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La lucha por un aire limpio desde el corazón minero de Europa

“En esa lucha a favor de la salud y la calidad del aire, toda Polonia debe implicarse y tener claro que el reto supone un cambio importante para su ciudadanía”.
La lucha por un aire limpio desde el corazón minero de Europa
Foto: polonia1

El carbón es, en el sur de Polonia, mucho más que un mineral. Se trata de una identidad, una historia colectiva y un orgullo en esa región europea, donde miles de mineros bajan cada día a las profundidades del suelo para extraer el combustible que más calienta los hogares de Silesia y Malopolskie. El carbón allí es barato y popular, pero todo tiene su precio. En 2012, la Organización Mundial de la Salud (OMS) identificó las 50 ciudades con peor calidad del aire del mundo. De ellas, 33 eran polacas, y entre todas destacó Cracovia. La presencia en cantidades críticas de las partículas PM10 y PM2,5 –muy contaminantes al inhalarse y que no se perciben a simple vista–, pasaba de puntillas en la política del país. Ocho años después, y todavía en una condición crítica, quienes pasean por las calles de Cracovia pueden verificar diariamente la calidad del aire que respiran a través de pantallas y medidores instalados en el espacio público.

“Ha sido un proceso lento de sensibilización, pero se ha convertido en el gran tema del presente y el futuro, tanto para la sociedad civil como para los políticos. Incluidos aquellos que al principio negaban el cambio climático”, dice Magdalena Kozlowska, directora de proyectos de Krakow Smog Alert, una de las entidades que nació en la ciudad para combatir la emergencia climática. Fue precisamente en Cracovia, la capital de la región de Malopolskie, donde empezó a tejerse una red de activistas para concienciar y revertir una situación que llegó a niveles insostenibles.

“Estamos situados en un valle, en una planicie donde no corren los vientos, así que el aire se queda estancado y produce unos niveles de calidad muy pobres. Justo las regiones vecinas, de donde proviene la mayor parte de la contaminación, son zonas rurales dedicadas a la minería y, claro, todas las calderas funcionan con carbón”, explica Kozlowska. Desde su despacho cerca del río Vístula, la activista recuerda los inicios de Krakow Smog Alert. “En 2012 la situación era particularmente crítica. Casi cada día en invierno, por el uso diario de las calderas y calefacciones, se excedían los límites de partículas recomendados por la Unión Europea”. Fue entonces cuando surgió el movimiento, al que se sumaron gentes de diversas trayectorias, muchas de ellas sin una relación directa con estudios o formación previa sobre temas climáticos o ambientales. “Éramos ciudadanos preocupados, en general, por la salud global de nuestras ciudades. Nos juntamos para empezar a dar a conocer una realidad de la que se tenía poca información”, recuerda.

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Cracovia ha prohibido las calderas de carbón: «Pero si no lo hacen en los municipios colindantes, ¿de qué sirve»?. Foto: Sergi Conesa.

Como toda lucha perseverante, los frutos acabaron por llegar. En 2016, el 68% de la contaminación del aire en la antigua capital polaca provenía del uso de carbón en los sistemas de calentamiento de las casas. Desde el pasado verano, Cracovia ha prohibido este tipo de calderas y calefacciones. Con ayudas y subsidios, los han comenzado a reemplazar por sistemas menos agresivos con el medio ambiente. Una victoria en toda regla. La escena típica de miles de hileras de humo suspendidas entre las iglesias y castillos de la ciudad ya no se verá más. Aun así, Magdalena Kozlowska admite que es un proceso lento y costoso. “Hemos conseguido sacar del mercado las calderas de carbón e imponer mayores controles de calidad en las nuevas, pero si no lo hacen en los municipios colindantes, ¿de qué sirve? Por eso es tan importante seguir con nuestro activismo. El aire y su calidad son una cuestión de salud global”, insiste.
Hasta 47.000 personas mueren de forma prematura en Polonia por la exposición a la contaminación del aire, según la OMS. La Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA) también ha constatado que Polonia registra los niveles más altos de partículas nocivas en el aire de Europa, solo superada por Bulgaria. Las concentraciones extremas de PM10 y PM2,5 siempre se detectan en febrero, cuando casi triplican los estándares europeos establecidos. Es el momento más frío del año, cuando más se usan los combustibles fósiles, pero también se quema más madera y basura.

Marcel Mazur, experto del Centro de Alergología Clínica y Ambiental de Cracovia, confirma que las alergias y problemas respiratorios en la región han crecido hasta el 50% respecto al resto del país. “Las personas con asma y otras patologías respiratorias sufren síntomas y crisis que antes solo aparecían en primavera. Si rebajamos los niveles de exposición a los que estamos sometidos sobre la polución del aire, descenderán los niveles de enfermedades alérgicas y respiratorias”, apunta el doctor Mazur. Entre las partículas suspendidas en el aire, debido a la quema del carbón, también se encuentra el benzopireno, una sustancia altamente cancerígena.

El ‘smog’ y el emblema de la minería

Cuando uno alza la vista más allá de la trama urbana, el horizonte se dibuja como una llanura rural con un perfil moldeado por las chimeneas. La región de Silesia está repleta de espigadas torres que humean sin parar. Son el estandarte de las minas y las centrales eléctricas, el 90% de las cuales funcionan con carbón. Al atardecer, la zona se inunda de un humo nebuloso, que se condensa en las áreas más pobladas. Este fenómeno, conocido como smog –de la contracción en inglés de smoke, humo, y fog, niebla–, se esparce como un mantel de vapor que oculta los edificios.

En Beirún, en el corazón de esta zona de Polonia, se explota desde hace 50 años la mina más grande de Europa. Se llama Piast, y desde su entrada, Radoslaw Wojnar señala los edificios donde se crió, separados por una pequeña carretera del complejo minero que hoy en día es su lugar de trabajo. Al igual que su padre y sus cuatro abuelos, desde hace una década es minero, un trabajo que para muchos es un patrimonio sentimental polaco. Solo en esta región, más de 70.000 personas trabajan hoy en las plantas mineras, todas ellas dedicadas al carbón. Hasta 3.500 lo hacen en Piast.

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Solo en esta región, más de 70.000 personas trabajan hoy en las plantas mineras, todas ellas dedicadas al carbón. Foto: Sergi Conesa.

“Era mi única salida profesional. En el país había mucho paro, así que si hacía los estudios técnicos de bachillerato de minería, tendría una plaza asegurada en la mina para toda la vida”, relata Wojnar. Amante del esquí y de los deportes de invierno, es consciente de que su trabajo es el mismo que provoca el cambio climático que lo deja sin una de las cosas que más le gusta: la nieve.

No es casualidad que el primer presidente después de la etapa comunista en Polonia, Lech Walesa, fuera un antiguo líder del sindicato Solidarność, que une a todos los trabajadores del carbón. Desde entonces, el papel del sector industrial minero se mantiene como una de las bases del poder en el país. No tanto por su valor económico, puesto que solo representa el 0,4% de su PIB. Su fuerte historia nacional, la capacidad de generar empleo o el discurso del autoabastecimiento energético hacen de la minería un sector estratégico para todos los gobiernos, que tienen en propiedad a las empresas, pese a que estas actúan en el mercado libre. Pero su vida cada vez es más corta, tanto por la devaluación del carbón polaco como por su incidencia en la pérdida de salud global y su contribución al cambio climático. “Se comenta que en Piast nos quedan unos 10 años de explotación del carbón. En Silesia somos conscientes de que la minería está llegando a su final”, reconoce Wojnar mientras apura una cerveza. Al subirse de nuevo al coche, se sacude los zapatos para limpiarlos de la mezcla de barro y carbón. “Esto no puede ser bueno”, murmura mientras niega con la cabeza.

Que se celebre la conferencia de Naciones Unidas COP 24 sobre la emergencia climática en tu ciudad puede ser un motivo de esperanza, y la demostración de que es posible dar pasos hacia adelante. Ocurrió en 2018. Para Patryk Bialas, concejal de Katowice, la cumbre “sirvió para dejar en evidencia que los políticos en Polonia solo hablan, no actúan”. En su despacho del Centro Tecnológico Europeo, el medidor sobre la calidad del aire marca unos niveles de 75 µg/m3 de PM2,5, una tasa que triplica las recomendaciones diarios marcados por la OMS.

Bialas, curtido en el activismo de base de Katowice Smog Alert, asegura que durante años no hubo estándares en Polonia por lo que respecta a las emisiones de estos sistemas de calefacción. En Katowice, cada persona inhala al año el equivalente a 2.500 cigarrillos, lo que supone 600 muertes prematuras. Bialas aboga por una transición verde que se adecúe a todas las capas de la sociedad, “una reconversión estratégica de toda la zona que vaya más allá de la prohibición y que incluya a los mineros, que están preparados para el cambio pero sin perspectivas porque los gobiernos no les dan posibilidades”. El activista considera que, para la población más joven, bajar a la mina ya no es una opción de futuro. “Solamente hace falta ver lo vacías que están las aulas de las escuelas técnicas. A nadie le puede interesar bajar a 700 metros y trabajar casi ocho horas, cuando en nada van a cerrar los yacimientos”, señala.

El concejal recuerda que el primer día que se acercó a la mina para reunirse con los trabajadores, pasó miedo. “Cuando llegué, me señalaban diciendo: ‘Mira, el que nos quiere dejar sin trabajo’”, relata. Su intención, como la del Movimiento Climático de Silesia del que forma parte, es acabar con la extracción de carbón y que todo el sector minero pase a ser clave en el desarrollo de energías renovables. “Mi abuelo era minero, tengo un gran respeto por todos ellos y por eso sé que tienen las habilidades necesarias para adaptarse a esos cambios”, afirma. “¿Qué tipo de habilidades tienen? ¿Son electricistas? Sí, lo son. ¿Son fontaneros? También. ¿Y carpinteros? Por supuesto”, sostiene Bialas con vehemencia.

En esa lucha a favor de la salud y la calidad del aire, toda Polonia debe implicarse y tener claro que el reto supone un cambio importante para todos sus ciudadanos y ciudadanas. Desde el corazón minero de Europa, ya sueñan con un futuro sin carbón. Por eso, el concejal tiene claro que en esta transición hacia las energías verdes, los políticos deben favorecer el acceso a toda la población, y no solamente a los más ricos. Su conclusión es clara: “Dicen que el carbón es nuestro oro, el oro polaco. Pero si es oro, debería ser guardado, no quemado. Porque es la forma más estúpida de perder un tesoro”.

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