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Journey to Utopia quizás sea uno de los títulos más interesantes del Another Way Film Festival, que este año celebra su sexta edición en doble formato: online y presencial en algunas de las salas de cine más emblemáticas de Madrid. Si ponerse delante de la cámara resulta, habitualmente, algo engorroso a la vez que cuestionable, poner a toda tu familia y mostrar al gran público momentos de debilidad extrema parece un ejercicio de tremenda valentía.
Esto es, ni más ni menos, lo que hace Erlend Eirik Mo en Journey to Utopia, una especie de diario que narra las peripecias de una familia noruega (la suya) en su camino en la lucha contra el cambio climático. Para contribuir a frenar esta locura capitalista y consumista en la que andamos inmersos, la familia de Erlend decide instalarse en una comunidad danesa cuyo pilar es la permacultura, Permatopia. El documental, donde se muestran los altibajos ocasionados por la decisión tomada, que los llevará a hacer un cambio radical de vida, es un ejercicio de honestidad y sinceridad.
Una hija adolescente reacia al cambio, una familia (los abuelos) que se queda en Noruega, una mujer utópica y luchadora (a veces, hasta límites cuestionables) y dudas, muchas dudas. Promesas que no llegan (las casas de la comunidad se construyen dos años más tarde de lo acordado), mudanzas infinitas y un sueño que parece no llegar. Permatopia, el lugar en que se tienen que instalar, parece más una idea etérea e intangible que un proyecto realizable.
El viaje hacia el cambio no parece fácil y eso es precisamente lo que quiere documentar, y lo hace excelentemente, Erlend Eirik Mo. Tomar consciencia puede ser una cosa, pero vivir acorde a unos ideales y ejecutar el cambio (que pasa, inevitablemente, por renunciar), es harina de otro costal.
El punto de inflexión
Erlend Eirik Mo es un tipo parco en palabras. En una conversación telefónica, ahora ya desde Permatopia, narra el momento en el que él y su familia tomaron la decisión de vivir acorde con sus ideales. “En 2014 empezamos a preocuparnos severamente por la cuestión del cambio climático. Tanto mi esposa como yo viajábamos frecuentemente y nos dimos cuenta de que queríamos cambiar de estilo de vida. Queríamos, también, ser un ejemplo para nuestros hijos y mostrarles que hay otras formas de vida; formas sostenibles de vivir. Dos años más tarde empecé a filmar el documental”, explica a Climática.
Si bien los Eirik ya vivían en el medio rural, en la granja familiar en Noruega, quisieron dar un paso más. “Se lo prometí a ni esposa”, dice Erlend. Después de mucho buscar, decidieron que su lugar en el mundo iba a ser Permatopia, en Karise (Dinamarca), al sur de Copenhague. Permatopia es, quizás, todo lo soñado: una comunidad en la que habitualmente viven unas 200 personas, con una granja, huertos y servicios y una vida en torno a los principios de la permacultura: energía renovable, economía circular y autosuficiencia.
El camino, sin embargo, estuvo plagado de dificultades y altibajos, tal y como se muestra en el documental: “Estuvimos a punto de rendirnos, yo por lo menos. En algún momento pensé que nos habíamos metido en algo caótico e intenté convencer a mi esposa de volver a Noruega; ella fue la que nunca tiró la toalla”. Erlend habla de las constantes mudanzas antes de instalarse en Permatopia, de los cambios, de la espera, de la incertidumbre. “Mis hijos también se cansaron de los cambios en algún momento, pero sin lugar a dudas, yo lo llevé siempre peor que ellos”.
Ahora, cuatro años después de haber iniciado el camino, están felizmente instalados. “Estamos en el sitio que habíamos soñado y nuestro deseo se ha convertido en realidad y la comunidad de Permatopia funciona muy bien”.
Erlend y su familia dedican unas horas al trabajo comunitario. Casi todo lo que consumen (menos la carne) procede de la agricultura ecológica del huerto de Permatopia. También la energía, casi toda, procede de fuentes renovables del mismo terreno: el aire y la tierra. De momento, no se abastecen de energía solar. Y cuando las renovables que tienen en su terreno no dan abasto, usan energía externa, pero también procedente de las fuentes renovables. “Aún no somos 100% autosuficientes”, reconoce el cineasta.
Un ejemplo inspirador
Eirik Mo quiere que Journey to Utopia inspire a la ciudadanía a hacer cambios radicales en sus vidas. “Tenemos que encontrar otras maneras de vivir y espero que este documental llegue a la gente y le muestre la necesidad y la posibilidad de vivir en harmonía con nuestro planeta. Estamos a tiempo de salvarlo”. Reconoce que la actual crisis sanitaria puede suponer un punto de inflexión y una oportunidad tanto para la ciudadanía como para empresas y gobiernos para cambiar de rumbo. “Hemos visto que en poco tiempo se puede hacer mucho por el planeta; la pandemia nos lo ha demostrado. Espero que la crisis actual nos sirva para tomar más consciencia de la problemática irreversible que presenta el cambio climático”.
Se muestra optimista: cree que, si la ciudadanía hace presión sobre las empresas, estas cambiarán su modus operandi y empezarán a trabajar en favor del clima. También se muestra positivo ante una recuperación verde ante la crisis sanitaria, tal y como se está impulsando desde algunos gobiernos europeos, como el francés. “Quizás no sea el momentum de hablar de cambio climático, por todo lo que está pasando, pero si algo nos ha demostrado el coronavirus es que es el momento de cambiar. Me asusta ver hacia donde vamos, pero aun así, creo que merece la pena luchar. Eso es lo que pretendo mostrar con el documental: aún podemos hacer algo”.
Erlen asegura que tuvo ciertos miedos a la hora de exponer de manera tan directa a su familia en el documental. “Anteriormente había grabado documentales, pero siempre había expuesto a otros; en este caso, pensé que exponer mi casi ante el público era una buena idea. Y así ha sido, porque las reacciones al largometraje han sido muy positivas”.
Journey to Utopia nos muestra que hay maneras alternativas de vivir, quizás no fuera del todo del sistema, pero sí al margen de la espiral de consumismo desatado en la que nos solemos encontrar. También es cierto que no todos los individuos y familias disponen de los recursos necesarios para emprender un viaje de tal calibre. Lo que sí parece evidente es que, a pesar de los altibajos, de los momentos de desasosiego y del cansancio, los Eirik han encontrado su lugar en el mundo; un lugar sostenible en el que intentan, junto con otras personas, vivir en harmonía con la tierra y la naturaleza.