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En 1972, el Club de Roma y el MIT publicaron Los límites al crecimiento. Las proyecciones del informe, que concluía que existía un límite al incremento de la industrialización, la contaminación, la producción alimentaria o la explotación de los recursos naturales, han resultado ser tremendamente precisas. Ahora, 50 años después, el Club de Roma, una plataforma que agrupa a un centenar de científicos, economistas, expolíticos y líderes industriales, no solo ha encargado una revisión del informe, sino que ha publicado un libro que va un paso más allá.
Earth for All: una guía de supervivencia para la humanidad recoge los fundamentos del cambio necesario para que la humanidad esquive la catástrofe ecológica y social durante lo que queda de siglo. Sandrine Dixson-Declève, copresidenta del Club de Roma y experta en cambio climático, desarrollo sostenible y dinámica de sistemas, es también una de sus autoras. Nos atiende al poco tiempo de aterrizar tras diez días de encuentros y negociaciones en Sharm El Sheikh. “Creo que todos hemos acabado muy frustrados con la COP27”, advierte.
El mundo ha cambiado mucho desde que llegó a la presidencia del Club de Roma en 2018.
Hemos tenido una pandemia, es obvio. Pero, además, los límites del crecimiento se han vuelto cada vez más evidentes y nos han mostrado las relaciones estrechas entre crisis como la pandemia, el cambio climático o, ahora, la invasión de Ucrania. En los últimos cuatro años, analizar nuestro sistema y analizar las relaciones complejas entre crisis se ha vuelto más importante que nunca. Necesitamos entender cómo actuar en el medio del caos.
De cara al futuro, el libro de Earth for all plantea dos escenarios. En uno, el cambio no es suficiente, las desigualdades y los impactos climáticos se disparan y el riesgo de colapso de la civilización es real. Lo llaman “demasiado poco, demasiado tarde”. En el otro, que bautizan como el gran salto, el mundo está a la altura de los desafíos y la humanidad sale reforzada. ¿De cuál estamos más cerca?
Del primero, sin duda. Si vemos los resultados de la COP27, por los que estoy tremendamente enfadada, es evidente. Estamos en una encrucijada: avanzamos o retrocedemos. La COP nos ha demostrado que hay muchos países que quieren seguir haciendo las cosas como hasta ahora y siguen defendiendo una economía extractivista basada en los combustibles fósiles. Pero también tenemos un grupo de países ambiciosos y, sobre todo, muchos actores no gubernamentales con soluciones y motivación para avanzar en la lucha contra el cambio climático. Esta dicotomía entre los países que nos están reteniendo, como los que son totalmente dependientes del petróleo y el gas, como los de Oriente Medio, y los países que son prácticamente rehenes de los primeros, como las naciones más vulnerables al cambio climático, está elevando mucho la tensión. Espero, de verdad, que seamos capaces de dar ese gran salto que necesitamos, pero también tengo miedo, porque como hemos visto en la COP27, va a ser mucho más difícil de lo que creímos.
En la COP27 ha quedado muy claro que hay muchas barreras que romper para mitigar el cambio climático. ¿Cómo superamos esas resistencias?
La única manera de hacerlo es peleando y haciendo que los gobiernos rindan cuentas por sus decisiones. Esto podemos hacerlo de varias formas. Necesitamos dejar de ser dependientes del petróleo y el gas, necesitamos, como ciudadanos del mundo y de nuestros países, hacer lo correcto. Por ejemplo, que durante el último año la Unión Europea haya invertido tanto en proyectos de combustibles fósiles es terrible. En su lugar, debería haber triplicado la inversión en renovables y en colaborar con nuestros vecinos en África y Oriente Medio para acelerar su transición. Necesitamos que todos los actores financieros, empezando por los bancos y fondos de inversión, dejen de apoyar proyectos basados en combustibles fósiles. El Banco Europeo de Inversiones, por ejemplo, ya ha dejado de hacerlo. Necesitamos que se deje de dirigir capital a activos que no vayan a ser viables ni a tener valor en el futuro [lo que se conoce como stranded assets].
Pero seguimos viendo cómo todos los bancos principales de Europa, como BBVA y Santander, y del resto del mundo siguen invirtiendo en activos fósiles.
Claro que lo hacen, pero necesitamos que dejen de hacerlo. Hay varios cambios necesarios y uno de ellos es que los países y las empresas que más dependen de estos activos los abandonen. Durante la COP27, la Unión Europea amenazó con dejar las negociaciones si no se hablaba claramente de mantener el objetivo de los 1,5 °C y de abandonar todos los combustibles fósiles. Al final, no lo hizo.
El libro de Earth for all se centra, sobre todo, en la desigualdad. ¿Es un riesgo mayor que el cambio climático y la pérdida de biodiversidad?
Cuando analizamos en conjunto las dinámicas sociales y medioambientales, vemos que hay una serie de puntos de inflexión sociales que van a ser mucho más relevantes en los próximos cinco, 10 o 20 años. Algunos los estamos viendo ya. A nivel europeo, por ejemplo, la pobreza energética está alimentando la inestabilidad social y la desigualdad ha motivado una parte importante de los votos a alternativas populistas que, a su vez, se caracterizan por su poca ambición climática. Si analizamos cómo se ha gestionado la pobreza en los países occidentales en las últimas décadas, podemos entender cómo crece la tensión social. Tiene que haber un debate serio sobre la redistribución de la riqueza, la reducción de la desigualdad y el refuerzo del bienestar. Propuestas como aumentar los impuestos para que el 10% más rico no acumule más del 40 % de los ingresos, crear una renta básica universal o eliminar la deuda de los países del sur global pueden ayudar a reducir la desigualdad y la tensión social.
¿Por qué reducir la desigualdad es importante para luchar contra el cambio climático?
La inestabilidad social llegará antes que la inestabilidad climática en muchos sentidos. Tenemos que empezar a marcar la diferencia entre aquellos países que son responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero y aquellos que ni siquiera pueden participar del sistema económico global y garantizar unos ingresos mínimos para su población. Asegurar cierto nivel de igualdad brindará el apoyo necesario a la lucha contra el cambio climático. A quien no tiene alternativas no se le puede pedir que no deforeste o que no queme madera.
Hablando de redistribución, ¿el sistema de pérdidas y daños que se ha acordado en la COP27 es un paso en la buena dirección?
Sin duda, creo que manda un mensaje muy importante en ese sentido. Además, es una señal clara de que no podemos ignorar que los 100.000 millones de dólares que se prometieron para acción climática en los países en vías de desarrollo no se han alcanzado todavía. A estos 100.000 millones y al fondo de pérdidas y daños tenemos que añadirle también la cuestión de la deuda, que está limitando la acción en los países menos desarrollados. Los países pobres apenas tienen margen de maniobra hoy en día. Sobreviven cada día para pagar su deuda, ¿cómo van a invertir en descarbonización o en transiciones ecológicas?
¿Cómo convencemos a los países desarrollados y a las personas más ricas del planeta para trabajar en esa dirección?
Es muy difícil, pero creo que la pandemia nos ha dejado una serie de lecciones de las que todos podemos aprender. Somos tan vulnerables como el eslabón más vulnerable de nuestro sistema. Incluso los más ricos, aunque tengan acceso a mejores herramientas y defensas, no se libran de los impactos de las pandemias, del cambio climático y de los conflictos. Los líderes globales tienen que despertar y darse cuenta de ello.
Nombraba antes el tema de cancelar la deuda. ¿Puede ser una forma de mejorar la lucha contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad?
Hay mucho debate alrededor de la cuestión de canjear deuda por acción climática y de la cuestión del capital natural y de la gobernanza de este capital para que sirva a la protección de la biodiversidad. La cancelación de la deuda podría servir para que los países más pobres pudiesen volver a invertir en el bienestar humano y el cuidado de los ecosistemas.
Hablando de finanzas, en el libro nombran la necesidad de actualizar algunas instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Estas instituciones se crearon después de la II Guerra Mundial y ya no reflejan los desafíos del mundo actual. Son instituciones basadas en estructuras de poder antiguas y equilibrios geopolíticos que ya no existen. Además, si queremos integrar la protección del medioambiente, la lucha contra el cambio climático y el bienestar social, y construir una economía que sirva al planeta, necesitamos un nuevo sistema y unas nuevas instituciones. Nuestro sistema económico es demasiado financiero. Ya no depende apenas del trabajo o de la industria, depende de accionistas, beneficios a corto plazo y dividendos. Ha perdido el foco y ya no sirve para atender las necesidades de las personas ni del planeta. Necesitamos nuevas estructuras que sirvan para prosperar y para cuidar el planeta y que sean flexibles en momentos de crisis.
Y ya que habla de reformas, ¿necesitamos también reformar las COP?
La COP del clima y la de biodiversidad, las del Ártico y las de los océanos, las reuniones del G20 y del G7, y todos los demás foros. Necesitamos crear un sistema que, independientemente de lo que se esté negociando, termine en acciones y en cambios. Las COP se llevan a cabo sin un enfoque sistemático, es ridículo, necesitan ser reestructuradas. En Sharm el Sheikh, la desconexión entre las demandas y el trabajo de los actores no estatales y las negociaciones ha sido evidente.
¿Qué ha echado más en falta en el acuerdo de la COP27?
Una declaración contundente contra los combustibles fósiles. La India lo propuso y la Unión Europea y Estados Unidos estaban dispuestos a apoyarla. Al final, no fue así, nos quedamos sin una petición clara para reducir el uso de combustibles fósiles. Podemos invertir en renovables, pero, si no reducimos nuestras emisiones un 50% antes de 2030, será imposible mantener el calentamiento por debajo de 1,5 ºC respecto a niveles preindustriales. Es desalentador que la COP27 haya terminado sin un acuerdo contundente para eliminar los combustibles fósiles y que incluso se llegara a poner en duda el límite de los 1,5 °C durante las negociaciones. Esto último me enfada mucho. ¿Cómo podemos habernos pasado tanto tiempo debatiendo una de las piedras angulares de la acción climática? Pero también me quedo con lo positivo. Ha habido avances en la lucha contra la deforestación y la degradación de los bosques, como la alianza Forest and Climate Leaders’ Partnership. También han sido muy importantes los pasos adelante que han dado muchas comunidades indígenas y algunos países en la protección de los bosques. Además, el compromiso con el fondo de daños y pérdidas es positivo.
Volviendo al libro, al final concluyen que lograr que la humanidad viva dentro de los límites planetarios es posible. La tarea es compleja y parece casi inabarcable, ¿a qué señales positivas nos agarramos?
A las que vemos a nivel local, a las organizaciones, a los jóvenes, a los movimientos indígenas… Durante la pandemia hemos visto cómo muchas personas se ayudaron entre sí, sacaron su lado más humano. Creo que la COVID-19 ha marcado uno de los momentos más transformadores de nuestra historia y tenemos mucho que aprender de los últimos años. Cometimos errores, pero comprobamos que era posible lograr lo impensable con el compromiso y la inversión necesarios. Creo, además, que tenemos las herramientas tecnológicas para lograr el cambio, aunque no las estemos implementando correctamente ni estemos invirtiendo los esfuerzos y el capital donde debemos. Por último, hay empresas e industrias que se lo están tomando en serio, que realmente están comprometidas con la mitigación del cambio climático. Las posibilidades y el liderazgo están ahí, pero tenemos que hacerlo real.
¿Verdaderamente puede uno confiar en el Club de Roma?:
En abril de 1968, Aurelio Peccei -FIAT, Olivetti, Club Bilderberg- fundó el Club de Roma, una organización de financieros, banqueros, industriales, científicos y políticos.
Marcelo Colussi: sigue el bla, bla, bla….
El problema no está en un “cambio climático”, presentado como un fenómeno natural, sino en el modelo económico-social vigente.
El modelo de capitalismo salvaje, eufemísticamente llamado “neoliberal”, que se impuso a capa y espada en las últimas décadas del pasado siglo (“No hay alternativa”, dijo la Dama de hierro, la británica Margaret Tatcher: o capitalismo ¡o capitalismo!) trajo consigo el dominio absoluto del capital financiero sobre el proceso productivo. Hoy día son los capitales globales que se mueven de un paraíso fiscal a otro sin ninguna regulación los que marcan el ritmo del sistema. Si a eso se les opone la perspectiva de un nuevo polo de poder como China y Rusia –con planteos que no trascienden el capitalismo, pero que abren una multipolaridad inexistente en la actualidad, manejada autoritariamente por Washington– se establece la posibilidad de una guerra entre gigantes, que podría ser atómica y devastadora para la humanidad. Por eso, ahí está Ucrania como campo de batalla, poniendo los muertos. Y en cualquier momento podría ser Taiwán.
En su proceso de expansión ese capitalismo neoliberal, básicamente de cuño occidental (estadounidense y europeo) provoca una disputa por la tierra y los recursos naturales entre las grandes corporaciones que dominan esa expansión, por un lado, y comunidades y pueblos que obtienen de ella los bienes necesarios para su existencia, por otro. De ahí que esa contradicción capital-naturaleza se evidencia en la lucha de pueblos originarios que defienden sus territorios ancestrales contra empresas multinacionales extractivistas que invaden sin miramientos destruyendo todo a su paso (compañías petroleras, mineras, monocultivo extensivo destinado a biocombustibles robando tierras cultivadas con alimentos, desvío de ríos para empresas hidroeléctricas generadoras de electricidad). Solo para graficarlo: para la obtención de un galón de biocombustible (utilizado en los países capitalistas del Norte próspero), hecho a base de azúcar, maíz o palma aceitera, se necesitan 2.000 litros de agua (robada a los empobrecidos del Sur). Y para producir eso, se sacrifican tierras destinadas a generar alimentos, por lo que esa gente con hambre marchará hacia el Norte en forma desesperada, creándose así un círculo vicioso sin salida en los marcos del capitalismo….
https://insurgente.org/marcelo-colussi-cop-27-sigue-el-bla-bla-bla/