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Rafel Simó, investigador: «Si no fuese por los océanos, el planeta se calentaría aún más rápido»

El profesor de investigación del Instituto de Ciencias del Mar (CSIC) ha realizado expediciones por varios océanos y mares del planeta. En esta entrevista, pone en valor las masas de agua para la regulación de la temperatura y las emisiones, y explica cómo se desarrollan los trabajos de campo en lugares como la Antártida.
Rafel Simó, investigador: «Si no fuese por los océanos, el planeta se calentaría aún más rápido»
Foto: cedida por el entrevistado

Hacer una expedición a la Antártida no es como hacer un paseo en barco por el Mediterráneo. Las condiciones meteorológicas, así como el posible desconocimiento del territorio, hacen difícil el trabajo de campo de la comunidad científica. Rafel Simó, profesor de investigación del Instituto de Ciencias del Mar (CSIC) de Barcelona ha navegado cinco veces allí. A pesar de que asegura que los actuales trayectos a ese punto del planeta son «menos épicos» que en el pasado, son esenciales para conocer el funcionamiento de la Tierra y la incidencia del cambio climático.

El océano Austral o Antártico es diferente a cualquier otro: es el mayor almacén de calor y carbono del planeta y es el punto de conexión con el resto de cuencas oceánicas del mundo, excepto la del Ártico. Gracias a él, se regulan la temperatura del planeta y nuestras emisiones. Pero ahora toda masa de agua existente se recalienta como nunca antes y sube como nunca antes.

Simó centra su investigación en el plancton y la formación de nubes, ambas relacionadas con el ecosistema marino y su capacidad de ajustar el clima y disolver las emisiones que provoca el ser humano. Tras haber realizado trabajos en el Atlántico Norte, el Pacífico tropical y el índico Meridional entre otros, el investigador lo tiene claro: «Sin los océanos, todo sería diferente. El calentamiento global sería aún más rápido».

Hoy es el Día Internacional de los Océanos. Pero ¿conocemos realmente lo que hacen por el planeta?

La gente no tiene tanto conocimiento sobre la vida que alberga los océanos como tiene de los ecosistemas terrestres porque no estamos tan próximos a ellos. Pero encontramos el fitoplancton, que captura CO2 atmosférico a través de la fotosíntesis, al igual que las plantas en tierra y, por otro lado, esa gran masa de agua por sí sola, a través de procesos fisicoquímicos, sin intervención de la vida, disuelve el dióxido de carbono de la atmosfera en lugares de agua fría. Entre una tercera y una cuarta parte de las emisiones de las actividades humanas nos las retira el mar, por suerte.

Además, los océanos juegan un papel clave en la regulación del clima a muy corto plazo, prácticamente cada día, porque son grandes fuentes de aerosoles para la formación de las nubes. Y aún más, son el transportador de calor en el planeta. En las zonas tropicales, el sol da más fuerte y, por tanto, calienta más el agua de los océanos. Como esta agua está en movimiento, ese calor se dirige hacia latitudes más altas. Se podría comparar con el sistema de calefacción de casa: el océano es como una bomba que envía el agua caliente a las habitaciones de una casa una vez se ha calentado la caldera.

Y la Antártida es un lugar clave para esos procesos.

La Antártida tiene muchos efectos importantes en el medio. Junto con el Ártico, es la máquina que enciende la circulación global para repartir el calor. Y es una zona que todavía hoy no está tan afectada por nuestra actividad porque está más lejos de todo. Por tanto, cuando queremos saber qué pasaba antes de nuestra intervención y de la revolución industrial, vamos allí.

Pero también es un sitio donde los modelos climáticos funcionan peor en cuanto a la simulación de nubes porque los modelos matemáticos planetarios en la zona sitúan en la Antártida demasiada luz solar que calienta del mar cuando en realidad no llega tanta. Eso es porque no entendemos bien la formación de nubes, ni allí ni en ningún sitio, y es importante hacerlo. Todos los modelos que proyectan el futuro se basan en simular lo mejor posible los procesos de funcionamiento del planeta añadiéndoles nuestra inyección de efecto invernadero. Pero si este modelo matemático no está bien hecho porque no conocemos suficientemente bien cómo funciona la Tierra, las previsiones no serán correctas.

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Imagen cedida por el entrevistado.

Usted ha estado cinco veces allí realizando trabajo de campo. ¿Ha observado una pérdida de la cantidad de hielo durante estos años?

He ido cinco veces desde el 2006 hasta ahora y sí que veo que cada vez hay menos hielo en las zonas donde navegamos. Ahora tenemos que recorrer más millas para llegar hasta el hielo. En solo cinco visitas, encontrarse eso podría ser casualidad, pero no hace falta verlo con mis propios ojos. Está corroborado y los satélites que monitorizan la zona muestran que cada vez hay menos hielo allí. Aunque no es tan evidente como en el Ártico y hay picos y variabilidad, se empiezan a ver señales.

En cambio, la preocupación por el Ártico es mayor.

El Ártico tiene unas características muy especiales porque, a diferencia de la Antártida, que está lejos de todo, este está cerca de Canadá, Rusia, Europa del Norte… En él hay muchos intereses geoestratégicos: rutas comerciales, explotación de recursos… Y no hay una protección del Ártico como la hay en la Antártida. Por tanto, hay muchas grandes empresas que están esperando que se derrita para poder acceder al petróleo o enviar mercancías sin tener que hacer la gran vuelta por el canal de Panamá.

Para todas esas expediciones usan varias herramientas robóticas. ¿Podría explicar cómo suele ser el proceso de recolección de muestras?

Tenemos aparatos que nos permiten bajar los robots desde el barco a la profundidad que queramos. Mientras los bajamos, estos aparatos tienen unos sensores y nos van dando el perfil en la columna de agua de la fluorescencia del plancton, de la temperatura, de la salinidad… Con estas informaciones, que vemos en tiempo real, nosotros decidimos de dónde queremos recoger la muestra. Una vez recogida el agua, la llevamos al barco, la filtramos y la congelamos para sacar el plancton. En general son muestras que llevamos al laboratorio y que nos lleva tiempo analizar. Hay otras medidas que las podemos hacer in situ sin necesidad de quedarnos la muestra.

También tenemos otros aparatos que succionan el aire a medida que vamos navegando, sin tener que parar, y nos dicen cuántas partículas hay en la atmosfera, qué tamaño tienen e incluso qué composición tienen.

Y después siempre tenemos el apoyo de los datos de los satélites, que han sido una gran revolución en el campo de la oceanografía, del clima y de las ciencias atmosféricas. Tenemos el planeta muy bien monitorizado gracias a los satélites que tenemos orbitando.

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Imagen cedida por el entrevistado.

¿Es difícil conseguir financiación para este tipo de expediciones?

Nos lleva años analizar las necesidades, tener una idea y exponer la logística que conlleva. Todo eso forma un proyecto que presentamos en un concurso en el que lo revisan expertos. Para que lo seleccionen, la idea tiene que estar bien estructurada, bien justificada y las personas que la llevan acabo deben ser las adecuadas para hacerlo. Organizar un trayecto como el de la Antártida no es fácil y se necesitan muchos planes de contingencia, pero es nuestro trabajo. Yo no me puedo quejar, me ha ido muy bien.

Sí que es verdad que el Estado español dedica un presupuesto a la investigación inferior al de la mayoría de países europeos y que, aun siendo un país de mar, ha invertido poco en investigación marina. No se le ha dado la importancia que tiene más allá de la pesca por ser este un sector económico importante. Sería más fácil si contáramos con más dinero. También las decisiones como la del Tratado de los Océanos ponen sobre la mesa la prioridad de proteger los océanos. A ver si sirven como empujón para no olvidar el tema en una década y mejorar.

¿Cree que vamos tarde?

Siempre se está a tiempo. No hacer nada siempre será peor. De hecho, no hacer nada es hacer porque significa seguir haciendo lo que hacemos. Y eso vemos que nos lleva al desastre. Evidentemente, tenemos que hacer un esfuerzo en el cambio de hábitos y enfocar de manera individual nuestra vida de una forma diferente. Porque eso también lleva a cambios sociales, a que la industria y los gobiernos enfoquen las cosas de diferente manera para frenar la crisis climática. Al final, todo está relacionado. Todas nuestras preocupaciones, aunque no sean climáticas, van en la misma dirección: hacia una vida un poco más simple pero más rica porque valoraremos lo que realmente necesitamos. Lo único que nos sacará de este problema es la cooperación de la humanidad.

Y escuchar a quienes saben: la comunidad científica.

Sí, y no porque seamos superhombres y supermujeres ni mucho menos, sino porque igual que se paga a los educadores para que eduquen, a nosotros nos pagan para que aprendamos y comuniquemos ese aprendizaje. ¡Pues hacednos un poco de caso! Ya hace mucho tiempo que la comunidad científica alerta de que no vamos bien y que eso puede tener consecuencias muy difíciles de frenar porque el sistema climático tiene una gran inercia. Tenemos que actuar a todos los niveles posibles.

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