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Intento escuchar la radio por las mañanas, pero admito que me cuesta. La actualidad política, el tema que más tratan a las horas en las que la vida me permite encender el transistor, me resulta cada día más indigesta. A pesar de ello, en ocasiones me esfuerzo y aguanto hasta que llega la tertulia, momento en el que irremediablemente tiro la toalla y cierro el aparato. No entiendo el interés en escuchar a mercenarios de la opinión que se consideran capaces de sentar cátedra en cuestiones como el cambio climático, la guerra en Palestina o el informe PISA de educación.
La legión de tertulianos todólogos que ha conquistado nuestro país solo busca enseñarnos qué opinión deberíamos mostrar sobre cualquier asunto. Da igual que no sepamos nada acerca del tema, lo importante es poder dictar sentencia: tener claro si está bien o mal; si debemos aplaudir con las orejas, o mentar a su madre… Los tertulianos buscan sustituir el conocimiento por la opinión y, por tanto, representan lo opuesto a los valores de la ilustración y del positivismo.
Todo esto lo cuento porque el otro día, sin comerlo ni beberlo, me tendieron una emboscada y acabé participando, a traición, en una tertulia. La cumbre del clima de este año, la COP28, acababa de aprobar su acuerdo final, y me llamaron de Radio Intereconomía para explicar mi visión sobre él. Llevo lustros impartiendo clases de cambio climático en la universidad, y ese es también el tema central de mi programa investigador, por lo que algo podía aportar.
Me presentaron varias cuestiones en la entrevista. Entre otras, me preguntaron por el sobrecoste que supondría para la producción industrial el abandono de los combustibles fósiles. Aunque trabajo en cambio climático, mi investigación se centra en cómo la gestión de los bosques afecta al clima, y en los impactos esperables del calentamiento global. No soy experto en cuestiones industriales ni económicas, y ya había advertido a la productora antes de la entrevista de que mi opinión en ese aspecto no tenía mucho valor.
A pesar de todo, me lié la manta a la cabeza y expliqué como todo tiene un coste: tanto la acción climática, como la inacción. Cité, por ejemplo, a los estudios geológicos que demuestran cómo, en aquellas épocas pasadas donde la temperatura era 3 ºC superior a la actual, el nivel del mar era unos 15 metros más alto que en la actualidad. Estos aumentos en el nivel del mar, lógicamente, tendrían una repercusión brutal sobre muchas viviendas y sectores económicos como el turismo.
También comenté que el 10% de la población más rica, los magnates, son responsables del 50% de las emisiones. En este grupo de supercontaminantes se encuentran, entre otros, Jeff Bezos o Bill Gates. Por tanto, no somos nosotros quienes más debemos apretarnos el cinturón, sino ellos. Debemos recordar que el cambio climático es un problema generado principalmente por las personas más poderosas del mundo.
Una vez finalizada mi entrevista, y cuando ya no estaba presente, uno de los tertulianos del programa dijo que mis palabras eran demagógicas. Según esta persona, Manuel Romera creo que se llamaba, mi visión era falaz porque no son las personas ultrarricas quienes emiten el 50% de las emisiones, sino sus empresas. Pero no esto no es lo que nos indican los datos. Los estudios a los que me estaba refiriendo muestran cómo el principal determinante de las desproporcionadas emisiones de los ultrarricos es su estilo de vida. Por tanto, debemos insistir en la necesidad de acotar el consumo de recursos a este grupo poblacional.
Y esto es vital, porque nos han hecho creer que nosotros somos los causantes del cambio climático a través de nuestras acciones y que vamos a tener que pagar por ello. Que las grandes multinacionales nos hacen un favor existiendo, y cómo no van a tener derecho a contaminar el aire que respiramos. Lo cierto es que nosotros somos víctimas del cambio climático, pero no sus causantes. Y quien debe pagar por ello son los responsables de la contaminación. «Quien contamina paga» es un principio económico básico. No lo olvidemos.
El señor Ramero se describe como analista, pero entiendo que lo hace refiriéndose a su pasión por los analismos, ya que dejó claro que los análisis no son su fuerte. Comentó que me había inventado lo de la subida del nivel del mar, y que también podía ser que la subida se limitara a 7 centímetros a finales de siglo (las últimas mediciones revelan que, a día de hoy, ya ha subido más de 20 centímetros). Cuando un estudio no interesa al relato, se niega su existencia o se dice que alguien se lo han inventado. Para qué dejar que la verdad se interponga en el camino de la mentira.
Algunos programas de radio cuentan tertulianos que están a sueldo de la necedad, para hablar de temas que desconocen, y también para criticar a los expertos cuando ya no están en antena, a traición, para que no les puedan replicar.
Creo que los vídeos en Tik Tok –y otras redes sociales– pueden resultar más interesantes que algunos programas como este de Intereconomía. Por ejemplo, los vídeos que aseguran que los aviones nos fumigan con la estela que dejan a su paso, que los incendios los crea un láser de los judíos, o la teoría (apócrifa) de que las aves son en realidad drones pilotados por el gobierno para espiarnos. Tienen la misma credibilidad, pero por lo menos son creativos.