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Las agresiones a la tierra, al medio ambiente y la aniquilación de la vida en el planeta forman parte de las acciones humanas que han provocado uno de los fenómenos más catastróficos de las últimas décadas: el cambio climático. Los impactos de este cambio incluyen sequías, tempestades, ondas [olas] de calor terrestre y marítimo, derretimiento de glaciares y una serie de impactos sociales principalmente en las sociedades humanas más vulnerables desde las invasiones coloniales. Después de más de 500 años de invasión y genocidio, en el 2020 un estudio revelaba que el norte global es el responsable del 92% del exceso de emisiones globales de carbono.
Las mujeres, principalmente aquellas periféricas, racializadas y dentro de las más variadas geografías, son las principales impactadas por los desastres climáticos en la actualidad. En ellas recaen las tareas de reconstrucción de sus comunidades, la búsqueda y preparo de alimento, y el cuidado que se expresa de muchas maneras para reproducir la vida, no siendo solo el cuidado a las personas y sí a la complejidad de vidas que habitan el planeta. Esto se transfiere tanto al mundo de los humanos como el de los espíritus, donde yace la memoria ancestral de los pueblos. A pesar del complejo trabajo de cuidado que realizan, de acuerdo con el informe Women in Finance Climate Action Group, el 80% de las personas desplazadas por el cambio climático son mujeres.
Los efectos prolongados de desastres naturales, provocados por el cambio climático, afectan a millares de poblaciones en el mundo. Para aquellas poblaciones que conquistaron el derecho a la tenencia de la tierra, este se ve amenazado con estos desastres. Tal sería el ejemplo de comunidades en la región central de Filipinas. Después del paso del tifón Haiyan, miles de familias se vieron impedidas de reconstruir sus viviendas, pues la tierra donde estaban asentadas fue reclamada por una compañía.
Otras poblaciones, como el caso de la ciudad de Recife, en Brasil, tienen que enfrentarse al dolor de la pérdida de familiares enterrados por el derrumbe de sus hogares así como el impacto económico de reconstruir de cero sus viviendas y recuperar lentamente sus pertenencias. La distribución desigual del territorio, que coloca en las áreas de mayores riesgos a las poblaciones periféricas negras, indígenas y no blancas, responde a lógicas racistas arraigadas en las venas de la región latinoamericana. No es coincidencia que las concentraciones de lugares impactados por la emergencia climática posean una relación con la división racial del territorio heredada de sociedades constituidas por la esclavización y tortura a grupos humanos que continúan viviendo las consecuencias de opresiones permanentes, que cambian en forma, pero preservan las bases de su lógica estructural.
En Mozambique, en la ciudad de Maputo, las inundaciones ocurridas en febrero del 2023 –estrechamente relacionadas con el cambio climático– afectaron a unas 40.000 personas. Es importante recalcar que no son los países africanos y del sur global los que más contaminan el planeta y provocan el incremento de este cambio, pero sí son los principales territorios en pagar estas consecuencias. El aumento del nivel del mar afecta la existencia desde las 38 islas del territorio ancestral autónomo de Guna Yala, en Panamá, hasta la reducción del área terrestre de São Tomé y Príncipe. El aumento de la temperatura marítima impacta la subsistencia de comunidades pesqueras y el ecosistema marítimo de las vidas en el territorio de las aguas.
En Centroamérica, el hambre es una de las principales consecuencias de una serie de huracanes que impactaron especialmente la costa caribe del istmo. En 2021, se registraron 7.700 personas afectadas por la hambruna en Guatemala, El Salvador y Nicaragua tras el paso de los huracanes Eta y Iota. Una vez más, las poblaciones más impactadas continúan siendo racializadas. A manera de contraste, las principales políticas públicas de combate del impacto climático en distintos países del sur global se da entre quienes no viven estas consecuencias y gozan de una serie de privilegios de clase, raza/etnia y género estando su narrativa en el foco de los debates en asuntos climáticos. Las articulaciones más documentadas por medios oficiales sobre la acción climática responden a esta lógica de privilegios que invisibiliza acciones concretas realizadas en los territorrios de vida del sur global.
Semillas, cuerpos y resistencia
La memoria ancestral de algunos pueblos se vive en un tiempo circular y de retorno. Desde Guatemala, Lorena Cabnal cuenta cómo el tiempo maya tiene 13 hilos enrollados en una piedra. Esto significa que la memoria es capaz de alcanzar una dimensión compleja y amplia a través de la oralidad y los movimientos astronómicos. A pesar de la esclavización y las invasiones, la memoria ancestral vive y se reconfigura, siendo esta una herramienta fundamental para la continuidad del cuidado de la vida que se produce en distintas comunidades hoy impactadas por el clima.
Estos pueblos no son solamente víctimas en esta situación, pues también son actores y actoras organizadas en un proceso de reconfiguración del propio territorio a través de la autogestión junto con prácticas emancipatorias. Frente al hambre y la enfermedad que asolaba al mundo durante la pandemia de COVID-19, el colectivo Caranguejo Tabaiares Resiste, en la ciudad de Recife, organizaba un huerto comunitario para garantizar la autonomía alimentaria de su comunidad. La memoria ancestral de las y los habitantes de Caranguejo Tabaiares reorganizó un terreno baldío en la favela que llevó comida, medicina y cura.
Ya en la Costa Caribe nicaragüense, organizaciones comunitarias de las Regiones Autónomas de Nicaragua se coordinaron para identificar a las comunidades más afectadas por los huracanes del 2020 (Eta y Iota) y del 2022 (Julia), por la pandemia de COVID-19 y el desplazamiento forzado a familias indígenas y afrodescendientes provocada por colonos no indígenas que destruyen y queman las cosechas de los pueblos. Conscientes de la hambruna e invasión de los territorios autónomos del caribe, estas organizaciones generaron proyectos de distribución de semillas y siembra en pequeñas parcelas de tierra cuyas cosechas pudieran ser distribuidas entre las comunidades. A través del tejido comunitario sembraron autonomía y resistencia. Los cultivos que se promueven en los territorios caribeños en Nicaragua acompañan los procesos de sanación de los pueblos, alimentando el cuerpo tierra y el cuerpo espíritu.
El foco de las discusiones climáticas globales continúa preservando la vieja jerarquía de aquellos y aquellas que han detenido el poder de hablar por sí y por los otros y otras. Es una narrativa que pretende continuar manteniendo a los pueblos como informantes y no como autores y autoras de la propia historia. A través de la comunicación popular en distintas regiones del mundo, se ha conseguido generar contranarrativas que plasman las acciones concretas de distintos pueblos frente a los impactos climáticos a través de técnicas ancestrales que se expresan en la memoria. Muchas defensoras y protagonistas de estas acciones emancipatorias hoy sufren asedio, criminalización y persecución política. El riesgo de la vida de defensoras y comunidades enteras es latente y diario.
El cuerpo de muchas mujeres que se colocan al frente en la defensa territorial y las acciones climáticas está cansado y enfermo. Así como el territorio, ese cuerpo vive despojos, imposiciones y opresión. Centrar la atención de las narrativas climáticas en las mujeres defensoras es apenas una de las muchas acciones urgentes en esta defensa desigual de la vida que las despoja del descanso y la paz. La protección, defensa y garantía del derecho al descanso de las defensoras territoriales es también una acción climática emancipatoria para quienes enfrentan batallas seculares. El descanso y el cuidado del cuerpo/tierra es también un acto político que no debería ser un privilegio exclusivo de quienes protagonizan hoy en día el discurso global sobre asuntos climáticos. Los fondos globales de combate al cambio climático podrían bien incluir entre sus fines la gestión de recursos de cuidado que fortalezcan a las defensoras por las enormes contribuciones que han realizado para tejer redes de vida. Esta sería una manera de repensar las acciones climáticas desde perspectivas a lo interno de los territorios y de quienes viven concretamente las consecuencias locales de los impactos globales.
Amanda Martínez. Mujer migrante nicaragüense. Feminista, artivista, investigadora y educadora popular. Militante en redes colectivas de mujeres y comunidades donde se construyen luchas en defensa de la vida y del territorio.
12 de OCTUBRE. CELEBRACION DE UN GENOCIDIO.
Nací en la selva, en el territorio, donde todo era más tranquilo. Podíamos cazar y recolectar pepas [semillas]. Encontrábamos agua limpia y hojas de palma para resguardarnos de la lluvia. Pero cuando era pequeño ya escuchábamos los ruidos, y huíamos, pero nos alcanzaron. Trajeron a las familias acá, pero se murieron después. La comida y las ropas que nos daban tenían gripe. Las madres, los padres, el tío, el nieto… todos morían en sus hamacas. Sólo quedaron los niños vivos, sin nadie que los protegiera de caer en un río o del jaguar. Y entonces comenzó la humillación, los abusos y los asesinatos… algunos tomaban barbasco [veneno letal] y desaparecían en las profundidades de la selva. La mitad de mi pueblo murió, pero seguimos luchando por volver a nuestro territorio.
Alex Tinyú, del pueblo indígena nukak de Colombia me contó esta historia el año pasado. Su territorio empezó a ser invadido en los años 70 por misioneros que buscaban llevar la palabra de Dios a los nukak, aunque lo que realmente les acabaron llevando fueron enfermedades contra las que no tenían inmunidad. Luego llegaron los cocaleros, los grandes agronegocios, la deforestación y, por último, los grupos armados del conflicto colombiano. Para principios de los años 90, más de la mitad del pueblo nukak había muerto, la mayoría por gripe, y los supervivientes se vieron obligados a abandonar un territorio invadido.
Esta misma historia se lleva repitiendo en el continente americano desde el 12 de octubre de 1492: contacto forzado, robo de tierras, poblaciones diezmadas, genocidio y resistencia. Desde entonces han ido cambiando los actores responsables, los ejecutores y los poderes geopolíticos, pero el sistema colonial sobre el que se cimenta la depredación de recursos a expensas de las vidas y tierras indígenas, sigue siendo el mismo.
Y aún así, España, un país privilegiado que debe mucho a su pasado colonial, sigue, más de 500 años después, celebrando el evento que determinó el exterminio de millones de vidas indígenas. La “fiesta” de la Hispanidad cada 12 de octubre refuerza las narrativas que nutren acciones tan injustas, ilegales, racistas y genocidas como la expulsión de los nukak de su territorio, trata de silenciar cientos de años de resistencia indígena y pone de manifiesto la continuidad del modelo colonial.
En Survival trabajamos también para Descolonizar la Historia, amplificando las voces indígenas que denuncian y desafían las narrativas que reproducen este terrible pasado.
Este año tenemos el gran honor de servir como espacio de reflexión a un grupo de mujeres indígenas que, desde los ámbitos de la academia y el activismo, conversarán sobre estas celebraciones coloniales, sobre resistencia indígena y mucho más.
https://www.survival.es/campanas/descoloniza-la-historia
Bolivia es uno de los países con más deforestación de Latinoamérica.
Cerca de la ciudad, se ven paisajes sin árboles, ganado famélico y vegetación negra y calcinada. Las comunidades más remotas son las más desprotegidas y vulnerables, y son las que más sufren las consecuencias de la crisis climática, aunque hayan sido las que menos han contribuido a provocarla.
Son comunidades que viven, defienden y cuidan de la selva.