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En la punta de uno de los muchos muelles de A Coruña, tras unas naves industriales que pronto pasarán a mejor vida, hay un pozo que parece no tener fondo. En sus profundidades se conectan miles de estructuras similares repartidas por el mundo, desde las islas Galápagos hasta el cabo de Buena Esperanza. Una red global de agujeros, boyas y radares que, aunque lo parezca, no tiene ningún propósito misterioso. Allí abajo se mide el nivel del mar.
Cada año, el nivel medio del mar sube 3,4 milímetros a nivel mundial. Lo hace por una serie de dinámicas globales, pero también de fenómenos locales, casi todos ellos generados por el cambio climático. Esta subida no afecta a todas las costas por igual ni es lineal. Según los datos que maneja el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (el IPCC), no ha dejado de acelerarse en las últimas décadas. Entender qué sucede hoy es clave para anticipar qué va a pasar en el futuro, y es en pozos como el de A Coruña donde se recopilan los datos para hacerlo.
Una red internacional de mareógrafos
El pozo de A Coruña se construyó en 1948. Rodeado de un edificio de la misma época que recuerda a un pequeño castillo, en su interior se toman mediciones de las mareas desde 1955. Allí está instalado uno de los 10 mareógrafos operativos que hay en España y el único de la costa peninsular atlántica. El más antiguo en funcionamiento está en Alicante, donde se tomaron las primeras mediciones del nivel del mar en 1870.
Aunque el cambio climático ya estaba en marcha en el siglo XIX y a mediados del XX, ninguno de los mareógrafos construidos tenía la intención de medir la subida del nivel del mar provocada por la emisión de gases de efecto invernadero. Su objetivo era otro. “Los registros en A Coruña y en otros mareógrafos se toman con un propósito fundamentalmente geodésico, para establecer el nivel del mar, una referencia a partir de la cual ubicar, por ejemplo, la altitud de las localidades y los accidentes geográficos”, explica Pablo Carballo, director en Galicia del Instituto Geográfico Nacional (IGN). “Pero hoy los datos se usan para estudiar las dinámicas costeras, la tectónica de placas o el cambio climático”.
La técnica de medir las mareas ha cambiado mucho. Los primeros mareógrafos consistían en un sistema que conectaba una boya en el fondo del pozo (donde el agua está siempre en calma, pero se comunica con el exterior) con una serie de poleas que transmitían el movimiento de la marea a un tambor en el que se iban dibujando las líneas de las mediciones. Este tambor daba una vuelta cada 24 horas gracias a un reloj de cuerda y, así, quedaban registrados los cambios en el nivel del mar a lo largo de los días y los años.
«Ahora ya no hay boya ni reloj de cuerda, tenemos un radar. Está montado sobre un tubo que llega a la parte de abajo del pozo y hace mediciones cada 30 segundos«, añade Carballo. “El sistema las recoge y envía los datos automáticamente a la página web del Instituto Geográfico Nacional, donde se publican en tiempo real”. Desde allí, periódicamente, se actualiza la información en el Permanent Service for Mean Sea Level (PSMSL), un servicio internacional con sede en Liverpool al que hay miles de mareógrafos conectados en todo el mundo.
«En ese momento, nuestro trabajo de monitorización acaba. Después se pone en marcha la comunidad científica que es la que hace los estudios y los análisis a partir de todos estos datos«, explica el director regional del IGN. “Eso no quiere decir que no analicemos los datos. Nuestros mareógrafos nos cuentan que en el siglo XX el nivel del mar subió unos 30 centímetros en España. En el de A Coruña, hemos detectado una subida bastante lineal de entorno a 1,9 milímetros anuales”. El aceleramiento constatado a nivel global todavía no se nota en el puerto gallego.
Todo lo que esconde una media
Los mareógrafos están ideados para medir las mareas, los movimientos verticales de subida y caída de agua que tienen lugar dos veces en algo más de 24 horas. Estas mareas se producen por causas astronómicas, más concretamente, por la interacción de las fuerzas gravitatorias del Sol, la Luna y la Tierra. Pero se ven también afectadas por la presión atmosférica (cuanto mayor sea, más empuja el mar y más baja su nivel), la temperatura del agua y otros factores que varían de forma estacional.
Con los datos extraídos diariamente en todo el globo se hacen las medias y se elabora un indicador como el nivel medio del nivel del mar. Este indicador nos sirve para explicar cómo están alterándose las condiciones por causa del cambio climático, pero a la vez esconde multitud de efectos y elementos locales que pueden pasar desapercibidos. De acuerdo con los servicios de observación de la Tierra de la NASA, el nivel medio del nivel del mar se ve afectado por tres grandes factores globales:
- El deshielo en las tierras emergidas que añade más agua al mar.
- La expansión térmica, que provoca que la misma cantidad de agua, al estar más caliente, ocupe más volumen.
- El almacenamiento de agua terrestre. Los seres humanos también alteramos el almacenamiento del agua en la superficie terrestre. Podemos vaciar almacenes naturales (mediante drenajes, por ejemplo) o crear almacenes artificiales (como las presas).
Más allá de estos tres grandes factores globales, el mismo servicio de la NASA detalla una larga lista de factores regionales y locales que pueden influir en el nivel del mar: desde fenómenos puntuales como los huracanes que provocan las mareas ciclónicas o las tierras que emergen cuando los glaciares que las presionaban se derriten hasta fenómenos más a medio y largo plazo como los cambios en las corrientes oceánicas.
“El fenómeno de la subida del nivel del mar no se produce por igual en todo el planeta”, explica Pablo Carballo. “De la monitoriación constante extraemos multitud de datos que nos permiten establecer un valor medio, pero su análisis es complejo”. Esta complejidad se puede también extrapolar a las consecuencias de la subida del nivel del mar. Si, como establecen los modelos actuales, este sube cerca de un metro para finales de siglo, esto significa que en algunos puntos, bajo determinadas condiciones, las subidas van a ser mucho más elevadas.
Los efectos también variarán mucho. No será lo mismo una subida de un metro en una costa escarpada que en un complejo intermareal o en un lugar donde las construcciones humanas hayan alterado las dinámicas costeras. Habrá zonas donde el aumento de la erosión sea el principal problema, mientras en otras lo será la intrusión de agua salada en los acuíferos o las inundaciones provocadas por fenómenos meteorológicos extremos. Por ejemplo, durante el huracán Katrina, en 2005, el nivel del mar se elevó más de 8,5 metros en algunos lugares por culpa de las marejadas ciclónicas.
Desde el fondo del pozo del mareógrafo de A Coruña, aunque el agua está en calma absoluta, las mediciones precisas del láser cada 30 segundos cuentan parte de esta historia de cambio. “El IGN se ha convertido en un organismo de información geográfica muy precisa, información que no solo sirve para estudiar la subida del nivel del mar, sino para elaborar modelos detallados de las zonas inundables por el cambio climático”, concluye Pablo Carballo. No es de extrañar que la ONU considere la información geográfica como herramienta vital para entender cómo hemos cambiado el clima.
EL FUTURO DE NUESTROS OCEANOS.
Solo el 1% de los océanos están adecuadamente protegidos.
Greenpeace reclama la protección del 30% de las aguas internacionales en 2030.
Ha comenzado en la sede de Naciones Unidas en Nueva York la última ronda de negociaciones para tener por fin una «Constitución de los océanos» para casi la mitad de nuestro planeta —que es alta mar—.
De salir el texto cerrado del Tratado Global de los Océanos, existirá un instrumento que coordine todos los impactos en las aguas internacionales y evalúe la actividad humana de forma transversal desde el cambio climático a las nuevas actividades.
Un nuevo informe de Greenpeace destapa la pesquería sin control de calamar y la industrialización de los océanos. Una nueva —y vieja—pesquería de un conjunto de especies, «los calamares», ha emergido en varias partes del planeta sin control, sin cuotas y con plena impunidad (muchas de estas especies sólo se reproducen una vez en la vida).
El informe «El calamar en el punto de mira: Receta para el desastre» destapa la enorme escala de la pesca mundial de calamar, que se ha multiplicado por 10 desde 1950 a casi 5 millones de toneladas anuales en la última década y hoy pone en peligro los ecosistemas marinos de todo el mundo. Operando fuera de la vista en aguas internacionales, el ascenso meteórico de la pesca de calamar y la demanda resultante de la especie no tiene precedentes históricos, con algunas áreas experimentando un aumento de más del 800 % en el número de barcos en los últimos cinco años [2]. En algunos casos, flota de más de 500 embarcaciones han accedido a las aguas internacionales para saquear el océano, con sus lámparas encendidas para faenar visibles desde el espacio
A la vez, un equipo de científicos embarcados en nuestra expedición a la Antártida, evidencia ecosistemas marinos vulnerables en el fondo marino del mar de Weddell, en lo que se cree que es la inmersión científica submarina más austral de la historia, a 65 grados sur.