Extraños antiecologismos

«Todos los negacionistas son el mismo, pero a unos les cautivan más las inmaculadas de Murillo y a otros la cartelería soviética de proletarios fornidos martilleando en un yunque. No debemos hacerles el favor de tratarlos en base a esas etiquetas», asegura el autor.
Olivos arden durante un incendio en Grecia. Foto: Milos Bicanski / Climate Visuals Countdown

Conozco a un reaccionario que no cree en el cambio climático. Me refiero a un reaccionario en sentido estricto, no peyorativo. Un ultracatólico, enemigo de la modernidad y ni siquiera franquista, porque dice que Franco, aunque haya que agradecerle la Cruzada ganada, no fue lo suficientemente antimoderno. Bueno: este reaccionario no cree en el cambio climático. En verano siempre hizo calor, miren este recorte de periódico del año cincuenta en el que dice que aquel verano hizo 50 ºC en la Mancha, estas cosas; el pack completo del negacionismo pedestre.

El caso es que a mí me desconcierta ese negacionismo. Piensa uno que el aceptar la evidencia del desastre climático, a nadie debería resultarle tan fácil como a un reaccionario; que sería lo lógico que estas gentes corrieran a ver en él un castigo formidable de Dios por los pecados de la modernidad. Fuego abrasador y maremótica agua contra la osadía del hombre; contra su pretensión de escapar, revolución industrial mediante, de los flagelos tradicionales del hambre y la enfermedad, castigo, a su vez, por el pecado de Adán; contra el libertinaje de las iglesias vacías y los desfiles del Orgullo llenos.

No es menos extraño el negacionismo de algunos conservadores. Uno lleva toda la vida escuchando a sus mayores comentar que ya no hay nevadas como las de antes; y, en el pueblo en el que vive, a los labriegos y ganaderos que lo habitan mencionar con preocupación las cosas raras que pasan y no pasaban, la lluvia que no cae y caía, los florecimientos a destiempo. Si el conservadurismo es entre otras cosas, sobre el papel de sus teóricos de Burke para acá, una confianza en el saber profundo forjado por siglos de ensayo-error, en el «capital acumulado por las naciones y las edades» sobre el que escribía Burke, en el saber bricoleur encapsulado, no en las leyes y fórmulas matemáticas del urbano y engreído ingénieur, sino en refranes y mitos, sería de esperar que se le pusiese la mosca detrás de la oreja en cuanto viera que ya no hay aguas mil en el mes de abril o que ya no sucede que mayo marcee cuando marzo mayea. Que se fiase de los atribulados labriegos del presente, como aquel, septuagenario, al que yo he escuchado decir no hace mucho en el bar del pueblo que «el tiempo está loco, como la gente». Qué espléndido resumen de la cosa.

Vemos también a algunos sedicentes comunistas negar la que es la prueba definitiva y aterradora de la voracidad asesina del capital; de la incompatibilidad final del capitalismo con la vida. Las etiquetas que la gente escoge para sí, para su ideología, son muchas veces un mapa más confuso que esclarecedor: hacen referencia, de un modo muy posmoderno, no a convicciones honestas, sino a preferencias estéticas, a aficiones de otaku. Son uno de los trampantojos de esta era de la que Jesús Ibáñez decía que todo en ella tiene una «estructura de señuelo»: comemos filetes de carne hinchados con agua o fécula de patata, bebemos refrescos de naranja con un siete por ciento de zumo de naranja o habitamos casas «que solo tienen de piedra o de ladrillo finas capas superficiales: el parqué de nuestros suelos o la madera de nuestros muebles son delgadas capas que recubren un fondo amorfo».

En un mundo que ha cambiado radicalmente, seguimos utilizando las palabras que nombraban el de nuestros bisabuelos; hacemos de ellas la fina capa superficial de un fondo diferente, hecho de materiales que nuestros ancestros no conocían. Todos los negacionistas son el mismo, pero a unos les cautivan más las inmaculadas de Murillo y a otros la cartelería soviética de proletarios fornidos martilleando en un yunque. No debemos hacerles el favor de tratarlos en base a esas etiquetas, a la confianza en su pertinencia, sino levantar su alfombra, mirar lo que hay debajo, a partir de la convicción de que somos lo que hacemos y no lo que decimos.

No habitamos ya la edad que comenzó en 1789, sino una nueva, balbuciente todavía, que no ha tomado aún su propio nombre, ni se los da a las fuerzas que en su seno contienden y que a falta de ellos, igual que los Rebeldes primitivos de uno de los libros de Eric J. Hobsbawm, enfunda sus luchas nuevas en banderas antiguas y obsoletos lenguajes. En esta era de transición, el mismo ejército, la misma mesnada sociológica, puede vestirse con uniformes distintos; y, al revés, tropas distintas y enfrentadas vestir el mismo uniforme, honrar los mismos símbolos, sacralizar los mismos latines. Hay que procurar no despistarse en este enredo y no dar al enemigo por amigo, ni al amigo por enemigo.

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COMENTARIOS

  1. Vergonzoso homenaje a la ley franquista de minas en la Universidad de Sevilla.
    La Cátedra Aminer de la Universidad de Sevilla realizará un homenaje a la ley franquista de Minas, Ley 22/1973 que ampara la impunidad de las agresiones medioambientales de las empresas mineras y ha permitido a BOLIDEN eludir todas sus responsabilidades desde la catástrofe ambiental de 1998.
    El miércoles 20 de septiembre la Cátedra de Estudios Mineros de la Universidad de Sevilla AMINER (Asociación de Empresas Investigadoras, Extractoras, transformadoras Minero-Metalúrgicas, Auxiliares y de Servicios) ha organizado un Seminario Homenaje a la vigente Ley 22/2013 que cumplió 50 años el pasado 21 de julio.
    Este “homenaje” a una Ley franquista se va a celebrar en el Salón de Grados de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla y ha sido justificado por sus promotores con los siguientes argumentos: “… junto con la Ley de Expropiación forzosa de 1954, constituyen las dos únicas leyes de nuestro Sistema de Derecho Administrativo preconstitucionales que continúan vigentes. Su cincuentenario es una excelente ocasión para dar a conocer mejor la Ley de cabecera del sector minero español y con ello de la regulación del propio sector minero como sector fundamental de la economía, explicar su contexto -el II Plan de Desarrollo Económico y Social, aprobado por Ley 1/1969, de 11 de febrero y la crisis del petróleo de 1973-.”.
    Ecologistas en Acción lamentamos que desde la institución universitaria se otorgue carácter de “homenaje” a una legislación franquista, enmarcada en un Plan de Desarrollo Económico y Social de 1969, también franquista, que implantó desde entonces un modelo de extracción de recursos naturales totalmente agresivo contra el medio ambiente y contra el territorio. Esta Ley nunca ha sido revisada para incorporar la necesaria protección ambiental que exige el artículo 45 de nuestra Constitución, y la abundante legislación europea y estatal en materia de prevención y control ambiental.
    Esa sentencia se basa en una interpretación literal del artículo 81 de la Ley franquista de Minas de 1973. Interpretación anticonstitucional que ignora el artículo 45 de la Constitución Española que establece la obligación de reparar el daño causado cuando se incumplen los principios de uso racional de los recursos naturales, de protección de la calidad de la vida, de defensa y restauración del medio ambiente, apoyándose en la indispensable solidaridad colectiva.
    Desde su creación en abril de 2022 la Cátedra AMINER ha pretendido ignorar la existencia de la catástrofe anunciada de la balsa de lodos mineros de BOLIDEN en 1998, ni siquiera ha dedicado el más mínimo debate jurídico cuando el 25 de abril de este año 2023 se cumplieron 25 años de esa catástrofe ambiental, y ninguna responsabilidad se ha derivado de aquella catástrofe, ni de la empresa BOLIDEN responsable, ni de las personas responsables de las administraciones públicas que, por omisión de sus obligaciones de vigilancia y control, no lo impidieron.
    También ha ignorado la sentencia firme de septiembre de 2016 por delito ambiental dictada contra los dirigentes de la empresa minera Cobre Las Cruces (CLC), por contaminación con arsénico de aguas reservadas para el consumo humano de la ciudad de Sevilla y su área metropolitana, contaminación que se produjo al amparo de la vigente Ley franquista de Minas.
    Además la Cátedra AMINER ignora la inseguridad jurídica, amparada por la Ley franquista de Minas, del proceso de reapertura minera en Aznalcóllar que lidera la empresa Minera Los Frailes (MLF). La apertura está inmersa desde 2015 en un procedimiento judicial con 14 personas funcionarias y autoridades de la Junta de Andalucía, y dos empresarios, que serán juzgados en 2025 por delitos de tráfico de influencias, prevaricación, malversación de fondos, fraude, negociación ilegal y prevaricación ambiental.
    También ignora la inseguridad jurídica y material, amparada por la misma Ley, que provoca el riesgo de rotura de las grandes balsas de lodos tóxicos de la mina de Riotinto, que gestiona la empresa Atalaya Riotinto Minera (ARM) y cuyo recrecimiento de 42 metros ha sido autorizado por la Junta de Andalucía el pasado 24 de julio de 2023, en contra del principio de precaución e incluso de los informes del Instituto Geológico y Minero (IGME) que aconsejaban una autorización parcial.
    Es necesario recalcar que todas esas empresas, (CLC, ARM y MLF) forman parte de AMINER, evidenciando la complicidad de la Cátedra creada por la Universidad de Sevilla priorizando los intereses económicos de grandes empresas sobre la protección del medio ambiente.
    Un homenaje se hace en honor a alguien o algo que merece esa distinción, sin embargo, la larga lista de desastres ambientales que jalonan la historia de la Ley franquista de Minas, hace que resulte una ignominia vergonzante, y lo más grave es que esa desinformación sea auspiciada por una institución de prestigio como la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla.
    En contraste, Ecologistas en Acción homenajea a las más de 270 víctimas mortales de una de las últimas grandes catástrofes mineras mundiales, la rotura de la balsa minera de la empresa VALE en Brumadinho (Brasil), que se produjo el 25 de enero de 2019. Ese homenaje el 21 de septiembre en la Sala LANÓNIMA en Sevilla cuenta con la presencia de familiares que vivieron en primera persona aquella tragedia.

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