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Ponerse de acuerdo

"Los choques más duros en torno al cambio climático se han producido entre quienes defienden cualquier recurso para eliminar emisiones y quienes piensan que las energías renovables son la única respuesta".
Ponerse de acuerdo
Paneles solares. Foto: CARL ATTARD/PEXELS / Licencia CC0

A veces, las disputas más violentas ocurren a raíz del más pequeño de los desacuerdos. Brutales batallas han enfrentado a católicos que se arrodillaban para rezar contra sectas protestantes que se presentaban de pie ante el mismo Dios. En la Cámara de Representantes de los Estados Unidos se cuenta una historia (posiblemente apócrifa), que habla de un político veterano que consideraba más importante el conflicto interno entre las dos cámaras del Congreso que el enfrentamiento entre republicanos y demócratas. “Los republicanos no son el enemigo”, afirma el experimentado representante demócrata en una versión de esta historia. “Los republicanos son la oposición. El Senado es el enemigo”.

Con las personas que trabajan para revertir el cambio climático, tanto desde la ciencia como desde el activismo, pasa lo mismo. Las luchas internas pueden ser brutales.

Puede que sea una perogrullada, pero, como dijo el economista Noah Kaufman, del Centro de Política Energética Global de la Universidad de Columbia, “a un nivel básico, cualquiera que tenga un interés en enfrentarse al cambio climático sabe que tenemos que limitar las emisiones de gases de efecto invernadero”. El problema es que las personas que comparten ese objetivo no están de acuerdo en el mejor camino para llegar a él.

Los choques más duros se han producido entre los frikis de la energía que opinan que deberíamos usar cualquier recurso que sea necesario para eliminar emisiones –nuclear, biocombustibles, captura de carbono– y los que piensan que las energías renovables son la única respuesta.

La historiadora de la ciencia Naomi Oreskes acusó a James Hansen, el famoso científico climático de la NASA, de involucrarse en “una nueva forma de negacionismo climático” por decir que el mundo necesita energía nuclear. Tisha Schuller, una ecologista que acabó pensando que el fracking podría ayudar a reducir emisiones, recibió amenazas de muerte de manera regular. Algunos activistas incluso distribuyeron imágenes de sus hijos. La batalla se libra en las redes sociales, y desde hace poco, en los tribunales.

En noviembre, Mark Z. Jacobson, un investigador de la Universidad de Stanford y defensor de las energías renovables y miembro de los 50 de Grist en 2016, denunció a un grupo de científicos por publicar una crítica sobre un influyente estudio que había escrito indicando un posible camino para que los Estados Unidos funcionaran solo con renovables, aunque más tarde retiró la denuncia.

“La gente suele ponerse de acuerdo, o bien en los objetivos, o bien en los medios, si quieres que se haga algo dramático, tienes que estar de acuerdo en los dos”, afirma Jane Long, consultora científica del Fondo para la Defensa del Medio Ambiente (EDF), y una de las investigadoras que criticó el estudio de Jacobson. “Creo que los cambios que contemplamos no son del tipo que podemos lograr sin alinear objetivos y medios”.

En medio de todo este rencor, es fácil olvidar que toda esta gente está del mismo lado en la batalla por el clima; más a menudo están de acuerdo que enfrentados. “Aunque [el debate] me consume mucho tiempo a mí y a otra gente, realmente no viene al caso”, afirmó Jacobson en una entrevista con Grist. “Diría que no hay desacuerdo en el 90% de nuestros planes”.

Entonces, ¿qué puntos en común tienen estos científicos, académicos y activistas que se preocupan por el cambio climático? ¿Qué cosas vamos a necesitar elijamos el camino que elijamos? Este es un resumen de las áreas generales en las que están de acuerdo. Una lista de tareas para activistas del clima.

El que contamina paga

¿Cuánto tienes que pagar por usar la atmósfera como vertedero de gases de efecto invernadero? Para la mayor parte de la gente y las empresas, es totalmente gratis. Hagamos que contaminar sea caro y se reducirá la cantidad de los gases de efecto invernadero que se emiten.

“Todos deberíamos estar dispuestos a apoyar políticas de reducción de emisiones que no dependan de la tecnología”, afirma Kaufman. Esto podría hacerse poniendo un precio al carbono –como ya han hecho unos 40 países, desde Dinamarca hasta China– o regulando la contaminación, penalizando a las compañías que emitan metano a la atmósfera. De cualquiera de las dos maneras se incentivaría el desarrollo de mejores tecnologías sin causar un enfrentamiento sobre qué clase de dispositivos en particular debería ganar.

Existe un patrón que se reproduce a lo largo de la historia. Se asume que se puede contaminar gratis hasta que la polución se acumula y se convierte en un problema serio. Entonces, bajo presión, comienza a pagar por el problema. Piensa en la basura normal y corriente. Cuando los vecinos viven lejos unos de otros pueden tirar la basura por la ventana sin pensar en las consecuencias. En las ciudades, no obstante, es otra historia.

En 1866, la ciudad de Nueva York advirtió a sus residentes que debían dejar de “arrojar animales muertos, basura y cenizas a las calles”. Poco después, los neoyorquinos empezaron a pagar por el servicio de recogida de basuras. Sin un pase gratis para contaminar, los operadores de carruajes, que habían estado abandonando caballos muertos en las calles, estuvieron en desventaja cuando apareció una nueva tecnología que no producía montones de estiércol y cadáveres equinos. En ese momento, nadie se preocupó de que ese nuevo tipo de carruaje sin caballos arrojara CO2 al aire. Pero hoy, ese CO2 se está acumulando.

Poner un precio a las emisiones de carbono es lo mismo que cobrar por dejar animales muertos y cenizas en la calzada. Un impuesto o una regulación para reducir emisiones tendrían el mismo resultado, afirma Kaufman. Ambos elevarían el coste de la contaminación y las recompensas para cualquier Henry Ford moderno que desarrolle una tecnología revolucionaria.

Que todo funcione con menos energía

Durante gran parte de la historia de la humanidad, la producción de luz a menudo suponía muchísimo trabajo y daños medioambientales. En el pasado, la gente obtenía luz quemando grasa de ternera, de paíño (un tipo de ave marina), o de ballena. Estas eran formas muy ineficientes y contaminantes de obtener iluminación. (Creo que hubiera necesitado al menos diez paíños para escribir este artículo). Las bombillas LED, en cambio, requieren tan solo una mínima cantidad de electricidad.

Tener equipos de trabajadores sacrificando paíños, secándolos, poniéndoles mechas y enviándolos a los mercados supone un gran gasto de energía, por no hablar del gasto de pájaros. Mejorar la eficiencia significa acabar con todo ese desperdicio de tiempo y dinero.

Los Estados Unidos malgastan el 70% de la energía que impulsa el país cada día. Esa es una enorme cantidad esperando a ser utilizada. Un consumo de energía más eficiente usaría más energía sin emitir más carbono. “No creo que nadie discrepe en que estaría bien incrementar la eficiencia”, afirmó Jacobson.

El ejemplo más claro lo encontramos en el consumo de los vehículos. En 1950, el coche medio podía viajar alrededor de seis kilómetros y medio con un litro de gasolina. En 2010, el mismo litro le permitía avanzar casi diez kilómetros. Los coches pueden ser mucho más eficientes aún –tan solo el 25% del combustible se convierte en la energía cinética que mueve el vehículo; el resto se desperdicia en forma de calor–. Otros pasos obvios serían: reemplazar bombillas incandescentes, aislar edificios, retirar los coches menos eficientes. Y mucho más.

“Las mejoras radicales de la eficiencia hacen que sea más fácil enfrentarse al problema del clima”, afirmó Glen Peters, director de investigación del Centro Internacional de Investigaciones Climáticas (CICERO) de Noruega. A este respecto, Peters supone “que estamos todos de acuerdo”.

Más energía solar y eólica

En 1977, los paneles de generación fotovoltaica eran para científicos locos y millonarios excéntricos. Ese año, el coste de comprar un panel solar de un vatio era de 77 dólares (66,61 euros). Hoy, el coste ha caído hasta los 30 centavos (25,95 céntimos). Año tras año, el precio de la energía solar se ha reducido más rápido de lo que se preveía. Ocurre lo mismo, aunque a una escala algo menor, con la energía eólica. En muchos lugares, el sol y el viento son simplemente la opción low-cost, lo que significa que instalar más de estas fuentes de energía puede ayudar a ahorrar dinero al tiempo que se reducen las emisiones.

Entre los científicos del clima a los que entrevisté para este artículo había un acuerdo general de que tiene sentido cambiar a renovables cuando son la opción más barata de entre las fuentes de energía libres de carbono. Las discrepancias aparecían cuando empezaban a hablar de pagar por renovables que eran más caras que, por ejemplo, la energía nuclear. Jacobson y algunos otros científicos opinan que alcanzar un 100% de renovables es la opción más barata. Sin embargo, la mayoría de las personas investigadoras piensan que sería muy caro instalar suficientes renovables para suministrar a todo el país en los días más oscuros del invierno.

“He oído a gente defender el 50, el 60, el 80 y el 100 por ciento de renovables”, afirmó Melanie Nakagawa, que trabajó en el equipo de políticas climáticas del gobierno de Barack Obama y ahora encabeza la estrategia climática de un fondo de tecnologías relacionadas con el clima en la firma inversora Princeville Global. “Llegado un punto, ese porcentaje tiene una importancia política”, afirmó. Sin embargo, a nivel global no estamos lo suficientemente cerca de esos porcentajes para que dejen de ser rentables. Las renovables –sobre todo la hidráulica y los biocombustibles– suponen en este momento el 10% de la energía de los Estados Unidos.

Electrificarlo (casi) todo

Cuando Barack Obama estaba aún en la Casa Blanca, el trabajo de Kaufman consistía en revisar los distintos planes y escenarios climáticos que llegaban de distintas ramas del gobierno y asegurarse de que toda la administración estaba al día de los mismos. Así fue como se dio cuenta de que todos los planes de reducción de emisiones recomendaban enchufar mucha más proporción del país a la electricidad.

En este momento, la electricidad impulsa una cuarta parte de la economía estadounidense. Las otras tres cuartas partes son coches y camiones que usan gasolina, industrias que usan trillones de calorías para forjar metales y refinar petróleo y edificios calentados por diésel o propano.

Reemplazar más de estos vehículos y hornos por otros que usen electricidad nos permitiría usar energía baja en carbono de las renovables y las plantas nucleares. Algo más del 1% de los coches que se venden hoy en día funciona con electricidad. Para tener una oportunidad de mantener el calentamiento global por debajo de 2ºC –el objetivo establecido en el Acuerdo de París–, el 10% de los coches en circulación deberían ser eléctricos para 2030, según un escenario de la Agencia Internacional de la Energía.

Esto es parte de una receta de dos pasos para eliminar las emisiones que se ha convertido casi en un lugar común en la comunidad de la energía. Paso uno: añadir más electricidad baja en carbono (solar, nuclear, hidroeléctrica, viento) a la red. Paso dos: electrificarlo todo.

“Hay un acuerdo general de que tenemos que expandir dramáticamente la electricidad al sector del transporte y la industria”, afirmó Trevor Houser, experto en clima y energía en la firma de investigación The Rhodium Group. Existe debate sobre la cantidad de electrificación que puede ser práctica –quizás no haya que electrificarlo todo– pero el consenso es tremendamente amplio.

Más almacenamiento y transmisión de energía

La electricidad tiene una fecha de caducidad muy corta. Al contrario que una lata de atún, que puede durar años en la estantería del supermercado, la electricidad hay que comprarla en el momento en que se produce. Si se produce más electricidad de la que la gente quiere en un momento particular, se pueden producir incendios. Si se produce menos, puede haber apagones parciales. Por eso las grandes baterías son tan atractivas. Pero incluso la baterías gigantes que construyen empresas como Tesla son minúsculas comparadas con la cantidad de almacenamiento que necesitamos para mantener las luces encendidas cuando el sol se pone.

La gente pone a prueba todo tipo de ideas aparentemente descabelladas para almacenar energía. Hay quien conduce ráfagas de aire a cavernas subterráneas, usando después la brisa que sale para impulsar turbinas. Otras usan el exceso de electricidad para conducir trenes llenos de rocas hasta la cima de una montaña, para después recapturar parte de esa energía cuando bajan.

Si alguien descubre una manera barata de ampliar la fecha de caducidad de la electricidad, eso será de gran ayuda para todos los escenarios de reducción de emisiones de carbono, ya sea un escenario 100% renovable o 100% nuclear.

La otra manera de gestionar el desequilibrio entre oferta y demanda de electricidad es enviar la energía más lejos. Si hace mucho viento en Wyoming y sus turbinas están produciendo mucha energía, el Estado podría enviar esa electricidad extra a las grandes ciudades de California.

Bueno, podría si hubiera una línea de alta tensión entre los dos Estados. “La red eléctrica que tenemos hoy no se construyó para un escenario de cero carbono”, afirma Dan Kammen, director del Laboratorio de Energía Renovable y Apropiada de la Universidad de California en Berkeley. “Esas líneas de alta tensión no van a las zonas con mejor viento de los Estados montañosos, ni a las áreas más soleadas del suroeste”.

La mayoría de escenarios de energías limpias se apoyan en nuevos cables que conecten los lugares con demasiada electricidad y los que tienen demasiado poca, equilibrando así las cosas.

Más investigación

Todas las personas a las que entrevisté estaban de acuerdo en que el gobierno debería invertir más dinero para investigar los problemas más serios que se interponen entre nosotros y un futuro sin carbón. Muchas de ellas afirmaron que podría ayudar si pensamos en el cambio climático como un asunto de seguridad nacional.

Hace unos años, Constantine Samaras, que estudia soluciones al cambio climático en la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh, afirmó en el blog Dot Earth del New York Times que el presupuesto nacional no trata el cambio climático como una auténtica amenaza. “Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, el presupuesto para Investigación y Desarrollo en antiterrorismo aumentó hasta alcanzar los 2.700 millones de dólares en 2003”, escribió, lo que suponía un incremento de más del 500% en dos años. El presupuesto de I+D para tecnologías energéticas y cambio climático se mantuvo plano. “Después de 2001, reaccionamos correctamente mejorando el I+D”, apuntó Samaras. “En cambio, en energía y cambio climático estamos tan solo saliendo del paso”.

¿A dónde deberían ir los fondos para investigación? El consenso general es que debemos buscar una solución baja en carbono para el transporte aéreo y los camiones de largo recorrido, pero ahí acaba el acuerdo. Cuando pregunté qué más merece inversión, lo que escuché fue una larga lista de opciones, incluyendo reactores nucleares avanzados, fusión y la conversión de aire en combustible líquido. El consenso se rompió.

Mirar al futuro

Lo ideal sería que las personas expertas en clima y energía se sentasen y se pusieran de acuerdo en un plan maestro que, digamos, nos permitiera construir tan solo las plantas generadoras que necesitamos. Pero la experimentación, los errores, la política y los conflictos internos parecen ser elementos inevitables de cualquier empresa humana mínimamente ambiciosa. Supongo que el éxito se forja en el yunque del conflicto.

Sin embargo, si nos enredamos demasiado estas batallas sobre las maneras de producir energía eléctrica (batallas que, por otra parte, son cautivadoras) vamos a perder más de una gran oportunidad. “Nos iría mejor si cogiéramos parte de la energía gastada en ese debate sobre el sector energético y lo aplicásemos a otros sectores que, por cierto, producen el 75% de las emisiones”, afirmó Houser, del Rhodium Group.

Esa es exactamente la cuestión: estos desacuerdos conciernen tan solo a una cuarta parte del problema de la contaminación que produce el cambio climático. Cuanto antes nos pongamos de acuerdo en la manera de avanzar, más rápido podremos dar pasos en el resto del problema. Y hay un gran consenso ya entre estos expertos: todos quieren recortar los gases de efecto invernadero y poner un precio (o una penalización) a las emisiones. Todos apoyan la eficiencia, la electrificación, el almacenamiento y la mejora en la red eléctrica. Todos coinciden en que las renovables suponen una bajada de precios. Todos quieren que haya más dinero para empezar a trabajar en la próxima generación de innovaciones.

Así que… Kumbaya, ¿no?

Pues no. No podemos simplemente enterrar los debates que nos dividen. Pero quizás podamos hacer que esos debates sean más productivos. Long, del EDF, piensa que podría ser de gran ayuda si dejásemos de hablar tanto de tecnologías específicas (100% renovables contra reactores nucleares) y empezásemos a hablar más sobre las cosas que necesitamos que hagan esas tecnologías: generar calor, suministrar energía a bajo coste o enviar electricidad que pueda aparecer en el momento justo y rellenar un hueco.

Si hacemos eso, la gente podrá ver mejor que todas las opciones suponen problemas”, dijo Long. “Así que, ¿qué veneno eliges?”.

Y así, salir de un debate nos sumerge en otro, tan crucial e inevitable como el primero. Y, sin embargo, hay algo que me dijeron desde todos los bandos: al tiempo que debaten qué veneno eligen, preferirían no elegir ningún debate venenoso.


Este artículo se publicó originalmente en inglés en Grist. Traducción de Santiago Sáez.

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