Empacho de nutrientes y bulos en el Mar Menor

Avance editorial de 'El mar que muere' (Balduque), de Pablo Rodríguez Ros. El ambientólogo señala que empresas agrícolas y responsables políticos están matando al Mar Menor con su connivencia con los vertidos agroquímicos.
Peces muertos a orillas del Mar Menor, Murcia, en 2021. Foto: REUTERS/Eva Manez

Este es un avance editorial de ‘El mar que muere‘ (Balduque), del ambientólogo y doctor en Ciencias del Mar Pablo Rodríguez Ros.

En el Mar Menor, al igual que sucede con gran parte del océano, la situación es ciertamente desalentadora. Los científicos expertos en el Mar Menor muestran unanimidad en una cosa: el Mar Menor ya no es el que era antes de 2016, pese a ciertos cantos de sirena que decían en 2018 que ya estaba recuperado (“mejor que nunca”, dixit). De hecho, desde el Instituto Español de Oceanografía advirtieron en un informe que el episodio extremo que sucedió en 2021 —uno más desde la “sopa verde” de 2016 que acabó con el 90% de las praderas marinas de la laguna— muestra que el ecosistema lagunar ha podido perder su capacidad de autorregulación. Mientras escribo estas líneas, en 2022, las praderas de fanerógamas y macroalgas no han recuperado la configuración que tenían antes de 2016. Seis años de mar moribundo. Los avistamientos de algunas especies icónicas de la laguna costera como el caballito de mar (Hippocampus guttulatus) se cuentan con los dedos de una mano, mientras que la presencia de otras especies ha aumentado (como doradas y lubinas).

Pese a que algunos de los parámetros físico-químicos y biológicos han mejorado o mantienen niveles estables (no así otros como la fluctuante salinidad, elemento clave para la biodiversidad característica de la laguna), todo el sistema está en transición hacia otro estado, sobre todo desde un punto de vista de la biodiversidad y condiciones ecosistémicas. Este puede ser semejante al que había antes del evento de 2016, 2019 o 2021, o diferente. Todo depende de si las medidas que se toman van encaminadas a recuperar lo que había, si es que a ello se le puede catalogar como un ecosistema idóneo para las formas de vida que lo habitan y las comunidades humanas adyacentes (mi opinión es que no), o a perseguir otro Mar Menor cuyos servicios ecosistémicos funcionen a pleno rendimiento, a la vez que mantiene una biodiversidad y características ambientales únicas.

¿Quién mató al Mar Menor? Principalmente, los compuestos agroquímicos vertidos a la laguna y las aguas subterráneas durante décadas, y que siguen vertiéndose. Y no podemos olvidar que las aguas subterráneas también contaminan, de nuevo, las aguas superficiales y los ecosistemas acuáticos. Lo explicó de manera mucho más evocadora Rachel Carson en Primavera Silenciosa:

«Excepto la que entra directamente en los ríos en forma de lluvia o de escorrentía superficial, toda el agua fluyente de la superficie terrestre fue anteriormente agua freática. Y por ello, en un sentido muy real y sobrecogedor, la contaminación del agua subterránea supone la contaminación de todo tipo de aguas».

Llegados a este punto cabe mencionar que La Región de Murcia no cuenta con normativa propia reguladora de los vertidos desde tierra al mar, más allá de las disposiciones generales de la normativa estatal, tal y como indican en un reciente proyecto de decreto para la aprobación del reglamento de vertidos efectuados desde tierra al mar de la Región de Murcia. Todo ello a pesar de que en el artículo 10.1.2 del Estatuto de Autonomía de la Región de Murcia se establece que tienen las competencias exclusivas en la ordenación del litoral y que, según el artículo 11 del mismo texto legal, le corresponde mejorar la legislación básica del estado en protección del medio ambiente. Además, el artículo 114 de la a Ley 22/1988 de Costas establece:

«Las Comunidades Autónomas ejercerán las competencias que, en las materias de ordenación territorial y del litoral, puertos, urbanismo, vertidos al mar y demás relacionadas con el ámbito de la presente Ley tengan atribuidas en virtud de sus respectivos Estatutos».

Y la misma norma indica en su artículo 110 que solo le compete al Estado:

«h) La autorización de vertidos, salvo los industriales y contaminantes desde tierra al mar».

¿Por qué es importante regular estos vertidos? Porque, como la propia Administración Regional reconoce, es urgente atajar la contaminación que llega al medio marino, y en particular al Mar Menor. Es tan urgente que la Ley 3/2020, de 27 de julio, de recuperación y protección del Mar Menor indicaba:

«En el plazo de un año desde la entrada en vigor de esta Ley, se aprobará por el Consejo de Gobierno el decreto por el que se apruebe el reglamento de vertidos de tierra al mar». 

Obviamente, es un plazo que no se ha cumplido, otro más de dicha Ley que pretende proteger al Mar Menor. Así, desde que se aprobara la vigente Ley de Costas en 1988 hasta el presente, lo que supone más de 30 años, parece ser que los distintos gobernantes de la Región de Murcia no han tenido tiempo de aprobar esta norma. Tampoco se ha elaborado el Plan de Cuenca del Mar Menor, una herramienta de ordenación del territorio indispensable para recuperar la laguna. Y dicho Plan no existe porque según la Consejería de Fomento de la Región de Murcia, los trabajos de la empresa contratada para elaborar dicho Plan “carecen de rigor técnico”; mientras, por su lado, la empresa alega que la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia incumple la actual Ley del Mar Menor. En realidad, lo triste es que la normativa ambiental en dicha Región siempre llega tarde y mal. Además, una vez que llega, no se aplica; véase la reciente Ley que pretende proteger al Mar Menor, la cual establece, por ejemplo, una moratoria urbanística que ha vencido en agosto de 2023 y ha desbloqueado la construcción de cientos de viviendas en los municipios ribereños del Mar Menor.

A nivel agrícola, a fecha de agosto de 2023, solo 54 de las más de 800 explotaciones entorno al Mar Menor han acreditado que cumplen las medidas establecidas por dicha Ley. Eso es el 6,75% de las explotaciones. Mucha gente se puede preguntar, llegados a este punto, si esta no aplicación de la Ley se debe a la incompetencia de quienes deben aplicarla o a una potencial connivencia con parte del sector agrícola, aunque tal vez sea un poco de ambas. No es de extrañar que los consejeros y consejeras que han gestionado competencias de agricultura o medio ambiente suelen acabar pasando, tarde o temprano, por los juzgados. Por si fuera poco, ahora hay quien aboga por derogar o modificar dicha Ley que pretende proteger la laguna, mientras que muchos nos preguntamos cuál es la diferencia entre que no haya una ley o que la haya y no se aplique.

El exceso de nutrientes procede de la actividad agrícola y ganadera

¿Por qué muere el Mar Menor? Técnicamente, podemos afirmar, en base a toda la evidencia científica disponible que apunta al mismo hecho, que el Mar Menor vive un proceso de eutrofización persistente con crisis distróficas más o menos intensas (2016, 2019 y 2021) que originan eventos de hipoxia y anoxia. Ahora bien, ¿qué es eso de la eutrofización? Según la RAE, la eutrofización es el «incremento de sustancias nutritivas en aguas dulces de lagos y embalses, que provoca un exceso de fitoplancton». Según la enciclopedia británica es el «aumento gradual de la concentración de fósforo, nitrógeno y otros nutrientes de las plantas en un ecosistema acuático, como un lago». […] En conclusión, se busque la definición que se busque, todas apuntan a un detonante en los ecosistemas acuáticos: el exceso de nutrientes que, por lo general, proceden de la actividad agrícola, mayoritariamente, y ganadera. Por ello, la manera de actuar sobre un ecosistema acuático que sufre eutrofización debería ser reducir los aportes de dichos nutrientes; es a lo que muchos llamamos “actuar en origen”. Si no, la eutrofización seguirá siendo persistente.

¿Cómo funciona? El proceso es el siguiente, de manera resumida: Primero, necesitamos un gran aporte de nutrientes en un ecosistema acuático, que puede ser un lago o una laguna costera (por ejemplo, uno que mantenga poco intercambio de agua con sistemas adyacentes como otros lagos o el océano, lo cual hace muy difícil la renovación de sus aguas). Este aporte de nutrientes hace que los productores primarios, principalmente las microalgas del fitoplancton que viven en la superficie del agua, crezcan de manera desmesurada. Aquí se produce un efecto interesante: este crecimiento estimula las cadenas tróficas de forma que un sistema eutrofizado es típico que en sus etapas iniciales muestre picos de biomasa de especies que están al final de la cadena trófica, como los peces.

Sin embargo, este crecimiento en exceso no trae nada bueno para el ecosistema, aunque así lo parezca a primera vista, ya que a medida que avanza el proceso, la materia orgánica se acumula en exceso. Anecdóticamente, cabe mencionar que durante el episodio de “sopa verde” de 2016 hubo dirigentes políticos, como el exsecretario general del Partido Popular, Teodoro García Egea, que afirmaban que el Mar Menor no estaba eutrofizado porque había récords en las capturas de dorada, cuando ese hecho precisamente indica lo contrario.

Siguiendo con la explicación del proceso, lo que sucede a continuación es que estas microalgas copan la superficie impidiendo que la luz solar pase al fondo del sistema acuático. Es decir, la fotosíntesis de las macroalgas y plantas que viven en el fondo se ve muy mermada. Eventualmente, deja de haber fotosíntesis en el fondo, por lo que dichos organismos fotosintéticos mueren, dando paso a que proliferen las bacterias anaeróbicas, es decir, aquellas que basan su metabolismo en otros compuestos que no son el oxígeno, ya que este empieza a escasear. La muerte de estas praderas de macroalgas y plantas de los sistemas acuáticos tiene otros importantes efectos sobre la salud del ecosistema. Uno de ellos, posiblemente el más conocido, es que las larvas de muchas especies de peces, que se refugiaban en estas pequeñas plantas y macroalgas, no tienen dónde esconderse y acaban muriendo por falta de comida o sirven de alimento para los peces más grandes.

Las consecuencias pueden ser desastrosas. Como decíamos, el Mar Menor sufre un proceso de eutrofización persistente, el cual pasa por “estados” o “episodios” más o menos intensos que pueden llegar incluso a la anoxia de sus masas de agua, como ha sucedido en 2019 y 2021. En ambas ocasiones se ha llegado a producir mortandad masiva de peces, ya que la eutrofización provoca que se llegue a niveles de oxígeno subletales y letales para su supervivencia, de los cuales se llegaron a recoger varias toneladas. Asimismo, en 2016 se produjo el conocido fenómeno de la “sopa verde”: un estado de eutrofización avanzada que, si bien no produjo mortandad de peces, acabó con alrededor del 90% de la cobertura vegetal de los fondos del Mar Menor, según la cartografía realizada por el Instituto Español de Oceanografía y la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE). Por tanto, teniendo en cuenta toda, absolutamente toda, la evidencia científica recogida durante estos seis años y los anteriores podemos afirmar que ningún experto en eutrofización costera dudaría sobre el diagnóstico del proceso.

Sin embargo, tal y como ha pasado históricamente con el tabaco o el cambio climático, siempre hay pseudoexpertos dispuestos a difundir estas mentiras. Así, un lobby formado por empresas agrícolas inició la estrategia socialmente suicida, y éticamente repugnante, de negar toda la evidencia científica y afirmar, sin tapujos, que el Mar Menor no estaba eutrofizado. Concretamente, durante los meses de octubre y noviembre de 2021 —aunque posteriormente han seguido con la misma cantinela—, se intentó hacer creer a la población general que el Mar Menor no estaba eutrofizado. Su argumento no podría ser más irrisorio: en el Mar Menor no había nitratos. Y como no había nitratos, no podría haber eutrofización. Principalmente se aludía a que la ausencia de nitratos en las aguas de la laguna es equivalente a ausencia de eutrofia. No obstante, esto no es más que una falacia y una malintencionada malversación del concepto. Por un lado, esta información la sacaban de un informe de la Comisión Europea que, para acabar de rematar la broma pesada, decía justo lo contrario. Además, no era un “informe” de la Comisión Europea, sino un visor de datos creado por un centro de investigación dependiente de la Comisión Europea, el Joint Research Centre, que se nutre de las informaciones que aportan los estados miembros. En el caso de España, el informe aportado por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico indicaba explícitamente que el Mar Menor puede considerarse como masa de agua afectada por un proceso de eutrofización persistente debido a los nitratos agrícolas.

Por otro lado, es una profunda muestra de ignorancia acerca de cómo funcionan los ecosistemas acuáticos, ya que es habitual que el nitrato libre en estado acuoso no exista, o se detecte en concentraciones bajas, porque es rápidamente capturado por los organismos fotosintéticos, generando las condiciones necesarias para que exista la eutrofización. Es decir, los aportes de nitrógeno de origen agrícola llegan y son rápidamente consumidos. Por lo tanto, decir lo contrario es como si alguien organizase una cena en su casa y convocase a la gente a las 21:00, pero uno de los convocados aparece a las 23:00 y, tras ver los platos vacíos y la gente con las barrigas llenas, exclamase: “¡Aquí no ha habido ninguna cena porque los platos están vacíos!”. Como poco, pensaríamos de esa persona que no es la farola que más alumbra de la calle.

Con este bulo podemos constatar que, como con tantos otros temas, los paladines de la pseudociencia y el negacionismo, aparte de pasear por nuestro mundo una ética cuestionable, adolecen de un severo déficit de comprensión lectora. Esta combinación de ausencia o carencia de ética con unas capacidades intelectuales y formativas limitadas hacen el cóctel perfecto del buen pseudocientífico. En este caso, por tanto, el Principio de Hanlon, que indica que no es conveniente asociar a la maldad lo que puede explicarse por la poca inteligencia, no aplicaría. La combinación de ignorancia, soberbia y, por qué no decirlo, cierta maldad, alcanza su máxima expresión en estos individuos. ¿Detrás de ello? Una serie más o menos larga de intereses económicos y/o personales. Pero aparte de la maldad o los intereses, como decíamos, está la ignorancia, y dentro de la ignorancia, la “ignorancia parcial”, ya que ella es la antesala para, entre otras cosas, la pseudociencia o el extremismo ideológico.

En un artículo de 2017, el periodista científico José Cervera alertaba de los peligros de saber solo un poco y de cómo es más sencillo creerse las ideas y teorías pseudocientíficas “que hacer ciencia de verdad, porque permite ignorar los hechos inconvenientes y obviar el aprendizaje de las áreas de solapamiento entre disciplinas”. Y concluye: “Es por eso que un poco de conocimiento es peor que la ignorancia: al menos quien no sabe es consciente de ello, pero el que sabe poco y mal cree que sabe, estando equivocado”. A José Cervera, un periodista cuya vida nos fue arrebatada demasiado pronto, no se le puede negar que disponía de una mirada perspicaz capaz de señalar de manera bastante precisa las diversas problemáticas de la pseudociencia. Y es que, como suele decirse, “great minds think alike” y esta reflexión de José Cervera es ciertamente coincidente con otra realizada por Henry David Thoreau dos siglos atrás:

«A veces, la ignorancia de un hombre no sólo es útil, sino también bella, mientras que su pretendida sabiduría resulta a menudo, además de desagradable, peor que inútil. ¿Con quién es mejor tratar? ¿Con quien no sabe nada de un tema y, lo que es enormemente raro, sabes que no sabe nada, o con quien sabe algo del asunto, en efecto, pero cree que lo sabe todo?».

En conclusión, hombrecillos —porque casi siempre son hombres— gritones y tristes. “Tristes hombres, si no mueren de amores”, escribió Miguel Hernández, poeta ilustre del sureste de España. Claro, que lo escribió en la Guerra Civil Española y, por suerte, no estamos en guerra, pues este país tiene muy malos recuerdos de las calamidades perpetradas por hombrecillos gritones y tristes que, en su profunda ignorancia, se creían muy sabios. También se olvida que Miguel Hernández describió a los murcianos en su famoso poema Vientos del Pueblo como “murcianos de dinamita, frutalmente propagada”. Parece que hoy en día los habitantes de la Región se han centrado en el segundo de estos versos y se ha olvidado de la dinamita (en sentido figurado), tal vez necesaria para cambiar las cosas en la Región de Murcia. A quien no le guste Miguel Hernández pues que tome nota de la canción “T.N.T.” de AC/DC:

«Cause I’m
(T.N.T.) I’m dynamite

(T.N.T.) And I’ll win the fight
(T.N.T.) I’m a power load
(T.N.T.) Watch me explode».

«Hay esperanza y mucho que hacer»

Llegados a este punto, os estaréis preguntando qué se puede hacer o, simplemente, si se puede hacer algo. Por desgracia para el Mar Menor, en el Campo de Cartagena la mayor parte de las empresas agrícolas financian a este lobby pseudocientífico. Imposible afrontar un reto cuando se niega la existencia del mismo, en contra de toda la evidencia científica disponible. No obstante, hay esperanza y mucho que hacer, soluciones no faltan, ya que la realidad es que las soluciones reales no son únicas, sino un conjunto de ellas. Entre ese gran conjunto es imposible encontrar a alguien que pueda desarrollar satisfactoriamente y a un nivel técnico elevado todas ellas. No obstante, a lo largo del presente libro intentaré, humildemente, explicar algunas cuestiones acerca de las que más formación y experiencia profesional tengo. Mis disertaciones no deben tomarse, por tanto, como una “receta”, sino como algunos de los ingredientes de esta. Y, al final, tal vez algunos de los lectores descubráis que lo que vale para el caso del Mar Menor vale para otras regiones, para otros ecosistemas y para otras especies.

Sirva de ejemplo evocador de esta idea el de las tortugas de las que hablaba anteriormente; algunas de ellas, el día 5 de octubre de 2020 fueron liberadas en el mismo sitio donde nacieron, pero marcadas con GPS. A una de ellas, los voluntarios que participaron en todo el proceso decidieron bautizarla como Argonauta, casualmente, como el nombre de mi primer libro (Argonauta: Peripecias modernas entre el océano y el cambio climático). En 2020 me comprometí a donar todos los beneficios de mi libro a proyectos de recuperación del Mar Menor liderados por la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE). En agosto de 2021, justo cuando acababa de hacer la primera donación, me informan desde ANSE que la tortuga Argonauta había batido varios récords en su viaje. Concretamente, Argonauta empezó su travesía en Calblanque (Cartagena) y llegó hasta las aguas de Grecia, recorriendo más de 5.000 kilómetros en mar abierto. Resulta paradójico que Argonauta haya realizado el viaje inverso al de muchos argonautas de la mitología griega, es decir, empezando en Grecia y poniendo rumbo a otros lugares del Mar Mediterráneo. El mar puede morir, sí, pero aún tiene mucha vida, aunque la espada de Damocles se cierne sobre ella.

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