Los niños estarán bien (si escuchamos sus demandas para esta COP)

Escocia ha reunido a más de 60 jóvenes para reclamar justicia climática gracias al proyecto Spark, una iniciativa de 20 organizaciones europeas, que en España impulsa Oxfam Intermón.
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Adaptación del artículo publicado en Climate Action Network. Apoyo editorial de Bianca Fiore / Atlas of the Future y Javier Gacio / Oxfam Intermon

A klukuk a rkemei es un proverbio del Estado isleño de Palau, y se traduce como “el mañana no está escrito”. Así, las niñas y niños de este archipiélago en el Pacífico crecen aprendiendo la importancia de cuidar el futuro, y saben que las acciones de hoy definen el mañana.

Nos hemos reunido en Escocia más de 60 jóvenes para reclamar justicia climática, gracias al proyecto Spark, una iniciativa de 20 organizaciones europeas, que en España impulsa Oxfam Intermón. Somos de Bélgica, Burkina Faso, Burundi, República Centroafricana, Colombia, Dinamarca, España, Francia, Holanda, Italia, Hungría, Letonia y Níger. Tenemos historias y orígenes diversos. Compartimos la preocupación por nuestro propio futuro y el de las futuras generaciones, pero somos conscientes de que la crisis climática no nos afecta de la misma forma, y que hay graves pérdidas y daños que ya se han hecho reales para muchas personas. 

Como ya sucede en Palau, los países y las personas que más sufren sus efectos suelen ser también las que menos han contribuido a la crisis climática señalando la necesidad de abordar las soluciones a dicha crisis desde una perspectiva de justicia social

Durante estos días en Glasgow, hemos conocido a quienes están en primera línea de la crisis climática. Jóvenes como Marinel Sumook Ubaldo, activista filipina de 24 años cuya familia sobrevivió al tifón Haiyan. Marinel es activista por necesidad, y ahora es una de las caras más visibles del movimiento para la justicia climática en Asia. O como Gabriela Franco Prieto, activista ecofeminista de 22 años colombiana fundadora del proyecto La Totuma, que busca avanzar la agenda climática junto al proceso de paz de su país, para que deje de ser el más peligroso del mundo para defender el medio ambiente. Ineza Umuhoza Grace nos contaba cómo en su país, Ruanda, las inundaciones históricas han desplazado a miles de personas, destruyendo casas, cultivos y centros de salud.  

Sus testimonios nos recuerdan la violencia de esta crisis y la urgencia de que la agenda de pérdidas y daños sea ya una prioridad en la COP26, y un asunto permanente en las COP futuras. No hay tiempo que perder. Marinel, Gabriela, Ineza y sus comunidades no tienen tiempo. Exigimos acciones ya. 

En primer lugar, dejemos que la persona que rompa el vaso, pague por él. Los países y las empresas que han contribuido más a la crisis climática deben hacerse cargo de sus responsabilidades. Esto ya no puede ser un compromiso voluntario, sino que debe convertirse en una responsabilidad sistémica y legalmente vinculante. 

Para ello, necesitamos un marco estructural que considere las responsabilidades históricas y que contemple medidas para prevenir daños y pérdidas futuras. La financiación de este marco debe originarse de acuerdo a esta responsabilidad del pasado, que no se trata de caridad, sino de justicia, y debe ser independiente y complementaria a los fondos necesarios para adaptación y mitigación. Es indispensable que las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDCs por sus siglas en inglés) sean más regulares e incluyan planes explícitos para pérdidas y daños que sean legalmente vinculantes. 

Debemos poner a las comunidades en la cabeza y el corazón de las políticas de pérdidas y daños. Las personas que los sufren en primera línea son quienes conocen su impacto, y deben decidir el alcance de las políticas. Dejemos que las comunidades manejen los recursos, y aseguremos que las mujeres y la juventud están representadas. Para evitar daños mayores, los bosques y hábitats naturales deben ser protegidos por sus guardianes de derecho legítimos, de modo que recuperen la biodiversidad de la que dependemos para prosperar. Poner a las comunidades más afectadas en el centro de las políticas de pérdidas y daños también significa reconocer los impactos psicológicos

Finalmente, debemos repensar lo que significa la ciudadanía global a la luz de los desplazamientos por razón del clima. Las personas deberían poder desplazarse por elección, no por desgracia. Y para ello, los recursos, la tierra y las compensaciones deben ser accesibles y repartidas de forma equitativa.

En resumen, exigimos un clima de cuidados, que atienda las cargas físicas, económicas y psicológicas causadas por los daños y pérdidas que ya han experimentado comunidades como las de Gabriela, Ineza o Marinel. Este clima de cuidados debe basarse en soluciones locales, esfuerzos colectivos, en la promoción de la igualdad, respuestas interseccionales, reparto de poder y la atención a la salud mental de las personas, empezando por las que están en primera línea.  

Todavía no sabemos los resultados de esta COP26, y sabemos que el camino no acaba cuando termine la cumbre. Asumimos nuestra responsabilidad y alzamos nuestras voces junto a las de estas activistas y otras miles de todo el mundo para desactivar el actual clima de violencia y construir uno de cuidados. 

Estamos listas para hacernos cargo de nuestro presente y nuestro futuro. Ahora les toca a empresas y líderes mundiales hacerse cargo de su parte.

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