduguri con la capital del país, Abuja. Nadie en la zona confía en que el conflicto pueda acabar pronto.

Cada vez más personas tienen que huir de sus hogares. En total, en Nigeria hay alrededor de dos millones de refugiados internos que buscan abrigo en pueblos como Monguno, que cuenta con un profundo foso y un cuartel militar como protección contra los ataques. En Monguno viven ya unos 130.000 refugiados, y cada mes llegan más.

Durante la temporada de lluvias, las inundaciones han ocurrido más y más a menudo. Durante la estación seca, las sequías se han vuelto más frecuentes. Foto: Alicia Prager.

Inundaciones, sequía y cosechas escasas

Una de estas refugiadas es Hauwa Mohammed, una pescadora de 70 años que tuvo que escapar del pueblo portuario de Baga. La encontramos sentada frente a una cabaña en el centro de recepción de Monguno, a donde se dirigen los recién llegados para ser asignados a distintas zonas del campamento. “Dos de mis hijos fueron capturados por Boko Haram. He oído que uno de ellos está incluso luchando para ellos”, explica. “Es la mayor de las torturas, pensar que están en manos de esos terroristas”.

Mohammed creció a orillas del Lago Chad. Durante décadas, su familia ha seguido la misma rutina: por el día, los hombres se echaban al agua en sus largas y estrechas barcas, y volvían alrededor de la una de la madrugada con la captura fresca. Entonces, las mujeres preparaban la comida para la mañana siguiente. “Pero los hombres cada vez traían menos pescado. Llegó el momento en que estábamos sentados ante platos vacíos”, recuerda. Antes del estallido del conflicto, la familia probablemente se hubiese limitado a mudarse. Pero la presencia de Boko Haram ha convertido algo tan simple en una odisea porque muchas zonas del estado de Borno son ahora demasiado peligrosas. Por ello, la capacidad de la población para reaccionar a los cambios en el medio ambiente se ha deteriorado. Más de 10,7 millones de personas en la región han pasado a depender de los alimentos que les suministran organizaciones humanitarias internacionales.

“El cambio climático es un multiplicador de las amenazas”, explica Chitra Nagarajan, autora principal de un estudio realizado por el Instituto Adelphi. Durante seis años, Nagarajan investigó las implicaciones del cambio climático en el conflicto en la Cuenca del Lago Chad, región que ocupa alrededor del 8% del continente africano. Entre 1970 y 1990 desapareció el 90% del Lago Chad. Aunque la reducción se ha detenido en los últimos años (incluso ha crecido un poco), las consecuencias del cambio climático son devastadoras. Durante la estación lluviosa hay muchas más inundaciones, y durante la estación seca, las sequías se han vuelto más frecuentes. Los agricultores luchan contra el colapso de sus cosechas, y los pastores tienen que ir más lejos en busca de pastos para sus animales. Con una ubicación estratégica al borde del Sáhara, el Lago Chad se ha convertido en un símbolo del cambio climático. Alrededor de 49 millones de personas viven de sus recursos.

También Mohammed Haruna, el vendedor de leña, puede dar testimonio de los cambios en la región. Pertenece a la tribu Kare-Kare, como revelan las tres cicatrices que salen de las comisuras de sus labios hacia sus mejillas. Las ocupaciones tradicionales de los Kare-Kare son la agricultura, especialmente el cultivo de mijo, maiz y cacahuetes, y la ganadería. Pero, las cosechas rinden menos cada año. “Eso está desanimando a los nuestros. Muchos se están mudando a tierras más fértiles”, explica Haruna. Y eso significa siempre tomar la misma dirección: hacia el Sur, el llamado “cinturón central” de Nigeria. Sin embargo, sus nuevos vecinos no están exactamente dando saltos de alegría por la llegada de sus compatriotas del norte. A medida que los ganaderos buscan nuevos pastos, los agricultores locales temen por sus cosechas. La competencia por los escasos recursos está disparándose. Tan solo entre 2017 y 2018, casi 4.000 personas han perdido la vida por enfrentamientos por la tierra. Solo en 2018, seis veces más muertes que las provocadas por Boko Haram. Las soluciones contra los efectos a largo plazo de la crisis climática tienen que ser implementadas de forma urgente, afirma Haruna. Contra el crecimiento de la pobreza, de la deforestación y contra el avance del Sáhara.

En las afueras de Maiduguri. Foto: Alicia Prager

Malas perspectivas

Pero aunque la vida sea cada vez más difícil, casi nadie aquí habla de migrar a Europa. Aquellos más afectados por la crisis del clima no tienen apenas dinero para comprar comida, y mucho menos para pagar los desorbitados precios a las mafias que controlan el largo viaje. No obstante, los donantes europeos ponen el tema de la migración al frente de su agenda. Nagarajan, la autora del estudio de Adelphi, lo encuentra frustrante. “A menudo oigo a personas de ONG europeas explicarlo así: ‘ya sabemos que esta gente no viene a Europa, pero diciéndolo se lo vendo mejor a los ministros de mi país’”. Sin embargo, hay una conexión indirecta entre el cambio climático y la migración. En el sur de Nigeria la gente tiene más recursos, y cuanto más avanza el conflicto en esa dirección, más personas sueñan con mejores oportunidades en el extranjero. Aunque no huyan directamente de la violencia y la meteorología extrema, sí tratan de escapar de la disfuncionalidad del país, exacerbada por esos dos factores.

Además, los habitantes del sur cuadruplican las tasas de educación primaria con respecto a los del norte. Aquellos que miran hacia Europa, por lo tanto, tienen un mejor perfil de lo que se busca en los países enriquecidos, según Godwin C. Malasowe, experto en migraciones y relaciones internacionales de la Universidad de Abuja: “No está bien hacer que la migración sea atractiva para nosotros y al mismo tiempo criminalizarla”, afirma. Para incrementar las posibilidades de obtener un visado de trabajo regular, Malasowe sugiere invertir en formación para ocupaciones específicas que estén demandadas en Europa. Así, afirma, el potencial de Nigeria podría usarse de forma más eficiente. Un país cuya población será pronto la tercera mayor del mundo, según la ONU.

La educación es, en este momento, el mayor desafío de Nigeria. Tan solo alrededor del 60% de los niños y niñas entre 6 y 11 años acuden a la escuela, según Unicef. En el nordeste, esta tasa es incluso menor, especialmente entre los menores desplazados internamente, que no tienen acceso a la educación escolar. En poblaciones como Monguno crece una generación que nunca ha puesto un pie en un aula. “Me preocupa que estos niños puedan acabar uniéndose a grupos armados si no aprenden nada ahora”, afirma Hauwa Mohammed, la expescadora.

La familia de Mohammed Haruna, en cambio, es una de las más privilegiadas de entre las personas desplazadas dentro de Nigeria. Aún puede mandar a sus cuatro hijos al colegio, no sin sacrificios: cuando trabajaba en el banco, no le suponía ningún problema costearse las tarifas de una escuela privada, pero como vendedor de leña eso ya no es posible. Las 50.000 nairas (unos 125 euros) que gana al mes dan justo para mantener a su familia. Ya no se puede permitir las facturas escolares, por lo que ahora van a un centro público, de mucha peor calidad, afirma mientras cruza a pie el mercado de leña de Maiduguri. En la carretera que cruzan los puestos, tres de los tuk-tuks naranjas de tres ruedas importados de China y que se han convertido en un emblema de las calles de Nigeria pasan a toda velocidad.

Sumergidos en el ajetreo del día a día es fácil no percatarse del conflicto que rodea a la ciudad. Tan solo después de las diez de la noche, cuando comienza el toque de queda, se evidencia que la vida no ha vuelto a la normalidad. Pero los problemas que aquejan a la región del Lago Chad también está en las historias de las personas que trabajan en el mercado de leña. La mayoría son personas desplazadas internamente desde distintas partes del estado. Hablan de los ataques de Boko Haram, de cosechas fallidas, de temperaturas cada vez mayores. “Incluso si el conflicto acaba en algún momento, las consecuencias del cambio climático están destruyendo nuestro modo de vida”, explica Haruna. ¿Un futuro de paz para sus cuatro hijos aquí en el estado de Borno? Le cuesta creerlo. Para eso, dice, los gobiernos de todo el mundo tendrían que adoptar políticas climáticas mucho más estrictas.

Como secretario de su asociación, quiere dedicarse a trabajar en la conservación del bosque y la erradicación de la deforestación ilegal. “Esta es una lucha que nos va a ocupar mucho más tiempo que la que estamos librando contra Boko Haram”, añade. Para ello, es fundamental el compromiso de la comunidad internacional, a través de la cooperación al desarrollo, para dar un futuro a su juventud. Mientras, como en muchas otras regiones del mundo, la crisis climática seguirá siendo un catalizador de guerras e inestabilidad.

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COMENTARIOS

  1. El investigador (Cheri Lawan) está convencido de que el cambio climático es la principal causa de los conflictos que asolan la region. Casi el 80% de la población vive de la agricultura o la ganadería, pero las precipitaciones, cada vez más escasas, suponen cosechas escasas o fallidas. Y cuando la gente no tiene nada que comer, afirma Lawan, están dispuestos a coger un arma. Además, el nivel de educación en la región es bajo, y la pobreza cada vez se extiende más. Un caldo de cultivo perfecto para las organizaciones terroristas”.
    Mientras tanto aquí en España se está dotando de 7000 hombres más a “Defensa” (de “los intereses de los ricos amos del mundo”). Este ministerio ya tiene la dote más, mucho más abultada de este zafio país que no para de recortar en el derecho a la educación, a la sanidad, en los derechos de las personas que para eso pagamos nuestros impuestos.
    Pero esta sociedad inconsciente, dormida, ni protestaremos ni exigiremos que en lugar de gastar en defender los intereses de los ricos, enemigos del pueblo trabajador, en lugar de invertir para masacrar pueblos de trabajadores, invierta en ayudar en proyectos de desarrollo, en detener el desierto, en escuelas, hospitales, en echar una mano a países con problemas como Nigeria para que puedan seguir viviendo en una tierra cuyo cambio climático es debido a la irresponsabilidad e inconsciencia de Occidente.
    Luego nos quejaremos de la invasión de inmigrantes y de lo mal que está el mundo

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