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Desde el pasado 12 de mayo España vive de prestado. Ha superado su día de la sobrecapacidad. Algunos países, como Catar o Luxemburgo, alcanzaron esta fecha ya en febrero, mientras el resto de naciones europeas, Australia, Estados Unidos, Canadá, Corea del Sur o Japón lo hicieron entre marzo y mayo. A nivel global, el día de la sobrecapacidad del planeta se alcanzará este año en el mes de julio. Es decir, a partir de entonces estaremos consumiendo más recursos de los que la Tierra es capaz de generar en 12 meses.
La medida de la sobrecapacidad es muy clara a nivel comunicativo: ilustra a la perfección el desequilibrio entre las necesidades de nuestras sociedades y los recursos y balances del sistema planetario. Sin embargo, parece responsabilizar demasiado al individuo (consumimos más de lo que la Tierra genera) y oculta otros desequilibrios, como el existente entre el Norte y el Sur Global. Al fin y al cabo, no todos contribuimos de la misma forma a la sobreexplotación de la Tierra.
Una fuga de recursos
El sistema Tierra tiene una serie de límites, fronteras que no deberíamos sobrepasar si queremos seguir manteniendo su estabilidad a largo plazo. Los gases de efecto invernadero, la contaminación química y plástica o la destrucción de la biodiversidad marcan algunas de estas líneas rojas. Casi todos los límites planetarios se relacionan, de una forma u otra, con nuestra creciente necesidad de materiales. Cada año, se extraen 90.000 millones de toneladas de materias primas del planeta.
«Los ecologistas industriales estiman que el máximo nivel seguro es de alrededor de 50.000 millones de toneladas por año. Es decir, tenemos que recortar a la mitad el uso de recursos globales», señala Jason Hickel, investigador del instituto de desigualdad de la London School of Economics de Reino Unido, afiliado también al Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universitat Autònoma de Barcelona. Junto a otros economistas y antropólogos, ha publicado un estudio que cuantifica la responsabilidad histórica de cada país en la crisis ecológica actual teniendo en cuenta el uso de los recursos en el último medio siglo.
Y no hay sorpresas (aunque los datos sean impactantes). La desigualdad entre ricos y pobres es evidente. Entre 1970 y 2017, los países ricos han sido responsables del 74% del exceso de consumo de materiales a nivel mundial. Estados Unidos, con el 27%, y la Unión Europea (incluyendo a Reino Unido), con el 25%, lideran este ranking extractivo. El consumo de China, que hasta finales del siglo XX se había mantenido dentro de los límites planetarios, se ha disparado en las últimas dos décadas. El gigante asiático es responsable del 15% del exceso de uso de materiales en el periodo estudiado.
En el otro lado de la balanza, el llamado Sur Global (es decir, los países de ingresos medios y bajos de América Latina y el Caribe, África, Oriente Medio y Asia) es responsable del 8% del exceso de consumo de recursos. La desigualdad es todavía más evidente si se observan los datos per cápita. En Australia cada persona consume 27 toneladas más de recursos de las que serían sostenibles en un año, cuatro veces más que un habitante de China y siete veces más que uno de Brasil. En este enlace puede consultarse el consumo de materias primas de cada país y comparar la responsabilidad del Norte y el Sur Global.
El desequilibrio no termina aquí, ya que buena parte de los recursos que hoy consumen los países más ricos no están en su propio territorio sino que se extraen en las naciones pobres. Otro estudio, liderado también por Hickel, estimó con datos de 2015 que el Norte Global se apropia anualmente de 12.000 millones de toneladas de materias primas, 822 millones de hectáreas de tierra o 21 exajulios de energía del Sur Global, entre otros elementos. En total, suman más de 10 billones de dólares. Una fuga incesante de recursos que ha cimentado el desarrollo de unos pocos a costa del resto del globo y de la estabilidad medioambiental del planeta.
Es hora de echar el freno
La lectura de la crisis climática y de biodiversidad en clave colonial es clara y, según los autores, no puede obviarse en la búsqueda de salidas al laberinto medioambiental en el que nos hemos metido. «Físicamente es imposible que todas las personas del planeta consuman al nivel de los países ricos. Los países ricos necesitan reducir el uso que hacen de los recursos del planeta para dar cabida al desarrollo de los países pobres. Necesitamos una convergencia radical en la economía mundial», señala Hickel.
Para el economista y antropólogo, el debate sobre las soluciones al cambio climático no debería girar tanto alrededor de transiciones energéticas o soluciones tecnológicas, sino alrededor de la necesidad de redistribuir el desarrollo. «Necesitamos energía limpia, por supuesto, y la necesitamos rápido. Pero las renovables no surgen de la nada. Necesitan materiales para fabricar baterías, paneles solares y turbinas eólicas que tienen un impacto ecológico», añade Hickel.
«Cuanto más crece la economía, más energía utiliza, lo que significa que incluso si tenemos energía 100% renovable, esto implicará un uso creciente de recursos y un impacto ecológico. No debemos aspirar al crecimiento constante, debemos limitar nuestro uso de energía a lo que sea necesario para satisfacer las necesidades humanas, para que todos puedan vivir vidas decentes», reflexiona el investigador.
La salida es, pues, que los países desarrollados sigan la senda del decrecimiento para dejar cierto espacio para el desarrollo de los demás países. El estudio permite concluir que los países ricos necesitan reducir su uso de recursos en más del 70% para alcanzar niveles sostenibles. «La evidencia existente muestra que esto no se puede lograr si continúan persiguiendo el crecimiento económico», concluye Jason Hickel. «Sabemos que es posible garantizar una buena vida para todos con muchos menos recursos que los que utilizan actualmente los países ricos, pero requiere transformar la economía para centrarse en las necesidades y el bienestar humanos en lugar del crecimiento empresarial».
‘Destino común’, una guía para desmontar el lavado verde de la aviación y crear una nueva narrativa.
Un enfoque más real, más justo y más libre de enmarcar una industria sistemáticamente adulada y privilegiada por instituciones, medios de comunicación y opinión pública.
Durante décadas, la industria de la aviación ha gastado miles de millones para dar una imagen positiva de sí misma. Como consecuencia de ello, la opinión que la sociedad ha tenido y sigue teniendo sobre este sector ha estado fuertemente influido por una serie de marcos y esquemas mentales en los que deliberadamente se han invisibilizado los enormes impactos del transporte aéreo.
Pero, ¿y si empezáramos a mirar a la aviación con otros ojos? ¿Con un enfoque menos condicionado que nos permita conocer la realidad existente en torno a esta industria?
Precisamente con ese objetivo, la red Stay Grounded, en colaboración con otras organizaciones ha elaborado la guía Destino Común. Un documento original y atractivo cuyo objetivo es, precisamente, escapar de la trampa y proporcionar herramientas que ayuden a arrojar luz sobre la realidad de la industria de la aviación: la desigualdad del transporte aéreo entre países y dentro de ellos; las vidas y medios de subsistencia destruídos a causa del crecimiento del sector; los esfuerzos de lavado verde de una industria en declive que quiere mantener sus privilegios; y, lo más importante, lo que podemos ganar construyendo sistemas económicos y de movilidad más justos y respetuosos con el clima en todo el mundo.
Destino común propone una nueva forma de mirar y retratar a la aviación. Un enfoque más real, más justo y más libre de enmarcar una industria sistemáticamente adulada y privilegiada por instituciones, medios de comunicación y opinión pública.
Esta nueva guía está dirigida a cualquier persona u organización:
Que quiera conocer más sobre los impactos de la aviación.
Que se dedique a labores de información y comunicación sobre cuestiones climáticas y desee reflexionar y ampliar su visión sobre la aviación.
Que quiera implicarse activamente en campañas de movilización contra los impactos de la aviación junto con activistas afines.
El documento, fruto del trabajo colaborativo durante meses de diferentes organizaciones, proporciona datos actualizados sobre los múltiples impactos (sociales, ambientales, climáticos, económicos, etc.) de la aviación, así como herramientas para aprender a construir nuevas narrativas que desmonten las trampas comunicativas y el greenwashing de la industria.
https://www.ecologistasenaccion.org/200113/destino-comun-una-guia-para-desmontar-el-lavado-verde-de-la-aviacion-y-crear-una-nueva-narrativa/
Descolonicemos la conservación
Los pueblos indígenas son los mejores conservacionistas.
Está demostrado que los pueblos indígenas comprenden y gestionan su entorno natural mejor que nadie. El 80% de la biodiversidad de la Tierra se halla en territorios indígenas, y cuando se garantizan los derechos de los pueblos indígenas sobre sus tierras los resultados de protección de sus entornos naturales son iguales (¡si no mejores!) y a un coste mucho menor que los programas de conservación convencionales.
Sin embargo, en África y Asia gobiernos y ONG roban grandes extensiones de terreno a tribus y comunidades locales con el falso pretexto de que es necesario para la conservación de la naturaleza.
Después califican la tierra robada como “Área Protegida” o “Parque Nacional” y expulsan a sus habitantes indígenas, a menudo con una violencia extrema. Mientras se da la bienvenida a turistas y a otros foráneos, los guardaparques prenden fuego a los hogares de la población local, les arrebatan sus bienes, destruyen sus propiedades y les golpean, torturan, violan y asesinan con impunidad.
Esto es colonialismo puro y duro: poderosos intereses globales roban sin escrúpulos las tierras y los recursos de personas vulnerables al tiempo que proclaman que lo hacen por el bien de la humanidad.
La conservación colonial, también llamada conservación fortaleza, se basa en el prejuicio racista de que no se puede confiar en que los indígenas sepan cuidar sus propias tierras y a los animales que habitan en ellas. Sus partidarios consideran a los guardianes originales de estas tierras como una “molestia” que hay que “solventar”, en vez de verlos como expertos en biodiversidad local y socios fundamentales para la conservación de la naturaleza.
Las autoridades que aplican la conservación colonial han apaleado y asesinado a docenas de personas inocentes, entre ellos, a menores y personas con discapacidad. Son pocos los culpables que han respondido ante la justicia por sus crímenes.
Pueblos indígenas como los bakas y los chenchus nos explican que para ellos la conservación colonial es la mayor amenaza a la que se enfrentan.
Expulsan a los indígenas… ¡Pero turistas, cazadores de trofeos y madereros son bienvenidos!
Quienes apoyan la expulsión violenta de los indígenas de las zonas protegidas fomentan de forma significativa, y a menudo activamente, otras formas de presencia humana en ellas. Muchas zonas protegidas invitan al turismo masivo y en muchos casos admiten a cazadores de trofeos y a empresas madereras y mineras.
Según este modelo de conservación, se prohíbe a la población local cazar para alimentarse, pero se da la bienvenida a gente de fuera que viene a cazar por deporte.
Si te cuesta creerlo, por favor, mira estos vídeos con testimonios de indígenas que han sufrido estos abusos en carne propia.
https://www.survival.es/conservacion