El patrón de los océanos de la ONU cruza el Mar Rojo a nado para proteger el mar

"Los arrecifes de coral son ecosistemas vitales y espectaculares que sustentan una cuarta parte de la vida oceánica. El cambio climático los está destruyendo. En la COP27 debemos actuar urgentemente para evitar que se sigan perdiendo", ha asegurado Lewis Pugh al llegar este miércoles a Egipto tras nadar más de 100 kilómetros.
Foto: Olle Nordell/Lewis Pugh Foundation

Quedan 10 días para que arranque la COP27 en Sharm El Sheikh, Egipto, y el patrón de los océanos de Naciones Unidas, Lewis Pugh ha nadado hasta allí para pedir a los líderes mundiales la protección de las aguas. “Todos los recorridos que he hecho han sido para denunciar la crisis de nuestros océanos, desde los plásticos a la sobrepesca, y las terribles consecuencias del calentamiento del mar, que es mucho más obvio en los polos”. Después siguió hasta Hurghada. En total, unos 120 kilómetros. Si los políticos lo han escuchado, o no, es algo que sabremos en las siguientes semanas.

Pugh ha nadado largas distancias en los sietes mares, desde las cálidas aguas del Mediterráneo hasta las gélidas aguas de la Antártica. Hijo de un oficial de la marina británica, desde los 10 años vivió en Sudáfrica. Su primer logro fue nadar desde Robben Island hasta Ciudad del Cabo, a 17 kilómetros de distancia. Desde entonces, ha nadado en las aguas más inhóspitas del mundo pidiendo a los gobiernos la protección de los mares

El nadador elige itinerarios en ecosistemas vulnerables a los efectos del cambio climático. Como el lago Pumori, en un glaciar de los Himalayas a 5.200 metros de altitud. “Descubrí que la velocidad no iba a funcionar en altitudes altas. En vez de minimizar mi tiempo en el agua helada y hacerlo tan rápido como pudiera, tenía que ralentizar el esfuerzo. ¡Algo más fácil de decir que hacer!”.

Aunque ya había nadado en las frescas aguas de Noruega, en 2007, quiso denunciar el deshielo de los polos y se zambulló en el Polo Norte. Nadó un kilómetro en 18 minutos y 50 segundos, con el agua a -1,7 ºC (a -1,8 el agua del mar se congela); pero lo más alarmante es que, de hecho, en condiciones normales esa travesía tendría que haber estado completamente congelada. Diez años después volvió a la misma ubicación, y el agua se había calentado más de un grado.

En 2015, tras nadar en la bahía de las ballenas en la Antártica con el agua a una décima de congelarse y el aire a -37º C. Fue entonces cuando se declaró la mayor área protegida en el mundo y Pugh estableció su fundación para proteger los mares: “Es la mejor baza que tenemos. Mi sueño es tener el 30% de los océanos propiamente protegidos para 2030”. En agosto, Naciones Unidas fracasó en las negociaciones para el Tratado Global de los Océanos.

Protección de los mares

Aunque ha nadado en las condiciones más extremas, esta vez Pugh, con 52 años, lo hizo en condiciones mucho más asumibles; al menos en cuestión de temperatura. Porque nadar en alta mar, en una de las rutas con más tráfico comercial del mundo, nunca va a ser fácil. Eligió esta ubicación para destacar el estado de los corales. “El cambio más grande que he visto ha sido en los polos y en los corales; los polos se derriten y los corales se mueren”. 

Los corales ocupan apenas el 0,5% del fondo marino y, sin embargo, influyen en el 25% de su biodiversidad. A pesar de ello, son uno de los ecosistemas más dañados por el cambio climático; la subida de temperatura de los océanos hacen los episodios de blanqueamientos cada vez más recurrentes, y la sobrepesca, con técnicas agresivas de arrastre, destruye cientos de hectáreas de fondo marino. Se han identificado más de 2.000 especies diferentes de corales, y más de 200 están reconocidas en peligro en el libro rojo de IUCN

Foto: Steve Benjamin/Lewis Pugh Foundation

Los corales del Mar Rojo están en relativo buen estado si se comparan con otros arrecifes como los de la Gran Barrera de Australia y, en parte, según el director regional de Asia Occidental de IUCN Hany El Shaer, gracias a las áreas protegidas. “El Mar Rojo cuenta con algunos de los ensambles de corales más atractivos y diversos en el mundo. Aunque están bajo presión por el bajo porcentaje de protección, el turismo, etc.”.

Los corales proveen de refugio y comida a miles de peces e invertebrados. Actualmente, hay 12 áreas protegidas en todo el Mar Rojo, en aguas de cuatro países: Egipto, Arabia Saudi, Sudan y Jordania. “Un análisis de los datos muestra la necesidad de expandir estas áreas y la efectividad de las zonas actualmente protegidas”, dice El Shaer.

Las áreas de protección marina donde la pesca está prohibida o limitada son una herramienta habitual en la conservación marina. Aunque, para que se note la efectividad, se tiene que incluir un amplio número de especies y esperar al menos una década. Los beneficios se obtienen de la mejora de la biodiversidad de una zona y sus efectos en cascada. “Es importante que se llegue a un acuerdo significativo en la COP27. Hay que remarcar la necesidad de acción inmediata para asegurar la protección de las secciones norte del Mar Rojo como refugio climático submarino”, concluye El Shaer.

Los corales tienen un papel crucial en los ecosistemas marinos; son refugios contra los depredadores, son fuentes de alimentos y hasta ‘guarderías’ seguras para cientos de especies. Cuando Lewis Pugh fue nombrado patrón de los océanos de Naciones Unidas dijo: “Desde la Antártica al Polo Norte, desde el Everest a los océanos, cuando nado es por una buena razón”. Proteger a los océanos es una muy buena

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  1. El pasado septiembre, la Comisión Europea anunció la protección de 16.000 km2 de fondo marino en aguas comunitarias del Atlántico noreste. Estas áreas, a entre 400 y 800 metros de profundidad, quedan ahora cerradas a la pesca de fondo.
    Su protección, esencial para preservar los ecosistemas marinos, es el resultado de 20 años de campañas de las organizaciones ecologistas.
    Con la creciente sobreexplotación de los recursos costeros y las mejoras tecnológicas, en las últimas décadas, las flotas pesqueras han llegado a caladeros cada vez más profundos. En esas zonas, los peces suelen ser muy longevos (algunos viven más de 100 años), crecen más despacio, maduran tarde (a veces, pasados los 20 años) y su fecundidad es baja. Por todo ello, son mucho más vulnerables a la explotación. Además, en muchas de estas zonas profundas, durante cientos de años, se formaron ecosistemas que pueden ser literalmente arrasados por la pesca de arrastre, como montes submarinos, corales de agua fría, campos de esponjas o fuentes hidrotermales.
    Como en otros casos, la explotación comercial de los recursos del océano profundo llegó mucho antes de que tuviéramos suficiente información sobre su distribución y ecología. A principios de los 2000, organizaciones ecologistas iniciaron una intensa campaña para reclamar su protección; y ante la pasividad de los Gobiernos, pedimos a la ONU acciones urgentes para garantizar su conservación en aguas internacionales.
    La primera victoria llegó en 2006: la Asamblea General de la ONU adoptó una resolución que urgía a los países a asegurar que sus flotas pesqueras no dañaran ecosistemas profundos y, en caso contrario, a revocar las licencias de pesca de sus barcos en aguas internacionales. El cumplimiento de la resolución fue escaso y lento, y la ONU aprobó otras resoluciones, a partir de 2009, para imponer requisitos añadidos a la expansión a nuevas zonas.
    Estas resoluciones pretendían proteger ecosistemas vulnerables en alta mar, fuera de las aguas territoriales; pero, por supuesto, en estas últimas también hay ecosistemas vulnerables, como ocurre con las aguas comunitarias. La UE adoptó un reglamento específico, tras otra larga y trabajosa lucha, ya que países como España, con su potente industria pesquera, pusieron todos los obstáculos posibles. El reglamento –cuya primera propuesta se presentó en 2012, pero que no se aprobó hasta 2016– prohíbe la pesca de arrastre a partir de los 800 metros de profundidad y requiere la identificación y protección de ecosistemas vulnerables a entre 400 y 800 metros. Los cierres aprobados el pasado septiembre tenían que haberse realizado ya, según este reglamento, en enero de 2018; durante estos cuatro años, muchas zonas han continuado abiertas, por ejemplo, a la pesca de arrastre.
    El cierre de estos 16.000 km² supone un gran avance para la conservación de estos ecosistemas en Europa. Pero queda mucho por hacer. Pasados 16 años de la primera resolución de la ONU, las ONG seguimos reclamando a los países y a las organizaciones regionales de pesca que cumplan sus compromisos. Y esperamos que el nuevo Tratado de los Océanos, en el que trabajamos incansablemente, contribuya a proteger estos ecosistemas en todo el mundo
    Texto: Sebastián Losada, licenciado en Ciencias del Mar. Asesor de Greenpeace Internacional sobre conservación marina y secretario de la Coalición para la Conservación de las Profundidades Marinas.

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