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España tiene un historial de varios años soportando olas de calor. Ahora empieza un mes crítico, agosto, y la adaptación al cambio climático se vuelve cada vez más imprescindible. Por experiencia, ya sabemos que las temperaturas pueden afectar a nuestro estado de ánimo, a nuestra salud e incluso a nuestras vidas. Prueba de ello es que el año pasado España registró más de 11.300 muertes atribuibles a las altas temperaturas, siendo el segundo país de Europa con más personas fallecidas, según un análisis del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), publicado en la revista Nature Medicine.
En épocas tan críticas, se busca huir del calor por instinto, pero no siempre se puede mantener nuestra vivienda a una temperatura adecuada o encontrar cobijo. Algunas ciudades están tratando de solucionar la falta de espacios donde disfrutar de un poco de sombra y agua fresca. A estos puntos se les conoce como refugios climáticos, y se caracterizan por ser espacios naturales o urbanos que proporcionan condiciones óptimas para el confort térmico.
Los refugios pueden ser de interior –como bibliotecas o polideportivos–, donde la climatización permite una buena regulación, o exteriores –como parques, jardines y plazas–, donde hay fuentes y vegetación que ofrece sombra bajo la que descansar. Van dirigidos, especialmente, a los colectivos vulnerables entre la población: niños, mayores y gente con enfermedades crónicas.
Pero, a pesar del poco esfuerzo que supone crear una red de refugios con espacios ya existentes, no son muchas las ciudades en el Estado que cuentan con ellos.
Una radiografía rápida de los refugios climáticos de España
En el amplio vestíbulo del Hospital Sant Pau de Barcelona hay varias personas sentadas un martes por la mañana. Algunas lo están a la espera de algún familiar ingresado. Otras van expresamente allí para asistir a una de las charlas sobre medidas de prevención que se organizan allí. Y a no pasar calor.
Estos talleres se crearon este año para concienciar a la gente que se refugia del bochorno. «La mayoría de la gente que viene es gente mayor», asegura Jordi Mascaró, doctor en geriatría. Él se sienta entre el público mientras un par de enfermeras explica los peligros del calor o de la pérdida de memoria. Cerca de él hay una señora que no se pierde ni una charla, libreta en mano dispuesta a aprender.
Este hospital es uno de los refugios de Barcelona, aunque no aparece en la lista oficial. La ciudad condal encabeza la lista de lugares seguros, tanto para el verano como para el invierno. En total, el Ayuntamiento ha puesto a disposición de los ciudadanos más de 220 refugios, entre los que se encuentran parques, polideportivos, museos y centros cívicos y residenciales.
Su proyecto pionero empezó en 2019, antes que ninguna otra ciudad, y año tras año ha ido sumando nuevos puntos. En 2022 hubo 25 más que en el año anterior. Generalmente, las características que cumplen estos espacios en verano son una temperatura de 27 grados, agua gratuita y una zona de descanso donde sentarse.
Bilbao también reúne varios espacios: el Ayuntamiento ha establecido 130 puntos, 64 interiores y 66 exteriores. Sevilla tiene tres centros cívicos abiertos. En Vitoria-Gasteiz, hace unos meses la administración anunció que estaba estableciendo una red de 449 refugios para hacer frente al verano. Murcia y Málaga, entre otras, también los están analizando. Y en otras ciudades también se han habilitado redes de refugios que, aunque no se consideren como tal, sirven para lo mismo. En Donosti está el parque Uliako, y en Aragón, los ‘Patios por el clima‘.
En Madrid, en cambio, los refugios climáticos se topan con la oposición del Gobierno, que se ha negado a poner en marcha esta medida mientras ha decretado el cierre de los parques históricos. Ante esto, algunos espacios han abierto sus puertas a trabajadores expuestos al calor después de la muerte de un barrendero en Vallecas el año pasado. Es el caso, por ejemplo, de Teatro de Barrio, o del Ateneo de Madrid.
La capital también es un claro de ejemplo de que los efectos del calor también son una cuestión de clase. «En los barrios de renta baja, la propia vivienda puede que no esté climatizada y la eficiencia energética puede ser nula», explica Esther Casal, arquitecta urbanista. «Además, el hueco de las ventanas de una vivienda de varias décadas es mucho menor a la de una vivienda nueva».
Un estudio realizado el año pasado por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) también sugiere que el riesgo de mortalidad va asociado al nivel de ingresos de un hogar y que, por tanto, el impacto del cambio climático es mayor en grupos sociales desfavorecidos.
Algunos espacios cerrados y otros que no cumplen los requisitos
Barcelona, a pesar de ser la ciudad pionera, es un claro ejemplo de los problemas en cuanto a la administración de estos refugios. Primero de todo, los criterios para considerar colectivos vulnerables son distintos entre el Ayuntamiento y el Área Metropolitana de Barcelona (AMB).
Ana Terra es doctoranda del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y ha llevado acabo una tesis de investigación sobre las estrategias e iniciativas de adaptación a los cambios climáticos en Barcelona. La experta explica que el consistorio considera vulnerable a toda la gente mayor de 75 años, mientras que la segunda, a la gente mayor de 65. «Si añades diez años más, tienes miles de personas más que cuidar», dice Terra. AMB, además, solo cuenta con 75 refugios. La Generalitat propone varios menos: 17 centros comunitarios para toda Catalunya.
Más allá de eso, si se analizan los tipos de refugios climáticos, encontramos que la mayoría de puntos interiores son bibliotecas, instalaciones que normalmente cierran durante agosto, el mes más caluroso del verano. En los patios de las escuelas pasa lo mismo y solo permiten la entrada por la mañana.
Sin embargo, el Ayuntamiento asegura que los espacios interiores están activados durante todo el año «para que puedan ser usados tanto para hacer frente al calor como al frío». Los espacios exteriores, por otro lado, solo se activan solo durante la fase preventiva por calor, del 15 junio al 15 de setiembre.
A esto también se suma el hecho que, hasta ahora, «todos los refugios son del propio Ayuntamiento, por lo que la transformación a refugio climático fue fácil porque ya eran equipamientos públicos», explica Terra. «Si empiezan a trabajar con espacios privados y comerciales, tendrán que crear un nuevo proceso que por ahora solo se está estudiando». Sin embargo, el uso de estas instalaciones, como pueden ser los centros comerciales, es común y pueden agravar aún más la crisis climática debido a la demanda energética que suponen.
Más árboles y menos asfalto
De poco sirve tener un lugar donde refugiarte durante unas horas si después no se puede ir por la calle o vivir en un edificio sin sentir los efectos del calor. «Los refugios climáticos no son una única solución al problema. También hay que invertir en transformar las infraestructuras menos energéticamente eficientes y en enseñar qué hacer frente a una ola de calor», asegura Terra.
Casal opina lo mismo: «El origen de los refugios climáticos es la emergencia en un momento extremo, pero si hablamos en un contexto más a largo plazo, deberíamos estar pensando más en estrategias para conseguir un enfriamiento de las ciudades«. La aplicación de otras medidas, eso sí, «debe adaptarse al sitio y a las necesidades de las personas».
Pero la mayoría de las ciudades comparten problema. Las personas caminan por él: el asfalto. Este material retiene el calor y provoca una diferencia de temperatura diaria promedio entre el campo y la ciudad de 1,5 ºC, según un estudio de The Lancet.
La renaturalización también juega un papel importante a favor nuestro. En este mismo estudio, en el que se analizan 93 ciudades europeas, también se propone una solución: aumentar la masa arbórea un 30% por ciudad para enfriar las temperaturas y así reducir en un tercio las muertes por calor. En Barcelona, la cifra de personas que sobrevivirían sería de hasta 215 muertes por cada 100.000 habitantes, un 60% de ellas atribuibles al efecto isla de calor.
«Son medidas más costosas en tiempo y dinero, pero estamos en un momento propicio porque la normativa acompaña y hay financiación», defiende Casal. También, ahora más que nunca, estamos en un momento en que es necesario actuar para asegurar nuestra supervivencia y la del planeta.
Excelente artículo!!… gracias. Tendremos que empezar a cambiar de mentalidad o nuestras ciudades serán poco habitables, por lo menos en verano Se acerca un futuro cambiante en el urbanismo!!