No presuman de una ley de cambio climático tardía e insuficiente

"No podemos dejar de señalar que esta propuesta se queda muy corta", insiste Javier Andaluz, coordinador de Clima y Energía en Ecologistas en Acción.
Manifestación por el clima en Madrid. Foto: EDUARDO ROBAINA

El pasado 8 de abril, el Congreso de los Diputados aprobaba el envío al Senado de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética. El texto final dista poco del borrador inicial que se presentó hace más de dos años. En estos días, el Ministerio insiste en afirmar que somos uno de los países más ambiciosos de la Unión Europea. En sus cálculos parece que a España se concede un autoindulto a su falta de ambición, ya que si consideramos que la ambición climática para la década 2020-2030 es del 39%, estamos diciendo que asumimos que nuestro punto de partida en 2020 es el de nuestro compromiso en Kioto para 2012. Es decir, que en lugar de reducir las emisiones asumimos una contribución de 0 a la lucha climática internacional entre 2012 y 2020. Parece poco lícito intentar sacar rentabilidad comunicativa jugando un poco con estos números. 

Por más ansiada que haya sido o por más ambiciosa que fuera la ley respecto al esquelético proyecto que presentase Tejerina, no podemos dejar de señalar que esta propuesta se queda muy corta, lo es incluso para el programa electoral del PSOE de 2016.  En efecto, hay una sólida base científica que indica que este es el camino, sin embargo, esa misma ciencia es la que dice año tras año que los esfuerzos presentados hasta ahora son insuficientes. En 2018 ya dio una cifra, que si la trasladamos a nuestro territorio nos marcaría la obligación de reducir al menos un 55% las emisiones en 2030 respecto a 1990. Una cifra que no tiene en cuenta la mayor responsabilidad histórica de países como el nuestro.

En estos momentos, la controversia es más profunda que una mera interpretación de los instrumentos y objetivos contenidos en la ley. Es cierto que podríamos pasarnos días discutiendo la estrategia legislativo-política de la ley. Si es mejor una ley marco que permita alcanzar un cierto consenso en las cámaras para lo que es necesario no mojarse mucho, hacer algunas concesiones y dejar a regulación posterior algunas cosas. O si bien, preferimos una ley más completa que fije objetivos concretos por sectores, una planificación clara que aporte predictibilidad y ponga freno a las consecuencias de haber desregulado sectores esenciales para enfrentar la transición ecológica, entre otras muchas medidas. 

El problema puede estar en que para hacer esa planificación hay que afrontar dilemas concretos y dolorosos. Prueba de ello es como estamos creando un nuevo lenguaje ambiguo para que todo el mundo este contento cuando es imposible. Pongo un ejemplo: la muy mencionada “predictibilidad” que parece usarse como una señal para los numerosos intereses empresariales, sin embargo, las activistas climáticas no estamos hablando de lo mismo. Para una empresa lo predecible son las garantías para que si invierte dinero en un negocio no se lo cierren antes de haber obtenido el beneficio esperado. Mientras que para la emergencia climática lo único predecible es que o hacemos el cierre de esos sectores por voluntad propia o la fuerza de los hechos acabará cerrándolos con peores o catastróficas consecuencias sociales. Las activistas ecologistas queremos predictibilidad, en forma de calendario de cierre y fechas para alcanzar un sistema justo que ponga en el centro la vida. 

Unos malentendidos que son precisamente la disonancia cognitiva latente de una humanidad que es consciente de que no vamos por el buen camino, por mucho que se intente vender lo contrario. No deberían sonar creíbles a estas alturas las falsas promesas de reverdecer las empresas más contaminantes, la sociedad es plenamente consciente de la enorme degradación de libertades y de recursos que este modelo de concentración globalizado ha tenido. Sin embargo, seguimos insistiendo en plantear una distopia tecnológica que sabemos que no es real. A las pruebas nos remitimos, estamos permitiendo y alentando burbujas temerarias en sectores como el hidrógeno, los combustibles alternativos para el transporte, o el gas renovable, cuando deberíamos ser conscientes de las enormes limitaciones que tiene ese modelo y especialmente lo imposible que será sustituir consumos de energía actuales. 

Cuando una gran parte de los ahorros generados por la eficiencia energética en los próximos años son usados en la planificación para nuevos consumos, es que no estamos entendiendo la realidad de fondo. En las próximas dos décadas deberíamos reducir en al menos dos terceras partes nuestro consumo energético neto. Abordar esa realidad de la disponibilidad de los recursos; no aparece en la ley, pero tampoco en las numerosas hojas de ruta presentadas. Todo lo contrario, predomina una inviable apuesta por todas las tecnologías y en todos los sectores. No va a dar para tanto.

Mientras sigamos hablando de modernizar la economía y no de adaptar la economía a las realidades materiales seguiremos instauradas en un modelo agotado e insostenible. Esa es la gran deficiencia de la ley, que si bien va a poder atajar rápidamente los problemas ya solucionados tecnológicamente en el corto plazo, es incapaz de recuperar mecanismos de control ciudadano y abordar en detalle los auténticos dilemas de la transición ecológica. La palabra “planificación” es una de las más repetidas por las ecologistas, no ahora con la ley, lo dijimos también con el sector minero, pero nadie nos hizo caso, y hoy con casi todo el sector en cierre volvemos a empezar a ver cómo damos una alternativa a las zonas mineras, porque los planes de anteriores gobiernos no han hecho nada. No cometamos los mismos errores. 

Volvemos a exigir a quienes deberían proteger el interés general que recapaciten. Agradecemos enormemente el esfuerzo hecho, somos conscientes de la complejidad del proceso, de las peleas que ha habido para rascar compromisos, nadie duda que con la ley daremos algunos pasos. Conocemos y compartimos el vértigo de entender la profundidad y alcance de las medidas a tomar, así como algunas respuestas sociales, pero el tiempo se agota y ya no podemos admitir más excusas. Esa transición lenta de la que hablábamos hace más de dos décadas es ya un ensoñamiento temerario

Pero también tenemos que hacer un ejercicio de modestia, no es comprensible que las mismas voces que antaño lideraron en la esfera internacional la lucha climática se centren en decir únicamente que tenemos la mejor ley de clima en Europa. Quizás, pero bien saben sus señorías que no es suficiente. Así que en vez de darse una campaña de publicidad con la ley, al clima le vendría bien que se sinceraran. No habría nada más noble que admitir lo que para mí es evidente: la ley de clima no responde a lo que necesitamos desde el punto de vista científico, es lo que el Congreso –y su dinámica partidista– consideran que es socialmente aceptable.

Esa es la demanda básica, afrontar la realidad y el futuro, lo que nos permitiría discutir públicamente sobre qué sociedad queremos y la trascendencia de la lucha climática. Es decir, debatamos el fondo del asunto sobre si los valores que nos definen como sociedad son la justicia social, ambiental e intergeneracional o si es la preservación a toda costa de la producción, la economía y el creciente proceso de globalización neoliberal. Este es el debate civilizatorio que tenemos que abordar para enfrentar la emergencia climática. Seguir mirando a otro lado creyendo que con leyes tibias hemos avanzado mucho solo dará más tiempo para que empeore la situación

Por Javier Andaluz Prieto, coordinador de Clima y Energía en Ecologistas en Acción

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