#LaUniClimática: mercantilización y militarización de la crisis climática

La mercantilización de la crisis climática o la militarización creciente de los Estados como respuesta a este fenómeno han sido algunos de los temas de la tercera jornada de #LaUniClimática.
Jair Bolsonaro antes de entrar a la Asamblea General. ONU/Eskinder Debebe Foto: 823086-min

La mercantilización de la crisis climática o la militarización creciente de los Estados como respuesta a este fenómeno han sido algunos de los temas de la tercera jornada de #LaUniClimática, la escuela de verano organizada por Climática. Para abordarlos, hemos contado con la participación de Núria del Viso, antropóloga, periodista e investigadora de Fuhem Ecosocial, y Nick Buxton, miembro del think tank Transnational Institute y coautor del libro Cambio climático SA (Fuhem, 2017). 

Negacionismo y enriquecimiento 

La crisis del clima y la crisis sanitaria de la COVID-19 tienen algo en común: son fenómenos que, por primera vez, afectan de manera “simultánea” a todo el planeta y que requieren de respuestas “globales y colectivas”. Sin embargo, Núria del Viso ha subrayado hoy que “quienes más responsabilidad tienen en la gestión de estas crisis no dan síntomas de querer participar en pie de igualdad en el diseño de las soluciones”. Para la experta, la emergencia climática “se plantea cada vez más como un conflicto entre las élites y corporaciones por un lado y el clima y todos los demás por el otro”.

Frente al escenario de crisis climática, las élites económicas de todo el planeta han adoptado diferentes estrategias que pasan por la negación del calentamiento global, la mercantilización de los nuevos nichos de mercado que la crisis ha abierto o el “escapismo” para protegerse a ellas mismas. 

Aunque los efectos sobre el clima del uso de combustibles fósiles se conocen desde los años sesenta, desde muy pronto la comunidad científica y especialistas en el tema tuvieron que lidiar con “una campaña sistemática de descrédito y de polémica, que ha confundido a los decisores políticos y a la opinión pública”, ha relatado del Viso. A medida que el IPCC (Panel Intergubernamental Sobre el Cambio Climático) reunía evidencias científicas, una red de think tanks cercanos a las compañías petroleras y a los poderes políticos se dedicó a difundir una retórica negacionista, sirviéndose de los medios de comunicación hasta lograr ser escuchados en la Casa Blanca y convertirse incluso en asesores de la administración de George Bush padre, en la década de los noventa. 

Actualmente, a pesar de todas las evidencias sobre la crisis climática reunidas por la comunidad científica, el negacionismo sigue encarnado en líderes como Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil o Scott Morrison en Australia. Pero nada se resiste a “la plasticidad” del capitalismo, ha explicado la investigadora. Aunque “la mayoría del establishment ha ido admitiendo poco a poco la existencia del cambio climático, una parte se ha dado cuenta de que puede ser otra oportunidad más de negocio”. Así, diferentes sectores económicos -como el de las infraestructuras, el financiero o el mercado alimentario- están encontrando resquicios por donde lucrarse de la emergencia climática y sus consecuencias. Es el caso de las grandes compañías de combustibles fósiles, que han intensificado su influencia en los espacios de poder político durante los últimos años. Desde 2010, por ejemplo, las petroleras han invertido hasta 250 millones de euros en actividades de lobby en la Unión Europea. 

La mercantilización de la crisis alcanza también a sectores tan esenciales como el agua o la agricultura, ha asegurado Del Viso. Las corporaciones, con el apoyo de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), impulsan la llamada “agricultura inteligente”, que supone una mayor tecnologización del sector. En los años 60 y 70, prácticas parecidas ya “causaron enormes daños tanto a los ecosistemas como a la economía campesina” en la llamada Revolución Verde, recuerda la antropóloga.

También las grandes empresas de infraestructuras han sabido encontrar una fuente de enriquecimiento en el cambio climático, y han exportado la construcción de diques y muros a ciudades del sureste asiático para, en teoría, hacer frente a la subida del mar. La realidad, sin embargo, es que estos trabajos acaban justificando grandes operaciones inmobiliarias que expulsan a miles de personas de sus casas. Solo en Manila, por ejemplo, aproximadamente 125.000 hogares han tenido que ser reubicados a zonas situadas a entre dos y cuatro horas del centro donde las personas trabajan. 

“Si sale adelante un modelo mercantilizador y neoliberal nos hundiremos más y más en el capitalismo del desastre, con unos pocos que mantendrán sus privilegios a costa de cargar el peso en otras clases sociales y territorios”, ha apuntado Del Viso. 

Los muros y la seguridad

“¿Es más seguro un mundo con muros?”, se ha preguntado hoy en su ponencia Nick Buxton. Lo cierto es que Trump gastó un total de 11.000 millones de dólares en la extensión del suyo e hizo de él uno de sus emblemas de campaña. “Pero vemos que esta fortificación de las fronteras no ha servido para nada ahora que los muertos en EEUU superan los 128.000 en cuatro meses”, afirma el experto. 

En todo el mundo, hemos visto cómo los Estados han respondido al cambio climático desde la seguridad, reforzando sus ejércitos y militarizando sus cuerpos de policía. “Cada vez más, los ambientalistas ven a las fuerzas de seguridad como aliadas”, como evidenció la campaña electoral de la candidata demócrata Elizabeth Warren, que apostaba por “reforzar el liderazgo de las fuerzas armadas en la lucha contra el cambio climático”. Sin embargo, aunque es cierto que el Pentágono no niega el riesgo de una emergencia climática -ellos mismos han sufrido inundaciones en sus múltiples bases militares-, sus motivaciones no son humanistas, ha advertido Buxton. Según el investigador, “su objetivo no es detener el cambio climático y mucho menos proteger a las sociedades más vulnerables, sino  asegurar la viabilidad de sus fuerzas y su infraestructura de poder”. 

La estrategia militar y de seguridad que han adoptado la Unión Europea o Estados Unidos busca, pues, mantener su privilegio y no proteger a las sociedades que más sufren los desastres climáticos. Buen ejemplo de ello es el refuerzo de las políticas de frontera. Mientras la crisis de 2007 implicó políticas de austeridad para la mayoría de sectores, la UE no dudó en incrementar los fondos destinados a frenar la inmigración, en muchas ocasiones relacionada con el cambio climático. En este sentido, el presupuesto de Frontex pasó de 6 millones en 2005 a 333 millones en 2019.  Además, “detrás de estas políticas de militarización hay toda una industria”, asegura Buxton.

Empresas como Thales o Leonado son las principales beneficiadas de estas políticas europeas de securitización y, a la vez, las que venden más armamento a las regiones de Oriente Medio y África del norte, de donde provienen la mayoría de migrantes que tratan de entrar en Europa. “Estas empresas se están lucrando con ventas que fomentan la inestabilidad y el conflicto dentro de un contexto de cambio climático, causando refugiados, y después se están lucrando otra vez, abasteciendo los sistemas militarizados para evitar los ingresos de estos inmigrantes a Europa”, concluye el investigador.

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COMENTARIOS

  1. Excelente artículo.
    Según informa Greenpeace a medida que la pandemia del corona comenzó a extenderse por todo el mundo, la devastación al mismo tiempo en el Amazonas aumentó con una expansión en los incendios forestales y la deforestación para crear cada vez más espacio para, entre otras cosas, la producción de ganado, madera y soja.
    Según el Instituto Nacional brasileño de Investigación Espacial (INPE), en junio de 2020 se registraron 2.248 incendios. Un aumento del 20 por ciento en comparación con junio de 2019, y el mayor número de incendios medidos en junio en los últimos 13 años.
    La invasión y devastación de la Amazonía -orquestada por un poderoso lobby agrícola y legitimada por el presidente Jair Bolsonaro- ha extendido simultáneamente el coronavirus a los pueblos indígenas y ahora representa una amenaza real en las 180 comunidades y para los 400.000 pueblos indígenas que han vivido en la Amazonía durante cientos de años.

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