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Marte, Gaia y el cambio climático

"No necesitamos más leyes ni papeles. Necesitamos acciones. Y las necesitamos ya. Por más que exploremos la vida en Marte, una cosa es segura: no es, ni lo será nunca, un planeta B".
El huracán Genevieve es fotografiado frente a la costa del Pacífico de México desde la Estación Espacial Internacional, el 19 de agosto de 2020. Foto: NASA

Las emisiones de gases con efecto invernadero aumentan la temperatura terrestre. Si seguimos con el ritmo actual de emisiones, podemos llegar a establecer un círculo vicioso, donde el propio calentamiento desencadene una serie de procesos que aumentarían, todavía más, la temperatura terrestre. Este escenario es posible, pero no preocupante a día de hoy. De todas formas, conviene conocerlo para ser consciente de los riesgos de la inacción climática.

Corría el año 1965. La NASA contrató a James Lovelock, entonces un desconocido científico, para colaborar en la primera exploración biológica a Marte. Nadie se imaginaba que estaba a punto de revolucionar nuestro conocimiento sobre la vida y el clima, ni de las importantes repercusiones que ello tendría para entender la crisis climática actual.

Lovelock propuso que no era necesario ir a Marte para comprobar si allí había vida: “Solo necesitamos un telescopio. Los organismos comen, respiran, usan materiales… si hay vida abundante en Marte, lo veremos en su atmósfera”. Es decir, la vida modifica las condiciones ambientales. En la Tierra, por ejemplo, el oxígeno y el vapor de agua atmosféricos son consecuencia de los organismos que la habitamos.

Tras analizar telescópicamente los colores que transmitía Marte, concluyó que la atmósfera estaba dominada por dióxido de carbono y que, por tanto, era un planeta inerte.

Más adelante, James Lovelock trabajaría con la bióloga Lynn Margulis. Juntos profundizarían sobre los mecanismos a través de los cuales la vida regula la atmósfera de los planetas. Vieron que esto ocurre a través de una serie de procesos conocidos como retorno.

El retorno positivo amplifica la señal de origen, mientras que el negativo la contrarresta. Es decir, el retorno negativo tiende a mantener las cosas como están, y el retorno positivo tiende a cambiar su estado. Entiéndase por tanto que, en este contexto, positivo o negativo no implican juicio de valor.

El ejemplo del oxígeno

Y es que el oxígeno atmosférico constituye una anomalía, algo raro en los planetas que conocemos. Su origen está en la fotosíntesis, como es sabido. Pero la razón por la que su concentración se mantiene en el 21%, ni más, ni menos, está en los procesos de retorno ejercidos, en este caso, a través de los incendios forestales.

Los primeros bosques -e incendios-, ocurrieron hace 400 millones de años. Las evidencias geológicas nos indican cómo los períodos de expansión boscosa coincidían con épocas de aumento de la concentración de oxígeno en la atmósfera. El oxígeno es muy inflamable y, en consecuencia, aumentaban los incendios. El aumento en los incendios disminuía la vegetación, lo que repercutía negativamente en el oxígeno atmosférico y, por tanto, la actividad de los incendios volvía a disminuir.

Este proceso de vaivén constante, de interacción entre procesos de retorno positivos y negativos repetidos a lo largo de 400 millones de años ha concluido, por lo menos por ahora, en unas concentraciones estables de oxígeno en torno al 21% (note el lector que me he tomado una serie de licencias para explicar un proceso que, en realidad es más complejo).

Lovelock y Margulis llamaron Gaia a su hipótesis sobre la autoregulación terrestre. Gaia es muy importante para entender la actual crisis climática: si se modifican mucho las condiciones ambientales, los procesos amplificadores del cambio climático pueden empujar la Tierra hacia un nuevo estado, cruzando un punto de no retorno.

Y es que la temperatura del planeta también depende de una serie de procesos regulatorios, parecidos a las interacciones entre oxígeno e incendios. La capa de hielo ártico, las concentraciones de CO2 o de metano, la superficie boscosa, la circulación oceánica… todos estos factores, y algunos más, interactúan formando el delicado balance que mantiene la temperatura del planeta actual.

El problema y riesgo principal está en los procesos de retorno positivo. Esto es, en que los procesos amplificadores del aumento de la temperatura se activen como consecuencia del aumento de las concentraciones de CO2.

Y es que los aumentos en la temperatura aumentan la sequía, lo que favorece la ocurrencia de grandes incendios forestales en los bosques tropicales y boreales. A su vez, los grandes incendios merman la capacidad de sumidero de carbono terrestre favoreciendo que aumente, todavía más, el CO2 atmosférico, con un retorno positivo sobre (esto es, aumentando) la temperatura.

El hielo del ártico juega también un papel fundamental en la regulación climática al alterar el balance energético del planeta directamente: el hielo hace que los rayos del sol reboten y, por tanto, que no calienten la superficie. También lo regula indirectamente: el CO2 almacenado debajo de la capa de hielo en los suelos árticos se puede liberar si se pierde el hielo que lo cubre.

Cada vez estamos más cerca de cruzar el punto de no retorno planetario por la deforestación inducida por incendios, deshielo, y alteraciones en otros procesos clave que no describo por falta de espacio.

Pero aún hay tiempo de actuar. Exijamos a nuestros legisladores un plan de acción clmática y de financiación inmediato, así como su ejecución. No necesitamos más leyes ni más papeles con promesas incumplidas. Necesitamos acciones. Y las necesitamos ya. Por más que exploremos la vida en Marte, una cosa es segura: no es, ni lo será nunca, un planeta B.


Víctor Resco de Dios es profesor en la Southwest University of Science and Technology (China) y en la Universidad de Lleida.

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