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El cambio climático supone una amenaza para el bienestar humano y la salud del planeta, ha recordado este lunes 28 de febrero el IPCC. El grupo de especialistas que asesora a la ONU ha publicado su nuevo informe centrado en los impactos, adaptación y vulnerabilidad frente a la crisis climática. Actuar de manera urgente, recuerdan, puede asegurar nuestro futuro.
Son muchos los grandes riesgos globales a los que están expuestos los seres vivos y los ecosistemas. El informe pone énfasis en los impactos que ya sufren muchas regiones, los cuales se multiplicarán si no se reducen las emisiones que causan el calentamiento.
En el caso de España, el trabajo del IPCC incluye importantes hallazgos a tener en cuenta. Estos son algunos:
Más calor y pérdida de biodiversidad
Desde la época preindustrial (1850-1900), la temperatura media en España ha aumentado casi 1,7 ºC, según datos de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Desde los años sesenta, los termómetros ascienden una media de 0,3 ºC por década. No obstante, el calentamiento no es igual en todos los territorios. Un ejemplo son los Pirineos Orientales, donde se encuentran seis de los nueve municipios cuya temperatura ha subido más de 3 ºC en las últimas seis décadas, según un reciente análisis del Observatorio de Sostenibilidad. De acuerdo con las cifras que maneja esta organización, tres cuartas partes de la población española vive en zonas que se han calentado más de un 1,5 ºC.
Con estos datos, que son ya una realidad, no es de extrañar que España sea uno de los países europeos más amenazados por el calor extremo, según el IPCC. Para llegar a esta conclusión, el informe cita otros estudios donde alertan de que si las emisiones continúan al ritmo actual, olas de calor tan inusuales que ahora solo se producen una vez cada 50 años tendrán lugar todos los años. Esto podría provocar que las muertes relacionadas con temperaturas muy altas llegasen a multiplicarse por 40 si el ritmo de las emisiones es elevado.
También la biodiversidad está en peligro por el calor extremo. Las plantas y los animales del Mediterráneo son muy susceptibles a las olas de calor marinas, ya que no pueden desplazarse hacia el norte para encontrar aguas más frescas, recuerda el grupo de especialistas. Para 2050, a menos de que las emisiones globales se reduzcan rápidamente, un ecosistema tan único y valioso como las praderas marinas de posidonia en el Mediterráneo se extinguirán debido a olas de calor marinas más frecuentes e intensas. Como recuerda el informe del IPCC, se puede llegar a un punto en el que la adaptación no sea suficiente para evitar la degradación de muchos entornos naturales
Los costes debido a las temperaturas extremas pueden ser muchos más. Si no se reducen las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero, la necesidad de energía para climatizar edificios podría duplicarse en 2035 y multiplicarse por casi 3,5 en 2065.
Otra consecuencia de que los termómetros alcancen cifras tan elevadas son los incendios forestales. El cambio climático no los crea, pero sí influye en que cada vez sean más habituales, destructivos y difíciles de apagar. Uno de los estudios citados en el informe prevé que la superficie quemada en la región mediterránea aumentará un 87% si las emisiones globales se reducen un poco más rápido de lo previsto actualmente. Si esa reducción es más lenta, el aumento será de un 187%.
Duro golpe para la agricultura
En los últimos 50 años, la pérdida de cosechas debido a la sequía y al calor extremo se ha triplicado en toda Europa. Con la actual tendencia de calentamiento, Europa del sur será la zona más castigada. España, por tanto, es especialmente vulnerable.
En el caso del maíz, su rendimiento podría disminuir hasta un 80% tanto en España como en los países vecinos si las emisiones no se reducen drásticamente y el calentamiento supera los 2 ºC. Y si bien el riego podría limitar estas pérdidas a un 11%, la escasez de agua en el contexto de cambio climático puede hacer que esta opción no sea posible. Con todo esto, las zonas agrícolas adecuadas en Europa se desplazarán hacia el norte, reduciendo la tierra disponible para agricultura en España.
Otra amenaza ocasionada por un mayor calentamiento son las plagas debido a que la polinización y la salud del suelo se verán debilitadas por temperaturas más altas. En el norte de España habrá un mayor riesgo de plagas de escarabajos de la madera.
La sequía es una de las señales más visibles del cambio climático. Se trata de un riesgo silencioso pero constante. Con el calentamiento continuado, el riesgo de sequías aumentará en la región mediterránea. Las islas Canarias experimentan una sequía prolongada desde 2019. En la península, el comienzo de año está augurando un 2022 complicado en este sentido. Esta tendencia creciente lleva al país hacia una mayor aridez.
A España, la sequía le cuesta cerca de 1.500 millones de euros al año, según un estudio citado en el informe. Ese mismo documento alerta de que hasta el 80% de las tierras de la región mediterránea experimentarán un aumento de la frecuencia de sequías si no se reducen las emisiones, con múltiples pérdidas económicas debido a la disminución de rendimientos agrícolas, interrupciones en el transporte y producción de electricidad, y reducción del suministro público de agua. Otro estudio citado por el IPCC es aún más pesimista y estima que los daños relacionados con la sequía en España aumentarán un 250% si las emisiones siguen aumentando.
Escasez de agua
España será también uno de los países más afectados de Europa por la falta de agua. De continuar emitiendo al nivel actual, 7 millones de personas más podrían acabar viviendo en zonas con escasez de agua.
Esta tendencia será igual en otras partes del sur de Europa. Tanto en España como en otras regiones europeas se prevé que el 54% de la población esté expuesta a estrés hídrico si las emisiones se reducen solo un poco más rápido de lo previsto actualmente. La diferencia si se actuara de forma rápida y decidida es relevante: bajaría al 18%, señala el IPCC.
A menos disponibilidad de agua, más demanda. Si esto se combina con unas condiciones más secas, las reservas de agua subterránea en la región mediterránea podrían agotarse. Esto se traduce en el establecimiento de limitaciones a la hora de utilizar el regadío para la agricultura, lo que podría aumentar enormemente las pérdidas y llevar a muchos agricultores a abandonar sus tierras. Unos impactos que no se quedan ahí: a su vez, esto puede provocar pérdidas en otros sectores, como el transporte marítimo, la generación de energía hidroeléctrica y la industria manufacturera.
En cuanto a las posibilidades de adaptación, el IPCC señala a lo largo de todo su informe que a medida que pasa el tiempo, las posibilidades son cada vez menores. En referencia a la falta de agua, reconoce que el potencial de adaptación será limitado, tendrá contrapartidas económicas y medioambientales, y no será suficiente para evitar grandes daños a menos de que se reduzcan las emisiones.
Juntando todos estos impactos, uno de los estudios citados por el panel de especialistas concluye que, en un escenario de emisiones elevadas, España podría disminuir su PIB per cápita en un 46% a finales de siglo debido a las altas temperaturas.
Eventos extremos con consecuencias múltiples
Sequía, incendios, inundaciones, lluvias torrenciales, olas de calor. Son muchos los peligros que acechan a España. Y lo que es aún más preocupante: no solo deben tenerse en cuenta los que se producen en su propio territorio. El cambio climático es global, y sus impactos también. Eventos extremos sucedidos en otros lugares también repercuten en la península y sus islas.
La crisis climática afectará, por ejemplo, a las cadenas de suministro internacionales. Ya ha ocurrido en Tailandia, donde las inundaciones (que el cambio climático hizo más intensas) de 2011 afectaron a la producción de semiconductores, lo que provocó que la producción industrial mundial cayera un 2,5% y que los precios de los discos duros aumentaran entre un 80 y un 190%.
Este tipo de situaciones, lejos de ser una anécdota, serán la nueva normalidad de seguir las actuales e ineficaces políticas climáticas. El IPCC apunta a que las lluvias más intensas, las tormentas más fuertes y la subida del nivel del mar provocarán más inundaciones en los puertos y otras infraestructuras costeras. Ocurrió en Canadá durante las inundaciones de noviembre del año pasado. Los cierres de carreteras y ferrocarriles retrasaron la llegada de cargamentos al puerto de Vancouver, que gestiona la mayor parte de las exportaciones de grano del país. Esto se tradujo en que los barcos regresaron a Asia con contenedores vacíos, debido a la falta de espacio para almacenar los contenedores, dando lugar a retrasos adicionales en las exportaciones de Canadá y provocando, a su vez, consecuencias en el transporte marítimo internacional.
La trayectoria actual de emisiones y temperatura se traduce también en una escasez de alimentos a nivel mundial y un aumento de los precios, lo que perjudicaría especialmente a las personas más pobres y aumentaría el riesgo de malestar social. Como se mencionaba anteriormente, uno de los ejemplos más llamativos es el del maíz. La probabilidad de perder el 10% o más de la cosecha en varios lugares del mundo en un año pasa de casi el 0% con el clima actual al 86% si las emisiones siguen aumentando, pero puede limitarse a sólo el 7% si las mismas se reducen de manera drástica.
«Este informe es una advertencia terrible sobre las consecuencias de la inacción», y «muestra que el cambio climático es una amenaza grave y creciente para nuestro bienestar y para un planeta sano», señala Hoesung Lee, presidente del IPCC. Él lo tiene claro: «Nuestras acciones de hoy determinarán la forma en que las personas se adapten y la naturaleza responda a los crecientes riesgos climáticos».
Y cuando llueve, la tierra está tan seca, que el agua en lugar de penetrar en ella, se desliza, resbala por la superficie ocasionando en las tierras bajas inundaciones que antes no se conocían.
Según E. en A. de Navarra se deben recuperar las llanuras de inundación para evitar los graves daños de las crecidas en la cuenca del Ebro.
El estudio de cada cauce concluye que han sido los diques, los dragados y la ocupación de las llanuras de inundación las responsables de los daños de las crecidas. En ese sentido, se proponen medidas para convivir con el río minimizando los daños de futuras inundaciones.
El modelo basado en grandes dragados, construcción de diques y ocupación de la llanura de inundación no solo no funciona, sino que está generando graves consecuencias. Cada actuación que se da siguiendo este sistema empeora más la situación. Lejos de solucionar o mitigar las inundaciones, este modelo está generando consecuencias que no se han tenido en cuenta.
Históricamente el ser humano ha tratado de convivir con los ríos aprovechando los recursos y espacios que le brinda. Ha desarrollado una agricultura sostenible cultivando en las vegas que de forma natural eran fertilizadas por las sucesivas crecidas. Una simple enmienda con materia orgánica ha sido tradicionalmente el complemento para el desarrollo de esta agricultura.
Lamentablemente el desarrollismo urbano de los años 60 del pasado siglo y el avance de la agricultura intensiva han supuesto una presión sobre los cauces fluviales nunca vista. Esta presión continuó en los años 70 y 80, alcanzando una situación límite para los ecosistemas fluviales y para el propio funcionamiento de los ríos. Hacia estos años los diques se fueron generalizando, haciéndose cada vez más altos y fuertes. Grandes dragados y la construcción de diques muy elevados han permitido la ocupación del dominio público hidráulico bajo una sensación de “falsa seguridad”. En estas décadas se produce la roturación y eliminación de los últimos grandes bosques de ribera, en una pérdida constante de hábitats y biodiversidad.
A este intervencionismo en los ríos y ocupación de la llanura de inundación se le suman las consecuencias del cambio climático, donde los episodios extremos se están acentuando, haciendo que las precipitaciones se concentren generando crecidas e inundaciones.
Las soluciones a todos estos problemas sin duda son complejas y difíciles pero, dentro del marco de las directivas de inundaciones y hábitats, y de la legislación nacional, es necesario devolverle espacio a los ríos, creando de forma ordenada y consensuada zonas de inundabilidad. No se pueden seguir reparando diques que de forma continua en cada crecida se rompen. Se debe recuperar el dominio público hidráulico, que nunca debió ser privatizado.