Menos carne y más carriles bici: algunas de las recetas del IPCC contra el cambio climático

El nuevo informe del panel de especialistas de la ONU explora, por primera vez, cómo el comportamiento de las personas y la sociedad pueden contribuir a la reducción de las emisiones de los gases que están cambiando el clima.
Caminar o moverse en bicicleta tiene un un alto potencial de mitigación del cambio climático. Foto: Paco Freire / SOPA Images

Las sociedades humanas son un espacio ávido de recursos. La demanda de energía se ha multiplicado por 15 desde principios del siglo XX, mientras la población mundial es cinco veces mayor. Lo mismo sucede con los alimentos. Hoy empleamos una gran cantidad de recursos en producir cerca de 4.000 millones de toneladas de comida cada año. A pesar de todo, una tercera parte acaba en la basura.

Estos inmensos esfuerzos energéticos se sustentan, sobre todo, en los combustibles fósiles. Y se traducen en las emisiones de gases de efecto invernadero que están cambiando el clima. Mantener esos niveles de consumo y avanzar hacia la llamada descarbonización de la economía está demostrando ser una tarea más que complicada, a medio camino entre quebradero de cabeza y quimera. Pero, ¿y si se pudiera influir en la demanda para reducirla y facilitar la transición hacia un mundo libre de emisiones?

La tercera parte del Sexto Informe de Evaluación (AR6, en inglés) del IPCC, el panel intergubernamental de especialistas en cambio climático, dedica un capítulo entero (el quinto) a la cuestión de la demanda. Es la primera vez que este documento explora, desde la perspectiva de las ciencias sociales, cómo el comportamiento de las personas y la sociedad pueden contribuir a la reducción de las emisiones de los gases que están cambiando el clima.

¿Y si la solución fuese consumir menos?

“Durante los últimos tres años, hemos analizado el impacto en las emisiones del uso de nuevas tecnologías, de los cambios en el comportamiento y en el estilo de vida o de la forma en que se provén los servicios energéticos. La conclusión principal es que modificar la demanda tiene un potencial muy elevado para reducir las emisiones: permitiría hacerlo en hasta un 70% para el año 2050”, explica Julio Díaz-José, profesor e investigador de la Universidad Veracruzana (México) y autor principal del capítulo sobre la demanda y los aspectos sociales de la mitigación del cambio climático.

Los cambios sociales y culturales son controvertidos y, quizá por ello, es poco habitual que formen parte de las estrategias de descarbonización de los países. Es fácil pensar cómo debates más que necesarios se sacan rápidamente de contexto y se banalizan, como ha sucedido recientemente en España con las declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, acerca de las macrogranjas y la reducción del consumo carne.

Sin embargo, el informe del IPCC concluye que la evidencia del efecto que podrían tener este tipo de medidas es sólida y, además, permitiría contar con un mayor margen de maniobra en algunos sectores cuya descarbonización es difícil. Además, eliminaría la necesidad de apostar por algunas tecnologías sobre cuya efectividad existen todavía muchas dudas, como es el caso de la captura y el almacenamiento de carbono.

El impacto de los cambios de comportamiento no es el mismo en cada sector ni tampoco se refiere a decisiones individuales, sino más bien a cambios integrales en la sociedad. El papel de la reducción de consumo puede ser especialmente importante en el sector alimentario y en la agricultura y la ganadería, mientras que para el transporte tiene más peso la introducción de nuevas tecnologías (electrificación) y la apuesta por infraestructuras que permitan una movilidad más activa (a pie o en bicicleta).

Caminar más, comer menos carne y la acción colectiva

La reducción de emisiones más drástica que puede lograrse a través de la modificación de la demanda tiene que ver con la comida. Al fin y al cabo, tal como señala el informe, alrededor del 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero están relacionadas, de una forma u otra, con el sistema alimentario. Además, esta huella de carbono se distribuye de forma tremendamente desigual en el planeta.

Para reducir la demanda energética de los sistemas alimentarios hay que trabajar en la sostenibilidad de todos los elementos de la cadena, desde la producción hasta la distribución y el consumo. Pero hay un cambio con un impacto potencial elevadísimo, según el informe: apostar por dietas con mayor contenido vegetal y reducir el consumo de proteínas animales.

“A nivel científico, existe bastante certeza sobre los impactos positivos de reducir el consumo de carne. Es verdad que hay debate sobre los efectos de la eliminación total de la carne y de transitar hacia una dieta vegana, pero la realidad es que la reducción del consumo de proteínas animales beneficiaría al planeta y a la salud general de la población”, sostiene el investigador mexicano.

“También hemos detectado que existe un alto potencial de mitigación al adoptar métodos de transporte activos, como caminar o moverse en bicicleta”, añade. “Pero esto no depende de decisiones individuales, sino de la infraestructura y de la organización de las ciudades y del trabajo. Caminar y usar la bicicleta con mayor frecuencia tiene un impacto positivo en la salud y en el bienestar. Pero si el centro de trabajo está muy alejado de nuestra vivienda o el camino no es seguro, acabaremos por no hacerlo”.

Para Julio Díaz-José, el debate sobre los cambios de comportamiento y de consumo tiende a llevarse al terreno de la responsabilidad individual. Sin embargo, la evidencia científica muestra que el individuo, por sí mismo, puede hacer poco. “Se requieren cambios importantes a nivel político, de planificación, de infraestructura, de tecnología, de regulación… El individuo, si no forma parte de un conjunto integral de medidas, no podrá hacer gran cosa”, señala.

La desigualdad de fondo y el bienestar

Todo el debate sobre los cambios en los patrones de comportamiento y la reducción de consumo está ligado a una cuestión presente en todo el informe del IPCC: el cambio climático es también un problema de desigualdad. ¿Cómo hablar de reducir la ingesta de carne en países en los que un parte importante de la población sufre inseguridad alimentaria? ¿Cómo hablar de cambiar los patrones de movilidad en territorios que no cuentan con redes de transporte público ni las infraestructuras necesarias?

“Hoy en día, la distribución de las emisiones es muy desigual. Los países desarrollados, con un 16% de la población mundial, emiten un cuarto del CO2 total. Y los menos desarrollados, con un 14% de la población, emiten el 3%”, explica el investigador mexicano. “Pero la desigualdad va más allá, también se observa dentro de los países. El 10% de los hogares más ricos del planeta, muchos de ellos en los países en vías de desarrollo, es responsable de más del 40% de las emisiones. Y la mitad más pobre contribuye a entre el 13 y el 15%”.

El informe del IPCC profundiza también en los límites energéticos bajo los cuales una persona no puede obtener los servicios básicos para tener una vida digna. Es decir, la frontera energética del bienestar. Según los datos de 2020 de la petrolera BP, poco sospechosos de estar exagerados, en Norteamérica el consumo energético medio anual fue de casi 220 gigajulios (GJ) per capita. En Europa, estuvo alrededor de 120 GJ, mientras en África no superó los 14 GJ.

De acuerdo con el informe, la literatura científica no se pone de acuerdo en qué nivel mínimo de consumo energético es necesario para garantizar el bienestar de las personas. Aun así, el rango estaría entre los 20 y los 50 GJ anuales per capita, muy lejos del consumo de los países desarrollados y de los hogares más ricos. “Disminuir la desigualdad es algo muy importante para reforzar la confianza en la sociedad y promover el cambio colectivo”, añade el investigador.

El confinamiento, las motivaciones y el papel de la movilización

Lograr cambios sociales de semejante calado puede no parecer posible, pero el informe toma un ejemplo reciente para demostrar que sí lo es. Los confinamientos aplicados para contener el avance de la pandemia impulsaron, por ejemplo, cambios en la movilidad y probaron, según los investigadores del IPCC, que las transformaciones sociales rápidas y a gran escala son factibles. Sin embargo, reconocen que para que estos cambios se mantengan en el tiempo hace falta algo más.

“El cambio de comportamiento a nivel individual y social requiere dos cosas: motivación, que puede provenir de incentivos económicos, legales o sociales, y capacidad para el cambio. Mientras que la motivación está enfocada a los incentivos, la capacidad varía en función del contexto y de los recursos a los que pueda acceder una persona”, detalla Julio Díaz-José. “Hay muchos factores que modelan el comportamiento”.

Según el investigador, entran en juego aspectos socioculturales, las narrativas a favor o en contra del cambio climático, la confianza que existe en las instituciones o la complejidad del sistema del que depende cada persona. Además, el papel de las movilizaciones y los líderes climáticos tampoco debe despreciarse.

“En ciencias sociales hablamos del efecto contagio. El rol que juegan los movimientos sociales y las figuras públicas es muy relevante. Existen evidencias de que tienen un papel fundamental a la hora de promover el cambio”, concluye Díaz-José. “Gran parte de la presión que existe hoy en día para que gobiernos y empresas tengan en cuenta lo que dice la ciencia viene de los movimientos sociales, de los jóvenes, de las organizaciones. Todo ayuda a que la sociedad tome conciencia de la importancia de actuar en favor de la naturaleza y del planeta”.

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COMENTARIOS

  1. ARAGON: MAS CARNE Y MENOS CULTURA.
    Al grupo Pini, mafioso y expresidiario, le parece poco que la cazurrería aragonesa le haya permitido instalar en este territorio su macromatadero, el mayor de Europa, que en “agradecimiento” destruye un yacimiento íbero.
    La multinacional Litera Meat destruye un yacimiento íbero en Albelda
    El yacimiento arqueológico de Les Corques -La Llitera- ha sido destruido por las obras del nuevo proyecto de la multinacional del Grupo Pini. Sin embargo, y a pesar de estar catalogados desde 1970 diversos restos, sobre todo de cerámica y otros utensilios, que van desde el neolítico hasta la época íbero-romana, el Gobierno de Aragón asegura “no tener constancia de la existencia de ningún yacimiento”.
    a polémica persigue al Grupo Pini, desde sus juicios por fraude, a su “política de terror” laboral, o sus actividades delictivas investigadas en Polonia y Hungría, pasando por sus incumplimientos en materia sanitaria durante el Covid19, a los dueños de Litera Meat les precede una ristra de ‘actuaciones conflictivas’ a las que ahora se suma la destrucción del patrimonio arqueológico aragonés.
    Así, tanto la Asociació de Amics del Parc Geològic i Miner de La Llitera y La Ribagorça – Asociación de Amigos del Parque Geológico y Minero de La Llitera y Ribagorza, como el Centre d’Estudis Lliterans – Centro de Estudios Literanos, han denunciado la destrucción del yacimiento arqueológico ubicado en el municipio de Albelda con el movimiento de tierras llevado a cabo por la multinacional Litera Meat para construir un nuevo secadero de jamones. Ambas entidades han indicado que se trata “de un yacimiento catalogado, registrado como Les Corques”, y han advertido de que “en este mismo proyecto podría correr peligro otro yacimiento, el conocido como La Roca de la Pistola”.
    https://arainfo.org/la-multinacional-litera-meat-destruye-un-yacimiento-ibero-en-albelda/

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