Nunca es demasiado tarde para ver bailar a las abejas

Pese a la reticencia de la comunidad científica y las presiones del régimen nazi, el zoólogo austriaco Karl von Frisch descubrió tras años de estudio que las abejas bailan para comunicar la disponibilidad de alimento, la distancia desde la colmena y la trayectoria que las demás deben seguir hasta encontrar la comida.
Foto: Unsplash/Damien Tupinier

“Hace 60 años, muchos biólogos pensaban que las abejas y otros insectos eran animales daltónicos. Para mí, era impensable”. Así empezaba el discurso de Karl von Frisch ante el público que abarrotaba el auditorio de Estocolmo en diciembre de 1973. Junto a Konrad Lorenz y Nikolaas Tinbergen, acababa de recibir el premio Nobel de Fisiología y Medicina, aunque ninguno de ellos era médico. Los tres son hoy considerados los pioneros de la etología, la ciencia que estudia el comportamiento animal.

Pero la historia de Von Frisch es mucho más que un premio. Su historia es la de un científico con un antepasado judío que navegó las presiones del régimen nazi en Alemania, un biólogo que puso en duda algunos de los grandes fundamentos de la biología de su tiempo y un investigador que entendió que los peces podían oír y que las abejas bailaban, pero no por placer, sino como parte de un sistema de comunicación complejo. La suya es también la historia de otros muchos científicos y científicas que, poco a poco, fueron expulsando al ser humano del centro del universo.

La llamada de un pez gato

Durante siglos, los peces fueron sordos. Como el resto de animales, no tenían sentidos complejos ni sentimientos, más allá de unos instintos rudimentarios que les ayudaban a sobrevivir. Al contrario que el ser humano, prodigio de la creación, el resto de seres vivos de la Tierra eran poco más que objetos. Pero entonces, un pez gato llamado Xaverl, que había pasado su vida en el acuario del Instituto de Zoología de la Universidad de Múnich, empezó a reaccionar a un silbido. Cada vez que Von Frisch lo llamaba, el pez acudía. Así que sí que podían oír. ¿Qué más creencias estarían equivocadas?

Para entonces, el zoólogo austriaco, profesor asistente del centro, ya había demostrado que los peces distinguían algunos colores y brillos. Hoy puede parecer algo evidente, pero en 1910 estaba muy lejos de lo que la ciencia y el público general pensaban de los animales. Sus investigaciones más importantes todavía estaban por llegar, pero la resistencia a aceptar la capacidad de sentir, pensar y comunicar de muchos animales acompañaría a Von Frisch durante el resto de sus días.

En las primeras décadas del siglo XX, las ideas de Darwin y su teoría de la evolución y el trabajo de Henri Fabre, pionero del estudio del comportamiento animal en el siglo XIX, no estaban ampliamente aceptadas. Chocaban de frente con la visión del mundo que colocaba al ser humano en el centro de todo y el resto de la naturaleza alrededor, a su servicio. Fue entonces cuando Von Frisch empezó a estudiar a las abejas y a intentar descifrar su danza misteriosa.

“Las abejas eran organismos ideales para Von Frisch. Trabajó con ellas durante la mayor parte de su carrera”, explica Tania Munz, historiadora de la ciencia y autora de una biografía sobre el etólogo austriaco. “Se topó con ellas a raíz de un acalorado debate con un compañero que afirmaba que las abejas eran daltónicas. Von Frisch era un darwinista devoto, por lo que para él no tenía sentido que las flores hubieran evolucionado con colores si los principales agentes de polinización, las abejas, eran incapaces de percibirlas”.

De los colores a la comunicación de los insectos

En 1912, von Frisch diseñó su primer experimento con abejas. Tal como explica la investigadora estadounidense, entrenó a un grupo de ellas para que se alimentaran de trozos de papel coloreados y empapados en un sustancia dulce. Después, retiraba la comida para ver si seguían volando hacia el color que habían asociado con el alimento. Y lo hacían. “Von Frisch se quedó enganchado a las abejas para siempre por la complejidad de su fisiología y su comportamiento”, añade Tania Munz.

Mientras repetía el experimento de los colores, Von Frisch observó algo raro. Cuando una abeja exploradora encontraba alimento, regresaba a la colmena y al poco volvía a la comida con más abejas. Parecía que hubiese avisado a sus compañeras, pero ¿cómo? A partir de 1919, se dedicó a estudiar el fenómeno y pronto lo asoció al baile. Entonces ya se había observado que algunas abejas hacían una especie de danza circular cerca de las colmenas, pero no se sabía por qué. Para Von Frisch, estaba claro que ahí tenía que residir el secreto de su comunicación.

Poco a poco, repitiendo el experimento en la naturaleza, el etólogo descubrió que los diferentes movimientos de estos insectos, unidos a los olores de las abejas exploradoras, transmitían información muy valiosa a la colmena sobre las posibles fuentes de comida. En aquel entonces, Von Frisch se dio por satisfecho. Tardaría dos décadas en acabar de descifrar el lenguaje de las abejas, en parte debido a que el ascenso del régimen nazi y la II Guerra Mundial se pusieron en su camino.

“Los nazis declararon que Von Frisch tenía un cuarto de ascendencia judía y, aun así, algunos de sus trabajos más importantes los hizo con fondos del Ministerio de Agricultura nazi”, explica Tania Munz. “Nunca fue partidario del régimen, pero probablemente se habría considerado apolítico durante el período nazi. Es una posición difícil de entender hoy en día, dados los horrores cometidos el régimen, pero eso es lo que hace que contar su historia sea importante”. A pesar de todo, el puesto de Von Frisch en la Universidad de Múnich se vio amenazado por su herencia judía y terminó cambiando el enfoque de su trabajo para estudiar una plaga que amenazaba a las poblaciones de abejas Centroeuropa y la polinización de los cultivos.

La última danza de las abejas

Tras la II Guerra Mundial, Von Frisch ocupó un puesto en la Universidad de Graz antes de volver a Múnich en 1950, cuando el Instituto de Zoología reabrió sus puertas. Durante aquellos primeros años de posguerra, el investigador dejaría la ciencia aplicada y regresaría a su gran obsesión: descifrar la danza de las abejas. Sabía que eran capaces de comunicar qué tipo de alimento había cerca de la colmena, pero no entendía cómo informaban con precisión de la distancia o la dirección que debían tomar el resto de las abejas. La clave estaba en el Sol y en el movimiento del abdomen.

Una vez regresa a la colmena, la exploradora describe un círculo en el aire si la comida está cerca (a unos 50 metros como máximo) o una especie de 8 si está más lejos. Además, en un punto concreto, hace vibrar su abdomen. La posición en que completa esta vibración varía a lo largo del día, en función del lugar del cielo en que se encuentre el Sol. Así, tomando como referencia la fuente de luz (aunque el día estuviese nublado), la abeja exploradora indica la dirección que el resto de insectos deben seguir para encontrar la fuente de comida.

Es decir, Von Frisch descubrió que las abejas bailan para comunicar la disponibilidad de alimento, la distancia desde la colmena y la trayectoria que las demás deben seguir hasta encontrar la comida. Además, descubrió que las abejas no veían el sol como nosotros, sino que eran sensibles a la luz polarizada, lo que les permitía fijar con precisión la posición del astro en cualquier momento del día. Nada mal para un insecto tan simple.

Foto: Unsplash / David Clode

“Cuando Von Frisch hizo estos descubrimientos sobre las danzas de las abejas, ya era un científico respetado en Europa y Estados Unidos. Había un gran interés en su teoría de la comunicación de las abejas, aunque también se encontró oposición. En particular, en las décadas de 1960 y 1970, Adrien Wenner lanzó un ataque sostenido contra la teoría de la comunicación de las abejas de Von Frisch. El debate seguía abierto cuando Von Frisch recibió el Nobel”, añade Tania Munz. A día de hoy, sigue siendo una teoría con detractores, aunque la imagen que los humanos tenemos de estos insectos y del resto de los animales haya cambiado ya para siempre.

Hoy sabemos que las abejas no son las únicas que se comunican. Chimpancés y orcas, cuervos y ranas, castores y hormigas e incluso los árboles y los hongos son capaces de transmitir información. Miremos donde miremos, el mundo que nos rodea habla y siente. Si pudiésemos entender lo que nos cuenta, quizá escuchásemos la historia de un planeta en horas bajas, en el que la biodiversidad está cada vez más amenazada y los insectos, incluyendo las mismas abejas que Von Frisch estudiaba, están desapareciendo de la mayoría de ecosistemas.

“No puedo hablar por él, pero me imagino que hoy Von Frisch estaría profundamente preocupado por el estado de nuestro planeta y lo que está sucediendo con la biodiversidad. Los insectos y las abejas son una parte importante de esta historia”, concluye Tania Munz. Una de cada tres especies estudiadas está en peligro de extinción en la actualidad. Y, en algunos puntos del planeta, los que sufren más presiones, el número de insectos se ha reducido más de un 60%. De seguir así, algún día quizá dejemos de ver bailar las abejas.

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COMENTARIOS

  1. Los neonicotinoides y otros pesticidas tóxicos matan a las abejas. Por eso están prohibidos en Europa.
    Aun así, empresas europeas como BASF y Bayer-Monsanto obtienen beneficios millonarios con la producción y exportación de estos pesticidas a lugares como África y Sudamérica.
    Francia ya ha ilegalizado la exportación y el transporte de pesticidas prohibidos.
    Estos pesticidas no solo son tóxicos para las abejas: también representan una amenaza para los seres humanos. Cada año mueren miles de personas del sector agrario por exponerse a ellos.
    Durante décadas, los países ricos han exportado al extranjero sus productos químicos, pesticidas y residuos nocivos, envenenando a la población y contaminando el medio ambiente en países empobrecidos.
    La doble moral es escandalosa. Si no decimos nada, el lobby de la industria pesticida acabará imponiendo sus intereses.
    Actuar ya: https://act.wemove.eu/campaigns/prohibir-exporacion-de-pesticidas?utm_campaign=2022-11-24.3626&utm_medium=email&utm_source=civimail-49622

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