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Los molinos contra el gigante Teodomiro

En Monte do Gato (Galicia), el vecindario está en guerra contra un macroproyecto eólico que amenaza su forma de vida y la biodiversidad.
Los molinos contra  el gigante Teodomiro
En esta zona se proyecta un macroparque eólico de más de 40 molinos de 200 metros de altura. Foto: vistas-penedo-azucena

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Tiene 86 años y casi nunca falta a su cita. Sale al monte con sus vacas y su pequeño tractor y, mientras vigila el rebaño, limpia las brañas. Hace ya tiempo que Andrés Sánchez ha depositado el peso de la gestión ganadera en su nuera, Azucena Guerreiro, pero sigue manteniendo sus viejas costumbres, como cuidar de esos pastos semisalvajes que crecen sobre las turberas milenarias de Monte do Gato.

Azucena está hoy al frente de una cabaña de 70 cabezas de ganado vacuno, a las que suma también ovejas y cabras, todas gestionadas de forma extensiva. Para ello, saca partido de las decenas de hectáreas de cultivos, pastos y bosques de propiedad familiar, situadas en la parte alta del monte, que con sus más de 500 metros de altitud es uno de los techos de la comarca de Betanzos. Desde allí, dicen, en los días despejados se ve la Torre de Hércules, en A Coruña.

Hoy, esta forma de vida construida a lo largo de varias generaciones se ve cercada por el proyecto de un macroparque eólico de más de 40 molinos de 200 metros de altura contra el que el vecindario se ha puesto en pie de guerra. Monte do Gato nos cuenta historias como la de Andrés y Azucena, pero también nos habla de tierra y piedras ancestrales, de tecnología y transición ecológica, de organización popular y de especulación, falta de transparencia y puertas giratorias.

Bajo las tierras de la propiedad familiar de Azucena y Andrés, hay un castro, el de O Valló, un antiguo fuerte que permanece sin excavar, oculto a la vista desde hace siglos. Los restos de esta construcción, típica de la Edad de Bronce en el noroeste peninsular, no son los únicos que hay en los alrededores. Los caminos prehistóricos que recorren el monte y sus valles están salpicados de túmulos, montículos artificiales levantados sobre tumbas, muchas de ellas de la Edad de Piedra.

Y, vigilando esas vías de comunicación que se mantuvieron activas durante siglos, duermen los restos del castillo de Teodomiro, un rey suevo de Galicia cuya gestión política y territorial todavía resuena hoy en día. Durante su reinado alrededor del año 550, reorganizó el territorio, instauró nuevas diócesis y dio forma a las parroquias, una división administrativa que sigue perviviendo en Galicia.

De aquellos tiempos son también los montes de mano común, un sistema de gestión colectiva de los recursos naturales y uno de los pocos casos de propiedad germánica que perviven en España. Terrenos mancomunales de los que en Monte do Gato hay más de 300 hectáreas y en los que está proyectado colocar algunos de los inmensos molinos.

“La importancia de Monte do Gato se remonta hasta hace al menos 5.000 años”, explica Antón Malde, arqueólogo coruñés que ha llevado a cabo la última prospección en la zona. “Los terrenos ligeros de turba con vegetación escasa eran fáciles de trabajar para las comunidades que usaban instrumentos de piedra. Allí sembraban cereales de frío como el centeno y el trigo espelta. Y complementaban los cultivos con ganado semisalvaje”.
La empresa de Malde llevó a cabo el último trabajo de prospección arqueológica a petición de los vecinos. La documentación técnica que acompañaba al proyecto inicial del parque eólico era escasa y, a su juicio, obviaba la mayor parte de la literatura científica sobre la zona.

La prospección reveló una red de caminos antiguos muy tupida y la posición exacta de los restos del castillo, una fortificación de principios de la Edad Media catalogada como Bien de Interés Cultural (BIC) y, como tal, protegida.

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Monte do Gato es uno de los techos de la comarca de Betanzos. CEDIDA.

Donde nace la niebla

Monte do Gato no es un bosque virgen. Es un espacio natural formado alrededor de la convivencia del ser humano con el resto de especies animales y vegetales. Las turberas altas, uno de los depósitos de carbono más importantes que existen en el mundo, comparten protagonismo con explotaciones forestales de eucalipto y pinares. Y a medida que se asciende la montaña, los robles y castaños dejan espacio al matorral desgastado por los vientos atlánticos.

Este monte forma parte de la reserva de la biosfera Mariñas Coruñesas y Tierras del Mandeo, un espacio natural que se extiende a través de 17 ayuntamientos. En los muchos ecosistemas que alberga conviven nutrias y murciélagos, salamandras, víboras y águilas. También se deja ver el lobo, que a veces busca alimento entre el ganado. En total, estos montes sirven de refugio para más de 200 especies protegidas, algunas de ellas endémicas.
“Las turberas son como una esponja, acumulan humedad. Siempre les decía a mis hijas que allí es donde nace la niebla”, cuenta Aranza González, veterinaria, secretaria del monte de mano común de la parroquia de Fervenzas, en el Ayuntamiento de Aranga, y una de las portavoces del colectivo vecinal afectado por el macroparque eólico.

“Aquí tenemos un ecosistema sostenible, que mantiene el entorno y una forma de vida”. Mientras España se afana en avanzar en la transición energética para abandonar los combustibles fósiles, las protestas del rural se multiplican y los estudios científicos del impacto de los parques eólicos construidos de forma desordenada se acumulan.

El proyecto de Monte do Gato y sus alrededores contempla la instalación de 200 megavatios de potencia repartidos entre 42 molinos. Y el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) aspira a que en 2030 haya instalados en España 89.000 megavatios de eólica y fotovoltaica. De estos, 19.000 están ya autorizados para Galicia.

“La única forma de lograr este objetivo sin producir daños importantes es con una estrategia en la que la transición no sea solo energética, sino ecológica. Es decir, con una buena planificación que integre de verdad energía y biodiversidad, sin olvidar a la gente del medio rural que ha permitido que muchos paisajes lleguen hasta hoy en equilibrio entre usos humanos y conservación de la naturaleza”, explica David Serrano, investigador de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) y uno de los firmantes de una carta, publicada en Science, que alerta de los riesgos para la biodiversidad de una transición energética desordenada.

“Los parques eólicos pueden provocar mortalidad directa sobre fauna voladora, aves y murciélagos. Además, la pérdida de hábitat afecta a vertebrados, invertebrados, vegetación y flora”, añade Serrano. “Los impactos también pueden ser indirectos. Por ejemplo, se ha demostrado que la vibración de los aerogeneradores produce disminuciones importantes en las poblaciones de lombrices de tierra, que tienen una función ecológica importantísima en los ciclos de nutrientes, la estructura y la fertilidad del suelo”.

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Aranza González en la zona. J. Samaniego

Palas y puertas giratorias

Además del impacto sobre la biodiversidad y, en el caso de Monte do Gato, sobre el patrimonio histórico y cultural, queda el asunto de la vertebración del medio rural, de los efectos de la industria de las renovables en la llamada España vaciada. “Este proyecto tiene un impacto ambiental y paisajístico, pero, además, no ayuda a fijar población rural. Nos están echando de allí”, señala Bea Regueira, ingeniera forestal y otra de las portavoces vecinales.

Ella es también una de las afectadas directas de un proyecto que se intentó llevar a cabo en la sombra, sin informar a los vecinos, aprovechando resquicios normativos y ocultando su verdadera magnitud. “No supimos de qué se trataba realmente hasta el final, cuando llevaba más de dos años cocinándose”, añade Regueira.

El macroparque eólico contra el que protestan los vecinos es, sobre el papel, un conjunto de seis parques diferentes. Cada uno de ellos no alcanza los 50 megavatios de potencia instalada. Si superasen ese límite, ya no se tramitarían a través de la Consellería de Industria de la Xunta de Galicia, sino a través del Ministerio. Sin embargo, colocados sobre el mapa, los 40 molinos siguen una distribución bastante homogénea e incluso comparten infraestructuras como una subestación y las líneas de alta tensión.

“En Galicia somos muy apegados a la tierra. Así que la única forma que tenían para que les diésemos el terreno era engañarnos”, explica Aranza González. Todo empezó con una oferta a la comunidad de montes de Fervenzas a finales de 2019. Ofrecían 70.000 euros al año por la instalación de nueve molinos. “Entendimos que iban a poder convivir con un nuevo aprovechamiento del monte vecinal y del monte común. Pensamos que nos había tocado la lotería”, añade.

La oferta, que nunca llegó a firmarse por el frenazo de la pandemia, llegó desde las oficinas de Greenalia, la empresa encargada de desarrollar tres de los seis parques que conforman el complejo eólico (los otros tres son de Galenergy). Todavía no habían publicado el estudio de impacto ambiental ni el estudio técnico sobre el impacto a los bienes culturales. Pero en Greenalia, en cuyo consejo de administración se sienta la exconselleira de Medioambiente de la Xunta Beatriz Mato, querían tenerlo todo atado. El parque debía estar funcionando en 2021.

Con el paso de los meses, los vecinos de Aranga empezaron a comprender la magnitud del proyecto. Y decidieron plantarle cara. Se sucedieron las reuniones con otros colectivos afectados, los alcaldes de la zona (que, aunque lo prometieron, no llegaron a prestarles apoyo) y con personal de la Xunta. Presentaron alegaciones a cuatro de los seis parques, ya que a los dos primeros no llegaron, y ahora reúnen fondos para pasar a la vía contenciosa si sus alegaciones no son tenidas en cuenta.

Desde la administración autonómica aseguran, sin mojarse demasiado, que velarán por que este y otros proyectos similares cumplan las garantías y sean sostenibles con el uso del rural y la conservación del patrimonio. Mientras, desde Greenalia, las solicitudes de información para elaborar este reportaje no han sido atendidas.

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Las vacas de Azucena Guerreiro pastando.

La mala hierba

Proyectos como el de Monte do Gato son de utilidad pública. Así que, de ser aprobado, la administración tiene derecho a expropiar terrenos y avanzar con la instalación del parque a expensas de lo que opinen los vecinos. “Por eso la movilización social es tan importante”, añade Aranza González. “La lucha está uniendo a la comunidad. Si frenásemos el parque y nos juntásemos todos, podríamos impulsar proyectos de gestión del monte que respetasen el entorno. Pero no hay voluntad política, se habla mucho de la España vaciada, pero son solo palabras”.

Desde los prados donde pastan las vacas de Azucena Guerreiro pueden verse los postes de medición que colocaron en su día para calcular la viabilidad del parque. Si nada cambia, esos postes se transformarán en varias decenas de molinos de cerca de 200 metros de alto. Sus fincas quedarán rodeadas de aspas que no dejan de girar y líneas zumbadoras de alta tensión. La historia de su familia quedará expropiada y abocada a continuar en otro sitio.

“Yo no me voy a dejar vencer. No voy a dejar que esta propiedad por la que luchó mi suegro quede olvidada”, afirma Guerreiro. “Nosotros queremos seguir trabajando aquí, pero si todo va a estar rodeado de molinos y líneas de alta tensión, no tiene sentido. El ruido sería constante y las luces parpadearían toda la noche. Espero que nuestro esfuerzo valga también para otros. Queremos energías limpias y renovables, sí, pero no de esta manera”.

En las brañas de lo alto de Monte do Gato crece un pasto duro. Es una hierba mala, dicen los vecinos, pero los animales la pacen si se corta con regularidad y se mantiene libre de maleza. Ese es uno de los acuerdos al que llegaron humanos y medioambiente hace muchas generaciones, pactos ya amenazados por el uso intensivo de la tierra y los monocultivos de eucaliptos a los que ahora una transición energética desordenada puede darles la puntilla. Porque mientras buscamos solucionar uno de los muchos desajustes que hemos causado en el planeta, corremos el riesgo de abrir nuevas brechas en nuestra relación con la naturaleza.

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COMENTARIOS

  1. La gran contradicción de Galicia: riesgo de sequía y humedales en riesgo. (Ecoloxistas en Acción A Coruña Sur e Ecoloxistas en Acción Costa da Morte)
    La Xunta de Galicia acaba de convocar para este jueves la Oficina Técnica de la Sequía ante la preocupación generalizada por la falta de agua en los embalses y la sequía que se vive actualmente en Galicia y que pone en riesgo el abastecimiento humano.
    Ecoloxistas A Coruña Sur y Ecoloxistas Costa da Morte, El Quijote Plataforma de Outes, Asociación Ambiental Fonte Seca, Asociación Parques Eólicos Outes, Mazaricos, Asociación Ambiental Petón do Lobo, Asociación Gallega Cova Crea, Asociación “O Ouriol ”Do Anllóns, Plataforma Vecinal de O Cerqueiral, Plataforma No Eólica Bustelo – Campelo – Monte Toural y VerXallas Patrimonio y Naturaleza; exigen a la Oficina Técnica de Sequía de la Xunta de Galicia, Aguas de Galicia y al Ministerio de Infraestructuras y Movilidad que, dado el estado de prealerta por sequía en 12 de los 19 sistemas de abastecimiento de la cuenca hidrográfica Galicia-Costa, se paralice la tramitación e instalación de las estaciones eólicas previstas sobre brañas y humedales o con daños severos en la red fluvial gallega y en los nacimientos de los ríos en las cumbres y laderas de las montañas.
    Están dañando severamente los recursos hídricos del país y esto va a tener consecuencias a corto, mediano y largo plazo. No se puede jugar con los nacimientos de ríos y manantiales.
    Los humedales son fuente de vida, ya que el 40% de las especies del mundo viven o se reproducen en estos espacios. También son una fuente de agua limpia y alimentos; de hecho, una de cada siete personas depende de los humedales para su sustento. Los servicios que brindan los humedales son incalculables e insustituibles.
    Cabe recordar cómo parques eólicos ya autorizados como Greenalia en Santa Comba y Coristanco se instalan directamente sobre humedales tan emblemáticos y ecosistemas humedales tan importantes como Braña Rubia o Laguna de Alcaián, Braña da Serra, A Braña Rica, A Braña Ancha, la Braña da Fonte da Braña o el parque eólico de A Lagoa, en Santa Comba e Zas, que se asienta directamente como indica el topónimo sobre una marisma.
    Outes también planea instalar parques eólicos en humedales como Valadares, un complejo de humedales en un estado de conservación excepcional con una rica biodiversidad y hábitats de turberas. El parque eólico de Maragouto, parque eólico de O Vao, parque eólico de San Cosmeiro, serían los parques con más graves problemas en esta zona, otros parques eólicos son A Vaqueira, Sete Fontes y Banzas, este último es el parque eólico que recibiría la La evacuación de todos los parques mencionados y por construir podría afectar gravemente una zona de turberas junto a la Mata Atlántica de Santa Leocadia, un patrimonio natural que se encuentra en grave peligro.
    Las turberas son importantes sumideros de carbono y, por lo tanto, son cruciales para hacer frente a una emergencia climática que está acelerando la pérdida de biodiversidad.
    Los humedales están desapareciendo más rápido que cualquier otro ecosistema, y ​​la implementación de proyectos industriales en su área geográfica no es la solución adecuada para contribuir al cambio climático.
    Cientos de hectáreas de charcas, lagos, humedales, cañaverales, brañas y turberas se encuentran en grave peligro de extinción debido a la expansión descontrolada de las infraestructuras eólica e hidroeléctrica en Galicia.
    La negligencia de la Xunta de Galicia en materia de humedales es de tal magnitud que en la práctica la ciudadanía tiene que pasar por lo que las empresas indican en los proyectos, sin poder comprobar la veracidad de lo que en ellos se informa.
    La Xunta no se ha preocupado de inventariar adecuadamente los humedales gallegos infringiendo plenamente la Directiva 2000/60/CE, que establece un marco comunitario de actuación en el ámbito de la política de aguas

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