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«Las especies de atún se recuperan a pesar de las crecientes presiones sobre la vida marina». El titular, publicado en una nota de prensa de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) en 2021, dio la vuelta al mundo. Tras décadas de amenazas y descenso de las poblaciones, las estrategias y las políticas de protección de las diferentes especies de atún parecían estar dando resultados. En especial, en dos casos emblemáticos, el atún blanco y el atún de aleta amarilla, que pasaban a la categoría de «preocupación menor».
Las evaluaciones de la organización internacional y la Lista Roja de Especies Amenazadas que elabora desde 1964 son la gran referencia que tenemos para medir el estado de la biodiversidad. Al menos, la UICN es la voz de mayor autoridad en el tema, lo que quiere decir que una afirmación como la de los atunes, por lo general, se toma en serio y acaba teniendo un impacto en las políticas de conservación y de pesca de los países. Pero, ¿y si las evaluaciones no fuesen precisas? ¿Y si fuesen directamente erróneas o sesgadas?
En el caso concreto del atún de aleta amarilla, por ejemplo, desde 2021 varios estudios han afirmado que la situación de la especie es muy delicada y que algunas de las poblaciones están en serio riesgo de colapso. De acuerdo con la organización independiente Planet Tracker, esta especie sufre presiones pesqueras serias en todo el planeta y, en particular, en el océano Índico, donde las capturas superan por mucho el máximo establecido para que la población siga siendo sostenible en el tiempo. De hecho, estiman que en este océano la especie colapsará en 2026.
Este es también uno de los casos que recoge un grupo de 25 científicos y científicas en un artículo demoledor para las evaluaciones de la UICN. El paper –que no ha pasado todavía por un proceso de revisión por pares, es decir, que no ha sido revisado por especialistas externos– señala que los procesos de la Lista Roja pueden ser poco fiables e incluso estar sesgados, pero que a pesar de ello siguen ocupando un papel central en la toma de decisiones que afectan a la biodiversidad en todo el mundo. Entre los firmantes, figuran académicos y conservacionistas destacados e investigadores que han participado en los mismos procesos de evaluación de la UICN que critican.
¿Qué es y cómo funciona la lista roja de la UICN?
La Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN es un inventario del estado de conservación de especies animales y vegetales a nivel mundial. Fue creada en 1964 y ha servido para evaluar algo más de 138.000 especies diferentes, de las cuales un 28% está al borde de la extinción. Los criterios y las categorías empleadas en la elaboración de la lista roja (disponibles online) han sido actualizados varias veces desde 1964, aunque la última edición fue publicada el 9 de febrero del año 2000.
A través de un proceso cuantitativo, estandarizado, transparente, objetivo y reproducible, la UICN categoriza las especies analizadas en siete grupos diferentes. Estos son, de menor a mayor gravedad: preocupación menor, casi amenazado, vulnerable, en peligro, en peligro crítico, extinto en estado salvaje y extinto. También tiene otro para aquellas especies de las que no hay datos suficientes. La propia UICN reconoce que su sistema tiene problemas de escala y de incertidumbre derivados de las variaciones naturales de las especies, la falta de claridad en los términos y definiciones usadas y errores de medición.
«Para mí, el punto más crítico de las listas rojas de la UICN es que no son confiables», señala Rubén Darío Palacio, autor principal del artículo crítico con la metodología de la UICN. «El sistema de categorías y criterios apenas se ha modificado en 20 años. En mi opinión, está obsoleto. En la actualidad, contamos con muchas más herramientas y acceso a datos para evaluar el riesgo de extinción, pero la UICN lo sigue haciendo con herramientas anticuadas». Este biólogo colombiano, director de la Fundación Ecotonos –centrada en la conservación de la biodiversidad de los Andes tropicales–, conoce bien los problemas que genera entre los conservacionistas contar con una herramienta desactualizada.
Su investigación sobre el saltarín dorado, un pájaro que vive en los bosques nubosos de los Andes, concluyó que la especie es endémica de algunas zonas de Colombia y Ecuador y que sus poblaciones están en serio declive. Pero cuando solicitó el apoyo del Fondo de Alianzas para Ecosistemas Críticos para protegerlo, la respuesta fue que el ave no estaba lo suficientemente amenazada como para recibir fondos. Según Palacio, todo se debió a una mala evaluación de la UICN, que no midió correctamente las poblaciones ni tuvo en cuenta amenazas múltiples como la fragmentación del hábitat o el cambio climático.
«Muchos de los cálculos de las evaluaciones son ambiguos y no permiten una aplicación estadística y sistemática», añade Palacio. «Esto resulta en una situación en que la calidad de las evaluaciones del riesgo de extinción varían mucho de especie a especie. Algunas evaluaciones son muy buenas, otras regulares y otras son bien malas. Desde un punto de vista científico, esta es la peor situación posible, porque las evaluaciones para cada especie no están estandarizadas, ni conocemos bien los sesgos y las limitaciones de sus métodos».
Desde la UICN reconocen que la calidad y la cantidad de datos disponibles varían mucho entre especies y, como resultado, el nivel de detalle en las evaluaciones de la Lista Roja varía. «Sin embargo, las evaluaciones son claras en cuanto a la calidad de los datos utilizados y reflejan las estimaciones y las suposiciones que se han hecho para que los usuarios de la Lista Roja puedan tenerlas en cuenta», explica a Climática Jon Paul Rodríguez, director de la comisión de Supervivencia de Especies de la UICN.
«El sistema cuenta con un proceso de peticiones y apelaciones en caso de que alguien desee impugnar una lista en particular o crea que los evaluadores omitieron datos o que su análisis es incorrecto. Desde 1964, solo se han recibido un puñado de peticiones, lo que habla de la solidez del proceso de la UICN», añade.
¿En qué puntos está fallando la UICN?
Alice C. Hughes, investigadora de la Universidad de Hong Kong y otra de las 25 científicas que firma el artículo, también conoce de primera mano las dificultades de lidiar con las evaluaciones de la UICN. «Pongamos el caso de las ranas asiáticas. La mayoría son especies con un área de distribución muy pequeña», explica la bióloga. «Muchas están clasificadas como poco amenazadas, pero si atendemos en detalle a su distribución deberían ser consideradas como especies muy vulnerables. Esto ha sido ignorado sistemáticamente en las evaluaciones de la Lista Roja y ha hecho que se subestimen las amenazas a las que se enfrentan estas especies».
Para la investigadora, existen muchos puntos débiles en el proceso de evaluación de la UICN. «A nivel geográfico, por ejemplo, se usan técnicas de hace 30 años. Pusimos a prueba el sistema y descubrimos que, en promedio, alrededor del 50% de las localidades registradas para cualquier especie determinada estaban fuera de los mapas de la lista roja», explica Hughes. «Incluso se usan barreras artificiales como las fronteras políticas para delimitar los territorios de distribución, lo que puede llevar a omitir por completo áreas clave».
Los firmantes del artículo, que recalcan que no son los primeros en señalar las debilidades de la Lista Roja, inciden en que el proceso de evaluación de la UICN falla en los siguientes puntos:
- Aunque la evaluación es cuantitativa, a menudo se toma como referencia la opinión de especialistas, un criterio que puede ser subjetivo o estar sesgado.
- Ese sesgo también se deja notar entre grupos de especies. Por ejemplo, se han hecho muchas más evaluaciones de vertebrados que de ningún otro grupo de seres vivos.
- Los datos son deficientes para una de cada seis especies analizadas (así lo reconoce la propia UICN). Esto puede afectar a las políticas de conservación.
- Los mapas de distribución a menudo ignoran subespecies y variedades locales, cuya diversidad también es importante.
- En especies categorizadas como no vulnerables, los procesos pueden ignorar declives importantes a nivel local o regional.
- Los criterios y las categorías, así como las tecnologías y métodos utilizados, no han cambiado en más de 20 años.
- Muchos de los parámetros usados para medir las poblaciones no están estandarizados y se basan en estimaciones.
- Los criterios de evaluación no contemplan los efectos de varias amenazas simultáneas, que pueden operar sobre las poblaciones, su distribución o su hábitat.
- Los procesos de selección de los expertos encargados de las evaluaciones también están sesgados y a menudo dan más peso a científicos de los países del Norte Global.
- La mayoría de los asesores trabaja de forma voluntaria y en condiciones de poca financiación.
- Las evaluaciones solo se consideran obsoletas cuando tienen más de 10 años, por lo que muchas están desactualizadas.
La lista sigue. Y la UICN, que reconoce la existencia de algunos de estos puntos débiles, se defiende. «Uno de nuestros objetivos principales es la diversificación», explica Jon Paul Rodríguez. «Creemos firmemente que un análisis adecuado del estado de la biodiversidad global necesita incluir todas las perspectivas, puntos de vista y experiencias relevantes, y hemos tomado medidas explícitas para mejorar la participación global».
Para el director de la comisión de Supervivencia de Especies de la UICN, también «es un desafío mantener las evaluaciones actualizadas con los recursos limitados disponibles, razón por la cual estamos explorando cómo se pueden utilizar las nuevas tecnologías y fuentes de datos para ayudar a acelerar el proceso, como el uso de datos de sensores remotos sobre los cambios en el uso del suelo, de registros de especies de ciencia ciudadana, de ADN ambiental, de datos de las redes sociales e incluso de herramientas de inteligencia artificial».
¿Por qué el debate es importante?
Los 25 especialistas que firman el artículo reconocen también que la UICN ha mejorado en algunos puntos en los últimos años, pero que el camino que tiene por recorrer todavía es largo. Además, señalan, todo este debate no sería tan importante si la Lista Roja de Especies Amenazadas no se hubiese convertido en el indicador de referencia para las estrategias globales de lucha contra la pérdida de biodiversidad. Por ejemplo, se usa para identificar y designar las Áreas Clave para la Biodiversidad (KBA, por sus siglas en inglés) y se usará para evaluar el progreso del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal, el tratado recién firmado para frenar la crisis de biodiversidad a nivel mundial, que cuenta con objetivos cuantificables a 2030 y 2050.
«Se ha convertido en el indicador de la biodiversidad por excelencia, pero tiene inconsistencias importantes», recalca Alice C. Hughes. «Las evaluaciones de la UICN solo se consideran obsoletas cuando tienen más de 10 años, lo que significa que, para la mayoría de las especies, no tendremos datos actualizados cuando haya que evaluar si se han cumplido los objetivos de 2030 del acuerdo de Kunming-Montreal».
«Sería mucho mejor contar con un sistema de monitorización donde los datos del estado de las especies sean obtenidos a nivel local y regional y luego estos sean agregados a nivel global», añade Rubén Darío Palacio. «De hecho, ya hay varias propuestas concretas sobre cómo operativizar este sistema, que no debería depender en absoluto de las listas rojas de la UICN».
Si bien la Lista Roja de la UICN –defiende Jon Paul Rodríguez– es la mayor herramienta para conocer el riesgo de extinción de especies a nivel mundial, «también es cierto que nunca ha sido diseñada para ser usada como el único medio para establecer prioridades de conservación y que hacer evaluaciones de nuevos grupos taxonómicos, así como reevaluar periódicamente las especies que ya están en la lista, es un proceso muy costoso cuya financiación depende solo de los donantes».